OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (513)
La adoración de los Magos
Hacia 1220/1230
Salterio
Bamberg (o Regensburg?), Alemania
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía XVI (Nm 23,11-24)
El testimonio del Segundo Libro de los Reyes
4.3. Pero aportemos del segundo libro de los Reinos aquellas cosas que se escribieron, cuando David hubo censado al pueblo: «Sucedió que se dirigió -dice (la Escritura)- la palabra del Señor a Gad, el profeta vidente, diciendo: “Ve y dile a David: Esto dice el Señor: Tres cosas cargaré yo sobre ti, escoge una de ellas y te la haré”. Entró Gad donde David y se lo anunció, diciendo: “O que venga sobre ti durante tres años el hambre sobre tu tierra, o que huyas durante tres meses ante tus enemigos, que te perseguirán, o que durante tres días domine la muerte en tu tierra; ahora, por tanto, averigua y mira qué he de responder al que me envió”. Y dijo David a Gad: “De todas partes, serán muchas angustias para mí. Pero más bien caeré en manos de Dios, porque son muchas sus misericordias, y no caeré en las manos de los hombres”. Y mandó el Señor la muerte a Israel desde la mañana hasta la hora de la comida, y murieron setenta mil hombres del pueblo, desde Dan hasta Berseba. Y extendió el ángel de Dios su mano contra Jerusalén, para destruirla, y conjuró el Señor el mal, y dijo al ángel que exterminaba al pueblo: “Basta, detén tu mano”» (2 S 24,11-16).
Las palabras del Señor, y las palabras proclamadas por sus profetas y apóstoles
4.4. Observa, por consiguiente, cómo tampoco en estas tres amenazas se encuentra el que Dios haya hablado de muerte durante tres días. Puesto que se encuentra en las palabras de Gad, no en los mandatos del Señor, y las cosas que son proclamadas por el profeta no siempre se reciben como dichas por Dios. Finalmente, también habló el Señor muchas cosas por medio de Moisés; otras, sin embargo, también las mandó Moisés con su propia autoridad, cosa que el Señor indicó en los Evangelios con evidente distinción, cuando, interrogado sobre el repudio de la mujer, dice: “Por la dureza del corazón de ustedes escribió Moisés estas cosas; sin embargo desde el comienzo no fue así” (cf. Mt 19,8). Porque «quien hizo al hombre, varón y mujer los hizo, y los bendijo y dijo: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne”» (Mt 19,6). Y añade: “Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19,7). Ves, entonces, también aquí que Dios no mandó ni quiso que hubiera divorcio; pero Moisés, por la dureza del corazón de los judíos, escribió que se debía conceder el repudio (cf. Mt 19,8). También Pablo muestra esto en sus cartas, cuando dice de algunos asuntos: “Dice el Señor, y no yo” (1 Co 7,10); y sobre otras (cuestiones): “Estas cosas digo yo, y no el Señor” (1 Co 7,12); y de nuevo, en otros lugares: “No tengo mandato del Señor, pero os doy un consejo” (1 Co 7,25); y otra vez: “Lo que hablo, no lo hablo según el Señor” (2 Co 11,17).
4.5. De modo semejante también, en los otros profetas habló el Señor algunas cosas y no los profetas, mientras que otras las hablaron los profetas y no el Señor; y así parecerá que la objeción presentada se diluye, ya que el Señor no revoca tanto sus palabras cuanto las del profeta, y las cambia para mejor.
El testimonio del profeta Jeremías
4.6. Pero considero que la primera solución convenga más bien a los sentidos de toda la Escritura, y en particular a palabras en las cuales se dice que Dios es paciente y de mucha misericordia, y se arrepiente del mal (cf. Sal 86 [87],5; 144 [145],8; Ex 34,6; Jl 2,12), y sobre todo de las palabras que de ordinario son pronunciadas por Jeremías, en las cuales se muestra claramente que, por sus muchas misericordias, y por su incomprensible bondad, Dios dice y no hace, habla y no persiste. Dice, por tanto, Dios, por Jeremías: “De una vez por todas hablaré -esto es, hablaré de modo definitivo- a la nación y al reino, de modo que los arrancaré y dispersaré, pero, si aquella nación se convierte de sus maldades, me arrepentiré de todos los males que había propuesto hacerles. Y hablaré de una vez por todas a la nación y al reino, para reedificarlos y restablecerlos; y, si hiciesen el mal a mis ojos, hasta el punto de no escuchar mi voz, me arrepentiré de todos los bienes que había dicho que les iba a hacer” (Jr 18,7-10). ¿Cómo, entonces, podemos anteponer a estas palabras que, de modo absoluto, fueron dichas por Jeremías, aquellas que son proferidas con dudas por Balaam, a no ser porque las primeras necesitan ser confirmadas a los que las desprecian y desdeñan, mientras que éstas deben ser consideradas de modo más secreto por los perfectos?