OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (387)
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía VIII: Sobre la mujer que concibe y da a luz. Sobre la lepra y su purificación
La quinta purificación
Pero[1] estos (ritos) se hacen cuando está dentro del campamento, sin embargo todavía fuera de su casa (cf. Lv 14,9). Porque dice que siete días después: “En el día octavo tome para sí dos corderos”. Ya no los toma otro, sino que él mismo los toma para sí. “Dos corderos, dice (la Escritura), sin defecto, una cordera sin defecto de un año, y tres décimos de flor de harina mezclada con aceite, y una medida[2] de aceite” (Lv 14,10), para que después de esta quinta purificación quede perfectamente purificado.
Los dos corderos
De estos dos corderos, uno sin duda es inmolado, como se dice, por la falta: “En el lugar, dice (la Escritura), en que se inmola por el pecado y donde se hacen los holocaustos, en el lugar santo” (Lv 14,13). He aquí que ya se ha hecho digno para ofrecer el sacrificio el que podido llegar a la quinta purificación, y su víctima es muy santa (cf. Lv 14,13). Pero el otro cordero se convierte en holocausto, por el cual “el sacerdote, se dice, hace propiciación por sí mismo[3], para ser purificado” (cf. Lv 14,19. 20). Entonces, el primer cordero, que es por la falta, me parece que significa la virtud que asume el que estaba en el pecado, por la cual puede rechazar de sí el afecto a pecar y hacer penitencia por (sus) antiguos males; pero el segundo cordero es figura de la virtud ya recuperada, por la cual desechados y desterrados lejos todos los vicios, se ofrece a Dios íntegro y restaurado, y se yergue con dignidad ante los divinos altares.
La cordera
La cordera, que se toma después de los corderos (cf. Lv 14,10), en cuanto podemos conjeturarlo en tan difíciles pasajes, creo que designa la fecundidad del que se ha convertido del pecado y se ha ofrecido por entero a Dios, lo que le permite, después de todas (estas purificaciones), dar a luz buenas obras y tener muchos frutos de inocencia.
Por consiguiente, esta purificación, es decir esta conversión del pecado, se divide en tres etapas. La primera víctima es aquella por la que se absuelven los pecados; la segunda es aquella por la cual el alma se convierte a Dios; la tercera, es la fecundidad y el fruto que muestra en las obras de piedad aquel del que se dice que se ha convertido. Y porque las víctimas son tres, por ello se agrega que hay que tomar también tres medidas de flor de harina (cf. Lv 14,10), para que comprendamos que en ningún lugar se puede hacer la purificación sin el misterio de la Trinidad.
Flor de harina
Pero mira que en esta quinta purificación no se toma harina, sino que ahora es esa flor de harina la que purifica de los pecados; se prescribe la flor de harina, para que entonces haya un pan puro, y éste rociado con aceite. Mas también su aceite se divide en dos usos: uno, para rociar la flor de harina; otro, cuando el sacerdote toma, como se dice, una medida íntegra de un vaso de aceite (cf. Lv 14,10)[4]. Con lo cual, yo creo, su pan se hace pingüe por la misericordia y el aceite, el cual se enciende en luz verdadera y en fuego de sabiduría, por “las manos del sacerdote que lo impone sobre su cabeza” (cf. Lv 14,18).
Presentación y unción del que se ha curado de la lepra
Por eso dice: “Y lo parará, afirma (la Escritura), el sacerdote que lo purifica, en presencia del Señor, a la entrada de la puerta de la carpa del testimonio” (Lv 14,11). Mira por qué, a quien se convierte del pecado, el sacerdote debe pararlo: para que pueda estar estable y no fluctúe más ni “lo mueva el viento de cualquier doctrina” (cf. Ef 4,14). Por consiguiente, lo para no sólo dentro del campamento, sino “a la entrada misma de la carpa del testimonio, ante el Señor” (Lv 14,11). Y después, según lo que se dijo más arriba, se ofrecerán las víctimas por la purificación, toma -dice- una medida de aceite y la pone aparte ante el Señor (cf. Lv 14,10. 11). “Y el sacerdote, dice (la Escritura), toma la sangre y la pone sobre el lóbulo del oído derecho, sobre el extremo de su mano derecha y sobre el extremo de su pie derecho” (Lv 14,14). Y después de esto, dice, tomará el sacerdote no de la medida misma de aceite, sino que “de esa medida, dice, versará (algo) en su mano izquierda, y mojará su dedo en el aceite que está en la mano izquierda, y asperjará siete veces en presencia del Señor” (Lv 14,15-16). Y de nuevo: “Y el aceite que sobre en su mano izquierda, lo impondrá sobre el oído derecho del que es purificado, sobre el extremo de su mano derecha y sobre el extremo de su pie derecho” (Lv 14,17). Y después de esto: “Lo que quede del aceite, dice, lo impondrá con su mano el sacerdote sobre la cabeza del que es purificado” (Lv 14,18).
Ves de qué modo la última y suma purificación es la purificación del oído, para que la audición se conserve pura y limpia; también la mano derecha, para que nuestras obras sean puras, sin que se mezcle nada impuro y sórdido. Pero también los pies deben ser purificados, para que sólo se dirijan a la obra buena, sin caer de nuevo en las faltas de la juventud.
Las siete aspersiones con el aceite
“Que el sacerdote haga siete veces la aspersión con aceite en presencia del Señor” (cf. Lv 14,16). Porque después de todos (los ritos) celebrados por el purificado, luego que se ha convertido y reconciliado con Dios, después de la inmolación de las víctimas, el ordenamiento exige que se invite a la fuerza séptuple del Espíritu Santo sobre él, según aquél que dijo: “Devuélveme la alegría de tu salvación, y confírmame en tu espíritu principal” (Sal 50 [51],14). O como ciertamente lo atestigua el Señor en el Evangelio, ya que los corazones de los pecadores son sede de siete demonios (cf. Lc 11,26) conviene que en la purificación el sacerdote asperja siete veces en presencia del Señor, para que la expulsión de los siete espíritus malignos del corazón purificado sea declarada por el aceite sacudido siete de los dedos.
La gracia del Espíritu
Así, por tanto, a los convertidos del pecado, sin duda la purificación se les da por todo lo que dijimos más arriba; en cambio, el don de la gracia del Espíritu se designa por medio de la imagen del aceite, para que, quien se convierte del pecado, no sólo pueda conseguir la purificación, sino que también esté lleno del Espíritu Santo; por el cual pueda recibir la estola principal y el anillo (cf. Lc 15,22), y en todo reconciliado con el Padre, sea restablecido en el lugar de hijo, por el mismo Jesucristo nuestro Señor, a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).
[1] Fragmento griego: «En el día octavo, viviendo en el campamento (cf. Lv 14,9), tomará él mismo, no otro, los animales y los presentará, con el aceite y la flor de harina con aceite. Como para que quedar perfectamente purificado. Y en el lugar santo inmola el que se ha hecho digno, llegado a esa quinta purificación, y su víctima es muy santa. El cordero (que ofrece) por las faltas es la acción virtuosa que purifica los pecados; una ofrenda hecha fielmente con frutos dignos; ofrecida íntegramente a Dios, alimento que por el fuego ha sido hecho (digno) del altar. Pero con la oveja lleva los frutos del alma que se ha purificado ofreciendo esas purificaciones. Y porque son tres las víctimas hay que separar tres décimos de flor de harina. Mas en la quinta purificación no habla de harina, sino de flor de harina, sustancia del pan puro, mezclada (o: amasada) con aceite; y (aceite) que alimenta la luz (verdadera), no sólo el fuego. Y por medio de la mano de otro recibe el aceite. Y de nuevo, el sacerdote que lo purifica lo presentará ante (el Señor); no sólo dentro del campamento, sino también a la entrada de la carpa del testimonio delante del Señor (cf. Lv 14,11)» (Origenes Werke…, pp. 414-416; cf. Procopio de Gaza, Comentario al Levítico, 14,9 ss.; PG 87,741-742).
[2] Lit.: cyathum olei (un cuarto de litro). El cyathus era la duodécima parte de un sextario, es decir aproximadamente 0,0456 lts.
[3] Llama la atención el pro ipso (por sí mismo), en vez del pro eo (por el que se está purificando).
[4] Integram mesuram cyathi.