OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (420)
Jesús cura al ciego de nacimiento
Hacia 980-993
Evangeliario
Reichenau, Alemania
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía XV: Sobre las ventas y rescates de las casas
Las casas de los sacerdotes y los levitas: interpretación espiritual
3. “Si esa casa, dice (la Escritura), perteneciera a un sacerdote o a un levita, en cualquier lugar que se encuentre, sea en la ciudad sea en el campo, siempre podrá ser rescatada” (cf. Lv 25,32). En este pasaje busco un sentido sacerdotal y una comprensión levítica. Porque el oyente de estas (palabras) no debe ser inferior, si fuera posible, a aquel mismo que las escribió y sancionó. ¿Qué significa, entonces, que el sacerdote y el levita puedan rescatar su casa siempre y en cualquier lugar que estuviera? Según la comprensión espiritual, se dice sacerdote al espíritu consagrado a Dios, y es llamado levita el que continuamente está en presencia de Dios y al servicio de su voluntad. Por tanto, la perfección (está) en la inteligencia y en la obra, en la fe y las acciones que significan al sacerdote y al levita. Y así le sucede a esa alma perfecta, que si a veces vende la casa que no fue hecha por mano humana, eterna en los cielos (cf. 2 Co 5,1), y la da a otras manos, como le sucedió al gran patriarca David cuando desde su terraza vio a la esposa de Urías el Hitita (cf. 2 S 11,2), en seguida la rescató, al instante la recobró; porque de inmediato dijo: “He pecado” (2 S 12,13).
Las faltas de los santos padres
Pero antes debemos todavía considerar algo más sublime en ese sentido: de qué modo las casas de los sacerdotes y los levitas, esto es las faltas de las almas perfectas, siempre son redimidas y siempre son purificadas. Si cuando leemos las Escrituras divinas y también de los santos padres relevamos algunas faltas, si según la sentencia del apóstol Pablo decimos que: “Todo esto sucedía en figura y fue puesto por escrito para nuestra instrucción” (1 Co 10,11), de este modo la casa de ellos siempre es rescatada; porque siempre por sus faltas, purificación y satisfacción son presentadas por los doctores, mostrando por medio de las Escrituras divinas que sus acciones fueron figuras e imágenes de las realidades futuras (cf. Hb 10,1), no para reprender las faltas de los santos, sino para mostrar que los pecadores y los impíos son admitidos a la herencia y a la sociedad de los santos.
Cristo es la piedra angular
Por consiguiente, nunca la posesión sacerdotal es separada del sacerdote; incluso si por un tiempo le fuera quitada, aunque fuera vendida, siempre es rescatada, siempre es recobrada; como si se dijera: “La caridad que es perfecta (cf. 1 Jn 2,5), todo lo soporta, todo lo espera, todo lo tolera, la caridad nunca acaba” (cf. 1 Co 13,7. 8). Así, entonces, la propiedad y la casa de los santos nunca acaban, nunca les será quitada, nunca se les separará de su derecho. ¿Cómo, en efecto, puede ser separada de los sacerdotes la casa que está edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, en la cual la piedra angular es Jesucristo mismo” (cf. Ef 2,20)? Que esta casa pueda ser alguna vez vendida, esto es que esta clase de edificación caiga en el pecado, oye al apóstol Pablo de qué forma habla sobre ello: “Como sabio arquitecto, afirma, puse el fundamento, otro edificó sobre él, pero que cada uno vea cómo se edificó. Puesto que por fundamento nadie puede poner nada excepto lo que está puesto, que es Cristo Jesús. Si alguien sobre este fundamento edifica con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja…” (1 Co 3,10-12). Ves, por tanto, que sobre el fundamento, Cristo, puede edificarse con madera, heno, paja, esto es con las obras del pecado; el que así edifica sin duda ha vendido su casa al peor de los compradores, el diablo, de quien cada uno de los pecadores consigue el precio del pecado: la satisfacción de su deseo. Si tal vez alguien incurre en esto, Dios no lo permita, que rescate pronto, que pronto repare, mientras es el tiempo de reparar, mientras hay lugar para la penitencia; roguemos juntos para no ser despojados de la habitación de la morada eterna, sino que seamos dignos de ser recibidos en los tabernáculos eternos (cf. Lc 16,9), por Cristo nuestro Señor, a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).