OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (287)

La Crucifixión

Hacia 1025-1050

Mainz o Fulda, Alemania

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía VII: Nacimiento y destete de Isaac (continuación)

   El hijo de la esclava y el hijo de la mujer libre

4. Dos son, por tanto, los hijos de Abraham, “uno de la esclava y otro de la libre” (cf. Gn 4,22), y al fin ambos (son) hijos de Abraham, aunque ambos no lo (sean) asimismo de la libre. Por eso, también el que nace de la esclava no es por igual heredero con el hijo de la libre, pero recibe dones y no es despedido de vacío. También él recibe una bendición, pero el “hijo de la libre” recibe la promesa; y aquel se convierte en una “gran nación” (cf. Gn 21,13), pero éste en el pueblo de adopción.

Espiritualmente por tanto, todos los que llegan al conocimiento de Dios por la fe pueden ser llamados hijos de Abraham; pero entre estos hay algunos que se adhieren a Dios por amor; otros, por miedo y temor del juicio futuro. Y de ahí que diga el Apóstol Juan: “El que teme no es perfecto en el amor; porque el amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4,18). Luego el que es “perfecto en el amor” nace de Abraham y es “hijo de la libre”. Pero el que observa los mandamientos no por amor perfecto, sino por miedo a la pena futura y por temor de los suplicios, ciertamente es también hijo de Abraham y recibe dones, es decir, la recompensa de su obra -porque también “el que haya dado de beber tan sólo un vaso de agua fresca a título de discípulo, no perderá su recompensa” (cf. Mt 10,42)-, sin embargo, es inferior al que es perfecto no en el temor servil, sino en la libertad del amor.

Algo semejante muestra también el Apóstol cuando dice: “Mientras el heredero es pequeño, en nada se diferencia de un esclavo, aunque sea dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta el tiempo predeterminado por el padre” (Ga 4,1-2). Y es “pequeño” el que se alimenta de “leche y no puede experimentar (o: gustar) la palabra de la justicia”, ni puede recibir “el alimento sólido” (cf. Hb 5,13. 14) de la sabiduría divina y del conocimiento de la ley, el que no puede “comparar cosas espirituales a cosas espirituales” (cf. 1 Co 2,13), el que no puede decir todavía: “Pero cuando me hice hombre, dejé las cosas que eran de niño” (1 Co 13,11). Éste, por tanto, “en nada se diferencia del esclavo” (cf. Ga 4,1).

Pero si, “dejando de lado la enseñanza sobre (lit.: de) los fundamentos de Cristo”Hb 6,1), es llevado a la perfección y “busca las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, no las de la tierra” (cf. Col 3,1-2), y “contempla no las cosas visibles, sino las invisibles” (cf. 2 Co 4,18), y en las Escrituras divinas no sigue “la letra que mata, sino el espíritu que vivifica” (cf. 2 Co 3,6), será sin duda de aquellos que no reciben «un espíritu de esclavitud para (recaer) de nuevo en el temor, sino un espíritu de adopción, en el que gritan: “Abba, Padre”» (cf. Rm 8,15).

El odre de Agar en el desierto. La amplitud de la interpretación espiritual de la Sagrada Escritura

5. Veamos qué hace, entretanto, Abraham, después que Sara se ha  la indignado. Expulsa a la esclava y a su hijo; pero les da un odre de agua (cf. Gn 21,14); porque la madre no tiene un pozo de agua viva, ni niño podía sacar agua de un pozo (cf. Gn 21,19). Isaac tiene los pozos, y por ellos padece (o: sostiene) luchas contra los filisteos (cf. Gn 26,15); Ismael, por el contrario, bebe agua del odre, pero este odre, como odre, se vacía y por eso tiene sed y no encuentra un pozo (cf. Gn 21,15).

Pero tú, que eres hijo “de la promesa según Isaac” (cf. Ga 4,28), “bebe las aguas de tus fuentes y [procura] que las aguas no salgan fuera de tus pozos, sino que tus aguas corran por tus plazas” (Pr 5,15-16). Pero Aquél que “nació según la carne” (cf. Ga 4,29), bebe agua del odre y le falta el agua misma y le falta muchas veces. El odre es la letra de la Ley, de ella bebe aquel pueblo carnal, y de allí saca el sentido (o: la comprensión). Con frecuencia, le falta esta letra y no puede comprender; puesto que en muchos casos la interpretación histórica se presenta deficiente. Pero la Iglesia bebe de las fuentes evangélicas y apostólicas, que no se agotan nunca, sino que “corren por sus plazas”, porque en la amplitud de la interpretación espiritual siempre abundan y fluyen. Bebe también “de los pozos”, cuando saca y escruta de la Ley cosas más profundas.

Yo pienso que, por este misterio, nuestro Señor y Salvador decía a la Samaritana como si hablase con la misma Agar: “Todo el que beba de este agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás” (Jn 4,13-14). Y ella dice al Salvador: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed, y no tenga que venir aquí a sacarla” (Jn 4,15). Después de esto, el Señor a ella: “El que cree en mí, dice, tendrá en él una fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 6,47; 4,14).

La apertura de los ojos de Agar

6. Luego, Agar “erraba por el desierto” con el niño, y el niño lloraba, y Agar lo dejó diciendo: “Que no vea la muerte de mi hijo” (cf. Gn 21,14. 16). Después de esto, cuando (el niño) abandonado ya casi estaba para morir, y lloraba, se le presentó el ángel del Señor “y abrió los ojos de Agar, y vio un pozo de agua viva” (cf. Gn 21,19).

¿Cómo pueden referirse estas cosas a la historia? ¿Dónde encontramos, en efecto, que Agar tuviese los ojos cerrados y que después se abriesen? ¿No es aquí la interpretación espiritual y mística más clara que la luz? Que el pueblo “según la carne” fue abandonado y por tanto yace en el hambre y en la sed, sufriendo “no un hambre de pan y una sed de agua, sino la sed de la palabra de Dios” (cf. Am 8,11), hasta que se abran los ojos de la sinagoga. Esto es lo que el Apóstol dice ser “un misterio”, porque “la ceguera golpeó parcialmente a Israel, hasta que entrase la totalidad de los gentiles, y entonces todo Israel se salvará” (Rm 11,25). Esta es, por tanto, la ceguera de Agar, la cual engendró “según la carne”, y que mientras tanto permanece en ella hasta que “el velo de la letra sea quitado” (cf. 2 Co 3,16) por el ángel de Dios y vea el “agua viva”. Ahora, en efecto, los judíos yacen en torno al pozo mismo, pero sus ojos están cerrados y no pueden beber del pozo de la Ley y los profetas.

Pero prestemos atención también nosotros, porque a menudo también nosotros yacemos alrededor del pozo de “agua viva”, es decir, alrededor de las Escrituras divinas y erramos en ellas. Tenemos los libros y los leemos, pero no tocamos su sentido espiritual. Y por eso, se precisan las lágrimas y la oración incesante, para que el Señor abra nuestros ojos, puesto que también aquellos ciegos que estaban sentados en Jericó, si no hubiesen clamado al Señor, no les habrían sido abiertos sus ojos (cf. Mt 20,30). ¿Y qué digo, que se abran nuestros ojos, si ya han sido abiertos? Porque Jesús vino a abrir los ojos de los ciegos (cf. Is 42,7). Por tanto, nuestros ojos ya fueron abiertos y quitado el velo de la letra de la Ley. Pero temo que nosotros mismos los cerremos de nuevo en un sueño más profundo, si no vigilamos en la inteligencia espiritual y no estamos solícitos para sacudirnos el sueño de nuestros ojos y para contemplar las realidades que son espirituales, de modo que no erremos con el pueblo carnal, cuando estamos en torno al agua misma.

Más bien, velemos y digamos con el profeta: “No daré sueño a mis ojos ni reposo a mis párpados o quietud a mis sienes, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Dios de Jacob” (Sal 131[132,4-5). “A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11: Ap 1,6).