OBRAS DE LOS PÁDRES DE LA IGLESIA (821)

La mujer vestida de sol (Ap 12,1)

Siglo XV

Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía VIII sobre el Salmo 77 (78)

Introducción 

Lo peor que puede sucederle a un cristiano es caer prisionero en manos del Maligno. Porque la esclavitud a que este último nos someterá es realmente terrible. Para evitar tal situación debemos estar unidos a la Iglesia y conjugar nuestra existencia conforme a las oraciones que ella misma nos ofrece (§ 8).

En virtud de la creación del alma humana a semejanza del Creador, todo ser humano está llamado a comportarse “hermosamente”, para así reflejar en sí mismo tan gran regalo. Sin embrago, no todas las personas obra en coherencia con este don (§ 9.1).

La lucha de toda alma que quiera vivir según el designio del Creador será contra las potestades de la maldad. Para estas el alma que anhela vivir en justicia y santidad es una enemiga (§ 9.2).

Cuando pecamos el Señor nos hiere con las consecuencias mismas de nuestras propias faltas, que nos hacen perder nuestra heredad, la que Dios nos ha regalado (§ 9.3). 

La castidad, según Orígenes, exige una vida acorde a esta opción. Caso contrario, esta hermosa consagración se convierte en causa de vituperio (§ 9.4).

Sacerdotes y viudas cuando faltan en algo merecerán un castico acorde a la gravedad de sus acciones, cuando el Señor se ponga en pie para juzgar (§ 9.5).

Orígenes concluye la presente homilía exhortando a sus oyentes a devenir luz del mundo. Porque estamos llamados a honrar el misterio de un Dios que se hace pobre y pequeño para salvar a “los menos importantes” (§ 9.6).

Texto

“Entregó a la cautividad su fuerza”

8. Si pecamos [el Señor] entrega nuestra fuerza a la cautividad nuestra fuerza y terminamos bajo aquellos que nos han hecho sus prisioneros, y que no son hombres. ¡Ojalá fuéramos prisioneros de los seres humanos[1] y no de las potestades adversas! ¿Qué podrán hacerme los hombres que me toman prisionero? ¿Me harán esclavo? Puedo también como esclavo ser cristiano y respetar las leyes de Dios. Pero si el diablo me toma prisionero, me esclaviza con una esclavitud terrible. ¿Qué esclavitud si no aquella sobre la que el Salvador dice: “Quien comete pecado, es esclavo del pecado” (Jn 8,34)[2]? Esta es la esclavitud que hay que temer y sobre esta esclavitud es apropiado decir: «No han recibido un espíritu de esclavitud para temer de nuevo, sino que han recibido el espíritu de adopción, en el que clamamos: “Abba, Padre”» (Rm 8,15). No ignoro que las palabras: “No han recibido un espíritu de esclavitud”, también son susceptibles de otra interpretación, que expusimos en otra ocasión[3]. Por consiguiente, “entregó a la cautividad su fuerza”. Si no quieres devenir esclavo ni que tu fuerza sea entregada a la cautividad, no te separes de la Iglesia, sino participa en las reuniones comunes ordenándote a ti mismo en las oraciones[4]. 

La belleza del alma humana 

9.1. “Y su hermosura a manos del enemigo” (Sal 77 [78],61). El alma del hombre posee una gran belleza. Si quieres ver la belleza, considera como fue creada al principio: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Gn 1,26). Mira la belleza: el alma de hombre es llamada “según la imagen y según la semejanza” (Gn 1,26) de Dios, porque espera recibir la semejanza. De esta belleza muchos han sido amantes y son numerosos como los enamorados de la belleza de una mujer. Cuando hay amantes, la mujer casta no se ofrece, pero la prostituta y la licenciosa se dejan capturar por la intemperancia, o por el placer o por alguna ganancia. Del mismo modo toda alma humana, en virtud de su razón o de su creación preeminente, es una criatura hermosa, pero no todas las almas utilizan esta belleza de la misma manera, sino que algunas la usan malamente.

Nuestro combate es contra el Maligno

9.2. Y pienso que esto dice Salomón en los Proverbios cuando afirma: “Como un anillo en la nariz de una cerda, así la belleza para una mujer maliciosa” (Pr 11,22). Para una mujer maliciosa la belleza del alma es un mal. Pues esta alma se ofrece a sus amantes y va tras ellos. ¿Quiénes son los amantes? Los espíritus enemigos son descriptos como los amantes también en [el libro del profeta] Ezequiel[5]. Los amantes son “los principados”, los amantes “son las potestades, los dominadores de las tinieblas de este mundo, los amantes son los espíritus de maldad” (Ef 6,12). Por tanto, cuando se enamoran y no conquistan el alma, entonces se convierten en sus enemigos y después de haber querido engañarla devienen sus enemigos. Y no a todos los hombres, sino a los justos se les dice: “Nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino con los principados, con las potestades, con los dominadores del mundo de estas tinieblas” (Ef 6,12).

Las heridas de nuestros pecados

9.3. Hallarás expresados estos misterios de una forma enigmática en los profetas, y sobre todo en cuanto se contiene en [el libro] del profeta Ezequiel. Allí, en efecto, Dios ha amenazado por lo que aparece, pienso que lo aparece es verdadero, y anuncia: “Tus amantes lucharán contra ti” (cf. Ez 16,37-42). Son palabras dichas entonces contra Jerusalén: “Condenó a la espada a su pueblo y no desdeñó su heredad” (Sal 77 [78],62). Cuando pecamos, Dios condena con la espada: ¿qué espada? Aquella que nos combate. Pues hay una espada por la cual los pecados son heridos.

La virginidad laudable 

9.4. “Y desdeñó su heredad. A sus jóvenes devoró el fuego” (Sal 77 [78],62-63). Si ves el alma encendida de un joven, ya sea a nivel inteligible, o a nivel sensible, no dudes en decir: “El fuego devoró a los jóvenes” de Israel. Si ves a un joven que se enamora de una prostituta y ha sido capturado por el deseo de esa mujer, no dudes en decir sobre ese tal que estos son los jóvenes de los que la Escritura dice: “A sus jóvenes devoró el fuego” (Sal 77 [78],63). Lo mismo acontece también para: “Y sus vírgenes no tuvieron cantos de alabanza[6]” (Sal 77 [78],63). Porque es necesario leer así el texto, como figura igualmente en todas las otras ediciones y asimismo en el hebreo y en algunos pocos ejemplares seguros: “Sus vírgenes no tuvieron cantos de alabanza” (Sal 77 [78],63). Cuando la virgen no es alabada, ella es objeto de reproche. Puesto que la virginidad debe ser algo laudable por causa del pudor, a causa de la reserva, por causa de la belleza no del cuerpo sino del alma.

Sacerdotes y viudas

9.5. “Sus sacerdotes cayeron a espada” (Sal 77 [78],64). Porque para nosotros, a quienes nos ha sido confiado el sacerdocio, cuando pecamos, la Escritura dice: “Sus sacerdotes cayeron a espada” (Sal 77 [78],64). Además, si vemos que también el orden de las viudas de la Iglesia no está adornado con una buena conducta, sobre este se dirá igualmente: “Y sus viudas no serán lloradas” (Sal 77 [78],64). Por tanto, sobre estos se levanta el juez, a fin de que sin contemplación por las personas castigue a aquellos que pecan, en las diferentes cosas, según lo que merecen.

Luz de la tierra

9.6. Debemos reconocer verdaderamente que el alma más noble, aquella a la que se le han confiado las realidades más grandes, cuando peca, no será castigada de la misma forma que aquella a la que se le han confiado cosas más pequeñas. Si la hija de un sacerdote ha cometido fornicación, o bien será lapidada, o bien condenada al fuego (cf. Lv 21,9). Si ha pecado, en cuanto que era más noble, dado que ha pecado en una mayor proporción, recibirá un castigo más grande y más conspicuo. Estas cosas suceden de un modo diverso a como ocurren en el mundo. Porque las personas de noble natalicio y aquellas de humilde origen cometen las mismas faltas, pero el noble es honrado a causa de su nobleza por las leyes del mundo que hacen distinciones de personas, por lo que es castigado de forma inferior por su pecado. Pero aquel que no hace distinción de personas, pone con poder bajo examen a los poderosos, pues sabe que los menos importantes merecen piedad (cf. Sb 6,6). Pero nosotros, volviéndonos hacia esta vocación grande y santa, exhortamos a no “pisotear al hijo de Dios y a no profanar la sangre la sangre de la alianza en la que hemos sido santificados” (cf. Hb 10,29), y a no violentar un misterio tan grande, sino más bien honrarlo, para que seamos no solo luz del mundo (cf. Mt 5,14), sino también luz de la tierra, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


[1] Lit.: hombres.

[2] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, XVI,2: «Servir a los egipcios no es otra cosa que sujetarse a los vicios carnales y estar sometidos a los demonios. Ciertamente nadie está obligado a ello por una necesidad venida de fuera, sino que es empujado por la pereza del alma y por el deseo y el placer del cuerpo, al cual se somete el alma por desidia. Pero el que cuida la libertad del alma y ennoblece la dignidad de la mente con pensamientos celestiales, éste es de los hijos de Israel; y, aunque oprimido “con violencia” por un tiempo, sin embargo, no pierde su libertad perpetuamente. Por último, también nuestro Salvador, hablando sobre la libertad y la servidumbre, dice así en el Evangelio: “Todo el que peca es esclavo del pecado” (Jn 8,34). Y de nuevo dice: “Si permanecen en mi palabra, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,31. 32)». También Homilías sobre el Levítico, XVI,7: «“Ustedes serán mi pueblo. Yo (soy) el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, cuando eran esclavos, y rompí el yugo de la servidumbre de ustedes” (Lv 26,12-13). Verdaderamente nos sacó de la casa de servidumbre (cf. Ex 13,14), porque éramos esclavos del pecado, puesto que “todo el que peca, es esclavo del pecado” (cf. Jn 8,34). Y rompió el yugo de nuestra servidumbre, yugo que impuso sobre nuestro cuello aquel que nos condujo cautivos (cf. 2 Co 10,5), y nos ató con los vínculos de los pecados. Entonces, nuestro Señor Jesucristo rompió la atadura del pecado e hizo caer el yugo de nuestra cautividad, e impuso sobre nosotros su suave yugo (cf. Mt 11,30) de fe, de caridad, de esperanza y de toda santidad». Y Homilías sobre el libro de Josué, X,3: «¿Qué esclavitud? Dice la Escritura: “Quien peca, es siervo del pecado” (Jn 8,34). En esta servidumbre cae no el alma viril y perfecta, sino pueril e indolente. Por eso, si también tú eres servidor hebreo, es decir el fiel que ya recibió el bautismo en la Iglesia y después cayó en la esclavitud del pecado, que te basten seis años de servidumbre, y en el séptimo año ten cuidado de no servir, sino apresúrate hacia tu libertad».

[3] “Orígenes se refiere aquí a otra explicación de Rm 8,15 (No han recibido un espíritu de esclavitud), palabras que él cita y comenta en varias ocasiones no tanto para inculcar, como aquí, el temor de la esclavitud bajo las potencias enemigas, sino para exaltar el temor y el amor de Dios en los fieles cristianos” (Origene, p. 419, nota 16). Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, VII,4: «Si, “dejando de lado la enseñanza sobre de los fundamentos de Cristo” (Hb 6,1), es llevado a la perfección y “busca las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, no las de la tierra” (cf. Col 3,1-2), y “contempla no las cosas visibles, sino las invisibles” (cf. 2 Co 4,18), y en las Escrituras divinas no sigue “la letra que mata, sino el Espíritu que vivifica” (cf. 2 Co 3,6), será sin duda de aquellos que no reciben “un espíritu de esclavitud para (recaer) de nuevo en el temor, sino un espíritu de adopción, en el que gritan: ‘Abba, Padre’ (cf. Rm 8,15)”».

[4] O, menos literalmente: regulándote (lit.: ritmándote) a ti mismo conforme al ritmo de las oraciones.

[5] Cf. Ez 16,33. 36. 37; 23,5. 9. 22.

[6] La LXX lee: “Y sus vírgenes no tuvieron duelo”. Pero Orígenes prefiere la versión que aquí adopta, invocando la confrontación con el texto hebreo (cf. Origene, p. 423, nota 18).