OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (471)

Crucifixión

Hacia 750

Evangeliario

San Galo, Suiza

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía X (Nm 18,1-7)

“El oficio de sacerdote es suplicar por los pecados del pueblo”

2.1. Pero volvamos a nuestro Pontífice, “el Gran Pontífice que penetró en los cielos, Jesús” (cf. Hb 4,14), nuestro Señor, y veamos cómo Él mismo, con sus hijos, esto es, con los apóstoles y los mártires, carga los pecados de los santos. Cierto que, nadie que crea en Cristo, ignora que nuestro Señor Jesucristo vino para quitar el pecado (cf. Jn 1,29) del mundo y borrar con su muerte nuestros pecados. Pero de qué modo sus hijos, esto es, los apóstoles y los mártires, quitan los pecados de los santos, intentaremos probarlo, si podemos, mediante las Divinas Escrituras. Escucha, en primer lugar, a Pablo diciendo: “De buen grado, en efecto, -dice- me gastaré y desgastaré por sus almas” (2 Co12,15); y en otro lugar: “Porque yo ya me inmolo -dice-, y el tiempo de mi regreso -o disolución- está próximo” (2 Tm 4,6). En favor de aquellos a los que escribía, dice el Apóstol que se entrega[1] y se inmola. Ahora bien, cuando se inmola una víctima, se inmola para que sean purificados los pecados de aquellos por los que se sacrifica. Sobre los mártires, escribe el Apóstol Juan en el Apocalipsis que “las almas de los que fueron degollados por el nombre del Señor Jesús, están presentes en el altar” (cf. Ap 6,9). Ahora bien, el que está presente en el altar queda claro que realiza el oficio de sacerdote; y el oficio de sacerdote es para suplicar por los pecados del pueblo (cf. Hb 5,1 ss.). Por ello temo que tal vez desde que no hay mártires y no se ofrecen víctimas de santos por nuestros pecados, no haya remisión de nuestros pecados. Y por eso temo que, permaneciendo en nosotros nuestros pecados, nos suceda aquello que dicen de sí mismos los judíos, que, no teniendo altar ni templo ni sacerdocio, y por eso ni víctimas que ofrecer, nuestros pecados -dicen- permanecen en nosotros, y por eso no llega el perdón. En lo que a nosotros respecta, debemos decir que no se ofrecen por nosotros los sacrificios de los mártires, y por eso permanecen en nosotros nuestros pecados; puesto que no merecemos sufrir persecución por Cristo ni morir por el nombre del Hijo de Dios.

La remisión de los pecados en los santos

2.2. Y por eso también el diablo, sabiendo que por la pasión del martirio se realiza la remisión de los pecados, no quiere mover las persecuciones públicas de los gentiles contra nosotros; porque sabe que, si somos llevados ante los reyes y magistrados por el nombre de Cristo para dar testimonio ante judíos y gentiles (cf. Lc 21,12; Mt 10,17), tendremos gozo y alegría, puesto que nuestra recompensa será grande en los cielos (cf. Mt 5,12). El enemigo no hace esto, bien porque envidia nuestra gloria, o bien porque quizás Aquel que todo lo ve y conoce de antemano, sabe que nosotros no somos idóneos para soportar el martirio. Sin embargo, “el Señor sabe quiénes son suyos” (cf. 2 Tm 2,19); y en quienes no se espera, tiene Él sus tesoros: “Porque Dios no mira de la misma manera que el hombre” (1 S 16,7). Yo no dudo que en esta asamblea hay algunos, solo por Él conocidos, que ya son mártires ante Él por el testimonio de su conciencia, dispuestos, si alguien lo requiere, a derramar su sangre por el nombre de nuestro Señor Jesucristo; no dudo que hay algunos que tomaron su cruz y le siguieron (cf. Mt 16,24). Estas cosas, a pesar de la digresión, sin embargo parecía necesario decirlas, para que entendamos cómo por el Pontífice y por los hijos del Pontífice se realiza en los santos la remisión de los pecados.



[1] Lit.: se gasta, paga (expendo).