OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (393)
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía IX: Sobre los sacrificios de propiciación, los dos cabritos y el ingreso del pontífice en el Santo de los santos
Expulsar de nuestro corazón todo lo que no es de “la suerte” del Señor
6. Cuando hablamos de la suerte, que el oyente no la entienda como se suele hablar de la suerte entre los hombres: por fortuna y no por la facultad de juzgar. “La suerte del Señor” debe entenderse como si se dijera elección del Señor o parte del Señor; por el contrario, la suerte del que es enviado al desierto debe comprenderse como aquella parte que, por su indignidad, es despreciada y desechada por el Señor. Porque además también la misma palabra “chivo emisario” contiene el significado de desechado y rechazado. Lo cual podemos asimismo entenderlo por medio de un ejemplo: asciende a tu corazón un mal pensamiento, la concupiscencia por la mujer de otro o por una posesión vecina; en seguida comprende que ellos son de la suerte del chivo expiatorio, recházalos de inmediato y expúlsalos de tu corazón. ¿De qué forma los arrojas fuera? Si tienes contigo la ayuda del “hombre preparado” (cf. Lv 16,21), esto es si está la lectio divina en tus manos y tienes los preceptos de Dios ante tus ojos, entonces te encontrarás verdaderamente preparado para rechazar y expulsar a los que son de una heredad (lit.: suerte) ajena. Pero también la ira si asciende a tu corazón, o los celos, o la envidia, o la malicia “para suplantar a tu hermano” (cf. Os 12,3), debes estar preparado para rechazarlos, expulsarlos y enviarlos al desierto. Pero que asciendan a tu corazón “los pensamientos que son de Dios” (cf. 1 Co 7,34): de misericordia, de justicia, de piedad, de paz, éstos son de la heredad (lit.: suerte) del Señor, éstos se ofrecen en el altar, éstos los recibe el pontífice y por ellos te reconcilia con Dios.
“El hombre preparado”
Por eso, entonces, también el que expulsa al que tiene la parte (lit.: suerte) del chivo expiatorio (cf. Lv 16,10), esto es los malos pensamientos, los malos deseos, no es un hombre perezoso ni ocupado en los negocios seculares, sino preparado, pronto y vigilante; que incluso si parece ser manchado porque tocó algo impuro, en seguida “lavará sus vestimentas y quedará purificado” (cf. Lv 16,26; 13,6).
Lo que podemos entenderlo, en cuanto nos concierne a cada uno de nosotros, según el sentido moral: “el hombre preparado” (cf. Lv 16,21) es la razón misma, que está dentro nuestro, por la cual se discierne lo que es bueno y malo para nosotros (cf. 1 R 3,9); la cual si parece ser manchada mientras discute y trata sobre esas mismas realidades, que son malas, sin embargo, si las desecha y las expulsa del corazón y las manda lejos, entonces la inteligencia racional, como purificada y lavada por los mejores pensamientos, parecerá pura.
Asumió nuestra carne
No te sorprendas que asimile incluso la persona del Salvador a quien rechaza el chivo y lo expulsa al desierto, porque dice que “lava sus vestimentas” y deviene puro, por aquello que leemos que el profeta afirma sobre el Señor, como más arriba lo dijimos: “Y vi a Jesús, el sumo sacerdote, vestido con vestimentas manchadas” (cf. Za 3,1. 3); lo cual si se lo comprende piadosamente, puesto que asumió nuestra carne, también aquí por esas vestimentas que hay que lavar, se puede conservar la misma figura.
La purificación de los labios
7. Veamos, después de esto, cuáles son las acciones que realiza el pontífice: “Y toma, dice (la Escritura), un incensario lleno de carbones de fuego del altar que está delante del Señor” (Lv 16,12).
Leemos asimismo en Isaías que el profeta fue purificado por medio del fuego por «uno de los Serafines que le fue enviado, cuando tomó con una tenaza uno de los carbones que estaban sobre el altar, tocó los labios del profeta y dijo: “He aquí que borró tus iniquidades”» (Is 6,6-7). Me parece que hay un (sentido) místico y éste indica que a cada uno, según en qué pecó, si fuere digno de ser purificado, se le aplican carbones en sus miembros. Porque por eso el profeta dice esto: “Tengo labios impuros, en medio de un pueblo que tiene labios impuros habito” (Is 6,5), por lo cual el carbón tomado con una tenaza por el Serafín purificó sus labios, los únicos que confesó tener impuros. Por lo cual se muestra que se encontraría en él pecado sólo de palabras, pero que ningún pecado tenía de acciones u obras; sino habría dicho: “Tengo un cuerpo impuro”, o: “Tengo los ojos impuros”, si hubiera pecado deseando lo ajeno; y habría dicho: “Tengo las manos impuras”, si las hubiera manchado con obras impuras. En cambio, porque ahora sin duda sólo tiene conciencia de haber pecado de palabra, sobre lo cual dice el Señor: “Puesto que también de una palabra ociosa deberán dar cuenta en el día del juicio” (cf. Mt 12,36), porque también a los perfectos les es difícil evitar el pecado de palabra, por eso mismo el profeta necesitaba una sola purificación de los labios.