OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (481)
Santísima Trinidad
Hacia 1440-1450
Liturgia de las Horas
París
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía XI (Nm 18,8-32)
La palabra de Dios siempre aumenta en nosotros
6. Añade a continuación la Escritura: «Y habló Dios a Aarón, diciendo: “He aquí que yo les he dado las primicias para conservarlas”» (Nm 18,8). Aunque en algunos ejemplares latinos esté escrito “para observarlas”, sin embargo es más correcto para “conservarlas”. Pero hay que preguntarse cómo se conservan las primicias según la Ley. Porque los sacerdotes no reciben las primicias para conservarlas, sino para consumirlas. ¿Cómo dice, entonces: “He aquí que os he dado las primicias para conservarlas”? De donde consta que esto no puede aplicarse según la ley de la letra, sino según la ley del espíritu. Las primicias, por ende, que más arriba hemos expuesto espiritualmente, pueden conservarse; las otras, no. Pero también si Cristo es, según el Apóstol, primicias, verdaderamente estas primicias nos han sido dadas para conservarlas. ¿Qué realidad, en efecto, (hay) tan dichosa como que un alma que recibe a Cristo siempre lo conserve y siempre lo tenga permaneciendo (dentro) de ella? Tal alma recibe de verdad las primicias para conservarlas. Puesto que aquellas primicias que se ofrecían en la Ley, se consumían en las comidas y, entrando en el vientre, se digerían, como dice el Evangelio, para echarlas en la letrina (cf. Mt 15,17). En cambio, quien coma estas primicias y guste el pan que desciende del cielo (cf. Jn 6,51. 58), no morirá, sino que permanece para la vida eterna. Este es, en efecto, el pan que, aunque se coma siempre, siempre permanece, más todavía, siempre aumenta. Es, por tanto, como dice el Apóstol, comida espiritual (cf. 1 Co 10,3), que, cuanto más se consume, tanto más crece. Porque cuanto más tomes la palabra de Dios, cuanto más asiduamente comas este alimento, con tanta mayor riqueza abundará en ti. Todo esto, a propósito de lo que está escrito: “Para conservar las primicias”.
Las ofrendas solamente las pueden ofrecer los que han sido santificados por Dios
7.1. Y continúa: “De todas las cosas que han sido santificadas para mí por los hijos de Israel” (Nm 18,8). Tampoco esto se dice sin misterio, puesto que Dios no quiere recibir primicias de nadie, a no ser de los santificados de Israel. Podría, en efecto, suceder que también en los gentiles se encontraran algunas obras dignas de Dios. También algunos de entre ellos cultivaron las virtudes del alma y la filosofía obró un poquito, pero no quiere que esas se ofrezcan como primicias. Dios quiere recibir ofrendas de aquellos cuyo espíritu ve a Dios, y que se han consagrado[1]a Dios por la fe. Pero, respecto del gentil, aunque parezca que hay en sus costumbres algo honesto y que merece aprobación, en razón de que no refiere a Dios la virtud del alma sino que la atribuye a mérito propio, no está santificada su probidad, y por ello no se recibe entre las primicias. Ateniéndose a la definición de la letra de la ley, parece que también los prosélitos se excluyen de tal tipo de ofrenda, porque Dios solo quiere que ofrezcan primicias los consagrados de los hijos de Israel.
[1] Lit.: han sido santificados (sanctificati sunt). En algunas ocasiones traducimos por consagrados, en otras por santificados.