OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (331)

El evangelista san Marcos

Siglo VIII

Lindisfarne Gospels

Northumberland, Inglaterra

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía X: Sobre la mujer encinta que, dos hombres que riñen, hacen abortar (continuación)

“Los miembros del alma”

3. Pero, en cuanto toca al presente, también la parte misma de la alegoría, que siempre suele ocupar mayor espacio, discurrirá más brevemente[1]. No obstante, en la medida en que podamos, intentaremos explicar lo que nos parece de este pasaje. Hemos dicho frecuentemente, que en las Escrituras se nombran los miembros del alma con los mismos vocablos y los mismos oficios que se utilizan o con que son llamados los miembros del cuerpo. Por ejemplo, cuando se dice: “Ves una paja en el ojo de tu hermano, y resulta que en tu ojo hay una viga” (cf. Mt 7,3-4). Es seguro, en efecto, que no se dice del ojo del cuerpo, en el que hay una viga, sino del ojo del alma. Y cuando dice: “El que tenga oídos para oír, que oiga” (cf. Mt 13,9), y: “Que hermosos los pies del que anuncia la paz” (cf. Is 52,7), y muchas otras cosas similares. Pero hemos hecho estas observaciones previas para que no nos turbe la semejanza entre los nombres de los miembros.

Evitar las discusiones

Por tanto, pongamos que están estos dos hombres litigan, dos que discuten entre sí y buscan con diligencia sobre doctrinas o cuestiones de la Ley y, para decirlo con una palabra del Apóstol: acerca “de disputas de palabras” (cf. 1 Tm 6,4). Por eso, también el mismo Apóstol sabiendo que surgen estas discusiones entre hermanos, prescribe y dice: “No quiero contiendas por palabras, que para nada sirven, sino para perdición de los que las oyen” (2 Tm 2,14), y en otro lugar: “Evita las cuestiones sobre la Ley, sabiendo que generan discusiones. El siervo de Dios no debe discutir” (2 Tm 2,23-24). Porque estos que discuten sobre cuestiones, discuten para perdición de los oyentes, por eso golpean a la mujer encinta y hacen abortar a su hijo, ya formado o todavía sin formar. La mujer encinta se dice del alma que acaba de concebir la palabra de Dios.

Los hombres espirituales conciben, es decir, traducen en obras la palabra de la fe

Sobre esta concepción leemos también escrito en otro lugar: “Por tu temor, Señor, hemos concebido en (nuestro) seno y hemos dado a luz” (Is 26,18). Por tanto, no hay que considerar que quienes conciben y en seguida dan a luz son mujeres, sino hombres y hombres perfectos. Escucha al profeta que dice: “Si la tierra da a luz en un día, y nace un pueblo de una sola vez” (Is 66,8). Ésta es la generación de los perfectos, que nace inmediatamente el mismo día en que fue concebida. Pero para que no te parezca extraño lo que hemos dicho, que los hombres dan a luz, ya hemos explicado hace un instante cómo debes recibir los nombres de los miembros, para alejarte de los sentidos corporales y comprenderlos del hombre interior. Pero si todavía quieres, también sobre esto, una satisfacción tomada de las Escrituras, escucha al Apóstol cuando dice: “Hijitos míos, a los que doy de nuevo a luz, hasta que Cristo esté formado en ustedes” (Ga 4,19). Son, entonces, los hombres fuertes y perfectos los que, apenas conciben, dan a luz, esto es, traducen[2] en obras la palabra de la fe que han concebido

El alma débil es aquella en la que todavía no está formada la Palabra de Dios

El alma que concibe, y que retiene en el vientre y no da a luz, es llamada mujer, como dice el profeta: “Le llegaron dolores de parto, y no hay en ella fuerza para dar a luz” (cf. Is 37,3). Por consiguiente, esta alma, que ahora es llamada mujer a causa de su debilidad, cuando dos (hombres) discuten y en la discusión profieren (palabras) escandalosas -lo que siempre suele ocurrir en las discusiones de palabras- es golpeada y escandalizada, de modo que rechaza y pierde la palabra de la fe, que ella había débilmente concebido: ésta es la disputa y la querella “para perdición de los oyentes” (2 Tm 2,14). Por tanto, si un alma, escandalizada, rechaza una palabra aún no formada, se dice que el que ha escandalizado paga una multa[3]. ¿Quieres saber por qué en algunos la palabra está formada, y en otros todavía no está formada? Nos lo enseña con claridad la palabra del Apóstol que hemos recordado antes, cuando dice: “Hasta que Cristo esté formado en ustedes” (Ga 4,19); Cristo es la Palabra de Dios. Con ello muestra que, en el momento en que escribía, todavía no estaba formada en ellos la Palabra de Dios; por ende, si nace, estando todavía sin formar, pagará una multa[4].

Pecados graves y pecados leves

Sobre las multas[5] de los doctores, nos instruye también el Apóstol cuando dice: “Aquél cuya obra quede abrasada, pagará la multa. Pero él mismo quedará a salvo, mas como a través del fuego” (1 Co 3,15). Pero también el Señor dice en el Evangelio: ¿De qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde o perjudica su alma?” (cf. Mt 16,26). Aquí parece mostrarse que algunos pecados ciertamente acarrean un perjuicio[6], pero no a la muerte; porque el que pague la multa[7], ése mismo se dice salvado, aunque por el fuego. De donde, creo, también dice el apóstol Juan en su epístola que hay algunos pecados que (llevan) a la muerte, pero hay otros que no (llevan) a la muerte (cf. 1 Jn 5,16). No creo, sin embargo, que cualquier hombre pueda discernir fácilmente qué clases de pecados (llevan) a la muerte, y cuáles llevan no a la muerte, sino al daño[8]. Porque está escrito: “¿Quién puede comprender los pecados?” (Sal 18 [19],12). Sin embargo, a partir de lo que es referido por las parábolas del Evangelio, podemos conocer en parte qué es lo que llamamos multa, cuando vemos tenidas por ganancia cosas conseguidas por medio de una negociación. Por ejemplo, cuando se refiere que se adquirieron cinco minas además de las otras cinco, O dos además de las otras dos (cf. Mt 25,14 ss.; Lc 19,13); o cuando se presenta la dracma, o el denario (cf. Lc 15,8; 10,35) o el talento, y se designa cualquier dinero como resultado del trabajo; o incluso cuando se dice que el padre de familia pide cuentas a sus servidores, y se le presenta a uno que le debía diez mil talentos (cf. Mt 18,23 ss.). Éste es, por tanto, el modo de indicar la multa[9]: por ejemplo, uno que habría debido recibir como salario diez minas, no recibe diez, sino ocho o seis, o incluso menos; y se dice que es castigado[10] con esa multa el que ha procurado una causa de escándalo a un alma débil y mujeril.

El marido del alma es Cristo

4. Pagará, dice, lo que fije o imponga “su marido, y lo pagará con honor” (cf. Ex 21,22). El marido del alma que aprende es su maestro; por tanto, según lo que fije este marido, o Cristo, que es maestro de todos, o aquel que, como doctor de las almas, preside la Iglesia en lugar de Cristo, el hombre que discute con palabras “para perdición de los oyentes” (cf. 2 Tm 2,14), pagará una multa por el alma que haya abortado al niño todavía no formado. Esto tal vez puede ser aplicado al escándalo causado a un catecúmeno todavía no formado. Porque puede suceder que el mismo que hiere, por otra parte instruya, repare, restituya al alma todo lo que ha perdido, y que haga esto con honor, con modestia, con paciencia como dice el Apóstol: “Corrigiendo con mansedumbre a los que se resisten” (2 Tm 2,15), no con disputa, como antes, cuando causó el escándalo.

Explicación alegórica de la ley del talión

“Pero si ya estuviese formado el niño, entonces pagará vida por vida” (Ex 21,23). El niño formado puede ser la palabra de Dios en el corazón del alma que ha obtenido la gracia del bautismo, o que concibe con más evidencia y más claramente la palabra de la fe. Por consiguiente, si esta (alma), golpeada por una excesiva discusión de los doctores, arrojase la palabra, y se encontrase entre aquellas sobre las cuales decía el Apóstol: “Porque ya algunas se han vuelto atrás, detrás de Satanás” (1 Tm 5,15), “pagará vida por vida” (Ex 21,23). Puede aplicarse también al día del juicio, ante ese juez “que puede perder alma y cuerpo en la gehena” (Mt 10,28; Lc 12,5), puesto que también en otro pasaje dice el profeta a Jerusalén: He dado por tu rescate a Egipto, Etiopía y Sebá en tu lugar” (Is 43,3). O ciertamente se puede también quizá aplicar a aquel que, consciente de haber provocado tal escándalo, pone su vida por la vida de aquel a quien ha escandalizado, y hasta la muerte se entrega a la tarea de (hacerlo) regresar, restablecerlo, restituirlo a la fe.

Pague también “ojo por ojo”: si ha herido el ojo del alma, es decir, si ha turbado la inteligencia, que le sea quitado su ojo por quien preside la Iglesia, y sea desecada su inteligencia turbulenta y feroz, que engendra escándalo.

Pero si también hiere el diente del oyente, con el que, al recibir el alimento de la palabra, solía masticarlo y después desmenuzarlo con los molares, para transmitir al vientre del alma el sentido sutil de estas cosas, si ha dañado y arrancado este diente, de modo que, a causa de su disputa, no puede el alma recibir sutil y espiritualmente la palabra de Dios, sea arrancado el diente de aquel que no desmenuza ni reparte bien los alimentos de las Escrituras. Puesto que quizá por esto también se dice sobre el Señor en otro lugar: “Has roto los dientes de los pecadores” (Sal 3,8); y se escribe en otro lugar: “El que coma uva amarga, tendrá sus dientes insensibles[11]” (Jr 38 [31],30); y en otro lugar: “El Señor ha roto las muelas de los leones” (Sal 57 [58],6). Así, por tanto, se dice que el alma es herida y golpeada por medio de los miembros.

Se exige también mano por mano y pie por pie. La mano es la fuerza del alma, por la cual puede retener y agarrar cualquier cosa, que es tanto como decir su actividad y su fortaleza; y el pie (es la capacidad) de caminar hacia el bien o hacia el mal. Porque si el alma padece un escándalo y es derribada, no sólo en la fe, sino también en las acciones, que son significadas por las manos y los pies, le son quitadas las manos, con las que no ha obrado bien, a aquel que ha provisto el escándalo, y los pies, con los que no ha caminado al bien.

Recibirá también quemadura, con la que ha quemado y entregado un alma a la gehena. Por medio de cada uno de estos elementos se muestra que el que golpea, una vez amputados todos sus miembros, debe ser separado del cuerpo de la Iglesia, “para que los demás -dice-, al verlo, tengan temor y no actúen del mismo modo” (cf. Dt 19,20). Por ello también el Apóstol, cuando describe al doctor de la Iglesia, entre otras cosas manda que “no sea golpeador” (cf. 1 Tm 3,3), no sea que por golpear a mujeres encintas, almas principiantes, deba “pagar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente” (Ex 21,23-24).

“No es propio de los perfectos ser escandalizados”

Tales son asimismo aquellas almas por las que también el Señor llora en los Evangelios cuando dice: “¡Ay de las que estén encintas y amamantando en aquellos días!” (Mt 24,19), en los que serán escandalizados, “si fuese posible, también los elegidos” (Mt 24,24). Sin embargo, hay que saber que no es (propio) de los perfectos ser escandalizados, sino de las mujeres o de los niños, como dice también el Señor en el Evangelio: “Si alguno escandaliza a uno de éstos los más pequeños” (Mt 18,6). Por tanto, el que puede ser escandalizado es pequeño y el menor de todos. “Pero el que (es) espiritual juzga todo” (1 Co 2,15), “prueba todo y retiene lo que es bueno, absteniéndose, en cambio, de toda clase de mal” (cf. 1 Ts 5,21). Hemos dicho estas cosas sobre el presente capítulo, según lo que ha venido a nuestra mente[12]. Pidamos al Señor que se digna revelarnos lo perfecto, por Jesucristo nuestro Señor, “a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).



[1] In augustum cogitur.

[2] Produco.

[3] Lit.: padece un perjuicio (qui scandalizavit damnun dicitur patitur).

[4] Damnun patietur.

[5] Damnis.

[6] Damnun, que también podría traducirse, en relación con lo anterior: terminan en una multa.

[7] O: soporte el perjuicio (damnum passus fuerit).

[8] O: perjuicio, multa (damnum).

[9] Damnum.

[10] Percuti: herido.

[11] Obstupescent dentes eius. La versión frecuente de este pasaje es: tendrá dentera.

[12] Lit.: “según lo que se nos ha podido venir al pensamiento” (prout nobis occurrere possunt). Comentaba el Cardenal de Lubac: “Orígenes parece tener conciencia que ese día le faltaba inspiración” (SCh 321, p. 325, nota 2).