OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (243)
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Cristo orando en Getsemaní
Siglo XII
Salterio de san Albano
Aberdeen, Inglaterra
Siglo XII
Salterio de san Albano
Aberdeen, Inglaterra
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA
LIBRO SÉPTIMO
Capítulo XVI: Sobre las herejías
Dios, verdadero Padre y Maestro de la verdad
93.1. Ahora bien, quienes están decididos a fatigarse por lo mejor no desistirán de buscar la verdad hasta que (encuentren) la demostración en las Escrituras mismas.
93.2. En efecto, hay algunos criterios (humanos) que son comunes en los hombres, como los órganos de los sentidos, pero otros (son) propios de quienes han querido (o: preferido) y practicado la verdad, son las técnicas intelectuales y racionales de los razonamientos verdaderos y falsos.
93.3. Pero lo más importante (es) también rechazar la [falsa] opinión, deteniéndose en medio de la ciencia exacta y de la temeraria (o: arrebatada) presunción de conocimiento (doxosophía), y saber (o: conocer) que quien espera el descanso eterno conoce también que la entrada en él es laboriosa y “estrecha” (Mt 7,14).
93.4. Pero quien ha sido evangelizado una sola vez (cf. Hb 6,4; 4,6) y “ha visto la salvación” (Is 52,10; Lc 2,30; 3,6), dice [la Escritura], si lo supiera en esa hora, “no se vuelva hacia atrás como la mujer de Lot” (Gn 19,26; cf. Lc 17,31-32), ni hacia la vida precedente aferrada a las cosas sensibles, ni tampoco vuelva a las herejías; porque rivalizan ciertamente de alguna manera, puesto que no reconocen al verdadero Dios.
93.5. “Porque el que ama al padre o a la madre más que a mí” (Mt 10,37), el verdadero Padre y maestro de la verdad, que regenera, recrea y nutre al alma elegida, “no es digno de mí” (Mt 10,37); dice digno de ser hijo de Dios (cf. Mt 5,9; Lc 20,36; Rm 8,14; Ga 3,26) y discípulo, amigo (cf. St 2,23) y pariente de Dios a la vez.
93.6. “Porque nadie que mira hacia atrás y pone su mano en el arado está bien dispuesto para el reino de Dios” (Lc 9,62).
93.7. Ahora bien, por lo que parece, todavía muchos opinan (o: piensan) que María es parturienta (= no es virgen) por el nacimiento del Niño, cuan do [en realidad] no es parturienta -porque también algunos dicen que, después de haber dado a luz, la partera la encontró virgen- (cf. Protoevangelio de Santiago, 19,3--20,2).
Las herejías interpretan erróneamente las Escrituras, o las desprecian
94.1. Así son para nosotros las Escrituras del Señor: engendran la verdad y permanecen vírgenes (porque) los misterios de la verdad permanecen ocultos.
94.2. “Ha dado a luz y no ha dado a luz” (Is 7,14; Jb 21,10; cita no literal; cf. Hechos de Pedro, 24), dice la Escritura, como que concibió de sí misma y no ayudada por la unión de una pareja (lit.: acoplamiento).
94.3. Por eso las Escrituras han favorecido la concepción para los gnósticos, pero las herejías, al no conocerlas, las desdeñan como infecundas.
94.4. Pero teniendo todos los hombres el mismo discernimiento, unos ciertamente elaboran (lit.: hacen) (los argumentos) de fe siguiendo (o: eligiendo) los dictados de la razón, en cambio los que se unen a los placeres fuerzan la Escritura conforme a sus concupiscencias.
94.5. Pero, pienso yo, que el amante de la verdad necesita un vigor espiritual (lit.: psíquico). Porque (es) un gran sufrimiento que fracasen los que emprenden grandes proyectos, no poseyendo el canon de la verdad recibiéndolo de la verdad misma.
94.6. Y esos tales, desviados del camino recto, también fracasan de igual manera en la mayoría de las cosas particulares, por causa de no tener ejercitado adecuadamente el criterio de lo verdadero y de lo falso respecto a lo que se debe elegir (cf. Hb 5,14). Porque, si lo tuvieran, obedecerían a las divinas Escrituras.
Somos “educados por la voz del Señor para el conocimiento profundo de la verdad”
95.1. Así, del mismo modo que si un hombre deviniera una fiera, a la manera de los hechizados por Circe, así también dejaría de ser hombre de Dios y fiel al Señor quien injuria a la tradición eclesiástica y salta a opiniones de herejías humanas.
95.2. Pero quien se retrae de esa artimaña, obedeciendo las Escrituras y entregando su vida a la verdad, termina de alguna manera por [transformarse] de hombre en Dios.
95.3. Porque tenemos (como) principio de la doctrina al Señor que, por medio de los profetas, el Evangelio y los bienaventurados apóstoles, “en diversas ocasiones y de muchas maneras” (Hb 1,1) hace de guía desde el principio hasta el fin de la gnosis.
95.4. Pero si alguno respondiera que ese principio necesita de otro [principio], entonces de ningún modo se conservaría como principio. Así, por tanto, quien es fiel por sí mismo también es digno de fe en la Escritura del Señor y en su palabra, puesto que actúa por medio del Señor para el bien de los hombres.
95.5. Naturalmente nosotros usamos (la Escritura) en la búsqueda de criterio para las acciones; pero todo lo que está sometido a juicio no es creíble antes de ser juzgado, puesto que no constituye principio lo que debe ser juzgado (o: sometido a juicio).
95.6. Por tanto, es razonable que los que han recibido por fe el principio indemostrable, y, por abundancia, también reciben del mismo principio las demostraciones sobre el [mencionado] principio, seamos educados por la voz del Señor para el conocimiento profundo de la verdad.
95.7. Porque no confiaríamos sin más en los enunciados (o: explicaciones) humanos, con los que también se puede exponer lo contrario.
95.8. Pero si no basta simplemente con expresar sólo una opinión, sino que es necesario garantizar lo que se dice, nosotros no aguardamos el testimonio de los hombres, sino que garantizamos nuestra investigación con la palabra del Señor, la cual ofrece una prueba mayor que toda demostración, y mejor aún, es la única demostración que realmente existe.
95.9. Según esta ciencia son fieles quienes sólo prueban por las Escrituras, pero son también gnósticos los que siguen adelante para encontrar un conocimiento más perfecto de la verdad, puesto que también en la vida tienen una cierta superioridad los especialistas respecto a los profanos, y en comparación a las ideas comunes modelan mejor.
Las herejías violentan las Sagradas Escrituras
96.1. Del mismo modo también nosotros, demostrando perfectamente lo concerniente a las Escrituras a partir de ellas mismas, estamos persuadidos por la fe de manera convincente.
96.2. Y si los que siguen las herejías tienen la audacia de servirse de los escritos proféticos, en primer lugar no se sirven de todos, y no [lo hacen] de forma íntegra (lit.: perfecta), ni tampoco dan a entender el conjunto (lit.: cuerpo) ni el contexto (lit.: la trama, el tejido) de la profecía, sino que entresacando las frases ambiguas las traducen según sus propias opiniones, recogiendo de un sitio y otro unas pocas palabras, sin examinar su significado, sino que se contentan con la misma simple expresión.
96.3. Porque en casi todos los textos que aducen se puede encontrar cómo se acercan sólo a los nombres, substituyendo los significados, porque desconocen lo que expresan, ni utilizan aquellas selecciones [de textos] que presentan como la naturaleza de los mismos reclama.
96.4. Pero la verdad no se encuentra en cambiar los significados -porque de esta manera se saltan (o: enmiendan) toda verdadera enseñanza-, sino en considerar lo que es perfectamente propio y conveniente al Señor y Dios todopoderoso, y en confirmar cada una de las pruebas de las Escrituras mediante otros pasajes paralelos de las mismas Escrituras.
96.5. Así, por tanto, ellos no quieren volverse hacia la verdad, permaneciendo anclados en la arrogancia de su amor propio, ni desean abandonar de ninguna manera sus propias opiniones, violentando a las Escrituras. Y se apresuraron a divulgar falsos dogmas entre los hombres, enfrentándose manifiestamente a casi todas las Escrituras y refutados siempre por nuestras argumentaciones; lo único que ahora les queda (es) ciertamente no admitir a los profetas o atacarnos a nosotros como personas de otra naturaleza, incapaces de entender sus propias ideas; pero también algunas veces, refutados profundamente, se retractan de sus propios dogmas, avergonzados de confesar (públicamente) lo que se glorían de enseñar asimismo en privado.
LIBRO SÉPTIMO
Capítulo XVI: Sobre las herejías
Dios, verdadero Padre y Maestro de la verdad
93.1. Ahora bien, quienes están decididos a fatigarse por lo mejor no desistirán de buscar la verdad hasta que (encuentren) la demostración en las Escrituras mismas.
93.2. En efecto, hay algunos criterios (humanos) que son comunes en los hombres, como los órganos de los sentidos, pero otros (son) propios de quienes han querido (o: preferido) y practicado la verdad, son las técnicas intelectuales y racionales de los razonamientos verdaderos y falsos.
93.3. Pero lo más importante (es) también rechazar la [falsa] opinión, deteniéndose en medio de la ciencia exacta y de la temeraria (o: arrebatada) presunción de conocimiento (doxosophía), y saber (o: conocer) que quien espera el descanso eterno conoce también que la entrada en él es laboriosa y “estrecha” (Mt 7,14).
93.4. Pero quien ha sido evangelizado una sola vez (cf. Hb 6,4; 4,6) y “ha visto la salvación” (Is 52,10; Lc 2,30; 3,6), dice [la Escritura], si lo supiera en esa hora, “no se vuelva hacia atrás como la mujer de Lot” (Gn 19,26; cf. Lc 17,31-32), ni hacia la vida precedente aferrada a las cosas sensibles, ni tampoco vuelva a las herejías; porque rivalizan ciertamente de alguna manera, puesto que no reconocen al verdadero Dios.
93.5. “Porque el que ama al padre o a la madre más que a mí” (Mt 10,37), el verdadero Padre y maestro de la verdad, que regenera, recrea y nutre al alma elegida, “no es digno de mí” (Mt 10,37); dice digno de ser hijo de Dios (cf. Mt 5,9; Lc 20,36; Rm 8,14; Ga 3,26) y discípulo, amigo (cf. St 2,23) y pariente de Dios a la vez.
93.6. “Porque nadie que mira hacia atrás y pone su mano en el arado está bien dispuesto para el reino de Dios” (Lc 9,62).
93.7. Ahora bien, por lo que parece, todavía muchos opinan (o: piensan) que María es parturienta (= no es virgen) por el nacimiento del Niño, cuan do [en realidad] no es parturienta -porque también algunos dicen que, después de haber dado a luz, la partera la encontró virgen- (cf. Protoevangelio de Santiago, 19,3--20,2).
Las herejías interpretan erróneamente las Escrituras, o las desprecian
94.1. Así son para nosotros las Escrituras del Señor: engendran la verdad y permanecen vírgenes (porque) los misterios de la verdad permanecen ocultos.
94.2. “Ha dado a luz y no ha dado a luz” (Is 7,14; Jb 21,10; cita no literal; cf. Hechos de Pedro, 24), dice la Escritura, como que concibió de sí misma y no ayudada por la unión de una pareja (lit.: acoplamiento).
94.3. Por eso las Escrituras han favorecido la concepción para los gnósticos, pero las herejías, al no conocerlas, las desdeñan como infecundas.
94.4. Pero teniendo todos los hombres el mismo discernimiento, unos ciertamente elaboran (lit.: hacen) (los argumentos) de fe siguiendo (o: eligiendo) los dictados de la razón, en cambio los que se unen a los placeres fuerzan la Escritura conforme a sus concupiscencias.
94.5. Pero, pienso yo, que el amante de la verdad necesita un vigor espiritual (lit.: psíquico). Porque (es) un gran sufrimiento que fracasen los que emprenden grandes proyectos, no poseyendo el canon de la verdad recibiéndolo de la verdad misma.
94.6. Y esos tales, desviados del camino recto, también fracasan de igual manera en la mayoría de las cosas particulares, por causa de no tener ejercitado adecuadamente el criterio de lo verdadero y de lo falso respecto a lo que se debe elegir (cf. Hb 5,14). Porque, si lo tuvieran, obedecerían a las divinas Escrituras.
Somos “educados por la voz del Señor para el conocimiento profundo de la verdad”
95.1. Así, del mismo modo que si un hombre deviniera una fiera, a la manera de los hechizados por Circe, así también dejaría de ser hombre de Dios y fiel al Señor quien injuria a la tradición eclesiástica y salta a opiniones de herejías humanas.
95.2. Pero quien se retrae de esa artimaña, obedeciendo las Escrituras y entregando su vida a la verdad, termina de alguna manera por [transformarse] de hombre en Dios.
95.3. Porque tenemos (como) principio de la doctrina al Señor que, por medio de los profetas, el Evangelio y los bienaventurados apóstoles, “en diversas ocasiones y de muchas maneras” (Hb 1,1) hace de guía desde el principio hasta el fin de la gnosis.
95.4. Pero si alguno respondiera que ese principio necesita de otro [principio], entonces de ningún modo se conservaría como principio. Así, por tanto, quien es fiel por sí mismo también es digno de fe en la Escritura del Señor y en su palabra, puesto que actúa por medio del Señor para el bien de los hombres.
95.5. Naturalmente nosotros usamos (la Escritura) en la búsqueda de criterio para las acciones; pero todo lo que está sometido a juicio no es creíble antes de ser juzgado, puesto que no constituye principio lo que debe ser juzgado (o: sometido a juicio).
95.6. Por tanto, es razonable que los que han recibido por fe el principio indemostrable, y, por abundancia, también reciben del mismo principio las demostraciones sobre el [mencionado] principio, seamos educados por la voz del Señor para el conocimiento profundo de la verdad.
95.7. Porque no confiaríamos sin más en los enunciados (o: explicaciones) humanos, con los que también se puede exponer lo contrario.
95.8. Pero si no basta simplemente con expresar sólo una opinión, sino que es necesario garantizar lo que se dice, nosotros no aguardamos el testimonio de los hombres, sino que garantizamos nuestra investigación con la palabra del Señor, la cual ofrece una prueba mayor que toda demostración, y mejor aún, es la única demostración que realmente existe.
95.9. Según esta ciencia son fieles quienes sólo prueban por las Escrituras, pero son también gnósticos los que siguen adelante para encontrar un conocimiento más perfecto de la verdad, puesto que también en la vida tienen una cierta superioridad los especialistas respecto a los profanos, y en comparación a las ideas comunes modelan mejor.
Las herejías violentan las Sagradas Escrituras
96.1. Del mismo modo también nosotros, demostrando perfectamente lo concerniente a las Escrituras a partir de ellas mismas, estamos persuadidos por la fe de manera convincente.
96.2. Y si los que siguen las herejías tienen la audacia de servirse de los escritos proféticos, en primer lugar no se sirven de todos, y no [lo hacen] de forma íntegra (lit.: perfecta), ni tampoco dan a entender el conjunto (lit.: cuerpo) ni el contexto (lit.: la trama, el tejido) de la profecía, sino que entresacando las frases ambiguas las traducen según sus propias opiniones, recogiendo de un sitio y otro unas pocas palabras, sin examinar su significado, sino que se contentan con la misma simple expresión.
96.3. Porque en casi todos los textos que aducen se puede encontrar cómo se acercan sólo a los nombres, substituyendo los significados, porque desconocen lo que expresan, ni utilizan aquellas selecciones [de textos] que presentan como la naturaleza de los mismos reclama.
96.4. Pero la verdad no se encuentra en cambiar los significados -porque de esta manera se saltan (o: enmiendan) toda verdadera enseñanza-, sino en considerar lo que es perfectamente propio y conveniente al Señor y Dios todopoderoso, y en confirmar cada una de las pruebas de las Escrituras mediante otros pasajes paralelos de las mismas Escrituras.
96.5. Así, por tanto, ellos no quieren volverse hacia la verdad, permaneciendo anclados en la arrogancia de su amor propio, ni desean abandonar de ninguna manera sus propias opiniones, violentando a las Escrituras. Y se apresuraron a divulgar falsos dogmas entre los hombres, enfrentándose manifiestamente a casi todas las Escrituras y refutados siempre por nuestras argumentaciones; lo único que ahora les queda (es) ciertamente no admitir a los profetas o atacarnos a nosotros como personas de otra naturaleza, incapaces de entender sus propias ideas; pero también algunas veces, refutados profundamente, se retractan de sus propios dogmas, avergonzados de confesar (públicamente) lo que se glorían de enseñar asimismo en privado.
Los misterios de la gnosis eclesiástica
97.1. Porque así se puede ver cómo son todas las herejías, teniendo en cuenta la maldad de sus mismos dogmas. Puesto que, una vez que les refutemos, demostrando claramente su oposición a las Escrituras, se podrá observar la doble actitud de los dirigentes de su doctrina.
97.2. Porque, o desaprueban la con secuencia de los [propios] dogmas, o la profecía misma, o mejor, sus mismas expectativas; pero de vez en cuando asumen la opinión que les parece más propicia, en vez de lo manifestado por el Señor mediante los profetas y lo que ha recibido a la vez el testimonio y la confirmación por el Evangelio y después también por los apóstoles.
97.3. Viendo el peligro que les amenaza, no sobre un solo dogma, sino sobre la continuidad (o: conservación) misma de sus herejías, no se esfuerzan por encontrar la verdad -porque al encontrarse con lo que hay en medio y a nuestro alcance, lo desprecian como vulgar-, sino en franquear rápidamente lo común de la fe (= los misterios de la gnosis y de la Iglesia), saliéndose de la verdad.
97.4. Porque no han aprendido los misterios de la gnosis eclesiástica, ni han recibido la grandeza de la verdad, omitiendo por pereza hasta la profundización de las obras (o: acciones) y, puesto que conocen de manera superficial, abandonan las Escrituras.
El modo de curar la presunción
98.1. Así, engreídos por una aparente sabiduría pasan la vida discutiendo, como dando muestras de que prefieren más aparentar que filosofar.
98.2. Precisamente basándose en principios de la realidad no necesarios, dejándose seducir (lit.: mover) por opiniones humanas y procurándose además necesariamente un fin coherente (que acompaña: akóloythos) con ellos mismos, luchan frente a las argumentaciones de quienes practican la verdadera filosofía y soportan cualquier cosa y mueven cualquier asidero, (como) se dice, aunque sea a costa de cometer la impiedad de no prestar fe a las Escrituras, antes que cambiar de parecer, por el orgullo de la secta y la muy celebrada precedencia de los asientos (cf. Lc 14,8) en las reuniones de fieles (ekklesías), prefiriendo el primer puesto (cf. Mt 23,6; Mc 12,39; Lc 20,46) en aquel ágape que lleva el falso nombre de amor.
98.3. Pero el profundo conocimiento que nosotros (poseemos) de la verdad procura que la fe pase de los que ya creen a los que todavía no creen, y (esa) fe, por así decirlo, se establece como la esencia de la demostración.
98.4. No obstante, como parece, toda herejía no tiene, por principio, oídos para oír lo provechoso, sino sólo para lo que provoca placer; porque alguno de ellos se hubiera curado si solamente hubiera querido obedecer a la verdad.
98.5. Pero hay una triple manera de curar la presunción, como también toda enfermedad: conocimiento de la causa, de la manera de eliminarla y, en tercer lugar, el ejercicio del alma para adquirir también el hábito de poder acompañar a los que juzgan rectamente.
Las herejías “están vacías del designio de Dios”
99.1. Como el ojo desordenado (cf. Mt 6,23), así también el alma manchada por las opiniones antinaturales no es capaz de discernir con perfección la luz de la verdad, ni siquiera incluso ver lo que tiene delante (lit.: en los pies). Se dice que también en el agua turbia se pescan (lit.: se toman o agarran) las anguilas, porque (están) como ciegas.
99.2. Y como los niños malos apartan al pedagogo, así aquellos rechazan de su propia reunión a las profecías, porque miran con malos ojos la argumentación y la advertencia.
99.3. Sin duda, entretejen (o: recomponen) innumerables mentiras e invenciones (o: fingimientos) para aparentar lógicamente que no aceptan las Escrituras.
99.4. Por eso no (son) piadosos, porque están indispuestos contra los divinos mandamientos, es decir, contra el Espíritu Santo.
99.5. Y al igual que se llaman almendras vacías no sólo a las que no contienen nada dentro, sino también a las que tienen algo inútil, así también decimos que los herejes están vacíos de los designios de Dios y de las tradiciones de Cristo, comenzando doctrinas verdaderamente amargas, igual que la almendra silvestre, no reteniendo lo que por la evidencia de la verdad no pudieron abandonar y esconder.
Los tres estados del alma
100.1. Como en la guerra el soldado no abandona el puesto asignado por el estratega, así tampoco nosotros podemos abandonar el puesto que nos ha asignado el Verbo, al que hemos tomado (como) guía de la gnosis y de la vida.
100.2. Pero la mayoría [de los hombres] no ha investigado con cuidado esto: si se debe seguir a alguien, y por ello a quién y cómo.
100.3. Porque tal cual sea la razón así también conviene que sea la vida para el creyente, de manera que pueda “seguir a Dios” (Diogeniano, Paroemiae, III,31), que “desde el principio todo lo lleva a término con rectitud” (Platón, Leyes, IV,716 A).
100.4. Pero después que alguien transgrede la razón, también por ello [ofende] a Dios; si por debilidad chocara súbitamente contra una imaginación, debe recurrir a las fantasías de la razón; pero si ha sido vencido por una costumbre ya arraigada en él, deviniendo, como dice la Escritura, “vulgar” (Ex 1,7), debe cesar completamente la costumbre y debe ejercitar el alma para contradecir a esa (costumbre).
100.5. Y si también pareciera que algunos son arrastrados por opiniones contradictorias, habrá que suprimirlas poco a poco y encaminarlas (o: enviarlas) con “los pacificadores” (Mt 5,9) de opiniones, que hechizan a los tímidos inexpertos con las divinas Escrituras, esclareciendo la verdad en conformidad con los [dos] Testamentos (= Sagradas Escrituras).
100.6. Pero, como parece, nos inclinamos más a la fama, aunque sea contradictorio, que a la verdad; porque es austera y modesta.
100.7. Ahora bien, tres son los estados del alma: el de la ignorancia, el de la opinión y el de la ciencia (cf. Platón, República, V,447 A-478 D); los que (están) en la ignorancia (son) los paganos, en la ciencia (está) la verdadera Iglesia, y en la opinión [permanecen] los herejes.
97.1. Porque así se puede ver cómo son todas las herejías, teniendo en cuenta la maldad de sus mismos dogmas. Puesto que, una vez que les refutemos, demostrando claramente su oposición a las Escrituras, se podrá observar la doble actitud de los dirigentes de su doctrina.
97.2. Porque, o desaprueban la con secuencia de los [propios] dogmas, o la profecía misma, o mejor, sus mismas expectativas; pero de vez en cuando asumen la opinión que les parece más propicia, en vez de lo manifestado por el Señor mediante los profetas y lo que ha recibido a la vez el testimonio y la confirmación por el Evangelio y después también por los apóstoles.
97.3. Viendo el peligro que les amenaza, no sobre un solo dogma, sino sobre la continuidad (o: conservación) misma de sus herejías, no se esfuerzan por encontrar la verdad -porque al encontrarse con lo que hay en medio y a nuestro alcance, lo desprecian como vulgar-, sino en franquear rápidamente lo común de la fe (= los misterios de la gnosis y de la Iglesia), saliéndose de la verdad.
97.4. Porque no han aprendido los misterios de la gnosis eclesiástica, ni han recibido la grandeza de la verdad, omitiendo por pereza hasta la profundización de las obras (o: acciones) y, puesto que conocen de manera superficial, abandonan las Escrituras.
El modo de curar la presunción
98.1. Así, engreídos por una aparente sabiduría pasan la vida discutiendo, como dando muestras de que prefieren más aparentar que filosofar.
98.2. Precisamente basándose en principios de la realidad no necesarios, dejándose seducir (lit.: mover) por opiniones humanas y procurándose además necesariamente un fin coherente (que acompaña: akóloythos) con ellos mismos, luchan frente a las argumentaciones de quienes practican la verdadera filosofía y soportan cualquier cosa y mueven cualquier asidero, (como) se dice, aunque sea a costa de cometer la impiedad de no prestar fe a las Escrituras, antes que cambiar de parecer, por el orgullo de la secta y la muy celebrada precedencia de los asientos (cf. Lc 14,8) en las reuniones de fieles (ekklesías), prefiriendo el primer puesto (cf. Mt 23,6; Mc 12,39; Lc 20,46) en aquel ágape que lleva el falso nombre de amor.
98.3. Pero el profundo conocimiento que nosotros (poseemos) de la verdad procura que la fe pase de los que ya creen a los que todavía no creen, y (esa) fe, por así decirlo, se establece como la esencia de la demostración.
98.4. No obstante, como parece, toda herejía no tiene, por principio, oídos para oír lo provechoso, sino sólo para lo que provoca placer; porque alguno de ellos se hubiera curado si solamente hubiera querido obedecer a la verdad.
98.5. Pero hay una triple manera de curar la presunción, como también toda enfermedad: conocimiento de la causa, de la manera de eliminarla y, en tercer lugar, el ejercicio del alma para adquirir también el hábito de poder acompañar a los que juzgan rectamente.
Las herejías “están vacías del designio de Dios”
99.1. Como el ojo desordenado (cf. Mt 6,23), así también el alma manchada por las opiniones antinaturales no es capaz de discernir con perfección la luz de la verdad, ni siquiera incluso ver lo que tiene delante (lit.: en los pies). Se dice que también en el agua turbia se pescan (lit.: se toman o agarran) las anguilas, porque (están) como ciegas.
99.2. Y como los niños malos apartan al pedagogo, así aquellos rechazan de su propia reunión a las profecías, porque miran con malos ojos la argumentación y la advertencia.
99.3. Sin duda, entretejen (o: recomponen) innumerables mentiras e invenciones (o: fingimientos) para aparentar lógicamente que no aceptan las Escrituras.
99.4. Por eso no (son) piadosos, porque están indispuestos contra los divinos mandamientos, es decir, contra el Espíritu Santo.
99.5. Y al igual que se llaman almendras vacías no sólo a las que no contienen nada dentro, sino también a las que tienen algo inútil, así también decimos que los herejes están vacíos de los designios de Dios y de las tradiciones de Cristo, comenzando doctrinas verdaderamente amargas, igual que la almendra silvestre, no reteniendo lo que por la evidencia de la verdad no pudieron abandonar y esconder.
Los tres estados del alma
100.1. Como en la guerra el soldado no abandona el puesto asignado por el estratega, así tampoco nosotros podemos abandonar el puesto que nos ha asignado el Verbo, al que hemos tomado (como) guía de la gnosis y de la vida.
100.2. Pero la mayoría [de los hombres] no ha investigado con cuidado esto: si se debe seguir a alguien, y por ello a quién y cómo.
100.3. Porque tal cual sea la razón así también conviene que sea la vida para el creyente, de manera que pueda “seguir a Dios” (Diogeniano, Paroemiae, III,31), que “desde el principio todo lo lleva a término con rectitud” (Platón, Leyes, IV,716 A).
100.4. Pero después que alguien transgrede la razón, también por ello [ofende] a Dios; si por debilidad chocara súbitamente contra una imaginación, debe recurrir a las fantasías de la razón; pero si ha sido vencido por una costumbre ya arraigada en él, deviniendo, como dice la Escritura, “vulgar” (Ex 1,7), debe cesar completamente la costumbre y debe ejercitar el alma para contradecir a esa (costumbre).
100.5. Y si también pareciera que algunos son arrastrados por opiniones contradictorias, habrá que suprimirlas poco a poco y encaminarlas (o: enviarlas) con “los pacificadores” (Mt 5,9) de opiniones, que hechizan a los tímidos inexpertos con las divinas Escrituras, esclareciendo la verdad en conformidad con los [dos] Testamentos (= Sagradas Escrituras).
100.6. Pero, como parece, nos inclinamos más a la fama, aunque sea contradictorio, que a la verdad; porque es austera y modesta.
100.7. Ahora bien, tres son los estados del alma: el de la ignorancia, el de la opinión y el de la ciencia (cf. Platón, República, V,447 A-478 D); los que (están) en la ignorancia (son) los paganos, en la ciencia (está) la verdadera Iglesia, y en la opinión [permanecen] los herejes.