OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (289)

La crucifixión de Cristo

Siglos IX-X

Biblia

Bretaña. Francia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía VIII: El sacrificio de Abraham (continuación)

Abraham se pone en camino

4. “Se levantó, entonces, Abraham de madrugada, aparejó su asno y cortó la leña para el holocausto. Y tomó consigo a su hijo Isaac y a dos servidores, y llegó al lugar que le había dicho Dios al tercer día” (Gn 22,3).

“Se levantó Abraham de madrugada” -con el añadido “de madrugada” quiso mostrar tal vez que en su corazón brillaba un principio de luz-, “aparejó su asno, preparó la leña y tomó consigo a (su) hijo”. No delibera, no discute, no comparte con ningún hombre su plan, sino que en seguida se pone en camino.

“Y llegó, dice, al lugar que le había dicho el Señor al tercer día” (Gn 22,3). Omito ahora lo que se contiene en el misterio del “tercer día”; me fijo en la sabiduría y en las intenciones del que prueba. Así, aunque todo debía hacerse en las montañas, no había ninguna montaña en los alrededores; por eso, el camino se prolonga durante tres días, y en todo este triduo las entrañas del padre se ven atormentadas por preocupaciones recurrentes, de modo que durante todo este largo recorrido el padre miraba al hijo, comía con él (y), por las noches, el niño se colgaba en los brazos de (su) padre, se apretaba contra (su) pecho, reposaba en (su) regazo. Mira hasta dónde llega la prueba.

Sin embargo, el tercer día ha sido siempre propicio para los misterios. En efecto, también el pueblo, cuando salió de Egipto, ofrece a Dios un sacrificio al tercer día y al tercer día se purifica (cf. Ex 19,11. 15. 16; 24,25); y la resurrección del Señor fue al tercer día (cf. Mt 27,63; Mc 8,31); y muchos otros misterios se contienen en este día.

¿Qué le dijo Abraham a los servidores?

5. «Levantando los ojos, dice (la Escritura), Abraham vio el lugar desde lejos y dijo a sus servidores: “Quédense aquí con el asno; yo y el muchacho iremos hasta allí y, cuando hayamos adorado, volveremos a ustedes”» (Gn 22,4-5).

Despide a los servidores; porque los servidores no podían subir con Abraham al lugar del holocausto que Dios le había mostrado. Dice, por tanto: “Ustedes quédense aquí; yo y el niño iremos, y, cuando hayamos adorado, volveremos a ustedes” (Gn 22,5). Dime, Abraham, ¿dices la verdad a los servidores (cuando afirmas) que vas a adorar y que volverás con el niño, o mientes? Si dices la verdad, entonces no lo ofrecerás en holocausto; si mientes, a un patriarca tan grande no le conviene mentir. Por tanto, ¿qué pretendes con estas palabras? Digo la verdad, responde, y ofrezco al niño en holocausto; por eso, también llevo conmigo la leña; (pero) vuelvo con él a ustedes; porque creo, y ésta es mi fe: “que también Dios es poderoso para resucitarlo de entre los muertos” (Hb 11,19).

Los preparativos para el holocausto

6. Después de esto, dice (la Escritura), “Abraham tomó la leña para el holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo y se fueron juntos” (Gn 22,6).

Que Isaac mismo lleve “la leña para el holocausto” es figura de Cristo que “cargó él mismo su cruz” (cf. Jn 19,17); y, sin embargo, llevar “la leña para el holocausto” es oficio del sacerdote. Por tanto, él mismo viene a ser a la vez víctima y sacerdote. Pero también lo que agrega: “Y se fueron los dos”, se refiere a este (misterio); porque, cuando Abraham, como (iba) a sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, Isaac no iba detrás de él, sino con él, para que se viese que también con él, a la par, desempeñaba el sacerdocio (o: la función sacerdotal).

¿Qué (viene) después de esto? «Isaac dijo a Abraham, su padre: “Padre”» (Gn 22,7). Y en este momento, la voz proferida por el hijo es la voz de la tentación. En efecto, ¿imaginas hasta qué punto haya estremecido con esa palabra (lit.: voz) las entrañas paternas el hijo que debía ser inmolado? Y aunque Abraham, por la fe, estaba tan inflexible, sin embargo también él intercambió una palabra de afecto y respondió: “¿Qué hay, hijo?”. Y él: “Aquí, dice, (está) el fuego y la leña, pero ¿dónde (está) el cordero para el holocausto?” (Gn 22,7). Abraham respondió a esto: “Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto, hijo” (Gn 22,8).

La respuesta de Abraham, tan diligente y prudente, me conmueve. No sé lo que veía en espíritu, porque cuando dice: “Dios mismo proveerá el cordero” (Gn 22,8), no lo (hace aludiendo) al presente, sino al futuro. Al hijo, que le pregunta sobre el presente, le responde con el futuro. Y en efecto, “el mismo Señor se proveerá el cordero” en Cristo, porque también “la sabiduría misma se ha edificado una casa” (Pr 9,1) y “él se humilló a sí mismo hasta la muerte” (cf. Flp 2,8); y encontrarás que todo lo que lees sobre Cristo sucedió no por necesidad, sino libremente.

El lugar del sacrificio

7. “Prosiguieron, por tanto, ambos y llegaron al lugar que Dios le había dicho” (Gn 22,8-9).

Cuando Moisés llegó al lugar que Dios le había mostrado, no le fue permitido subir, sino que antes se le dijo: “Desata la correa de las sandalias de tus pies” (Ex 3,5). A Abraham e Isaac nada de esto se les dice, sino que suben sin quitarse el calzado. La razón de ello tal vez sea que Moisés, aun siendo “grande” (cf. Ex 11,3), venía sin embargo de Egipto y tenía algunos lazos de mortalidad atados a sus pies. Abraham e Isaac, en cambio, nada de eso tienen, sino que “llegan al lugar”.

Abraham construye el altar, pone la leña sobre el altar, ata al muchacho y se prepara para degollarlo (cf. Gn 22,9. 10).

Muchos de los que escuchan estas cosas en la Iglesia de Dios son padres. Imaginen que alguno de ustedes, influido por la misma narración de la historia, adquiera tanta constancia y tanta fuerza de ánimo que, si por casualidad perdiese a un hijo por muerte natural y exigida a todos, aun siendo único, aun siendo amado, tomase como ejemplo a Abraham y pusiese ante (sus) ojos su magnanimidad. Y ciertamente a ti no se te exigiría esa grandeza de ánimo de atar tú mismo a (tu) hijo, de forzarlo tú mismo, de preparar tú mismo el cuchillo (y) degollar tú mismo a (tu) hijo único. A ti no se te piden todos estos servicios. Sé al menos constante en el propósito y en el ánimo (o: espíritu): firme en la fe, ofrece, alegre, (tu) hijo a Dios; sé sacerdote de la vida de tu hijo; pero al sacerdote que inmola a Dios no debe (o: conviene) llorar.

¿Quieres ver que esto se te exige? Dice el Señor en el Evangelio: “Si fuesen hijos de Abraham, harían las obras de Abraham” (Jn 8,39). He aquí que ésta es la obra de Abraham. Hagan las obras que hizo Abraham, pero no con tristeza, “puesto que Dios ama al que da con alegría” (cf. 2 Co 9,7). Y si fuesen tan disponibles para Dios (como él), también a ustedes se les dirá: “Sube a un lugar elevado y a la montaña que yo te mostraré, y allí ofréceme a tu hijo” (Gn 22,2). No en las profundidades de la tierra ni “en el valle del llanto” (cf. Sal 83[84],7), sino en las montañas altas y excelsas “ofrece a tu hijo”. Muestra que la fe en Dios es más fuerte que los afectos de la carne. Porque Abraham, dice (la Escritura) amaba a su hijo Isaac, pero al amor de la carne antepone el amor de Dios, y fue encontrado no en las vísceras de la carne, sino “en las entrañas de Cristo” (cf. Flp 1,8), es decir, en las entrañas del Verbo de Dios, de la verdad y de la sabiduría.