OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (350)

La venida del Hijo del Hombre

1517

Misal

París (?)

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía II: Sobre el rito de los sacrificios

“Nuestra ciudad está en el cielo”

5. Pero veamos que hay que pensar también sobre esto que se nos acaba de leer: “Si un alma del pueblo de la tierra, dice (la Escritura), pecare sin quererlo, haciendo, de entre todos los mandamientos del Señor, algo que no se debe, y comete pecado, y el pecado que ha cometido fuera conocido, que lleve su ofrenda: una cabra hembra sin mancha del (rebaño) caprino, ofrecida por el pecado que ha cometido” (Lv 4,27-28). Y después de todo esto se narra el rito de la expiación, según lo expusimos más arriba.

Sobre el alma, qué hay que pensar cuando dice que hace una ofrenda bajo (el peso) del pecado, (esto) lo explicamos más arriba como pudimos (cf. Hom. 2,2). Pero lo que se agrega en este lugar: “Si pecare un alma, dice, del pueblo de la tierra”, no me parece superfluo. ¿Por qué quién dudará que esto que dice la Ley se dice para las almas o el pueblo que están sobre la tierra? Entonces, ¿por qué fue necesario que a la expresión: “Si peca un alma”, se añadiera: “Del pueblo de la tierra”? Pero hay que ver si, tal vez, para distinguirlo de otro pueblo, que no es de la tierra (cf. Jn 3,31), se dice que esta alma que peca es del pueblo de la tierra. Porque esta palabra no puede convenir a aquél que decía: “Nuestra ciudad (conversatio) está en el cielo, de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesús” (Flp 3,20). Por tanto, ¿cómo (puede) decirse con justicia de esta alma: “pueblo de la tierra”? Ella no tiene nada en común con la tierra, sino que está toda (ella) en el cielo y allí habita, “donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (cf. Col 3,1); adonde también “desea volver y estar con Cristo: porque es mucho mejor; pero juzga necesario permanecer en la carne a causa de nosotros” (Flp 1,24-25).

Un pasaje difícil

Por consiguiente, esta alma que peca, del pueblo de la tierra, es la que cumple uno de entre todos los mandamientos del Señor, uno que no debía cumplir. Largo tiempo esta palabra me tuvo atónito, (como) en un cierto estupor, porque no veía lógica en la sentencia: “Peca un alma y cumple uno de los mandamientos de Dios que no debía”. Puesto que si es un mandamiento del Señor, ¿cómo no debe ser cumplido, cuando ciertamente para esto han sido dados los mandamientos del Señor: para cumplirlos? ¿Y cómo se dice aquí que el alma peca (cuando) cumple uno de los mandamientos del Señor que no debía? Y quizá algunos verán un error de expresión hecho por los traductores. Pero una investigación cuidadosa me ha hecho descubrir que todos los traductores presentan el mismo (texto), y por ende no se trata de un error de expresión, sino del sentido de una idea más profunda, que hay que indagar.

La compresión espiritual de la Ley

Por tanto, en cuanto nos puede venir al pensamiento, esta me parece la solución: algunos mandamientos del Señor son dados para que se cumplan, otros para no ser cumplidos[1]. Pero estos que deben cumplirse, la debilidad humana exige que se encuentren inscritos entre los que no se deben cumplir. Tomemos un ejemplo de la materia misma que tenemos entre manos: los sacrificios. Se orden inmolar un cordero en Pascua (cf. Ex 12,3); no (es) que Dios exija verdaderamente el sacrificio de un cordero cada año, sino que indica que se debe inmolar “aquel cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Por consiguiente, quiere que se haga esto, no aquello[2]. Porque así dice por Isaías: “¿Qué me (importan) la multitud de sus sacrificios? dice el Señor. Estoy harto de los sacrificios de carneros, de la grasa de corderos, de la sangre de toros y de chivos, no los quiero” (Is 1,11). ¿Has escuchado cómo no quiere el sacrificio de carneros ni la sangre de corderos? Sin embargo, prescribió de qué modo se deben ofrecer los sacrificios de toros o de corderos. Pero el que busca comprender espiritualmente la Ley busca ofrecer espiritualmente estos (sacrificios). Pero si alguien ofrece según la forma del mandamiento carnal, éste es “un alma del pueblo de la tierra, que peca sin quererlo, cumpliendo de entre todos los mandamientos del Señor uno que no debía, y peca” (Lv 4,27); y del mismo modo se añade en lo que sigue: “Y cuando se hiciere conocido aquel pecado que ha cometido, llevará su ofrenda ante el Señor” (Lv 4,28). Porque el alma debe llevar su ofrenda cuando se le indique que Dios no busca un sacrificio carnal, puesto que “el sacrificio para Dios es un espíritu afligido” (Sal 50 [51],19). Por tanto, es advertida de su pecado cuando aprende de lo que dice el Señor: “Prefiero la misericordia al sacrificio” (Os 6,6); y cuando acepta inmolar el sacrificio de alabanza en la Iglesia y cumplir “sus votos al Altísimo” (cf. Sal 49 [50],14), por Cristo nuestro Señor, “a quien sean la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (cf. Rm 16,27).



[1] Ut non fiant.

[2] Illud noluit (no quiere aquello).