OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (515)

Las bodas de Caná de Galilea

1594

Evangeliario

Rumania

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XVI (Nm 23,11-24)

Sobre la adivinación

7.1. “No habrá augurio en Jacob ni adivinación en Israel: a su tiempo se dirá a Jacob y a Israel lo que Dios realizará” (Nm 23,23). Así, por consiguiente, ya que nos pareció oportuno el analizar diligentemente por separado cada uno de los puntos, no parece absurdo buscar también qué es el augurio o la adivinación, ya que tuvo a bien la Escritura recordar estas cosas, no sea que por ignorancia incurra uno en ellas. Me parece, por tanto, que la presciencia de los futuros, en cuanto mira a la realidad misma, es algo intermedio, o sea, ni propiamente bueno ni propiamente malo, ya que la presciencia de las cosas futuras puede también llegar al conocimiento de los hombres por medio del diablo. Pero sin duda cuando el tiempo y la oportunidad lo requieren y fuere voluntad de Dios, acontece que la presciencia se da también por Dios a los hombres, por medio de los profetas; y por eso hemos dicho que ni puede considerarse propiamente un bien, puesto que alguna vez proviene del Maligno, ni propiamente un mal, ya que alguna vez proviene de Dios.

Testimonio del Primer Libro de Samuel

7.2. Y aunque también hay numerosos ejemplos sobre esto en las divinas Escrituras, sin embargo consideramos que sea suficiente valerse de lo que vemos escrito en los libros de los Reinos, cuando “el arca de Dios fue capturada por los filisteos y conducida a Azoto, y allí -dice (la Escritura)- la introdujeron en el templo de Dagón, y sucedió que Dagón cayó de bruces en tierra ante el arca del Testamento del Señor. Y la mano del Señor cayó con fuerza sobre los habitantes de Azoto, y los devastaba y los golpeaba en las nalgas[1]” (cf. 1 S 5,2-6). “Después de esto -dice-, entró el arca en Accarón y fueron los accaronenses y reunieron a todos los sátrapas de los filisteos y congregaron a sus sacerdotes y adivinos, diciendo: “¿Qué haremos del arca del Señor? Muéstrennos de qué modo la devolveremos a su lugar”. Respondieron los sacerdotes y adivinos: “Si devuelven el arca del Señor, Dios de Israel, no la devuelvan vacía, sino que le darán un presente, por causa del delito, y entonces sanarán y les aparecerá claro. De lo contrario, su mano no se apartará de ustedes” (cf. 1 S 5,7-10 ss.).

Las artes adivinatorias

7.3. Y un poco más adelante: “Y ahora -dice-, hagan un carro nuevo, y tomen dos vacas que hayan parido, a las cuales no se les haya puesto el yugo, y unzan las vacas al carro y reconduzcan sus crías a casa. Y tomen el arca del Señor y pónganla sobre el carro; y los vasos de oro, que le ofrecieron por el delito y todos sus objetos sagrados, pónganlos también sobre el carro; y suétenla y que se vaya hacia adelante, y observen: si va por su camino y sube por sus confines a Bethsamis, ha sido ella la que nos hizo males tan grandes; si en cambio no va por allí, sabremos que no ha sido su mano la que nos ha herido, sino que estas cosas nos sucedieron fortuitamente” (cf. 1 S 6,2-9 ss.). Observa, por tanto, en todo esto cómo los sacerdotes y adivinos averiguan, por los signos expuestos, la causa de los males que habían sucedido a los filisteos, si vino de la mano de Dios y por la injuria al arca, o aconteció fortuitamente, diciendo: “Si sube por su camino hacia Bethsamis, hasta sus confines, es ella la que nos ha hecho esos males” (1 S 6,9-10).

La presciencia como operación de los demonios

7.4. Finalmente,  se  dice  a  continuación: “Y,  al  colocar -dice- el arca del Señor en el carro, las vacas se pusieron en camino, por la vía que conduce a Bethsamis, y no se desviaron a derecha ni a izquierda” (cf. 1 S 6,10-12). ¿Quién, por consiguiente, que examine diligentemente estas cosas, podría decir si esa presciencia que predice sobre la dirección de los bueyes, es fortuita o establecida por otro arte, y no conducida por alguna operación de demonios, que han temido la fuerza del arca del Señor, por la cual no solo eran afligidos y castigados los filisteos, sino que verdaderamente se destruía el culto mismo de los demonios, desde el momento en que sus imágenes y sus templos se venían abajo al entrar el arca del Señor (cf. 1 S 5,10-12)? En el ejercicio de la presciencia hay, por tanto, una cierta operación de los demonios, que, mediante determinadas artes por parte de aquellos que se han entregado a los demonios, o bien por esas que llaman suertes, o por las que denominan augurios, o también por el examen de las vísceras, que llaman arúspices, y de otras argucias semejantes a éstas, parece que reúnen comprensión y entendimiento.



[1] Natibus de nates. (cf. L. MACCHI, Diccionario de la lengua latina, Buenos Aires, Ed. Don Bosco, 41951, p. 362; Diccionario Latino- Español de Salvá, París, Ed. Garnier, s. d., p. 649; Oxford Latin Dictionnary, Oxford, Clarendon Press, 1968, p. 1158).