OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (344)
Manuscrito con escenas de la vida de san Francisco de Asís
Hacia 1320-1342
Bologna, Italia
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía I: El holocausto del ternero joven
Quitar la piel de la víctima
4. “Y despellejando, dice (la Escritura), la víctima[1], la dividirán miembro por miembro, y los hijos del sacerdote Aarón pondrán fuego sobre el altar, y dispondrán leños en el fuego; y los hijos del sacerdote Aarón colocarán los miembros divididos, la cabeza, la grasa y los leños que están sobre el altar. Pero las entrañas y las patas las lavarán con agua, y el sacerdote pondrá todo sobre el altar. Es una víctima y un sacrificio en olor de suavidad para el Señor” (Lv 1,6-9). Cómo se despelleja la palabra de Dios, que aquí es llamada ternero, y cómo se la divide miembro por miembro por los sacerdotes (cf. Lv 1,4), es algo que vale la pena señalar.
Yo pienso que aquel sacerdote que quita el cuero del ternero ofrecido en holocausto y saca la piel, que recubre sus miembros, (es) el que arranca el velo de la letra de la palabra de Dios (cf. 2 Co 3,14) y desnuda los miembros interiores, que son los del sentido espiritual; y estos miembros del conocimiento interior de la palabra no los pone en un lugar bajo, sino en (un lugar) alto y santo, es decir: los coloca sobre el altar, cuando no a hombres indignos, que llevan una vida baja y terrena, les manifiesta los divinos misterios, sino a aquellos que están en el altar de Dios, en quienes siempre arde el fuego divino y siempre se consume la carne.
Dividir el ternero miembro por miembro
Por consiguiente, sobre esos tales se coloca el ternero del holocausto dividido miembro por miembro. Porque divide miembro por miembro el ternero quien puede explicar por orden y tratar con las convenientes distinciones qué progreso sea tocar el borde (del manto) de Cristo (cf. Mt 9,20), cuál otro “lavar sus pies con lágrimas y secarlos con los cabellos de la cabeza” (cf. Lc 7,38. 44), pero cuánto mejor sea “ungir su cabeza con mirra” (cf. Mc 14,3; Mt 26,7; Lc 7,46); pero también qué superioridad tiene “reposar en su pecho” (cf. Jn 13,25; 21,20). Por ende, exponer las causas de cada uno de estos (grados), adaptarlas unas a los incipientes, otras a los que ya progresan en la fe en Cristo, otras a los que ya son perfectos en su conocimiento y en su caridad, esto es “dividir el ternero miembro por miembro”.
Pero también quien sabe mostrar cuáles fueron los inicios de la Ley, qué progreso (trajo) la llegada de los profetas (y) qué plenitud de perfección se encuentra en el Evangelio; o quien puede enseñar con qué leche de la palabra hay que alimentar a los niños en Cristo, con qué legumbre de la palabra restablecer a los que están débiles en la fe y qué alimento sólido y fuerte (cf. Hb 5,12. 14; Rm 14,1. 2) robustece a los atletas de Cristo; quien sabe distinguir cada uno de estos (grados) con una explicación espiritual, este doctor puede ser considerado como aquel sacerdote que “coloca sobre el altar la víctima dividida miembro por miembro”.
Los leños sobre el altar
Añade también los leños sobre el altar (cf. Lv 1,7), para avivar el fuego y que arda, éste (es el que trata) no sólo sobre las facultades corporales de Cristo, sino que mezcla en su exposición también la divinidad. Porque es de lo alto la divinidad de Cristo que aviva ese fuego. Por tanto, todo aquello que fue realizado por el Salvador en el cuerpo, convenientemente lo consumió el fuego celestial y lo restituyó por completo a su naturaleza divina[2]. Sin embargo, (es) por los leños que se prescribe que ese fuego se avive; puesto que a partir de un leño tuvo lugar la pasión de Cristo en la carne. Pero cuando fue suspendido en un leño, terminó la economía de la carne; porque resucitando de los muertos, ascendió al cielo, adonde el fuego, por su naturaleza, muestra el camino. De donde también el Apóstol decía: “Y si conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así” (2 Co 5,16). En efecto, el sacrificio de su carne por la oblación del leño de la cruz ha reunido la tierra y el cielo, lo divino y lo humano.
Lavar con agua
El texto del precepto ordena “lavar en el agua las entrañas con las patas” (cf. Lv 1,9), ciertamente para anunciar bajo una predicción figurada el sacramento del bautismo. Porque lava las entrañas quien purifica la conciencia; lava las patas, quien recibe la plenitud del sacramento y sabe que “quien está puro, no necesita que le laven sino los pies” (cf. Jn 13,10), y que “que no puede tener parte con Jesús sino le lavan sus pies” (cf. Jn 13,8).