OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (312)
La tentación de Jesucristo
Hacia el año 800
Evangeliario
Kells, Irlanda
Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo
Homilía II: Las parteras y el nacimiento de Moisés (continuación)
Cristo ha triunfado para abrirnos el camino hacia la victoria
3. Pero después de esto, cuando vio el Faraón que no podía matar a los varones de Israel por medio de las parteras, «mandó, dice, a todo el pueblo, diciéndole: “A todo varón que nazca de los hebreos, arrójenlo al río, a toda mujer, déjenla vivir”» (Ex 1,22).
Miren lo que manda a los suyos “el príncipe de este mundo” (cf. Jn 16,11): que rapten a nuestros hijos, que los arrojen al río, que tiendan a los nuestros asechanzas continuas en seguida de su nacimiento, que se arrojen sobre ellos al primer contacto con los pechos de la Iglesia, que los arrebaten, que los persigan (lit.: que los destrocen), que los sumerjan en las olas y en torbellinos de este mundo. “Presten atención a lo que oyen” (Mc 4,24); la Sabiduría dice por medio de Salomón: “Comprende inteligentemente lo que te sirven” (Pr 23,1). Mira lo que te amenaza en seguida de tu nacimiento, mejor, desde tu renacimiento (o: nuevo nacimiento). Esto es lo que lees en el Evangelio: que Jesús, en cuanto subió de su bautismo, “fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1). Por tanto, esto es lo que el faraón ordena aquí a su pueblo: que se arrojen sobre los niños hebreos, en seguida de su nacimiento, que los rapten y los sumerjan en las aguas. Quizás es también esto lo que se dice por el profeta: “Me han llegado las aguas hasta mi alma. Estoy hundido en una ciénaga profunda y no puedo hacer pie” (Sal 68 [69],1-2). Pero para esto Cristo ha triunfado y ha vencido: para abrirte el camino de la victoria. Por eso venció ayunando (cf. Mt 4,2), para que tú sepas que “esta clase de demonios se vence con ayunos y oraciones” (cf. Mc 9,29)). Por eso desprecia también todos los reinos de este mundo y su gloria, que le han sido ofrecidos (cf. Mt 4,10), para que tú también puedas vencer al tentador despreciando la gloria del mundo. Por tanto, los egipcios, a quienes el faraón dio órdenes, dejan vivir sólo a las mujeres, odian a los varones; porque odian las virtudes, sólo alimentan los vicios y los placeres (o: las voluptuosidades). Y hoy también tienden insidias los egipcios, si tal vez nace algún varón de entre los hebreos, para perseguirlo inmediatamente y matarlo, si no (están) en guardia y observando, y ocultan al niño varón.
Orar a Dios en lo secreto
Refiere después la Escritura que (una mujer) “de la tribu de Leví que engendró un hijo varón y vio que el niño era hermoso, lo ocultó durante tres meses” (cf. Ex 2,1-2).
Mira si por esto no se nos manda no hacer en público nuestras buenas obras, no “practicar nuestra justicia delante de los hombres” (Mt 6,1), sino que, “con la puerta cerrada oremos al Padre en lo oculto” (Mt 6,6), y “que lo que ha hecho nuestra derecha, no lo sepa la izquierda” (Mt 6,3). Porque, si no fuese en lo oculto, sería robado (y) capturado por los egipcios, arrojado al río y sumergido en las olas y en los torrentes. Por tanto, si hago limosna, que es una obra de Dios, engendro un varón. Pero si lo hago para que así sea conocido por los hombres (cf. Mt 6,2), y busco la alabanza de los hombres y no lo oculto, mi limosna es raptada por los egipcios y sumergida en el río, y (es) para los egipcios lo que con tanto trabajo y tanto esfuerzo he engendrado: un (hijo) varón. Por eso, ustedes, oh Pueblo de Dios, que oyen estas cosas, no crean, como a menudo ya dijimos, que se les leen viejas fábulas, sino que se les enseña por medio de ellas, para que reconozcan el orden de la vida, las reglas de las costumbres[1], los combates de la fe y de la virtud.
Moisés rescatado de las aguas
4. “Viendo”, entonces, los de la tribu de Leví, “que el niño era hermoso, lo ocultaron durante tres meses. Cuando no pudieron ocultarlo por más tiempo, tomó, dice (la Escritura), su madre una canasta, la untó con betún y colocó al niño en ella, y la puso entre los juncos al borde del río. Y su hermana observaba de lejos, para ver qué le sucedía. Descendió la hija del Faraón, para lavarse en el río, y oyó al niño que lloraba y mandó, dice (la Escritura), tomarlo, y dijo la hija del Faraón que ése era un hijo de los hebreos” (Ex 2,2-6). Después de esto se refiere cómo su hermana dijo de llamar a la madre del niño para nutrirlo. «Y le dijo a ella, dice (la Escritura), la hija del Faraón: “Custódiame este niño, y aliméntamelo, y yo te daré la recompensa”. Cuando lo alimentó y se hizo más grande (lit.: fuerte), lo llevó ante la hija del Faraón; y llegó a ser para ella como un hijo y le puso por nombre Moisés diciendo: “Lo he sacado de las aguas”» (Ex 2,9-10)
La hija del faraón: figura de la Iglesia
Cada una (de estas palabras) está llena de misterios inmensos, (y) exigiría mucho tiempo, quizá apenas bastaría todo el espacio del día, si quisiéramos agotarlas. No obstante, debemos tratar[2] algunas brevemente para edificación de la Iglesia. Pienso que en la hija del Faraón puede ser vista la Iglesia congregada de entre los gentiles, que aunque tenga un padre impío e inicuo, sin embargo se le dice por el profeta: “Escucha, hija, y mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, porque el Rey está prendado (lit.: desea) de tu belleza” (Sal 44 [45],11). Ésta es, por tanto, la que sale de la casa del padre y viene hacia las aguas para ser lavada de los pecados que había contraído en la casa de su padre. Después, inmediatamente recibe “entrañas de misericordia” (cf. Col 3,12; Lc 1,78) y tiene piedad del niño. Esta Iglesia, por tanto, que proviene de los gentiles, encuentra que Moisés yace entre los juncos, abandonado por los suyos y expuesto; lo da para que sea alimentado, lo alimenta entre los suyos, (y) allí pasa su infancia. Pero cuando ya ha crecido[3], entonces lo trae hacia ella y lo adopta como hijo. Ya se ha dicho con frecuencia en muchos lugares que Moisés significa la Ley. Viniendo, entonces, la Iglesia a las aguas del bautismo, recibe también la Ley: Ley que se encontraba encerrada en una canasta, untada con pez y betún; la canasta es una especie de envoltorio tejido con lianas y papiros, o también hecha con cortezas de árboles, dentro de la cual se veía depositado al niño abandonado. Encerrada en los sentidos viles y torpes de los judíos, (la Ley) estaba sin valor[4], hasta que llegó la Iglesia de los gentiles, la sacó de los barros y de los lugares pantanosos y la estableció en los palacios (o: patios) de la Sabiduría y bajo techos reales. Sin embargo, esta Ley ha pasado su infancia entre los suyos. Junto a ellos, que no saben comprenderla espiritualmente, es pequeña y como una niña, que toma alimentos de lactantes (cf. Hb 5,12 ss.); pero cuando llega a la Iglesia, cuando entra en la casa de la Iglesia, es ya un Moisés más grande (o: fuerte) y más robusto; puesto que, removido el velo de la letra (cf. 2 Co 3,16), se encuentra en su lectura un alimento perfecto y sólido.
La recompensa que recibe la Sinagoga
Sin embargo, ¿qué salario de sostenimiento (lit.: nutrimento) recibe de la hija del Faraón, aquella junto a la cual la Ley nació y fue alimentada? ¿Qué es lo que la Sinagoga recibe de la Iglesia? Pienso que puede comprenderse gracias a lo mismo que escribe Moisés, diciendo: “Yo los induciré a la envidia de lo que no es pueblo, los irritaré con un pueblo necio” (Dt 32,21). Por tanto, la Sinagoga también recibe de la Iglesia esta recompensa: no venerar más a los ídolos. Porque, viendo a los que proceden de los gentiles así convertidos a Dios que no conocen más los ídolos, que no veneran a nadie sino sólo a Dios, la Sinagoga enrojece por servir todavía a los ídolos. Éste, entonces, es el beneficio que la Sinagoga recibe de la Iglesia, por haber querido alimentar a la Ley en su infancia.
“Tengamos un Moisés grande y fuerte”
Pero nosotros también, aunque hayamos tenido por padre al faraón, aunque “el príncipe de este mundo” (cf. Jn 16,11) nos haya engendrado en obras malas, cuando venimos a las aguas asumamos para nosotros la Ley de Dios, que no nos ensucie el revestimiento vil y oscuro de su letra. Dejemos de lado lo que es pequeño y propio de lactantes, comamos lo perfecto y sólido (cf. Hb 5,12 ss.), y pongámoslo dentro de las moradas reales de nuestro corazón. Tengamos un Moisés grande y fuerte, no pensemos de él nada pequeño, nada despreciable, sino todo magnifico, todo egregio, todo hermoso. Porque es todo grande, lo que (es) espiritual, lo que es (propio) de una inteligencia sublime. Y oremos a nuestro Señor Jesucristo, para que Él nos revele y nos muestre cuán grande y cuán sublime es Moisés. Puesto que Él revela a quienes quiere, por el Espíritu Santo (cf. 1 Co 2,10). A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 5,11; Ap 1,6).