OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (408)
La huida a Egipto
Siglo XIV
Liturgia de las Horas
Londres (?)
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía XII: Sobre el sumo sacerdote
Las nupcias del Sumo Sacerdote
5. ¿Pero que se agrega después de esto? “Tomará como esposa una virgen de su estirpe; en cambio, una viuda, una repudiada o una meretriz no las tomará, sino que tomará una virgen de su pueblo[1]; y no contaminará su descendencia en medio de su pueblo, yo el Señor (soy) quien lo santifico” (Lv 21,13-15). Por consiguiente, puesto que el orden de toda la exposición se dirige hacia el verdadero Sumo Sacerdote, Cristo, veamos ahora lo que se debe comprender sobre estas nupcias.
Cristo se unió a la Iglesia
El apóstol Pablo dice: “Quiero presentarlos a todos a un único Esposo, como a una virgen pura, a Cristo. Pero temo, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, que se corrompan de la simplicidad sus pensamientos que están en Cristo” (2 Co 11,2-3). Por tanto, Pablo quiere presentar ante Cristo a todos los corintios como a una virgen casta; lo que nunca habría deseado si no lo hubiera visto posible. Por donde acaso también se vea admirable que esos hombres, corrompidos por diversos pecados, llegados a la fe en Cristo, todos juntos sean llamados “virgen casta”, tan pura que merezca incluso ser unida a las bodas de Cristo. Pero ya que no podemos referir esto a la integridad de la carne, es cierto que hay que considerarlo respecto de la integridad del alma, la cual -según la sentencia del mismo Pablo- por la simplicidad de la fe que está en Cristo (cf. 2 Co 11,3), es llamada su virginidad. Y por esto, puesto que cesan los sofismas de los filósofos y las supersticiones judaicas, (es) en la fe simple que Cristo asumió[2] la Iglesia, “tomó como esposa a una virgen de su estirpe” (cf. Lv 21,13 LXX); porque su fe no está corrompida por el pensamiento filosófico, ni por la ambición de la circuncisión, sino que permanece, en la simplicidad de la confesión, en la integridad virginal. Porque así también antes ya lo había dicho el profeta: “Te desposaré conmigo en fidelidad” (Os 2,20 [22 LXX]).
Una Iglesia sin arrugas
Por consiguiente, según el Apóstol, “todo el que está en Cristo es una nueva criatura” (2 Co 5,17). Y así también dice el mismo Apóstol: “Para presentarse una Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni algo semejante, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,27). ¿Cómo, entonces, ella que tiene arrugas la hará sin arrugas, sino renovándola conforme a lo que está escrito: “Aunque nuestro hombre exterior se corrompe, el hombre interior se renueva de día en día” (2 Co 4,16)?
El alma verdaderamente virginal
En verdad, una viuda, una meretriz, una repudiada (cf. Lv 21,14), Cristo no la tomará, un alma así no entrará en la cámara nupcial del esposo. Porque quien “haya ingresado sin tener las vestiduras nupciales”, soportará lo que está escrito en el Evangelio (cf. Mt 22,12. 13). “Tomará entonces una virgen, no una viuda, ni una meretriz, ni una repudiada o manchada” (Lv 21,14). Que ciertamente Cristo no tomará en matrimonio un alma meretriz, repudiada, abyecta y manchada, no vale la pena explicarlo. Pero por qué no toma a la viuda, hay que examinarlo diligentemente. Escribiendo a los romanos el apóstol Pablo dice que la Ley (es) la esposa del alma, y declara que cuando muere el esposo, “ella queda libre de la ley del esposo, de modo que ya no es adúltera si se casa con Cristo” (cf. Rm 7,1-3). Lo cual, si sucede, ¿muere la Ley para el alma, es decir, se separa el alma de la Ley, sin obligarse, sin embargo, a la leyes de un casto connubio; y separándose de la Ley, no toma el yugo de la doctrina evangélica? Esta alma no puede casarse con Cristo, ella busca una lasciva libertad, no el culto de una fe virginal y simple.
Sentido espiritual de la expresión: “De tu raza”
Este “sumo sacerdote tomará una virgen de su pueblo” (cf. Lv 21,13). También se puede ver por esa expresión, “de su pueblo”, que el alma de Cristo fue de la especie y de la substancia de todas las almas humanas. En segundo lugar, porque llama creyentes a quienes creen en Él, puede asimismo decirse que es de su especie el alma que está unida a Él en la fe como en las nupcias. Sin embargo, no quiero ocultar esto: que los hebreos niegan tener en la Escritura lo que encontramos entre los traductores de la Setenta: “De su raza”. Y con justicia no lo tienen escrito. Porque les ha sido quitado el parentesco con Dios, les ha sido quitada la adopción de hijos y transferida a la Iglesia de Cristo. Por tanto, aquellos no tienen escrito que sean de la raza de Cristo, porque no lo merecieron. En cambio, nosotros que tenemos y leemos esto, alegrémonos ciertamente del favor de Dios, pero con cautela y solicitud cuidemos que nuestra vida, nuestras acciones, nuestras costumbres no nos hagan caer un día; y nos conduzca a nuestra condenación eso mismo: que siendo de la raza de Cristo (cf. Hch 17,29), nos entreguemos a acciones indignas, deshonrosas y diabólicas. Por ende, “quien tiene esposa, es el esposo” (Jn 3,29). Oye cómo Cristo dice que Cristo (es) el esposo, pero su esposa se dice del alma que por la simplicidad de su fe y la pureza de sus actos se muestra incorrupta y virgen. Puesto que el Señor dice también por el profeta Jeremías: “¿Acaso no me llamaste, Señor, padre y principio de tu virginidad?” (cf. Jr 3,4 LXX).