OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (307)
Jesús llama a Pedro y Andrés
1389-1404
Misal
Bologna, Italia
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis
Homilía XVI: José adquiere las tierras de Egipto para el Faraón (continuación)
El hambre, azote de los malvados, no de los justos
3. Tras esto, sigue: “Los egipcios -dice- vendieron su tierra al Faraón, porque el hambre los venció” (Gn 47,20).
Me parece que también en esta frase se contiene un reproche contra los egipcios. Puesto que no (es) fácil que sobre los hebreos encuentres escrito que “el hambre los venció”; porque, aunque está escrito que “el hambre abrumó al país” (cf. Gn 43,1), no se dice sin embargo que el hambre haya vencido a Jacob o a sus hijos, como se dice de los egipcios que “el hambre los venció”. En efecto, aunque el hambre alcance también a los justos, con todo, no los vence. Por eso se glorían incluso en él, como se ve[1] (que hace) Pablo quien, de buena gana, se alegra en este género de tribulaciones, cuando dice: “En el hambre y en la sed, en el frío y en la desnudez” (cf. 2 Co 11,27). Por tanto, lo que para los justos es ejercicio de virtud, para los injustos es castigo del pecado.
Finalmente, también está escrito que en tiempo de Abraham “hubo hambre en la tierra y Abraham bajó a Egipto para habitar allí, porque el hambre abrumaba al país” (Gn 12,10). Y si, en todo caso, como piensan algunos, la divina Escritura se expresase en un lenguaje negligente y descuidado, habría podido decir que Abraham bajó a Egipto para habitar allí, porque el hambre le abrumaba a él. Pero observa con cuánta precisión y con cuánta cautela se expresa la palabra divina. Cuando habla sobre los santos dice que “el hambre abrumaba al país”; cuando (habla) de los injustos dice que el hambre los abruma a ellos mismos. Por tanto, el hambre no abruma ni a Abraham, ni a Jacob, ni a sus hijos; sino que, si abruma, se dice que abruma “al país”. Y sin embargo, está escrito que en tiempos de Isaac “hubo hambre en el país, aparte de aquella primera hambre que tuvo lugar en tiempos de Abraham” (Gn 26,1). Ahora bien, esta hambre apenas puede afectar a Isaac; tanto es así que el Señor le dice: “No bajes a Egipto, sino habita en la tierra que yo te mostraré, habita en ella y yo estaré contigo” (Gn 26,2-3).
Dios alimenta a los justos
Según esta observación, pienso yo, decía el profeta mucho tiempo después de esto: “Fui joven y ahora viejo, y no he visto al justo abandonado ni a su posteridad mendigando el pan” (Sal 36 [37],25). Y en otro lugar: “El Señor no hará morir de hambre al justo” (Pr 10,3). Todos estos (textos) ponen de manifiesto que puede padecer hambre la tierra y “los que gustan de las cosas terrenas” (cf. Flp 3,19), pero aquellos cuyo alimento es “hacer la voluntad del Padre que está en los cielos” (cf. Mt 7,21; Jn 4,34), y cuya alma se nutre de aquel “pan que ha bajado del cielo” (cf. Jn 6,51. 58), nunca pueden sufrir las privaciones del hambre.
El ejemplo de Elías
Por eso, la divina Escritura, atentamente, no dice: “Estar abrumados por el hambre” para quienes, según su conocimiento, poseen la ciencia de Dios y reciben el alimento de la sabiduría celestial. Pero también en el tercer libro de los Reyes encontrarás usada la misma cautela al hablar (de una época) de hambre; cuando el país se hallaba abrumado por el hambre, según la palabra de Elías a Acab: “¡Vive el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, en cuya presencia estoy! No habrá estos años rocío ni lluvia sobre la tierra, más que cuando mi boca lo diga” (1 R 17,1). Después de esto, el Señor manda a unos cuervos dar de comer al profeta, y al profeta a beber agua del torrente Kerit. Y otra vez, en Sarepta de Sión, se le manda a una mujer viuda alimentar al profeta; a la cual no le quedaban víveres más que para un solo día; pero, distribuidos estos, no se agotaban jamás, y, agotados, se multiplicaban abundantemente. Porque, según la palabra del Señor, “la tinaja de la harina y la vasija del aceite” no se agotaron por haber dado de comer al profeta (cf. 1 R 17,2 ss.).
El ejemplo de Eliseo
Encontrarás también algo semejante en tiempos de Eliseo, cuando el hijo de Jader, rey de Siria, subió contra Samaría y la asedió: “Y hubo, dice, un gran hambre en Samaría, hasta el punto de que una cabeza de asno costaba cincuenta siclos de plata, y un cuarto de estiércol de paloma cinco siclos de plata” (2 R 6,25). Pero súbitamente se produce un cambio maravilloso gracias a la voz del profeta que dice: «Escucha la palabra del Señor. Esto dice el Señor: “Mañana, a esta hora, en las puertas de Samaría, habrá una medida de flor de harina por un siclo y dos medidas de cebada por un siclo”» (2 R 7,1).
Ves, por tanto, lo que se recoge de todos estos textos: porque, cuando el hambre abruma a la tierra, no sólo no abruma a los justos, sino que, antes bien, (son) ellos los que ofrecen el remedio (para escapar) al desastre amenazante.
El hambre de la palabra de Dios
4. Por tanto, ya que ves que la Sagrada Escritura custodia escrupulosamente en casi todos sus textos una regla semejante, hazlos pasar al sentido figurado y alegórico, que nos es enseñado también por las palabras de los mismos profetas. En efecto, uno de los doce profetas afirma sin ambages que se trata abierta y claramente de un hambre espiritual, diciendo: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que enviaré hambre sobre la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de escuchar la palabra del Señor” (Am 8,11).
¿Ves cuál es el hambre que abruma a los pecadores? ¿Ves cuál es el hambre que prevalece sobre la tierra? Porque los que son de la tierra y “gustan las cosas terrenas” (cf. Flp 3,19), y no pueden “recibir lo que viene del Espíritu de Dios” (cf. 1 Co 2,14), padecen “el hambre de la palabra de Dios”, no escuchan los mandamientos de la Ley, desconocen las amonestaciones de los profetas, ignoran las consolaciones apostólicas, no experimentan la medicina del Evangelio. Por eso con razón se dice sobre ellos: “El hambre prevaleció sobre la tierra” (Gn 43,1).
El banquete de la sabiduría
Pero para los justos y “para los que meditan en la ley del Señor día y noche” (cf. Sal 1,2), “la sabiduría prepara su mesa, mata sus víctimas, mezcla su vino en la copa y grita en voz alta” (cf. Pr 9,2-6), no para que vengan todos, no para que se dirijan a ella los opulentos, los ricos y los sabios de este mundo, sino que dice: “Vengan a mí los que están necesitados” (cf. Pr 9,4; Mt 11,25. 28), es decir, los que son “humildes de corazón” (cf. Mt 11,29), los que han aprendido de Cristo “a ser pacientes y humildes de corazón” (cf. Mt 11,29) -que en otro lugar se dice “pobres de espíritu” (cf. Mt5,3; St 2,5), pero ricos de fe-, estos acuden al festín de la sabiduría y, alimentados con sus manjares, alejan “el hambre que prevaleció sobre la tierra”.
Mira, por tanto, también tú, de no ser uno de esos egipcios, para que no te venza el hambre, no sea que ocupado en los negocios del mundo o apresado por los lazos de la avaricia o relajado por el desenfreno de la lujuria, te hagas ajeno a los alimentos de la sabiduría, que se ofrecen siempre en las Iglesias de Dios. Porque si apartas el oído de aquello que se lee o se explica en la Iglesia, sin duda padecerás “hambre de la palabra de Dios” (cf. Am 8,11); pero si, descendiendo de la estirpe de Abraham, custodias también la nobleza de la raza israelita, te alimenta siempre la Ley, te alimentan los Profetas, los Apóstoles también te presentan opulentos banquetes. Asimismo los Evangelios te invitarán a recostarte en el seno de Abraham, de Isaac y de Jacob, “en el reino del Padre” (cf. Mt 8,11), para que allí comas “del árbol de la vida” (cf. Ap 2,7) y bebas el vino de la “verdadera vid” (cf. Jn 15,1), “el vino nuevo con Cristo en el reino de su Padre” (cf. Mt 26,29). Puesto que “los hijos del esposo, mientras que el esposo esté con ellos” (cf. Lc 5,34; Mt 9,15; Mc 2,19) no pueden ayunar de estos alimentos, ni padecer hambre.