OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (323)
Jesucristo anuncia a los apóstoles la venida del Espíritu Santo
Siglo XIII (o: XV-XVI?)
Misal
París
Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo
Homilía VII: Sobre la amargura del agua de Mará (continuación)
El sexto día
5. ¿Pero después de esto qué se nos ha proclamado? Dice: «El Señor dijo a Moisés: “He aquí, que yo haré llover sobre ustedes panes del cielo, y saldrá el pueblo y recogerá uno para cada día todos los días, para probar si andan en mi Ley o no. Y el sexto día, prepararán todo lo que recojan; y habrá el doble de lo que recojan cada día” (Ex 16,4-5).
Sobre esta Escritura querría yo, en primer lugar, hablar con los judíos, a quienes han sido confiados los oráculos de Dios (cf. Rm 3,2), para saber qué piensan sobre esta palabra: “Seis días continuos recogerán, pero el sexto día recogerán el doble” (Ex 16,26. 5). Es evidente, por consiguiente, que el llamado sexto día (es) el que precede al sábado, que entre nosotros se llama parasceve. Pero el sábado es el día séptimo (cf. Ex 16,26). Por tanto, busco en qué día se comenzó a dar maná del cielo, y quiero comparar nuestro domingo con el sábado de los judíos. Puesto que de las divinas Escrituras resulta (o: se deja ver) que fue el día domingo el primero en que se dio el maná a la tierra. Porque si, como dice la Escritura, se recogió seis días continuos, pero el séptimo día, que es el sábado, cesó, sin duda su inicio (fue) el día primero, que es el día domingo. Porque si en las divinas Escrituras consta esto: que Dios hizo llover el maná en el día domingo, y no lo hizo llover en sábado, entiendan los judíos que ya entonces nuestro domingo fue preferido al sábado judío, que ya entonces estaba indicado que en su sábado no descendía del cielo para ellos ninguna gracia de Dios, que no venía a ellos ningún pan celestial, que es la Palabra de Dios. Porque también dice en otro lugar el profeta: “Muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin profeta, sin víctimas, sin sacrificio, sin sacerdote” (Os 3,4). En cambio, siempre es en nuestro día domingo que el Señor hace llover maná del cielo.
Busca e interroga a la palabra de Dios
Pero también digo que hoy el Señor hace llover maná del cielo. Porque son celestiales los oráculos que se nos han leído, y han descendido de Dios las palabras que se nos han proclamado; y por eso a nosotros, que recibimos semejante maná, siempre se nos da el maná del cielo; aquellos infelices sufren y suspiran y se dicen a sí mismos desgraciados, porque ellos no merecen recibir el maná, como sus padres lo recibieron (cf. Jn 6,31). Ellos nunca comen el maná, porque no pueden comer aquello que es “pequeño como la semilla del coriandro y blanco como la escarcha” (cf. Ex 16,14. 31). Porque en la Palabra de Dios no perciben nada menudo, nada sutil, nada espiritual, sino que todo (les parece) tosco, todo grosero; “porque se ha espesado el corazón de este pueblo” (Is 6,10).
Incluso la interpretación del nombre suena de la misma manera; porque maná significa “¿qué es esto?” (cf. Ex 16,15). Mira si la misma virtud del nombre no te incita a aprender para que, cuando oigas proclamar la Ley de Dios, busques siempre, preguntes y digas a los doctores: “¿Qué es esto?”. Porque esto es lo que indica la palabra maná.
Tú, por tanto, si quieres comer el maná, esto es, si quieres recibir la palabra de Dios, has de saber que es menuda y muy sutil, como la semilla de coriandro. Porque hay también en él algo de las legumbres, con las que poder alimentar y restablecer a los enfermos, puesto que “el que está enfermo (o: débil) come legumbres” (Rm 14,2). Hay también en él algo de frío y por eso es como la escarcha. Pero tiene también mucha claridad y dulzura. ¿Qué hay más resplandeciente, más espléndido que la enseñanza divina? ¿Qué más dulce y más suave que las palabras del Señor que “superan la miel y el panal” (cf. Sal 18 [19],11)?
El sexto día es la vida presente
Pero, ¿por qué dice que “en el día sexto se recoge el doble” (cf. Ex 16,5), como reserva para que alcance también para el sábado? Esto, a mi modo de ver, no debemos dejarlo pasar por ociosidad y negligencia. El sexto día es esta vida en la que ahora estamos -“porque en seis días Dios creó este mundo” (cf. Ex 20,11)-; en este día, por tanto, debemos reservar y guardar cuanto baste también para el día futuro. Puesto que si aquí adquieres buenas obras, si reservas un poco de justicia, de misericordia y de piedad, esto te servirá de alimento en el siglo futuro. ¿Acaso no leemos en el Evangelio que de esa manera el que adquirió aquí diez talentos, allí recibió diez ciudades; y que el que adquirió cuatro, recibió cuatro ciudades (cf. Lc 19,16 ss.; Mt 25,16. 22)? Esto es lo que con otra imagen dice el Apóstol: “Lo que el hombre siembre, eso también recogerá” (Ga 6,7). ¿Qué haremos, por tanto, nosotros, que amamos reservar aquello que se corrompe, no lo que permanece y perdura para el mañana? Los ricos de este mundo (cf. 1 Tm 6,17) reservan lo que en este siglo, más bien con (este) siglo, se corrompe; pero si alguno reserva buenas obras, ellas permanecen hasta el mañana.
Sobre los gusanos
6. Finalmente, así también está escrito: que los que fueron infieles “guardaron, dice, el maná y salieron[1] de él gusanos, y se pudrió” (Ex 16,20). Pero aquel que era reservado para el día del sábado, no se corrompió ni salieron de él gusanos, sino que permaneció íntegro.
Por tanto, también tú si atesoras sólo para la presente vida y por el amor del mundo, al instante saldrán gusanos. ¿De qué modo salen gusanos? Escucha la sentencia del profeta sobre los pecadores y los que aman el siglo presente: “Su gusano, dice, no morirá y su fuego no se extinguirá” (Is 66,24). Éstos son los gusanos que engendra la avaricia, estos son los gusanos que engendra el ciego deseo de las riquezas en los que teniendo riquezas y viendo en necesidad a sus hermanos les cierran sus entrañas (cf. 1 Jn 3,17). Por eso también el Apóstol dice: “Pero a los ricos de este mundo prescríbeles que no sean soberbios ni pongan su esperanza en lo incierto de sus riquezas, sino que sean ricos en buenas obras, que den con generosidad, que compartan lo que tienen y que atesoren para ellos la vida verdadera” (1 Tm 6,17. 18. 19). Pero alguno dirá: si dices que el maná es la palabra de Dios, ¿cómo es que produce gusanos? Los gusanos en nosotros no proceden sino de la Palabra de Dios. Así lo dice Él mismo: “Si yo no hubiese venido y no les hubiese hablado, no tendrían pecado” (Jn 15,22). Por tanto, si alguno peca después de haber recibido la Palabra de Dios, esta misma palabra se torna para él en gusano, que desgarra siempre (su) conciencia y corroe los secretos de (su) corazón[2].
“La majestad del Señor fue vista por la mañana”
7. ¿Pero qué más nos enseña todavía la Palabra divina? “A la tarde, dice, sabrán que yo soy el Señor, y a la mañana verán la majestad del Señor” (Ex 16,6. 7).
Y sobre esto quisiera que me respondieran los judíos: ¿de que modo se reconoce al Señor por la tarde y a la mañana se ve su majestad? ¿Dónde se ha reconocido al Señor por la tarde y se ha visto su majestad por la mañana? Respóndannos, (ustedes) que se instruyen desde la infancia a la vejez, “siempre aprendiendo y sin llegar nunca al conocimiento de la verdad” (cf. 2 Tm 3,7); ¿por qué no comprenden que esto se dice proféticamente? Pero si quieres entender estas cosas, no puedes sino por el Evangelio. En efecto, allí encontrarás escrito: “En la tarde del sábado, al alborear el primer día de la semana[3], llegaron María Magdalena y María la de Santiago al sepulcro, y encontraron la piedra del sepulcro corrida” (cf. Mt 28,1: Mc 16,1: Lc 24,2) (y también) el temblor de tierra, las tumbas abiertas, el centurión y los soldados que habían sido puestos para la guardia diciendo: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt 27,51-52. 54; Mc 15,39). Por tanto, por esto es reconocido el Señor en la tarde, porque era el Señor mismo; es reconocido por el poder de la resurrección. Pero, ¿cómo fue vista su gloria por la mañana? Cuando llegaron las otras mujeres “el primer día de la semana muy de mañana” (Mc 16,2; Lc 24,4), encontraron unos ángeles, con inmensa claridad, sentados sobre el sepulcro y les dijeron: “No está aquí; ha resucitado de entre los muertos. Vengan y miren el lugar en que fue puesto, y vayan, digan a los discípulos que ha resucitado y que los precede en Galilea” (Mt 28,6-7). Por tanto, la majestad del Señor fue vista por la mañana, cuando la resurrección fue anunciada por los ángeles.
Carne por la tarde y pan por la mañana
8. A continuación se añade: “Por la tarde, dice, comerán carne, y por la mañana se saciarán de panes” ( Ex 16,2).
También sobre esto querría saber en qué orden reciben los judíos los dichos del profeta. ¿Qué conclusión se sacará (lit.: se verá) de que por la tarde coman carne sin pan, o por la mañana coman panes sin agregar (otro) alimento? ¿Qué se muestra en esto del don divino y de la dispensación de la gracia celestial? ¿Acaso pones el reconocimiento de Dios en que por la tarde se coma carne sin panes, y dicen que aparece la majestad de Dios, si se comen de nuevo panes sin carnes? Guárdense eso para ustedes y para todos los que estando de acuerdo con ustedes creen que Dios puede ser reconocido entre las codornices (cf. Ex 16,13).
La carne del Verbo
Pero nosotros, para quienes “el Verbo se ha hecho carne” (Jn 1,14) al fin del siglo y en la tarde del mundo, decimos que el Señor puede ser reconocido en aquella carne que recibió de la Virgen. Porque esta carne del Verbo de Dios no se la come ni por la mañana, ni al mediodía, sino por la tarde (o: al atardecer). Puesto que la llegada del Señor en la carne tuvo lugar por la tarde, como también lo dice Juan: “Hijos, es la última hora” (1 Jn 2,18).
Pero dice: “Por la mañana se saciarán de panes” (Ex 16,12). Para nosotros el pan es también el Verbo de Dios. Porque Él mismo es “el pan vivo que ha bajado del cielo y da la vida a este mundo” (Jn 6,51 y 33). Pero en cuanto a lo que dice, que este pan es dado por la mañana, aunque su venida en la carne -como ya hemos dicho- tuvo lugar en la tarde, pienso que ha de ser entendido de este modo: ciertamente, el Señor vino al atardecer de un mundo que declinaba y que estaba cerca del fin de su carrera, pero a su llegada, puesto que Él es “el Sol de justicia” (Ml 4,2), renovó para los creyentes un nuevo día. Porque Él ha encendido para el mundo la nueva luz del conocimiento, de alguna manera por la mañana Él ha creado su día y como Sol de justicia ha producido su (propia) mañana, y en esta mañana se saciarán de panes los que reciben sus mandamientos.
No te asombres de que el Verbo de Dios sea llamado también carne y pan (cf. Jn 1,14; 6,51), leche y legumbres, y que sea llamado con diversos nombres[4] (cf. 1 P 2,2; Rm 14,2; Hb 5,14) según la capacidad de los creyentes o la posibilidad de los que le reciben.
Los textos de las Escrituras son los panes de la mañana
Sin embargo, también es posible otra interpretación: después de su resurrección que, como lo mostramos, sucedió por la mañana, sació a los creyentes de panes, porque nos ha dado los libros de la Ley y de los profetas antes ignorados y desconocidos, y para nuestra enseñanza ha concedido estas escrituras[5] a la Iglesia, para ser Él mismo pan en el Evangelio; pero los otros libros de la Ley o de los profetas o los históricos, muchos son llamados panes, de los cuales se sacian “los creyentes que proceden de las naciones” (cf. Hch 21,25). Lo cual, no obstante, enseñamos que no ha ocurrido sin la autoridad profética. En efecto, lo había predicho el profeta Isaías de este modo: “Subirán a la montaña, beberán vino, se ungirán con ungüento. Transmite todo esto a las naciones, porque es el designio del Señor todopoderoso” (Is 57,7-9)[6].
Para poder recibir el alimento sólido es necesaria una adecuado preparación
Así, por tanto, recibimos convenientemente carne por la tarde, y por la mañana nos saciamos de panes, porque no era posible para nosotros comer carne por la mañana, puesto que todavía no había llegado el tiempo, ni tampoco podíamos a mediodía. Porque con dificultad los ángeles comen carne a mediodía, y tal vez el tiempo del mediodía le ha sido concedido a (este) orden.
Además también podemos entenderlo de otro modo: para cada uno de nosotros la mañana y el inicio del día es aquel tiempo en que fuimos iluminados por primera vez y llegamos a la luz de la fe. Por tanto, en este tiempo, cuando todavía estamos en el principio, no podemos comer la carne del Verbo, esto es, no somos todavía capaces de una perfecta y consumada doctrina. Pero después de largos ejercicios, después de un gran progreso, cuando ya estamos próximos al atardecer y casi tocamos el mismo fin de la perfección, entonces podemos ser capaces de un alimento más sólido y perfecto (cf. Hb 5,14).
Es necesario recibir con fe el maná de la palabra de Dios
Por tanto, corramos ahora a recibir el maná celestial; porque este maná, toma el sabor, en la boca de cada uno, que Él quiere. Escucha, en efecto, al Señor que dice a los que se acercan a Él: “Que se haga en ti según tu fe” (cf. Mt 8,13). Y tú, por tanto, si recibes la Palabra de Dios, que es predicada en la iglesia, con toda fe y toda devoción, esta misma Palabra se convertirá para ti en todo lo que deseas. Por ejemplo, si estás atribulado, te consolará diciendo: “Dios no desprecia un corazón contrito y humillado” (Sal 50 [51],19). Si gozas por la esperanza futura, te aumenta el gozo diciendo: “Alégrense en el Señor y exulten los justos” (Sal 31 [32],11). Si estás airado, te tranquiliza diciendo: “Abandona la ira y deja la indignación” (Sal 36 [37],8). Si estás sufriendo, te cura: “El Señor cura todas tus enfermedades” (cf. Sal 102 [103],3). Si te consume la pobreza, te consuela diciendo: “El Señor levanta del suelo al pobre y saca al pobre del estercolero” (Sal 112 [113],7). Así, entonces, el maná de la Palabra de Dios toma en tu boca el sabor que tú deseas.
Jesucristo es la Palabra de Dios
Sin embargo, si alguno lo recibe sin fe y no lo come, sino que lo esconde, “saldrán de él gusanos” (cf. Ex 16,20). ¿Crees que es posible reducir la Palabra de Dios, como para pensar que también se convierta en gusanos? No te turbes por esto que oyes, escucha al profeta que en nombre del Señor dice: “Pero yo soy un gusano y no un hombre” (Sal 21 [22],7). Porque así como es Él mismo, quien para unos es causa de ruina, y para otros de resurrección (cf. Lc 2,34), así también es Él mismo quien ahora, en el maná, se convierte en dulzura de miel para los fieles, pero en gusano para los incrédulos (cf. Ex 16,31). Porque Él mismo es la palabra de Dios que confunde los pensamientos[7] de los inicuos y penetra[8]con los dardos de sus correcciones las conciencias de los pecadores (cf. Hb 4,12). Es Él mismo quien también se hace fuego en los corazones de aquellos a los cuales abre las Escrituras, que dicen: “¿Acaso no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32). Y para otros es aquel fuego que quema las espinas de la mala tierra, esto es, que consume los malos pensamientos en el corazón. Y por eso ciertamente, para los pecadores, “ni el gusano acusador muere nunca ni el fuego ardiente se extingue jamás” (cf. Is 66,24); pero para los justos y para los fieles permanece dulce y suave. “Gusten y vean qué suave es el Señor” (Sal 33 [34],9), el mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo; “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).
[1] El verbo latino es ebullio: salir bullendo.
[2] Arcana pectoris.
[3] Primam sabbati.
[4] Lit.: diversamente llamado (diverse nominatur).
[5] Instrumenta.
[6] El pasaje de Isaías citado difiere notablemente del texto hebreo (cf. SCh 321, p. 234, nota 5).
[7] O, más literalmente: vitupera, arguye, las mentes de los inicuos.
[8] Terebrat: horada, taladra, sondea.