OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (261)
Cristo predicando
Hacia 1315-1325
Libro de coro
Bologna, Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, ÉCLOGAS PROFÉTICAS
Primera parte (13-26): sobre la regeneración bautismal
El ayuno
14.1. El ayuno es abstinencia de alimento según el sentido literal, pero el alimento no hace [personas] más justas o injustas, sino que según el sentido místico se muestra, que, al igual que para cada uno la vida proviene del alimento o que la mala alimentación es símbolo de muerte, así también nosotros debemos ayunar de las cosas mundanas, para que muramos al mundo y, una vez que hayamos cambiado ese alimento por el divino, vivamos para Dios (cf. Rm 6,10-11; 14,8).
14.2. Por otra parte, el ayuno vacía el alma de la materia y la hace pura y ligera juntamente también con el cuerpo atento (lit. dispuesto, disponible) a las palabras divinas.
14.3. Ciertamente, alimento mundano es la vida anterior y los pecados, pero alimento divino son “fe, esperanza, caridad” (1 Co 13,13), paciencia, gnosis, paz y templanza (cf. 1 Tm 6,11; 2 Tm 2,22).
14.4. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios, porque también serán saciados” (Mt 5,6). Pero (es) el alma, no el cuerpo, la que aprecia este deseo.
La oración
15.1. El Salvador (les) mostró a los apóstoles que (tenían) fe que la oración era más poderosa que la fe, a propósito de un endemoniado, al que no habían podido purificar, diciendo: “Estas cosas se enderezan con la oración” (cf. Mc 9,29).
15.2. Ciertamente, quien tiene fe recibe del Señor la remisión de los pecados (cf. Jn 5,14; 1 Jn 3,9), pero el que está en la gnosis, como ya no tiene pecados, obtiene por ello el perdón de las demás cosas.
Dios realiza su obra por medio de los hombres
16.1. De igual manera que las curaciones, las profecías y los milagros, así también la enseñanza gnóstica se cumple cuando Dios la realiza mediante hombres, porque Dios muestra su poder por medio de hombres.
16.2. Y dice precisamente la profecía: “Les enviaré un hombre que los salvará” (Is 19,20). Por tanto, (Dios) mismo en unas ocasiones envía profetas y en otras apóstoles, como salvadores de los hombres. Así Dios obra el bien por medio de los hombres.
16.3. Porque no (es) que Dios puede unas cosas y no puede otras, ya que no (es) débil nunca, ni siquiera las cosas suceden porque Él quiere y otras no, y unas (son hechas) por Él y otras por otros, sino que nos ha hecho a nosotros mediante hombres y nos educa por medio de hombres.
Somos criaturas de Dios
17.1. Dios nos hizo cuando no preexistíamos. Porque también tendríamos que saber dónde estábamos, si hubiéramos preexistido, y cómo y para qué hemos llegado hasta aquí; ahora bien, si no preexistíamos, sólo Dios es la causa del nacimiento.
17.2. Por tanto, como nos ha hecho cuando no éramos, así también, nacidos, [nos] salva con su propia gracia, si nos mostramos dignos e idóneos; pero si no, nos dejará caer en el fin apropiado, “puesto que también es Señor de vivos y muertos” (Rm 14,9).
El poder y la providencia de Dios
18.1. Mira el poder de Dios, [que] no sólo conduce a la existencia a los hombres que no existen, y a los que han nacido también les hace crecer según el avance de la edad (cf. Lc 2,40. 52), sino que también salva a los que han creído, según lo que es propio de cada uno.
18.2. Y modifica épocas, tiempos, frutos y elementos. Porque Él es el único Dios que ha medido el principio y el fin de lo que ha venido a la existencia de manera apropiada a cada ser.
Del temor al amor a Dios Padre
19.1. Progresando hacia la gnosis desde la fe y el temor, el hombre sabe decir: “¡Señor, Señor!” (Mt 7,21), pero no como el esclavo; ha aprendido a decir: “Padre nuestro” (cf. Mt 6,9), ha liberado “el espíritu de la esclavitud para estar bajo el temor” (Rm 8,15), y progresando por el amor hacia “los hijos de adopción” (Rm 8,15), reconciliándose inmediatamente por el amor con el que antes temía.
19.2. Puesto que, por temor ya no se aparta de lo que debe estar alejado, sino que por amor observa los mandamientos. «El mismo Espíritu -dice (el Apóstol)- es testigo, cuando decimos: “¡Abbá, Padre!”» (Ga 4,6; cf. Rm 8,16; cf. Mc 14,36).
La libertad de las hijas y los hijos de Dios
20.1. El Señor nos redime “con [su] preciosa sangre” (1 P 1,19; cf. Hch 20,28; 1 P 1,18; Ap 5,9), alejándonos de los crueles antiguos dueños, de los pecados, por medio de los cuales se habían adueñado de nosotros “los espíritus malignos” (Ef 6,12).
20.2. Así, por tanto, [nos] conduce hacia la libertad del Padre, como coherederos, hijos (cf. Rm 8,14. 17. 21. 23) y amigos (cf. Jn 15,15).
20.3. El Señor dice: “Porque mis hermanos y coherederos son los que hacen la voluntad de mi Padre” (Mt 12,50; Mc 3,35; Lc 8,21; cf. Rm 8,17). Por tanto, “no llamen padre a nadie en la tierra” (Mt 23,9), porque sobre la tierra (hay) dueños, mientras que en los cielos (está) el Padre (cf. Mt 6,9), “de quien es toda familia en los cielos y en la tierra” (Ef 3,15).
20.4. Porque el amor conduce voluntariamente, pero el temor [lo hace] a disgusto (cf. 1 Jn 4,18); (es) el temor malo, pero el otro, que (es) pedagogo del bien, lleva hacia Cristo y es salvífico.
Los atributos de Dios
21. Así, si uno piensa en Dios -ciertamente jamás como conviene, sino en la medida posible, ¿porque qué puede ser digno de Dios?-, piense en una “luz inaccesible” (1 Tm 6,16), inmensa, incomprensible y hermosísima, a la que se le atribuya en todo un poder bueno (y) virtud noble, que cuida de todo, compasiva, impasible, buena, que lo conoce todo, que lo sabe de antemano todo, clara como el sol, dulce, brillante e incontaminada (cf. Sb 7,22-30).
La cooperación entre la gracia de Dios y la voluntad humana
22.1. Puesto que el alma se mueve por sí misma, la gracia de Dios reclama del alma lo que alma tiene, la buena voluntad, como contribución para la salvación; porque el Señor quiere que el bien que da al alma le sea propio, puesto que ella no es insensible, y para ser [conducida] como un cuerpo.
22.2. Ciertamente el poseer (es propio) de quien ha conseguido algo; pero el tomar (algo es característico) de quien desea y del que aspira (alguna cosa), pero el tener dominio de lo que posee (es propio) de quien se ha esforzado (lit.: se ha ejercitado en posee y tiene fuerza).
22.3. Por eso Dios ha dado al alma la facultad de elegir (o: del libre arbitro), para que Él mismo le indique lo que conviene, on su elección lo recia (o acepte) y lo posea.
Dios se encarnó para salvar al género humano
23.1. De igual manera que el Salvador hablaba y curaba por medio del cuerpo, así también anteriormente [lo realizaba] por medio de los profetas y ahora lo hace por mediación de los apóstoles y los maestros (cf Hb 1,1; Lc 11,49).
23.2. Porque la Iglesia está al servicio de la actividad (energía) del Señor; de ahí que también entonces se hiciera hombre (o: tomara la naturaleza humana), para servir por ese medio a la voluntad del Padre.
23.3. Y Dios, amigo de los hombres (philánthropos) en todo tiempo, se encarnó (lit.: se revistió de hombre) por la salvación de los hombres (o: Y siempre Dios misericordioso reviste al hombre para la salud de los hombres), primero por los profetas, ahora por la Iglesia. Porque corresponde que lo semejante preste sus servicios a lo semejante para que la salvación sea semejante.
Llevamos la imagen del hombre celestial
24.1. Cuando éramos terrenales (lit.: hechos de tierra; cf. 1 Co 15,49), éramos del César (cf. Mt 22,21). Pero el César es el príncipe temporal, y (su) imagen terrena es “el hombre viejo” (Col 3,9), al cual [Cristo] hizo retroceder.
24.2. Por consiguiente, a éste deben ser devueltas las cosas de la tierra, que “hemos llevado en la imagen del [hombre] terreno” (1 Co 15,49), y “lo que es de Dios para Dios” (Mt 22,21); porque cada una de las pasiones es para nosotros como una letra, “una señal” (Ap 13,16-17) y un signo (= del demonio).
24.3. Ahora el Señor imprime en nosotros otra señal (= el carácter impreso por el bautismo), otros nombres (= las tres Personas divinas y la imagen de Dios) y otros signos (u: otras letras), la fe frente a la incredulidad, y lo restante. De esta manera somos trasladados de las cosas materiales a las espirituales, “llevando la imagen del [hombre] celestial” (1 Co 15,49).
La acción del Espíritu Santo en la vida cristiana
25.1. Juan [Bautista] dice: “Porque yo os bautizo con agua, pero detrás de mí viene el que los bautizará en Espíritu y en fuego” (Mt 3,11; Lc 3,16). Pero [Jesús] no bautizó a nadie con fuego; “pero algunos -como dice Heracleón- marcaron con fuego los oídos de los que eran sellados” (Heracleón, Fragmentos, 49), entendiendo (lit.: escuchando) de esta manera el [mandato] apostólico. Puesto que [Él] “tiene en su mano la horquilla para limpiar la era, y recogerá el trigo en el granero; pero quemará la paja con un fuego que no se apaga” (Mt 3,12; Lc 3,17).
25.2. Así, a por medio “del fuego” (Mt 3,11; Lc 3,16), se une “mediante el Espíritu” (Mt 3,11; Lc 3,16), puesto que como el trigo es separado de la paja -es decir, del vestido material-, por el viento (= el Espíritu), ya que la paja se separa aventada por el aire, así también el Espíritu tiene el poder de separar las energías materiales.
25.3. Y puesto que las cosas que han nacido de algo inengendrado e incorruptible, las semillas de la vida, son reunidas (= corrección del editor Stählin; cf. Nota 1: Clemens Alexandrinus…) y guardadas, como (= corrección del editor Stählin) el trigo, sin embargo, lo material, mientras se encuentra unido a algo que es mejor, permanece, pero cuan do se separa de lo que es mejor, desaparece, porque tiene la existencia en otro [ser]. Por tanto, ciertamente el espíritu sirve para separar por (su) fuerza (o: un elemento puede ser separado, el espíritu), mientras que el fuego se consume; porque se entiende [por] fuego lo que es material.
25.4. Pero puesto que lo salvado se asemeja al trigo, mientras que lo que crece en derredor del alma [se asemeja] a la paja y (es) incorpóreo, pero lo separado es material; con lo incorpóreo se emparentó el espíritu, sutil y puro, casi más que la inteligencia, pero a lo material [se emparentó] el fuego, no perverso y malo, sino fuerte y purificador del mal. Porque hay que pensar que el fuego es un poder bueno y fuerte, destructor de las realidades peores y salvador de las mejores; por eso también entre los profetas este fuego es llamado inteligente (o: sabio).
Dios es “fuego devorador”
26.1. Así, cuando Dios también es llamado “fuego devorador” (Dt 4,24; Hb 12,29), se ha de entender como nombre y símbolo no de maldad, sino de poder.
26.2. Como el fuego es el más fuerte de los elementos y domina sobre todos, así también Dios (es) omnipotente (cf. Sb 7,23) y todopoderoso (cf. Sb 7,25; Ap 11,17); Él es el que puede dominar, crear, hacer, alimentar, hacer crecer, salvar, porque tiene potestad sobre el cuerpo y el alma. Por tanto, igual que el fuego está por encima de los elementos, así también el Todopoderoso (cf. Sb 7,25; Ap 11,17) (está por encima) de dioses, potestades y principados.
26.3. El poder del fuego es doble; uno referente (o: apropiado) a la producción y madurez de los frutos, y al nacimiento y alimentación de los seres vivientes, cuya imagen es el sol; pero el otro [poder] se refiere a la pérdida y destrucción, como el fuego que hay sobre la tierra.
26.4. Por tanto, cuando se llama a Dios “fuego devorador” (Dt 4,24; Hb 12,29), (es) poder fuerte e irresistible, a quien nada es imposible (cf. Lc 1,37), sino que incluso puede hacer que se extinga (o. desaparezca).
26.5. Sobre ese poder también dice el Salvador: “He venido a traer fuego a la tierra” (Lc 12,49; cf. Dt 4,24), es decir, un poder purificador de santos, de [personas] materiales, como [un poder] destructor, como algunos dicen (= alusión a la antropología gnóstica), pero que, como nosotros decimos, es [un poder] educador, pero también el fuego posee temor, y la luz, difusión.