OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (356)
La Anunciación, la Visitación, la Natividad de Jesucristo,
el rey Herodes y los Magos
Hacia 1030
Echternach, Luxemburgo
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía IV: El sacrificio de reparación por el daño causado al prójimo
Sobre lo que está escrito: “Si una persona peca y transgrede, omitiéndolos, los preceptos del Señor, y miente a su prójimo sobre un depósito o una sociedad” (Lv 6,1-2 [5,20-21[1]]) y lo demás.
Las palabras de Dios “son espíritu y vida”
1. Si según esa confianza (que nos da) la Ley divina, el Señor dijo a Moisés lo que se nos ha leído, creo que, como palabras de Dios, no deben ser comprendidas según la incapacidad del oyente, sino conforme a la majestad del que habla. “El Señor, dice (la Escritura), habló” (Lv 6,1 [5,20]). ¿Qué (significa)[2] el Señor? Te responde el Apóstol y aprende de él mismo que “el Señor es Espíritu” (2 Co 3,17). Y si no te basta la palabra del Apóstol, oye al mismo Señor que en el Evangelio dice: “Dios es Espíritu” (Jn 4,24). Por tanto, si el Señor, y (si) Dios es Espíritu, lo que el Espíritu dice, debemos oírlo espiritualmente. Yo todavía diría asimismo algo más amplio, porque las (palabras) que dice el Señor no sólo son espirituales sino que también se debe creer que son espíritu. No probaré esto con mi inteligencia, sino con los Evangelios; oye al Señor y Salvador nuestro que dice a sus discípulos: “Las palabras que les dije son espíritu y vida” (Jn 6,63). Por tanto, si aprendimos de la misma voz del Salvador que las palabras, que les dijo a los apóstoles, son espíritu y vida, no debemos dudar que también hay que creer que las que habló por Moisés son espíritu y vida.
Sobre las faltas cometidas contra otros y cómo se debe reparar
2. Pero veamos cuáles son las otras cosas que debemos decir, en la medida que podamos, sobre el tema presente. «Y el Señor, dice (la Escritura), habló a Moisés diciendo: “Cualquier persona que peque y transgreda, omitiendo los preceptos del Señor, y mienta a (su) prójimo sobre un depósito, o una sociedad, o un robo, o dañe en algo al prójimo, o encuentre (un objeto) perdido y mienta sobre él, y jure en falso sobre una cualquiera de las cosas que el hombre hace, de modo que peque en esto; deberá, porque pecó y delinquió, devolver lo que robó, reparar la injuria con la que dañó, o (devolver) el depósito que le había sido confiado, o (el objeto) perdido que encontró, o toda cosa por lo cual haya jurado falsamente; y la restituirá por completo, agregando un quinto; y la devolverá a quien pertenece, en el día que fuere acusado”» (Lv 6,1-5 [5,20-24]. Hasta aquí por ahora se enumeraron las especies de pecado; pero después se manda purificarse por medio de víctimas (cf. Lv 6,6 [5,25]).
Dejarse instruir por el espíritu de la palabra de Dios
Si quienes son débiles e incapaces de profundizar los misterios[3], se edifican por la letra, sepan también por qué, si alguien “peca y transgrede, omitiendo, los preceptos del Señor, y miente a (su) prójimo sobre un depósito, o una sociedad, o un robo” (cf. Lv 6,2 [5,21]), es juzgado reo de un grave pecado. Pero que Dios preserve de esto a su Iglesia, de modo que yo no crea que haya alguien en esta asamblea de santos que proceda tan infelizmente como para negar un depósito de su prójimo, o corromper fraudulentamente una sociedad, o robar los bienes ajenos, o recibir bienes robados por otros, y por esos (bienes), si se los reclaman, jurar contra (su) conciencia. Lejos, digo, que yo piense esto de alguno de los fieles. Puesto que confiadamente digo sobre ustedes que “no fue así que conocieron a Cristo”, ni “fueron formados” así (cf. Ef 4,20. 21). Pero tampoco la Ley misma prescribe esto para los santos y fieles. ¿Quieres saber por qué no les dice esto a los santos y justos? Oye al Apóstol distinguiendo: “La Ley, dice, no está establecida para el justo, sino para los injustos y rebeldes, impíos y corruptos, parricidas y matricidas” (1 Tm 1,9-10), y los (que son) semejantes a ellos. En consecuencia, porque el Apóstol dice que la ley fue establecida para este género de hombres, que la Iglesia de Dios -que quiera Dios no se manche con estos crímenes- se instruya más santamente del espíritu, dejando a otros la letra.
El depósito de la imagen y semejanza de Dios está en nuestra alma
3. Por lo tanto, veamos ahora cuál es el depósito (cf. Lv 6,4 [5,23]) que ha recibido cada uno de los fieles. Yo pienso que también nuestra misma alma y nuestro cuerpo los recibimos de Dios en depósito. ¿Y quieres ver otro depósito mayor que recibiste de Dios? A tu alma misma Dios le encomendó “su imagen y semejanza” (cf. Gn 1,26-27). Por consiguiente, este depósito deberás devolverlo íntegro, en cuanto que te consta que así lo recibiste. Porque si eres misericordioso, “como es misericordioso tu Padre celestial” (cf. Lc 6,36), la imagen de Dios está en ti y conservas íntegro el depósito (cf. 2 Tm 1,14). Si eres perfecto, “como tu Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), el depósito de la imagen de Dios permanece en ti. Lo mismo también para todo lo restante: si eres piadoso, justo, santo, “puro de corazón” (cf. Mt 5,8), si todo lo que en Dios está presente por naturaleza existe en ti por imitación, el depósito de la imagen divina está a salvo en ti. Pero si haces lo contrario, y en vez de misericordioso eres cruel, impío en vez de piadoso, violento en vez de benigno, turbulento en vez de pacífico, ladrón en vez de generoso, rechazas la imagen de Dios, recibes en ti la imagen del diablo y reniegas del buen depósito que Dios te confío. ¿O no era esto lo que de forma misteriosa el Apóstol ordenada al discípulo elegido, Timoteo, diciendo: “Oh Timoteo, custodia el buen depósito” (1 Tm 6,20)?
Yo también agrego esto: hemos recibido en depósito a Cristo el Señor y tenemos en depósito al Espíritu Santo. Por tanto, veamos de no usar impíamente[4] este santo depósito que está en nosotros y, cuando los pecados nos solicitan el consentimiento, no juremos que no recibimos el depósito. Puesto que si lo tenemos en nosotros, no podemos consentir al pecado.
Pero también el sentido espiritual mismo, que está en mí, me ha sido dado para que lo use a fin de comprender las (realidades) divinas: entendimiento, memoria, juicio, razón y todos los movimientos que están dentro mío, pienso que me han sido confiados por Dios, para que los utilice conforme a lo que manda la Ley divina[5]. En cambio, si se dirige el entendimiento ingenioso y perspicaz hacia malas artes, a abusar de las cosas de Dios, en aquellas cosas que Dios no quiere, esto es negar el depósito y convertir los beneficios en perfidia[6].
[1] La primera referencia corresponde a la numeración de la versión de los LXX, mientras que las indicaciones entre corchetes envían al texto de la Biblia hebrea (y nuestras traducciones modernas).
[2] Lit.: ¿Qué cosa es el Señor? (Quid est Dominus?).
[3] O: (captar) un sentido misterioso más profundo (profundioris mysterii).
[4] Lit.: no santamente (non sanctae).
[5] Ut iis utar in his, quae pracepit lex divina.
[6] O: infidelidad (perfidia).