OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (407)

Natividad de Jesucristo

Siglo XV

Liturgia de las Horas

Holanda

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía XII: Sobre el sumo sacerdote

Solamente el verdadero Sumo Sacerdote está incontaminado

“No estará contaminado por su padre o por su madre” (Lv 21,11). Este pasaje de la Escritura es muy difícil de explicar, pero si con sus oraciones suplican a Dios el Padre del Verbo para que se digne iluminarnos, por el mismo don (de Dios) la explicación será posible. Todo el que ingresa en este mundo se dice que se ha formado con una cierta contaminación. Por ello también dice la Escritura: “Nadie está exento de alguna mancha, ni aunque su vida fuera de un día” (cf. Jb 14,4-5). Por el hecho mismo, entonces, de estar puesto en el seno de una madre (cf. Jb 3,11), y haber recibido la materia del cuerpo de la fuente de la semilla paterna, puede decirse que por el padre y por la madre está impuro (cf. Lv 21,11). ¿O no es sabido que el niño varón, cuarenta días después del nacimiento, es ofrecido en el altar para ser allí purificado (cf. Lv 12,2 ss.), como si fuera impuro desde su misma concepción, bien por la semilla paterna, bien por el útero de la madre? Por tanto, todo hombre es impuro por el padre y por la madre, excepto solo mi Señor Jesús que entró puro en esta generación, y no fue manchado en la madre. Porque ingresó con un cuerpo incontaminado. Puesto que Él mismo era quien también antes dijo por Salomón: “Ante todo como era bueno, vine en un cuerpo sin mancha” (Sb 8,20). Por consiguiente, no fue contaminado en la madre ni tampoco ciertamente en el padre. Porque José nada puso para su generación, excepto su ministerio y su afecto; por donde también por su fiel ministerio la Escritura le concedió el nombre de padre. Así, en efecto, María misma dice en el Evangelio: “He aquí que yo y tu padre te buscábamos afligidos” (Lc 2,48). De modo que sólo este Sumo Sacerdote no está manchado ni por el padre ni por la madre

Nuestro Señor Jesucristo no conoció pecado

Pero veamos si todavía podemos encontrar algo más sublime y que (convenga) a la dignidad de tan gran pontífice. Se dice que Dios (es) el verdadero Padre de todos. Pero el Apóstol afirma que “la Jerusalén celestial es nuestra madre” (cf. Ga 4,26; Hb 12,22). Por tanto, todos los que pecan están contaminados en el Padre, por quien fueron creados. Porque si hacemos algo impío, o si hablamos o pensamos contra Dios, cuando no creemos en Dios, estamos contaminados en el Padre. Pero ojalá que esto no suceda sino en el tiempo de la incredulidad, pero que cese una vez que hayamos creído. Así también, entonces, somos contaminados en la madre si creyendo en Dios, u ofendemos a la Iglesia, o mancillamos la libertad de nuestra madre celestial con la indigna servidumbre del pecado. En cambio, sólo nuestro Señor Jesucristo, “que no conoció pecado” (cf. 2 Co 5,21), ni en el padre ni en la madre fue contaminado, y no salió del santuario (cf. Lv 21,11-12).

No saldrá del santuario

Había, sin duda, más arriba otras cuestiones para proponer a los judíos, a las cuales no podrían responder; pero omitidas aquellas, ahora que nos dicen sobre estas palabras, o ellos mismos, o los que quieren que la Ley sea comprendida según la letra[1]; si estos (rasgos) no se refieren a nuestro Pontífice y Salvador, ¿de qué modo se probará, según la letra, que “el sumo sacerdote no saldrá del santuario” (cf. Lv 21,12), y que deberá tomar como esposa, como se dice después, “a una virgen de su pueblo” (cf. Lv 21,13)? Si no sale del santuario, si no va a ninguna parte, ¿por qué o para qué se le ordena tomar una esposa? Porque no se puede pensar que permanece con la esposa dentro del santuario. Que esto lo crean aquellos a quienes les agradan las fábulas judaicas (cf. Tt 1,14).

Cristo nunca sale del santuario

Nosotros, en cambio, tenemos “un sumo sacerdote según el orden de Melquisedec” (cf. Sal 109 [110],4), Jesucristo, que nunca sale del santuario; porque siempre está en el santuario y permanece siempre santo en sus palabras, santo en sus acciones, santo en todas sus voluntades, y es el único a quien nunca se encontrará fuera del santuario. Puesto que, el que peca, sale del santuario y cuantas veces peca, tantas veces sale fuera del santuario. Pero Cristo, que nunca pecó (cf. 1 P 2,22), nunca salió del santuario.

Permanecer en el santuario

Pero también tú, que sigues a Cristo y que eres su imitador, si permaneces en la palabra de Dios, si “meditas en su Ley día y noche” (cf. Sal 1,2), si practicas sus mandamientos, siempre estás en el santuario y nunca te apartas de allí. Porque no (es) en un lugar que hay que buscar el santuario, sino en las acciones, en la vida y en las costumbres. Las cuales si son según Dios y conformes a los preceptos de Dios, aunque que esté en una casa, o en foro, ¿y qué digo, en el foro?, aunque te encuentres en el teatro, sirviendo a la palabra de Dios, no dudes que estás en el santuario. ¿O no te parece que Pablo estaba en el santuario cuando ingresó en el teatro, cuando entró en el Areópago (cf. Hch 17,19), y predicó a Cristo a los atenienses? Pero también cuando caminaba entre los altares y los ídolos de los atenienses, donde encontró escrito: “Al dios desconocido”; y de esta expresión tomo el exordio para la predicación de Cristo, incluso allí donde observó los altares paganos (cf. Hch 17,23) estaba ubicado en el santuario, porque (tenía) pensamientos santos. Pero también quienquiera que se custodie a sí mismo, después de recibir la gracia de Dios, para no caer en el homicidio, en el adulterio, en el robo, en el falso testimonio (cf. Mt 15,19) y otras cosas semejantes, sino que permanece puro de todo contagio de pecado, no sale del santuario, no contamina la santificación de su Dios en sí mismo, porque el santo óleo de la unción (cf. Ex 29,7 ss.) de su Dios está sobre él.

El santo aceite de la divina unción

Aquel aceite sobre el que está escrito en el Éxodo, ¿cómo puede decirse, según la letra, que (es) propiamente aceite de Dios, cuando está elaborado según el arte de un perfumista[2], o de un droguero? Pero si quieres ver el aceite de Dios, oye a quien declara el profeta que ha sido ungido con el aceite de Dios, aquel sobre quien sin duda dice: “Por eso te ha ungido Dios, tu Dios, con aceite de alegría sobre tus compañeros” (Sal 44 [45],8). Por tanto, este es el Sumo Sacerdote, el único que ha sido ungido con el aceite de Dios, y en el que siempre ha permanecido el santo aceite de la divina unción.



[1] Lit.: según su sentido mismo (secundum ipsorum sensum).

[2] Lit.: myrepsicus: preparación de perfumes, transliteración del griego myrepskós.