OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (334)

Jesucristo alimenta a la multitud

1594

Evangeliario

Lucas el Chipriota

Constantinopla

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Amar al pecador, odiar el pecado

6. Pero, por lo que veo, Jetró no va inútilmente donde Moisés ni en vano come el pan con los ancianos del pueblo en presencia del Señor. Porque da a Moisés un consejo bastante loable[1] y útil: que elija unos hombres y los constituya en jefes del pueblo, “hombres que den culto a Dios, hombres fuertes y que odien la soberbia” (cf. Ex 18,21). Puesto que tales conviene que sean los jefes del pueblo, que no sólo no sean soberbios, sino que incluso odien la soberbia, esto es, que no solamente carezcan de vicios ellos mismos, sino que también odien los vicios en los otros; no digo que odien a los hombres, sino los vicios.

“Y, dice (la Escritura), los establecerás como tribunos, centuriones, jefes de cincuenta y decanos[2], y juzgarán al pueblo en todo momento. Pero los asuntos más graves, los presentarán ante ti” (cf. Ex 18,21-22).

Que escuchen los jefes del pueblo y los ancianos de la pueblo, porque deben juzgar al pueblo en todo momento, sentarse en el tribunal siempre y sin interrupción, dirimir las querellas, reconciliar a los disidentes, reconducir a la amistad a los que (están) en discordia. Que cada uno aprenda su oficio desde las santas Escrituras. Moisés, dice, para estar en las cosas que son de Dios (cf. Ex 18,19), y para explicar al pueblo la palabra de Dios; los otros jefes, a los que llama tribunos -que son llamados, en efecto, tribunos porque presiden una tribu-, y los demás tribunos o centuriones o jefes de cincuentena presiden los juicios de menor importancia, dirimiendo cada uno las causas que le correspondan.

Nunca nos saciamos de considerar atentamente las Escrituras

Pero pienso que esa misma figura no sólo ha sido dada a la Iglesia para el siglo presente, sino que también ha de conservarse para el siglo futuro. Escucha entonces al Señor que dice en el Evangelio: “Cuando se siente, dice, el Hijo del Hombre sobre el trono de su gloria, se sentarán también ustedes sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28). Ves, por tanto, que no sólo juzga el Señor a quien el Padre “ha dado todo juicio” (cf. Jn 5,22), sino que establece asimismo otros jefes que juzguen al pueblo en las causas de menor importancia, pero que los casos de mayor gravedad se los presenten a Él. Por eso también decía el Señor que uno sería reo en el consejo, que otro sería reo de juicio, y de otro: “Será reo de la gehena de fuego” (Mt 5,22). Pero se dice también que rendiremos cuenta de una palabra ociosa (cf. Mt 12,36), y no se dice que rendiremos cuentas a Dios, como se dice sobre el perjurio: “Cumplirás al Señor tus juramentos” (Mt 5,34). Pero incluso “la reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará” (cf. Mt 12,42), he aquí también otro género de juicio. “El que tenga oídos para oír, que oiga” (Mt 13,43). Puesto que todas estas cosas son tipo y sombra de las cosas celestiales e imágenes de las futuras (cf. Col 2,17). Mas como leemos (que está) escrito que “el ojo no se sacia de ver, ni el oído de oír” (Qo 1,8), tampoco nosotros podemos saciarnos de examinar y mirar atentamente las Escrituras: con cuántos pasajes nos edifican, de cuántas maneras nos instruyen.

Hay que aprender a escuchar a todas y a todos

Porque, cuando observo que Moisés, profeta lleno de Dios, a quien Dios hablaba “cara a cara” (cf. Ex 33,11), aceptó un consejo de Jetró, sacerdote de Madián, una gran admiración me lleva hasta el estupor. En efecto, dice la Escritura: “Y oyó Moisés la voz de su suegro e hizo todo lo que le dijo” (Ex 18,24). No dice: “Dios habla conmigo, y con una palabra celestial se me manifiesta qué debo hacer, ¿cómo recibiré consejo de un hombre, y de un hombre pagano, extraño al pueblo de Dios?”, sino que oye su voz y hace todo lo que él dice, y no escucha a quien lo dice, sino lo que dice.

De donde, también nosotros, si alguna vez por casualidad encontramos algo sabiamente dicho por los paganos, no debemos despreciar las palabras junto con el nombre de su autor, ni conviene, por el hecho de poseer la Ley dada por Dios, hincharnos de soberbia y despreciar las palabras de los prudentes, sino que como dice el Apóstol: “Probándolo todo, retengan lo bueno” (1 Ts 5,21). Pero hoy, ¿quién de los que presiden los pueblos, no digo ya si ha recibido de Dios alguna revelación, sino sólo si tiene algún mérito en el conocimiento de la Ley, se digna recibir un consejo de un sacerdote inferior, por no decir de un laico o incluso de un pagano?

La imagen del misterio futuro

Pero Moisés que era “un hombre más manso que todos los hombres” (cf. Nm 12,3), acepta el consejo de un inferior, para dar a los jefes de los pueblos un modelo de humildad y para indicar la imagen del misterio futuro. Porque sabía que en algún día futuro los paganos darían un buen consejo a Moisés, ofreciendo una comprensión buena y espiritual de la Ley de Dios; y sabía que la Ley los escucharía y que haría todo conforme ellos lo dijeran. No puede cumplir la Ley, conforme a lo que dicen los judíos, porque la Ley está encerrada en la carne (cf. Rm 8,3), esto es, en la letra, y no puede hacer nada según la letra: “La Ley no ha llevado nada a la perfección” (Hb 7,19). Pero según este consejo que aportamos a la Ley, todas las cosas pueden observarse espiritualmente, también pueden ofrecerse sacrificios espiritualmente, los cuales ahora no pueden siquiera ser ofrecidos carnalmente; incluso puede ser observada espiritualmente la ley de la lepra (cf. Lv 13-14), que no puede (ser observada) literalmente. Así, según nuestra manera de entender, según nuestra manera de sentir y dar consejos, la Ley lo cumple todo; pero según la letra, no todo sino sólo unas pocas cosas.

Prepararnos convenientemente para escuchar la palabra de Dios 

7. Después de esto, habiendo partido Jetró y habiendo llegado Moisés de Rafidim al desierto del Sinaí, y después de haber descendido allí el Señor hasta Moisés en la columna de nube (cf. Ex 19,2 ss.), para que el pueblo viendo creyera en Él y oyese sus palabras, dijo el Señor a Moisés: “Desciende, da testimonio al pueblo y purifícalos hoy y mañana; que laven sus vestimentas y estén preparados para el tercer día” (Ex 19,10-11).

Si hay alguno que viene para escuchar la palabra de Dios, oiga lo que manda Dios: debe venir santificado para escuchar la palabra, debe lavar sus vestimentas. Porque si traes vestimentas sucias, tú también oirás: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener la vestimenta nupcial?” (Mt 22,12). Nadie, por tanto, puede oír la palabra de Dios, si no es antes santificado, esto es, si no es “santo en el cuerpo y en el espíritu” (cf. 1 Co 7,34), si no ha lavado sus vestimentas. Puesto que poco después ha de entrar a la cena nupcial, ha de comer la carne del Cordero, ha de beber la copa de la salvación. Que nadie entre a esta cena con vestimentas sucias. Esto mismo es lo que manda también la Sabiduría en otro lugar diciendo: “En todo tiempo estén limpias tus vestiduras” (Qo 9,8). Tus vestimentas han sido lavadas ya una vez, cuando viniste a la gracia del bautismo, fuiste purificado en el cuerpo, fuiste purificado de toda mancha de la carne y del espíritu. Por consiguiente, “lo que Dios ha purificado, no lo hagas tú impuro” (cf. Hch 10,15; 11,9).

Escucha ahora otro tipo de santificación: “No te acerques, dice (la Escritura), a mujer hoy y mañana, para que escuches la palabra de Dios al tercer día” (cf. Ex19,15). Esto es lo que también dice el Apóstol: “Bueno es para el hombre no tocar mujer” (1 Co 7,1), salvo, sin embargo, como remedio para aquellos que por su debilidad necesitan el remedio del matrimonio. Pero, con todo, escuchemos el consejo del Apóstol, que dice: “El tiempo es corto, queda que los que tienen mujer, vivan como los que no tienen; los que compran, como si no poseyeran, y los que usan de este mundo, como si no usasen de él. Porque pasa la figura de este mundo” (1 Co 7,29-31), pasa el reino temporal, para que venga el perpetuo y eterno, como se nos manda decir en la oración: “Venga tu Reino” (Mt 6,10), en Cristo Señor nuestro; “a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).



[1] Probabilis: probable, verosímil, que merece aprobación.

[2] O: jefes de diez.