OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (503)
Jesús cura a un ciego
Hacia 1400
Armenia
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía XIV (Nm 22,15-28)
No se puede suprimir la lucha contra el diablo en la vida presente
2.5. Por tanto, también de modo semejante, sobre el diablo mismo, supongamos, por ejemplo, que, por alguna fuerza vinculante, fuera obligado a no pecar, o que, después del pecado, le hubiese sido quitada la voluntad de hacer el mal; al mismo tiempo se nos habría quitado la lucha contra las astucias del diablo, y no se esperaría la corona de la victoria para aquel que combatiese según las reglas [del combate] (cf. 2 Tm 2,5). Si no tuviéramos quién se nos opusiera, no habría competiciones ni se establecerían premios para los vencedores, ni se prepararía el reino de los cielos para los triunfadores, ni “este momentáneo y leve peso de nuestra tribulación nos procuraría un peso sin medida de gloria en el futuro” (2 Co 4,27), ni podría esperar ninguno de nosotros la inmensa gloria de los tiempos futuros, a cambio de la paciencia en las tribulaciones.
Vasos de honor y vasos de vileza
2.6. De todo eso concluimos que Dios no solo usa de cosas buenas para la obra buena, sino también de las malas; y esto es verdaderamente admirable: que Dios use de utensilios malos para la obra buena. Porque “en esta gran casa de este mundo, no existen sólo utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de arcilla; y unos son para honor y otros para vileza” (2 Tm 2,20), pero unos y otros son necesarios. En realidad, como estos utensilios a los que nos referimos han de entenderse como racionales y (dotados) de libre albedrío, no por casualidad o azar se vuelve cada uno vaso de honor o vaso de vileza (cf. Rm 9,20-23), sino que quien se muestre tal que merezca ser escogido, se hace vaso elegido y vaso de honor; quien, por el contrario, vive con pensamientos indignos y malvados, éste se torna vaso de vileza, no por el Creador, sino por él mismo, como causante de su vileza. No hizo, por consiguiente, el Creador que éstos fueran tales, sino que por una inefable razón de su justa providencia dispensa las inteligencias de este género conforme a los propósitos de ellas mismas.
Dios no ha creado la maldad
2.7. Del mismo modo, por ejemplo, en las grandes ciudades, si los hombres que son más indignos y de vida oscura y degradada, están condenados a realizar los trabajos más humildes y penosos, y, sin embargo, tales trabajos son necesarios para la ciudad -por ejemplo, se encargan de alimentar el fuego en las calderas de los baños (públicos), para que tú goces de ellos por comodidad o por placer; o limpian los conductos de agua o hacen cosas semejantes, para que la vida[1] en la ciudad te resulte agradable; y, lo hagan de buen grado, o lo soporten por merecido castigo, en cualquier caso su trabajo aprovecha para la utilidad de aquellos a favor de los cuales se preparan las cosas que son buenas y útiles-, así acontece también con los argumentos propuestos: Dios ciertamente no ha hecho la malicia, sino que, descubierta por la elección voluntaria de los que se salieron del camino recto, no ha querido quitarla totalmente, previendo que, aunque sea inútil a los que usaban de ella, sin embargo podía convertirla en útil para aquellos contra los que se ejercía.
“Nada es inútil ante Dios”
2.8. Y por eso debemos evitar de cualquier modo que la malicia se encuentre alguna vez en nosotros; en los otros debemos esforzarnos por vencerla, no por suprimirla, porque también aquellos en los que hay malicia, aportan algo de ayuda necesaria al conjunto. Nada, en efecto, es inútil, nada hay vacío ante Dios, porque, o usa de la buena intención del hombre para el bien, o usa de la mala para lo necesario. Pero serás dichoso, si, más allá de las virtudes que hay en ti, el conjunto de esta vida encuentra a través de ti algo de bueno, como aquellos de los que dice el Apóstol san Pedro: “Para que sean como luminarias en este mundo, conservando la palabra de la vida” (cf. Flp 2,15-16)[2]. Las luminarias son, por consiguiente, necesarias para la gloria de este mundo. ¿Y qué tan agradable, qué tan magnífico como la obra del sol y de la luna, por los que el mundo se ilumina?
Los ángeles
2.9. Sin embargo, es también necesario al propio mundo que también haya ángeles que estén por encima de los animales, y ángeles que presidan las actividades terrenas. También hay necesidad de ángeles que dirijan el nacimiento de los animales, el crecimiento de los matorrales, de las plantas y del resto de (la flora) campestre. Hay además necesidad de ángeles que dirijan las obras santas, que enseñen la comprensión de la luz eterna y el conocimiento de los secretos de Dios y la ciencia de las realidades divinas. Mira, por tanto, que tú mismo no te hagas encontrar entre los ángeles que dirigen a las bestias, si llevas una vida animal, o entre los que presiden las obras terrenas, si amas los bienes corporales y terrenos. Más bien actúa de modo que seas admitido en la compañía del ángel Miguel, que ofrece siempre a Dios las oraciones de los santos. Serás recibido en este número o en este oficio, si perseveras siempre en la oración y pasas la noche en ella, y cumples lo que dice el Apóstol: “Oren sin cesar” (2 Ts 5,17).
“La medicina de la palabra de Dios”
2.10. O, al menos, trabaja para ser aceptado en la sociedad y oficio de Rafael (cf. Tb 3,25), que está al frente de la medicina; si, cuando ves a alguno herido por los pecados y traspasado por los dardos del diablo, aplicas las palabras de curación y le ofreces la medicina de la palabra de Dios, de modo que sanes las heridas del pecado por la penitencia y muestres la medicina de la confesión. Quien, por consiguiente, actúa de ese modo en este mundo, él mismo se ofrece para que en el mundo futuro sea formado por el Creador como “vaso de elección y útil al Señor, preparado para toda obra buena” (cf. 2 Tm 2,21); si, en cambio, actúa del modo contrario, se ofrecerá a sí mismo a la dispensación divina como vaso de vileza (cf. 2 Tm 2,20). Y por eso pienso que en los libros divinos están escritas las obras de los buenos y de los malos, y que las divinas Escrituras están redactadas con acciones de izquierdas y derechas, para que comprendamos que nada es indiferente ante Dios, ni las obras de los malos ni las de los buenos. Y ahora, después de esta muy larga, aunque necesaria digresión, volvamos a (nuestro) tema[3].