OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (430)
Pentecostés
1386
Armenia
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía I (Nm 1,1-54)
Pablo nos guía en la lectura espiritual
3.1. Yo todavía intuyo algo más amplio respecto de los misterios en este libro de los Números[1]. Porque la distribución de las tribus y la diferencia de rangos, la agrupación de familias y toda la ordenación del campamento, me ofrecen indicios de grandes misterios, (y) el apóstol Pablo nos esparce las semillas del entendimiento espiritual.
La diversidad de rangos
3.2. ¡Pues bien! Veamos qué contiene de entendimiento místico todo este cálculo de números, qué la diversidad de rangos[2].
Cierta es para nosotros la expectación de la resurrección de los muertos, “cuando los que viven, los que han quedado, no precederán en la venida de Cristo a los que se durmieron” (1 Ts 4,15), sino que, juntos y asociados con aquellos, “serán arrebatados en las nubes, al encuentro de Cristo, en el aire” (1 Ts 4,17), o sea que, abandonando la corrupción de este lugar terreno y el habitáculo de la muerte, de modo que todos, como da a entender Pablo, permanezcan en el aire (cf. 1 Ts 4,16), o bien que algunos también hayan de ser trasladados al paraíso o a cualquier otro lugar de “las muchas mansiones que hay junto al Padre” (cf. Jn 14,2). Pero la diversidad del traslado y de la gloria, responderá sin duda a los méritos y acciones de cada uno, y cada cual estará en el rango que le hayan procurado los méritos de sus obras, como también lo atestigua el mismo Pablo, diciendo acerca de los que resucitan: “Cada uno, sin embargo, en su rango” (1 Co 15,23).
Los “rangos” anticipados en el libro de los Números
3.3. De aquí se sigue que en la resurrección cada uno será inscrito según los criterios espirituales: o en la tribu de Rubén, en razón de haber realizado algo semejante a lo que el propio Rubén tuvo en las costumbres o en los acciones o en su misma vida; otro, en cambio, en la tribu de Simeón, quizás por su obediencia; otro, en la tribu de Leví, a mi juicio porque ha ejercido bien el sacerdocio o porque, habiendo servido bien, adquirió para sí un buen grado; otro, en la tribu de Judá, sin duda porque ha tenido un espíritu real y rigió bien al pueblo que está dentro de sí, esto es, los pensamientos del espíritu y los pensamientos del corazón. Pero también cada uno será asociado a una u otra tribu, según la semejanza que haya tenido con ella, bien en los acciones, bien en las costumbres. Habrá, entonces, de este modo, ciertos rangos en la resurrección de los muertos, como indica el Apóstol (cf. 1 Co 15,23), de los cuales rangos, me parece, se anticipan el tipo y la figura en este libro.
La ubicación de las tribus en el campamento
3.4. Pero también el hecho que, por cierta unión y conexión entre las tribus, se describa la posición del campamento y el orden de disposición, pertenece, sin duda, a un cierto estado de cosas en la resurrección de los muertos. El que se diga que tres tribus están colocadas al Oriente y tres al Occidente, tres también hacia el Mar y las tres últimas al Aquilón (cf. Nm 2,3. 10. 18. 25), que se considera viento áspero (cf. Si 43,20), pero que además se establezca al Oriente la tribu de Judá, que es una tribu real (cf. Nm 2,3 ss.), de la cual nació nuestro Señor (cf. Hb 7,14), no considero que sea irrelevante; y que a esta (última) se unan Isacar y Zabulón, y que se distribuya el número tres en cuatro partes -que, aunque tengan cualidades diversas, (debido a) sus posiciones, sin embargo todas se contienen dentro del número trinitario- y que por todas estas cuatro partes se reúna siempre en un número a la misma trinidad, sin duda porque, bajo el único nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, son enumerados todos los que, viniendo de las cuatro partes del orbe, invocan el nombre del Señor, “sentados a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios” (Mt 8,11).
Dificultades en la lectura del libro de los Números
3.5. Hemos indicado de modo genérico estas cosas, para quienes deseen comprender brevemente el contenido místico del conjunto de este sagrado volumen, para que, tomando ocasión de su comprensión espiritual, persiga cada uno lo mismo en el resto: una semejante, o también una superior y más excelsa indagación, si Dios le revela más de ello. Porque yo me considero verdaderamente incapaz de exponer los misterios que contiene este libro de los Números, y todavía más los que encierra el libro del Deuteronomio.
“La tierra descansó de la guerra”
3.6. Y por eso debemos darnos prisa para llegar hasta Jesús, no aquel hijo de Navé, sino a Jesucristo. Pero sirviéndonos antes de Moisés (como) pedagogo (cf. Ga 3,24), y despojándonos ante él de los rudimentos de la infancia (cf. 1 Co 13,11), tendamos así a la perfección de Cristo. Porque Moisés no evitó muchas guerras; Jesús, en cambio, detuvo todas las guerras, puesto que dio verdaderamente la paz a todos; así está escrito: “La tierra reposó de la guerra” (Jos 14,15). La tierra de la promesa, la tierra de la heredad, la tierra que mana leche y miel (cf. Ex 33,3 ss.), es repartida por Jesús: “Dichosos los mansos, porque ellos, por Jesús, heredarán la tierra” (cf. Mt 5,5).
Conclusión. La repartición de la tierra: sentido espiritual
3.7. Pero también encontrarás que a esta misma distribución le han precedido tipos e imágenes. No es, en efecto, ocioso, que a unos se les reparta la tierra más allá del Jordán y a otros para este otro lado del Jordán; y a unos, los primeros, a otros en segundo lugar y a otros los terceros, y así por orden se reparte la heredad de la tierra (cf. Jos 13,1 ss.), donde “cada uno descansará bajo su higuera y bajo su vid y no habrá en adelante quien sufra terror” (Mi 4,4). Todas las realidades prefiguradas en magníficos misterios, las cumplirá en verdad con cada uno el mismo Señor Jesús en el día de su venida, no ya “por un espejo y en enigma, sino cara a cara” (cf. 1 Co 13,12), ya que Él mismo conoce los méritos de cada uno, Él, que escruta el corazón (cf. Jr 17,10), a quien (sean) la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).