OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (315)

Creación de Eva y Crucifixión de Jesucristo

Hacia 1270

Lille, Francia

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía IV: Las diez plagas que azotaron[1] a Egipto

Introducción

1. La historia que se nos ha leído es famosísima y por su importancia es conocida en todo el mundo; en ella se señala que Egipto, con su rey el faraón, fue castigado con grandes azotes de signos y prodigios, para que devolviese la libertad al pueblo hebreo que, nacido de padres libres, había sido reducido violentamente (cf. Ex 1,13) a la esclavitud. Pero la narración de los acontecimientos está compuesta de tal manera que, si examinas diligentemente cada uno, encontrarás muchos más a los que aplicar la inteligencia que otros sobre los que poder pasar rápidamente. Y puesto que es largo proponer por orden cada palabra de la Escritura, la examinaremos de forma abreviada el contenido de toda la historia. 

A pesar de las plagas el faraón no escuchó a Moisés y Aarón

Como primer signo, “arrojó Aarón su vara, y se convirtió en una serpiente” (cf. Ex 7,10 ss.) y, convocados los magos y los hechiceros de los egipcios, convirtieron del mismo modo sus varas en serpientes. Pero la serpiente que provenía de la vara de Aarón, devoró a las serpientes de los egipcios. Esto, aunque habría debido provocar estupor en el Faraón y disponerlo a creer, obtuvo el efecto contrario. Dice, en efecto, la Escritura que “se endureció el corazón del faraón y no los escuchó” (Ex 7,13). Aquí, ciertamente, dice que se endureció el corazón del Faraón; pero sin embargo también en la primera plaga, cuando el agua se convierte en sangre, está escrito lo mismo (cf. Ex 7,22), y en la segunda cuando pululan las ranas (cf. Ex 8,15 [11] y 19 [15]); pero también en la tercera cuando sobrevienen los mosquitos (cf. Ex 8,32 [28]); también en la cuarta cuando salen los tábanos (cf. Ex 8,16 ss.), y en la quinta, cuando la mano del Señor cayó sobre los ganados de los egipcios (cf. Ex 9,1 ss.), se usan términos iguales o semejantes. 

Pero en la sexta, cuando Moisés “tomó las cenizas del horno y las arrojó hacia el cielo (lit.: las asperjó; roció), y se formaron úlceras y pústulas en los hombres y en los cuadrúpedos, y los magos ya no podían resistir ante Moisés” (Ex 9,10-11), no se dice que se endureció el corazón del faraón, sino que se añade algo más terrible; porque está escrito que: “El Señor endureció el corazón del Faraón, y no los escuchó como el Señor había establecido” (Ex 9,12). De nuevo, en la séptima, cuando el granizo y el rayo devastan todo Egipto, fue ciertamente endurecido el corazón del faraón (cf. Ex 9,34-35), pero no por el Señor. En la octava, cuando se hace venir a las langostas, se dice que “el Señor endureció el corazón del faraón” (Ex 10,20). Pero también en la novena, cuando “se palpaban las tinieblas en toda la tierra de Egipto” (Ex 10,21 [22]), se escribe que “el Señor endureció el corazón del faraón” (cf. Ex 10,27). Finalmente cuando, muertos los primogénitos de los egipcios (cf. Ex 11,1 ss. y 12,29 ss.), el pueblo hebreo partió, después de muchas cosas así se dice: “Y endureció el Señor el corazón del faraón rey de Egipto y sus siervos, y persiguió a los hijos de Israel” (Ex 14,8). Pero también cuando Moisés fue enviado de la tierra de Madián a Egipto y se le mandó “hacer todos los prodigios, que puso el Señor en su mano” (cf. Ex 4,21) se añade: “Harás estas cosas en presencia del faraón. Yo endureceré su corazón y no dejará marchar al pueblo” (Ex 4,21. 22). Ésta es la primera vez que dice el Señor: “Yo endurezco el corazón del Faraón”. Pero asimismo, en segundo lugar, cuando fueron enumerados los príncipes de Israel, poco después se añade de parte del Señor: “Yo, dice, endurezco el corazón del Faraón y multiplico mis señales” (Ex 7,3). 

En la palabra de Dios encontramos profundos misterios

2. Si creemos que estas Escrituras son divinas y escritas por el Espíritu Santo, no pienso que consideremos algo tan indigno del Espíritu divino como para afirmar que, en una obra tan importante, se debe al azar esta variación, y que tan pronto se dice que Dios ha endurecido el corazón del Faraón, como se dice que ha sido endurecido, no por Dios, sino por propia voluntad[2]. Ciertamente, me confieso el menos idóneo y el menos capaz para escudriñar los secretos de la divina Sabiduría en semejantes variaciones. Sin embargo, veo que el apóstol Pablo, porque habitaba en él el Espíritu Santo de Dios, se atrevía a decir con confianza: “Pero a nosotros nos lo ha revelado Dios por su Espíritu. Porque el Espíritu todo lo escruta, incluso lo más profundo de Dios” (1 Co 2,10). Esto lo veo, digo, como si comprendiese en qué difieren: “El corazón del Faraón se endureció” y “el Señor endureció el corazón del Faraón”, (y) por eso dice en otro lugar: ¿Acaso desprecian las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, ignorando que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia? Por tu dureza y (tu) corazón impenitente, atesoras para ti mismo la ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Rm 2,4-5); por lo que, sin duda, culpa al que voluntariamente se endurece. Pero en otro (pasaje) como que propone una pregunta sobre esto; dice: “Por tanto, tiene misericordia de quien quiere, y endurece a quien quiere. Me dirás: ¿por qué entonces todavía se queja? Porque ¿quién resiste a su voluntad?” (Rm 9,18-19). Se añade también esto: “¡Oh, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios?” (Rm 9,20). Por ello creo que sobre eso que se dice (del corazón) endurecido por Dios, el apóstol responde, no tanto resolviendo la cuestión, como apelando a su autoridad apostólica, no juzgando conveniente, por la incapacidad de los oyentes, entregar los secretos de la solución “al papel y a la tinta” (cf. 2 Jn 12). Como también en otro lugar él mismo dice sobre algunas palabras que ha oído, “que no está permitido hablar de ellas a los hombres” (cf. 2 Co 12,4). Por donde también en lo que sigue, quien se sumerge curioso en las cuestiones más secretas no tanto por interés en el estudio cuanto por deseo de saber, le aterrorizará la severidad de este admirable doctor, cuando dice: «¡Oh hombre! ¿tú quién eres para replicar a Dios? ¿Acaso dice la arcilla al que la ha plasmado: “Por qué me has hecho así?”» (Rm 9,20), y lo demás. A nosotros, entonces, también bástenos sólo haber notado y observado esto, y haber mostrado a los oyentes cuántos sean los profundos misterios inmersos en la Ley divina, por los que debemos decir en la oración: “Desde lo hondo a ti grito, Señor” (Sal 129 [130],1). 

Sobre las plagas infligidas al faraón y a Egipto

3. Pero también no me parece menos digna de consideración aquella observación según la cual se dice que algunos castigos al faraón o a Egipto fueron infligidos por Aarón, otros por Moisés y otros por el mismo Señor. Puesto que en la primera plaga, cuando convirtió las aguas en sangre, se dice que Aarón elevó su vara y golpeó el agua (cf. Ex 7,20). Pero también en la segunda, cuando golpeó las aguas y sacó las ranas (cf. Ex 8,6 [2]), y en la tercera, cuando “extendió con su mano la vara y golpeó el polvo de la tierra, y salieron de él los mosquitos” (cf. Ex 8,17 [13]). En estos tres castigos la intervención fue de Aarón. Pero en el cuarto de castigo se dice que el Señor hizo llegar los tábanos y que llenasen las casas del faraón (cf. Ex 8,24 [20]). Mas en el quinto, cuando murieron los ganados de los egipcios, se dice que también el Señor hizo esta palabra (o: acción; cf. Ex 9,6). En el sexto, Moisés “esparció cenizas del horno, y se formaron úlceras y pústulas ardientes en hombres y ganados” (cf. Ex 9,10). También en el séptimo, “Moisés elevó su mano al cielo y vinieron truenos y granizo y el rayo recorrió la tierra” (cf. Ex 9,23). En el octavo, también, el mismo Moisés extendió su mano al cielo, y “el Señor hizo venir durante todo el día y toda la noche un viento” que trajo las langostas (cf. Ex 10,13). Pero también en el noveno el mismo “Moisés extendió su mano al cielo, y vinieron las tinieblas y la oscuridad sobre toda la tierra de Egipto” (cf. Ex 10,22). Pero en el décimo, el fin y cumplimiento de toda la obra es realizado por el Señor. En efecto, así está escrito: “Sucedió que alrededor de la media noche, el Señor hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito del faraón, que se sentaba en el trono, hasta el primogénito de la esclava, que estaba en la cárcel, y a todo primogénito del ganado” (Ex 12,29). 

Dios le indica a Moisés cómo proceder ante el faraón

4. En estos hechos hay también otra diferencia que hemos observado: que en la primera plaga, cuando el agua se convierte en sangre, todavía no se dice a Moisés que entre (en casa) del Faraón, sino que se le dice: “Ve a su encuentro en la orilla del río, cuando baje al agua” (Ex 7,15). Pero en la segunda plaga, después de que la primera fue firme y fielmente infligida por ellos, se le dice: “Entra en casa del Faraón”, y habiendo entrado dice: “Esto dice el Señor...” y lo demás (Ex 8,1; cf. 7,26). Ya en la tercera, cuando irrumpen los mosquitos, los magos, que antes se habían opuesto, ceden confesando que “este es dedo de Dios” (Ex 8,19 [15]). Asimismo, en la cuarta, se manda a Moisés “levantarse a la madrugada y presentarse ante el Faraón cuando baje al agua, cuando las casas de los egipcios se llenen de tábanos” (Ex 8,20 ss. [16 ss.]). Igualmente en la quinta, cuando son destruidos los ganados de los egipcios, se ordena “a Moisés entrar (en casa) del faraón” (cf. Ex 9,1). En la sexta, se menosprecia totalmente al faraón y no se refiere que entraran Moisés o Aarón (a la casa) del faraón, porque “se produjeron úlceras y pústulas ardientes también sobre los magos de Egipto y no podían resistir a Moisés” (cf. Ex 9,10-11). En la séptima, se le ordena “levantarse muy de mañana y presentarse ante el Faraón” (cf. Ex 9,13), cuando (Dios) produzca granizo, fuego y rayos. En la octava se le manda entrar (cf. Ex 10,1) cuando llegan (lit.: se producen) las langostas. En la novena, de nuevo se menosprecia al Faraón y se manda a “Moisés extender sus manos al cielo para que haya tinieblas, tinieblas palpables, en toda la tierra de Egipto” (cf. Ex 10,21), y ciertamente él no entra, pero es llamado por el Faraón. Igualmente en la décima, cuando son exterminados los primogénitos y se le obliga a salir de Egipto con prisa (cf. Ex 11,1 ss.).

Los cambios de actitud del faraón

Hay todavía muchas otras observaciones, en cada una de las cuales se muestran indicios de la divina Sabiduría. Por tanto, encontrarás, en primer lugar, que no se doblega el faraón ni cede a los castigos divinos cuando las aguas son convertidas en sangre (cf. Ex 7,22). Pero en un segundo momento, parece suavizarse un poco: «Llamó a Moisés y Aarón y les dijo: “Rueguen por mí al Señor, para que aleje las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré partir al pueblo”» (Ex 8,8 [4]). En un tercer momento, los magos ceden y dicen al Faraón: “Este es el dedo de Dios” (Ex 8,19 [15]). A la cuarta, castigado por los tábanos, dice: “Vayan, sacrifiquen a su Dios, pero no vayan muy lejos. Rueguen por mí al Señor” (Ex 8,25 [21] y 28 [24]). En la quinta, cuando es herido por la muerte del ganado, no sólo no cede, sino que se endurece más (cf. Ex 9,7). Del mismo modo obra también en el sexto, respecto a la plaga de las úlceras (cf. Ex 9,12). Pero en la séptima, cuando es devastado por el granizo y los rayos: «Mandó llamar, dice, el faraón a Moisés y Aarón y les dijo: “He pecado también ahora; el Señor es justo, pero yo y mi pueblo somos impíos. Oren entonces por mí al Señor”» (Ex 9,27-28). En la octava, cuando es azotado por la langosta, dice: «Y se apresuró el Faraón y llamó a Moisés y a Aarón, diciendo: “He pecado ante el Señor su Dios y contra ustedes. Reciban mi pecado también ahora y rueguen por mí al Señor su Dios”» (Ex 10,16-17). En la novena, cuando se extendieron las tinieblas: «Llamó, dice, el Faraón a Moisés y Aarón, diciendo: “Vayan, sirvan al Señor su Dios”» (Ex 10,24). Pero ya en la décima, cuando son exterminados los primogénitos de los hombres y de los ganados, dice: «Llamó el Faraón a Moisés y Aarón de noche y les dijo: “Levántense y salgan de mi pueblo, ustedes y los hijos de Israel; vayan, sirvan al Señor su Dios como dicen; tomando sus ovejas y bueyes, partan como han dicho. Pero bendíganme también a mí”. Y los egipcios obligaban al pueblo a salir muy rápidamente de la tierra de Egipto. Porque decían: “Todos nosotros moriremos”» (Ex 12,31-33).

Lo que procede del Espíritu sólo puede ser convenientemente comprendido por la acción del mismo Espíritu 

5. ¿Quién es aquel a quien Dios llenará de aquel Espíritu con que llenó a Moisés y Aarón, cuando hicieron estos signos y prodigios, para que, iluminado por el mismo Espíritu pueda interpretar las obras realizadas por ellos? Porque no creo que puedan ser explicadas las diversidades y diferencias de estos sublimes hechos, si no las explica el mismo Espíritu por quien fueron realizados, porque dice el apóstol Pablo: “El espíritu de los profetas está sometido a los profetas” (1 Co 14,32). Por tanto, no se dice que los dichos de los profetas estén sometidos, para explicarlos, a cualquiera, sino a los profetas. Pero puesto que el mismo santo Apóstol nos manda -cuando dice: “Aspiren a los bienes mejores, pero sobre todo a la profecía” (cf. 1 Co 14,1; 12,31)-, hacernos imitadores de esta gracia, es decir, del don profético, como si -al menos en parte- estuviese en nuestro poder, intentemos también nosotros recibir el deseo (lit.: emulación) de (estos) bienes y, en tanto esté en nosotros, realizarlo (lit.: exigirlo), pero esperando del Señor la plenitud del don. Por esto, entonces, dice el Señor por medio del profeta: “Abre tu boca y la llenaré” (Sal 80 [81],10); y por esto dice aquella otra Escritura: “Golpea el ojo, y producirá lágrimas; golpea el corazón, y producirá la inteligencia” (cf. Si 22,19). Por tanto no nos entreguemos al silencio por desesperación, ya que eso ciertamente no edifica la Iglesia de Dios; volvamos de nuevo brevemente a lo que podamos y en cuanto podamos.

El Decálogo

6. Así entonces, por lo que puedo entender, creo que el Moisés que viene a Egipto trayendo su vara, con la que castiga y azota a Egipto con las diez plagas, este Moisés es la Ley de Dios, que ha sido dada para corregir y enmendar este mundo con las diez plagas, es decir, con los diez mandamientos que se contienen en el Decálogo.

La cruz de Cristo

Pero la vara, por medio de la cual se hicieron todas estas cosas, por la que Egipto es sometido y el faraón vencido, es la cruz de Cristo, por la que este mundo es vencido, y es derrotado “el príncipe de este mundo” (cf. Jn 16,11) con sus principados y potestades (cf. Col 2,15). Puesto que la vara, arrojada a tierra, se convierte en dragón o serpiente y devora las serpientes de los magos egipcios, que habían hecho lo mismo (cf. Ex 7,12 ss.), (y) la palabra evangélica indica que la serpiente significa la sabiduría o la prudencia, cuando dice: “Sean astutos como serpientes” (Mt 10,16), y en otro lugar: “La serpiente era el más astuto de todos los animales y las bestias que había en el paraíso” (Gn 3,1). Por tanto, la cruz de Cristo, cuya predicación parecía necedad (cf. 1 Co 1,18), y que está contenida en Moisés, esto es, en la Ley, como dice el Señor: “Sobre mí escribió él” (Jn 5,46), esta cruz, digo, sobre la que escribió Moisés, después de haber sido arrojada a la tierra, esto es, después de que vino para la confianza y la fe de los hombres, fue cambiada en sabiduría, y en una sabiduría tan grande que devoró toda la de los egipcios, esto es, la de este mundo. Considera, en efecto, cómo “ha hecho Dios necia la sabiduría de este mundo”, después de haber manifestado a “Cristo, que fue crucificado, y es poder de Dios y sabiduría de Dios” (cf. 1 Co 1,20. 23 ss.); y (cómo) el mundo entero ya ha sido abrazado por aquel que dijo: “Atraparé a los sabios en su astucia” (1 Co 3,19).



[1] O: hirieron.

[2] O: voluntariamente (sponte).