OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (335)
Los Israelitas recibe el maná en el desierto
Siglos XV-XVI
Liturgia de las Horas
Amiens, Francia
Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo
Homilía XII: Sobre el rostro de Moisés glorificado y el velo que ponía sobre su cara
Aprender del apóstol Pablo el modo de leer la Sagrada Escritura
1. Se nos ha leído un pasaje del Éxodo que puede estimularnos o repelernos al buscar comprenderlo. Estimula a los espíritus estudiosos y libres; repele a los perezosos y llenos de sí mismos[1]. Porque está escrito: “Vieron Aarón y todos los hijos de Israel a Moisés, y su rostro y el color de su rostro habían sido glorificados y temieron acercarse a él” (Ex 34,30). Y poco después: “Ponía, dice, Moisés sobre su rostro un velo. Pero cuando entraba en la presencia del Señor, para hablar con Él, se quitaba el velo” (Ex 34,33-34).
Tratando este pasaje, el Apóstol, con aquella magnífica inteligencia que le caracteriza en los demás, sobre lo cual: “Nosotros tenemos la inteligencia de Cristo” (1 Co 2,16), dice: “Si el ministerio de la muerte inscrito en letras sobre piedra fue glorioso, de tal modo que los hijos de Israel no podían mirar frente a frente a Moisés a causa de la gloria de su rostro, que era pasajera, ¿cuánto más glorioso será el ministerio del espíritu?” (2 Co 3,7-8). Y poco después dice de nuevo: “Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no mirasen el aspecto de su rostro. Porque su inteligencia se embotó; hasta el día de hoy, puesto que, cuando leen a Moisés, un velo está puesto sobre su corazón” (2 Co 3,13-15).
Fijar la mirada. Contemplar la gloria de su rostro
¿Quién no admirará la grandeza de estos misterios? ¿Quién no temerá mucho ser calificado de corazón embotado? La cara de Moisés fue glorificada, pero no podían los hijos de Israel fijar la mirada en su rostro, el pueblo de la sinagoga no podía fijar la mirada. Pero si alguien puede tener una conducta[2] y una vida superiores al resto de la muchedumbre, éste puede contemplar la gloria de su rostro. Porque también ahora, como dice el Apóstol, “está puesto un velo en la lectura del Antiguo Testamento” (cf. 2 Co 3,14) y habla ahora Moisés con el rostro glorificado, pero nosotros no podemos contemplar la gloria que está en su rostro. Pero no podemos porque todavía somos pueblo y no tenemos más deseo[3] ni más mérito que el resto de la multitud.
El velo será quitado
Porque en verdad dice el santo Apóstol: “Pero este mismo velo permanece en la lectura del Antiguo Testamento” (2 Co 3,14), semejante sentencia del ilustre Apóstol nos quitaría toda esperanza de comprensión si no hubiese añadido: “Pero cuando uno se convierta al Señor, el velo será quitado” (2 Co 3,16). Por eso, la causa de que el velo sea quitado se dice que es nuestra conversión al Señor. De lo cual debemos deducir que se nos indica, que, mientras no comprendamos lo que está oculto cuando leemos las Escrituras divinas, mientras que el texto escrito[4] sea para nosotros oscuro y cerrado, todavía no nos hemos convertido al Señor. Porque si estuviésemos convertidos al Señor, sin duda el velo sería quitado.
¿Quiénes no se convierten al Señor?
2. Pero veamos también en qué consiste el hecho mismo de convertirse al Señor. Y para poder saber con más evidencia qué sea un convertido, debemos decir antes qué es un no-convertido[5]. Todo el que, cuando se leen las palabras de la Ley, se ocupa de fábulas profanas, es un no-convertido. Todo el que, cuando se lee a Moisés (cf. 2 Co 3,15), se preocupa de los negocios del mundo, del dinero, de la solicitud del lucro es un no-convertido. Todo el que está agobiado por el cuidado de las posesiones y lleno del deseo de riquezas, el que trabaja con esfuerzo[6] por la gloria del siglo y los honores del mundo es un no-convertido. Pero también el que parece ajeno a estas cosas, asiste y oye las palabras de la Ley, con el rostro y los ojos atentos, pero divaga en su corazón y sus pensamientos, es un no-convertido.
Convertirse es dedicarse a Dios
¿Qué es, entonces, convertirse? Si volvemos la espalda a todo eso, y nos aplicamos a la palabra de Dios con esfuerzo, con obras, con el espíritu, con solicitud, (si) “meditamos en su Ley día y noche” (cf. Sal 1,2), (si) dejadas todas las cosas, nos dedicamos a Dios y nos ejercitamos en sus testimonios (cf. Sal 118 [119],24 y 28), esto es haberse convertido al Señor. Si tú quieres que tu hijo conozca las letras, que llaman liberales, que conozca la gramática y la disciplina retórica, ¿acaso no lo dejarás desocupado y libre de todo; acaso no harás que se entregue con esfuerzo sólo a esto, habiendo dejado lo demás? ¿No harás que absolutamente nada le falte: pedagogos, maestros, libros, gastos, hasta que haya conseguido la perfecta culminación[7] del estudio propuesto? ¿Quién de nosotros se convierte así al estudio de la Ley divina, quién de nosotros se aplica de esta manera? ¿Quién busca las letras divinas con tanto esfuerzo y trabajo como busca las letras humanas?
La gloria está en el interior
¿Y por qué nos lamentamos si ignoramos lo que no hemos aprendido? Algunos de ustedes, apenas han oído lo que se leyó en voz alta se marchan. No se hacen ninguna pregunta uno a otro sobre lo que se ha leído, ninguna conversación, ningún recuerdo del mandato con el que te amonesta la Ley divina: “Pregunta a tus padres y te lo dirán, a tus ancianos y te lo anunciarán” (Dt 32,7). Otros ni siquiera esperan pacientemente hasta que se han proclamado las lecturas en la iglesia. Otros ni siquiera saben si se han leído, sino que en los lugares más escondidos de la casa del Señor se ocupan de fábulas mundanas. De ellos me atrevo a decir que, cuando se lee a Moisés, no sólo se ha puesto un velo sobre su corazón (cf. 2 Co 3,15), sino una pared y un muro.
Porque, si el que está presente, escucha, está atento, examina e investiga las cosas que oye, pregunta por lo que no ha podido entender y aprende, con esfuerzo puede llegar a la libertad del conocimiento, ¿cómo se puede decir que tiene un velo superpuesto en el corazón el que esconde sus oídos para no oír y vuelve la espalda al lector, si ni siquiera llega a él el velo de la letra, es decir, el sonido de la voz, que oculta el sentido? Por tanto, es evidente la figura de cómo se vuelve gloriosa la cara de Moisés: porque las cosas que dice tienen gloria, pero están cubiertas y ocultas, y toda su gloria está en el interior.