OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (426)
Jesucristo, el Buen Pastor
Siglo XX
Etiopía (?)
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía XVI: Sobre las bendiciones del Levítico
Significado espiritual del número cinco y del número cien
7. “Cinco de ustedes perseguirán a cien, y cien de ustedes perseguirán a muchos miles” (Lv 26,8). ¿Quiénes son estos cinco que pueden perseguir a cien? El número cinco se emplea para personas laudables y para personas reprensibles. Cinco son las vírgenes sabias y cinco las necias (cf. Mt 25,2). Así pues, también el número cien puede tener una y otra acepción. Por tanto si somos de las cinco laudables, esto es de las cinco sabias, perseguiremos a cien necias. Puesto que si combatimos sabia y rectamente con la palabra de Dios, si hablamos prudentemente sobre la Ley del Señor, persuadiremos y pondremos en fuga a una multitud de infieles. Porque así como el número cinco indica a sabios y necios, así también el número cien indica a fieles e infieles. De hecho, está escrito que fue al número de cien años que Abraham creyó en Dios y fue justificado (cf. Gn 21,5; 22,12), y “el pecador que muera a los cien años, será maldito” (cf. Is 65,20). Y aquí cien infieles son puestos en fuga por cinco sabios, y de nuevo cien fieles, señalados no tanto por el número cuanto por la perfección, perseguirán a muchos miles. Porque los doctores fieles ponen en fuga a un sinnúmero de demonios, para que no engañen las almas de los creyentes con su antiguo fraude.
La palabra de Dios es una espada de doble filo
“Sus enemigos caerán delante de ustedes por la espada” (cf. Lv 26,8). Quienes sean los enemigos, lo dijimos más arriba (Hom. XVI,6); pero cuál sea la espada por la que caen, busquémoslo. Nos enseña el apóstol Pablo cuál es esa espada cuando dice: “Porque es viva la palabra de Dios, eficaz y más penetrante que cualquier espada de doble filo; penetra hasta la juntura del alma y el espíritu, de las articulaciones y de las médulas; y separa los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4,12). Esta es la espada bajo cuyo filo caen nuestros enemigos. Porque es la palabra de Dios la que derriba a todos los enemigos y los pone bajos sus pies (cf. 1 Co 15,25), “para que el mundo entero esté sometido a Dios” (cf. Rm 3,19). ¿Todavía quieres aprender también de otra carta de Pablo que la espada es la palabra de Dios? Escúchalo cómo dice, cuando prepara las armas para los soldados de Cristo: “Tomen el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, para toda oración y suplica” (Ef 6,17. 18); evidentísimamente también por estas (palabras) establece que por la palabra de Dios, que es una espada de doble filo (cf. Hb 4,12), caerán ante nosotros nuestros enemigos (cf. Lv 26,8).
Nuestra felicidad está en que Dios vuelva su rostro hacia nosotros
“Y miraré hacia ustedes y los haré crecer” (Lv 26,9). La plenitud de la felicidad es esto mismo: si Dios mira a alguien. ¿Quieres ver cuán grande sea la salvación si Dios mira al hombre? Pedro, en una ocasión, estaba casi perdido y había sido arrancado de la consagración del rango apostólico, por instigación del diablo, por la boca de una servidora del pontífice (cf. Lc 22,56; Mc 14,66), pero sólo cuando Jesús lo miró, desde el momento en que volvió hacia él (su) rostro apacible, en seguida (Pedro) volvió en sí mismo y retirando su pie del precipicio en el que estaba por caer, “lloró, dice (la Escritura), amargamente” (cf. Lc 22,62), y así, mirado por Dios, llorando recobró su lugar, que había perdido renegando.
Crecer y llegar a ser grandes
Dice por tanto: “Yo miraré hacia ustedes y los haré crecer (Lv 26,9). Así como si el sol mira la mies, ella da fruto -y si no la mirara permanecería infructuosa-, así Dios mira la mies de nuestro corazón y con los rayos de su Verbo nos ilumina, nos hace crecer y multiplica, para que ya no seamos más niños (cf. Hb 5,13), sino que lleguemos a ser grandes, como fue hecho grande Isaac (cf. Gn 26,13), grande fue hecho Moisés (cf. Ex 11,3), grande también Juan (cf. Lc 1,15).
Las nuevas realidades
“Y estableceré mi alianza con ustedes” (Lv 26,9). Mira cuántas bendiciones se prometen, si observamos los mandamientos. “Estableceré, dice, mi alianza con ustedes”. “Comerán lo antiguo y lo antiguo de lo antiguo, y arrojarán de su presencia lo antiguo por las nuevas (realidades)” (Lv 26,9). ¿Cómo arrojaremos lo antiguo de nuestra presencia por las nuevas realidades? Tenemos como antiguos la Ley y los profetas (cf. Lc 16,29), pero antiguo de lo antiguo las realidades que existían antes de la Ley, desde el inicio, cuando fue hecho el mundo. Vinieron los nuevos Evangelios, vinieron también los apóstoles. Ante la presencia de estos, echamos fuera las realidades antiguas. ¿Cómo las echamos fuera? Echamos fuera la Ley según la letra, para establecer la Ley según el espíritu.
El hombre nuevo
Podemos asimismo decirlo así: antes que viniera el hombre del cielo y naciera el hombre celestial, todos éramos terrenos y llevábamos la imagen terrenal (cf. 1 Co 15,47 ss.), pero cuando vino “el hombre nuevo, que fue creado según Dios” (cf. Ef 4,24), echamos fuera de su presencia lo antiguo, dejando el hombre viejo y revistiendo el nuevo (cf. Ef 4,22 ss.), que según el hombre interior se renueva de día en día (cf. 2 Co 4,16).
Cristo, alma de Dios Padre
“Y pondré entre ustedes mi tabernáculo” (Lv 26,11). Si tenemos en nosotros eso que se dijo más arriba, si se ha echado el hombre viejo (y) nuestro corazón está renovado, Dios viene hacia nosotros y habita en nosotros, Él que dijo: “Y pondré mi tabernáculo en ustedes, y mi alma nos los aborrecerá” (Lv 26,11). No nos aborrecerá el alma de Dios si observamos lo que está escrito. Sin embargo, quiero buscar qué es “el alma de Dios”. ¿Acaso pensamos que Dios tiene un alma como el hombre? Es absurdo este pensamiento sobre Dios. En cambio, yo me atrevo y digo que Cristo es el alma de Dios. Porque como Cristo es el Verbo (cf. Jn 1,1) de Dios, Sabiduría de Dios y fuerza de Dios (cf. 1 Co 1,24), así también es el alma de Dios. Y en este sentido que se dice: “No los aborrecerá mi alma, esto es mi Hijo, sino que caminaré entre ustedes (cf. Lv 26,12). No me parece que Dios prometa caminar en la tierra de los judíos, sino que si alguien mereciera tener un corazón tan puro que sea capaz de Dios, Dios dice que camina en él.
Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado
“Ustedes serán mi pueblo. Yo (soy) el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, cuando eran esclavos, y rompí el yugo de la servidumbre de ustedes” (Lv 26,12-13). Verdaderamente nos sacó de la casa de servidumbre (cf. Ex 13,14), porque éramos esclavos del pecado, puesto que “todo el que peca, es esclavo del pecado” (cf. Jn 8,34). Y rompió el yugo de nuestra servidumbre, yugo que impuso sobre nuestro cuello aquel que nos condujo cautivos (cf. 2 Co 10,5), y nos ató con los vínculos de los pecados. Entonces, nuestro Señor Jesucristo rompió la atadura del pecado e hizo caer el yugo de nuestra cautividad, e impuso sobre nosotros su suave yugo (cf. Mt 11,30) de fe, de caridad, de esperanza y de toda santidad. A Él la gloria por los eternos siglos de los siglos (cf. Rm 11,36). Amén.