OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (239)

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El administrador infiel es acusado
1593
Amberes, Bélgica
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo XII: Sobre las virtudes del gnóstico (continuación)

   El gnóstico ayuna de toda forma pecado

75.1. Éste es el trabajador bien dispuesto; ciertamente el que se alegra por lo que ha conocido, pero que humillado por rodar sobre la necesidad de la vida, no es juzgado aún digno de la participación activa de lo que ha conocido. Se aprovecha de esta vida como de algo ajeno por necesidad.

75.2. Él mismo conoce también los enigmas del ayuno de esos días, digo del cuarto y de la parasceve (= ayuno semanal los días miércoles y viernes). Porque uno está dedicado a Hermes (miércoles), y el otro a Afrodita (= viernes).

75.3. Así, durante (toda) su vida, ayuna de avidez de dinero al igual que del gusto por el placer, de los que nacen todos los males (cf. 1 Tm 1,10). Puesto que ya hemos establecido en repetidas ocasiones (cf. III,89,1,; VI,147,1) las tres principales variedades de prostitución, según el Apóstol: el gusto por el placer, la avaricia y la idolatría (cf. Ef 5,5).

El gnóstico está llamado a glorificar en sí mismo la resurrección del Señor

76.1. Por tanto, también según la Ley, él ayuna de las acciones perversas, y según la perfección  del Evangelio (cf. Mt 5,21-48) [ayuna] de los malos pensamientos.

76.2. También se le presentan las tentaciones no para la purificación [de sí mismo], sino para provecho de los prójimos, como hemos dicho (cf. VII,74,3), recibiendo la prueba de dificultades y dolores, los menosprecia y los supera (o: repudia).

76.3. Pero el mismo discurso vale también sobre el placer. Porque lo más grande es haber sido probado y después mantenerse alejado (o: abstenerse). Puesto, ¿qué hay de grande si uno se abstiene de lo que no conoce?

76.4. El mismo que pone realiza (o: ejecuta) el mandamiento según el evangelio, celebra aquel día del Señor cuando rechaza un mal pensamiento y recibe uno gnóstico, glorificando en sí mismo la resurrección del Señor.

76.5. Pero también, cuando alcanza la comprensión de la contemplación científica, piensa que ve al Señor, dirigiendo sus ojos hacia lo invisible.

76.6. Y si pareciera ver lo que no quiere ver, reprime (o: contiene) la facultad de ver, cuando percibe que se está deleitando él mismo por la acción de la mirada; en tanto que él sólo desea ver y oír lo que le corresponde.

76.7. En seguida, al contemplar las almas de los hermanos, también ve la belleza de la carne con el alma misma, habituada a vigilar (o: supervisar: episkopéin) la mirada sólo en la belleza, sin el placer carnal.

“El gnóstico suple la ausencia de los apóstoles”

77.1. Pero son realmente hermanos por la discutida creación y según la conformidad de las costumbres y según el fundamento de las acciones, cuantos hacen, piensan y dicen las mismas santas y bellas acciones que el Señor quiso que esos mismos elegidos sintieran.

77.2. Porque ciertamente la fe es elegir en Él las mismas cosas, pero gnosis es haber aprendido y sentir en Él las mismas cosas, y la esperanza es desear en Él las mismas cosas. Y si [el gnóstico], por la necesidad de la vida, estuviera ocupado un poco de tiempo en el alimento, piensa que engaña fraudulentamente al estar solicitado por esa ocupación.

77.3. Ni en sueños mira a lo que sencillamente no se adapta al elegido. “Porque, extranjero y peregrino” (Sal 38 [39],13; Hb 11,13) durante toda la vida (es) todo el que, habitando en una ciudad, desprecia las cosas que en la ciudad son admiradas entre los demás, y vive en la ciudad como en un desierto, para que el lugar no le obligue, sino que su libre elección manifieste lo que es justo.

77.4. El mismo gnóstico, por decirlo resumidamente, suple la ausencia de los apóstoles, puesto que viviendo rectamente, conociendo exactamente, ayuda a los amigos, “traslada las montañas” (Mt 17,20; 21,21; 1 Co 13,2) de los prójimos y arroja (fuera) las anomalías (cf. Is 40,4) de sus almas.

77.5. No obstante, cada uno de nosotros es a la vez viña y trabajador de sí mismo (cf. Is 5,2; Mt 21,33). Pero (el gnóstico), aun practicando lo más sublime, quiere permanecer ignorado de los hombres, persuadiendo juntamente al Señor y a sí mismo de que vive según los mandamientos, prefiriendo aquellas acciones en virtud de su fe (cf. Lc 6,45).

77.6. -“Porque donde está la mente de uno, dice [el Señor], allí está también su tesoro” (Mt 6,21; Lc 12,34), así el [gnóstico] mismo (se tiene) por inferior a sí mismo para no mirar jamás con indiferencia, por la perfección en el amor, a un hermano caído en aflicción, si sabe que él mismo lleva la indigencia más fácilmente que el hermano.

El gnóstico es “familiar del Señor”

78.1. Así, por tanto, [el gnóstico] considera un dolor propio el dolor de aquel [hermano]; y si en aras de la beneficencia, al dar de su propia indigencia, padeciera algo desagradable, no se indigna por ello, sino que incluso aumenta la buena acción.

78.2. Porque posee una fe pura sobre el modo de obrar, alabando el Evangelio con las obras y la contemplación. Y no recoge para sí “el ser alabado por los hombres, sino por Dios” (Rm 2,29), realizando lo que el Señor le enseñó.

78.3. Estando absorbido él mismo por su propia esperanza, no gusta de la belleza mundana, mirando con desdén todas las cosas de aquí abajo. Tiene piedad de los que son castigados después de la muerte y a disgusto deben confesar mediante el castigo, pero él, con la conciencia tranquila, está siempre dispuesto para el éxodo (o: la partida), como si fuera “peregrino y extranjero” (Hb 11,13) de esta tierra, porque recuerda sólo su propia herencia, pero ocupándose de todas las demás cosas de aquí abajo como ajenas.

78.4. No sólo admira los mandamientos del Señor, sino que, por así decirlo, participa de la voluntad divina mediante la gnosis misma; (es) realmente familiar del Señor y de los mandamientos, elegido como justo, apto para dirigir y real, como gnóstico que desprecia todo el oro (que hay) sobre la tierra y debajo de ella y el reino [que abarca] de un confín a otro del océano, para tener fuertemente sólo la solicitud (o: el servicio) para con el Señor.

78.5. Pero también cuando come, bebe y se casa, si la razón lo decidiese, e incluso entre sueños, hace y piensa lo que es santo; así está siempre puro para la oración.

78.6. Y también reza con los ángeles, como si ya fuera “igual a los ángeles” (Lc 20,36), y nunca se encuentra fuera de su santa vigilancia; y aunque rece solo, tiene el coro asociado de los santos.

78.7. Él en persona conoce la doble fe: la fuerza del creyente y la superioridad en dignidad de lo creído; además también [conoce] la doble justicia: la del amor y la del temor.

El gnóstico lleva la señal de la cruz en sí mismo

79.1. Ciertamente se ha dicho: “El temor del Señor es sagrado (porque) permanece por los siglos de los siglos” (Sal 18 [19],10). Porque los que se convierten desde el temor hacia la fe y la justicia permanecen por los siglos. El temor procura en seguida la abstinencia del mal, pero el amor edificado sobre el libre albedrío estimula a obrar bien, para que uno escuche junto al Señor: “Ya no los llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15), y vuelva confiadamente a las plegarias.

79.2. Y la misma clase de oración es la acción de gracias por el pasado, por el presente y por el futuro, como ya presente por la fe, pero la adquisición de la gnosis precede a eso.

79.3. Y en consecuencia además pide igualmente vivir la vida circunscrita en la carne como gnóstico, como descarnado (lit.: no carnal, ásarkos), y obtener lo mejor, pero huir de lo peor.

79.4. Pero también solicita el alivio para nosotros, por los pecados cometidos, y la conversión hacia el reconocimiento. De esta manera, se adhiere rápidamente al que lo llama al tiempo del éxodo, cuando aquél llama, adelantándose, por así decir, por medio de la buena conciencia, apresurándose a dar gracias ya desde entonces, en unión con Cristo, procurando él mismo ser digno mediante la pureza para poseer sin mezcla (alguna) el poder de Dios suministrado por medio de Cristo.

79.5. Porque no quiere estar caliente por la participación en el calor ni luminoso por la del fuego, sino ser todo luz. Porque conoce con exactitud lo que significa: “Si no odian al padre y a la madre, e incluso a su propia alma, y si no llevan la señal” (Lc 14,26-27).

79.6. Porque odia las inclinaciones de la carne, que han hecho grande el encantamiento del placer, y mira con desdén todo lo referente a la función pública, también para ganarse el sustento material; pero también está precavido del alma corpórea, poniendo freno al espíritu irracional que se subleva, porque “la carne tiene deseos contrarios al espíritu” (Ga 5,17).

79.7. Pero “llevar la señal” (Lc 14,27; para Clemente la “señal” es la cruz) “es llevar por dondequiera la muerte” (2 Co 4,10), incluso en vida “renunciando a todo” (Lc 14,33), cuando no es lo mismo el amor del que engendra la carne y el del que crea el alma para la ciencia.

El gnóstico siempre da gracias a Dios

80.1. Estando él en disposición de hacer el bien, [el gnóstico] antes que hablar bien obra bien; (y) suplicando compartir los pecados de los hermanos en aras de la confesión pública y la conversión de los cercanos (cf. Ex 32,32; Rm 9,3), y deseando vivamente compartir sus propios bienes con los más amigos, y estos mismos amigos igualmente con él.

80.2. Verdaderamente, haciendo crecer las semillas depositadas en él conforme al cultivo que el Señor ordenó (cf. Mc 4,20), permanece sin pecado, y deviene dueño de sí mismo y reside en espíritu con sus semejantes en los coros de los santos, aunque todavía permanezca en la tierra.

80.3. Durante todo el día y la noche se alegra mucho hablando y practicando los mandatos del Señor (cf. Sal 1,2), no sólo cuando se levanta de madrugada y a mediodía, sino también cuando pasea, cuando se acuesta, cuando se viste y se desviste (cf. Dt 6,7; 11,19).

80.4. Y enseña al hijo, si el hijo fuere linaje [suyo], sin apartarse del mandamiento y de la esperanza, siempre dando gracias a Dios como los animales glorificantes, alegorizados por Isaías (cf. Is 6,2-3),

80.5. permaneciendo firme ante cualquier prueba; “El Señor ha dado -afirma [la Escritura]-, el Señor quitó” (Jb 1,21).

80.6. Porque precisamente era Job, que, incluso al ser privado de los bienes exteriores juntamente también con la salud del cuerpo, renunció a todo por amor al Señor. “Porque era -dice la Escritura- justo, santo, exento de toda maldad” (Jb 1,1. 8; 2,3).

80.7. Pero santo indica las cosas justas para con Dios según la economía (= plan salvífico); pero sabiendo eso era gnóstico.

80.8. Porque no (es) necesario, si vinieren bienes, deslizarse sobre las cosas humanas en exceso, ni a su vez, si (surgen) males, no [es necesario] odiarlos, sino estar por encima de ambos: pisoteando aquellos (= los males) y entregando (los bienes) a los necesitados. Pero el gnóstico es prudente en las relaciones sociales (para) no olvidarse que las relaciones sociales (pueden) devenir una disposición.