OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (179)
El apóstol san Pablo enseñando
Principios del siglo XVI
Amiens, Francia
Principios del siglo XVI
Amiens, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA
LIBRO CUARTO
Capítulo XX: La mujer perfecta
El amor matrimonial
125.1. La mujer que ama al marido, Eurípides la describe con respeto (lit.: gravedad), advirtiendo: “Si [él] habla, debe pensar que habla bien, aunque no sea verdad (lit.: no lo diga), y [ella] debe esforzarse por hablar para agradar al marido” (Eurípides, Fragmentos, 909,7-8).
125.2. Y de de nuevo en el mismo sentido: “Es bueno que, en caso de acontecer algún mal, la esposa se aflija y participe en común [con el marido] de la pena como del placer” (Eurípides, Fragmentos, 909,9-10).
125.3. Y así, mostrando de algún modo lo afable y tierno en los infortunios, agrega: “Cuando tú enfermes, yo misma sufriré estar enferma contigo y compartiré tus males, porque nada me es desagradable” (Eurípides, Fragmentos, 909,11-12). Puesto que con los que aman “es necesario ser feliz y ser desgraciado. Porque, ¿qué es la amistad sino eso?” (Eurípides, Fragmentos, 909).
Cuál es el matrimonio verdaderamente feliz
126.1. Ahora bien, un matrimonio se santifica perfeccionándose según el Verbo (o: según la palabra) [cf. 1 Tm 4,5], si la unión está sometida a Dios y se practica “con sincero corazón en plenitud de fe, purificando los corazones de conciencia mala y lavando el cuerpo con agua pura, y manteniendo la confesión de la esperanza, porque fiel es el que lo prometió” (Hb 10,22-23).
126.2. Pero se debe juzgar feliz el matrimonio no por la riqueza ni por la belleza, sino por la virtud.
126.3. Dice la tragedia: “A ninguna aprovechó la belleza en la relación con a su marido; pero la virtud aprovechó a muchas; porque toda buena esposa, unida a su marido, sabe ser prudente” (Eurípides, Fragmentos, 909,1-3).
126.4. A continuación, como dando recomendaciones, dice: “Ciertamente, esto es lo primero de todo: si el marido es feo, debe parecer hermoso a la (esposa) sensata, porque no es el ojo el que juzga, sino que el espíritu es quien ve” (Eurípides, Fragmentos, 909,4-6), y lo que sigue.
126.5. Porque con mucha autoridad dijo la Escritura que la mujer es dada por Dios al varón como una ayuda (cf. Gn 2,18).
La amistad con Dios es la meta de la vida cristiana
127.1. Creo, por tanto, evidente que ella preferirá en el cuidado de la casa curar persuasivamente con una palabra (o: según el Verbo) cada uno de los sucesos molestos causados por el marido.
127.2. Pero si [el marido] no escuchase, entonces ha de procurar, en la medida de lo posible a la naturaleza humana, llevar una vida sin pecado, aunque tenga que vivir o morir con el Verbo, considerando que Dios es protector y compañero de esa situación, el verdadero asistente y salvador en el presente y el futuro; ella le ha constituido estratega y guía de cualquier situación, al considerar como tarea la templanza y la justicia, pero teniendo como objetivo su amistad con Dios.
Enseñanzas del apóstol Pablo
128.1. También, con gracia, el Apóstol en la “Carta a Tito” dice que conviene que “las ancianas en su porte (sean) reverentes, no sean calumniadoras, ni esclavizadas por el mucho vino, para que entrenen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos e hijos, sensatas, puras, dedicadas a las tareas de la casa, buenas y sumisas a los propios maridos, para que no sea blasfemada la palabra de Dios” (Tt 2,3-5).
128.2. “Más bien, dice, persigan la paz con todos y la santidad, sin las cuales nadie verá al Señor; vigilando para que ninguno sea fornicario o profanador, como Esaú que a cambio de una sola comida se desprendió de sus derechos de primogenitura; y que ninguna raíz amarga, al brotar hacia arriba cause disturbios y por ella sean contaminados muchos (o: los demás)” (Hb 12,13-15. 16. 15; cf. Gn 27,28-40).
La perfección: meta tanto de la mujer como del hombre
129.1. Después, como poniendo colofón a la cuestión sobre el matrimonio, añade: “Honroso (sea) el matrimonio en todos, y la unión conyugal sin mancha; porque Dios juzgará a los fornicarios y adúlteros” (Hb 13,4).
129.2. Una vez demostrado que, tanto el hombre como la mujer tienen lo perfecto como único objeto y fin, Pedro dice en su “Carta”:
129.3. “Ahora sufren un poco, si es necesario, en diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, mucho más valiosa que el oro que se corrompe y es probado por el fuego, sea hallada digna de alabanza y gloria en la manifestación de Jesucristo.
129.4. A quien sin haber visto aman, a quien todavía no han visto, pero creyendo se alegran con un gozo inefable y pleno de gloria; obteniendo la meta de la fe, que es la salvación de las almas” (1 P 1,6-9).
129.5. Por eso también Pablo se gloría de haberse encontrado por causa de Cristo “en trabajos sin cuento, en azotes sin medida, en peligro de muerte muchas veces” (1 Co 11,23).
LIBRO CUARTO
Capítulo XX: La mujer perfecta
El amor matrimonial
125.1. La mujer que ama al marido, Eurípides la describe con respeto (lit.: gravedad), advirtiendo: “Si [él] habla, debe pensar que habla bien, aunque no sea verdad (lit.: no lo diga), y [ella] debe esforzarse por hablar para agradar al marido” (Eurípides, Fragmentos, 909,7-8).
125.2. Y de de nuevo en el mismo sentido: “Es bueno que, en caso de acontecer algún mal, la esposa se aflija y participe en común [con el marido] de la pena como del placer” (Eurípides, Fragmentos, 909,9-10).
125.3. Y así, mostrando de algún modo lo afable y tierno en los infortunios, agrega: “Cuando tú enfermes, yo misma sufriré estar enferma contigo y compartiré tus males, porque nada me es desagradable” (Eurípides, Fragmentos, 909,11-12). Puesto que con los que aman “es necesario ser feliz y ser desgraciado. Porque, ¿qué es la amistad sino eso?” (Eurípides, Fragmentos, 909).
Cuál es el matrimonio verdaderamente feliz
126.1. Ahora bien, un matrimonio se santifica perfeccionándose según el Verbo (o: según la palabra) [cf. 1 Tm 4,5], si la unión está sometida a Dios y se practica “con sincero corazón en plenitud de fe, purificando los corazones de conciencia mala y lavando el cuerpo con agua pura, y manteniendo la confesión de la esperanza, porque fiel es el que lo prometió” (Hb 10,22-23).
126.2. Pero se debe juzgar feliz el matrimonio no por la riqueza ni por la belleza, sino por la virtud.
126.3. Dice la tragedia: “A ninguna aprovechó la belleza en la relación con a su marido; pero la virtud aprovechó a muchas; porque toda buena esposa, unida a su marido, sabe ser prudente” (Eurípides, Fragmentos, 909,1-3).
126.4. A continuación, como dando recomendaciones, dice: “Ciertamente, esto es lo primero de todo: si el marido es feo, debe parecer hermoso a la (esposa) sensata, porque no es el ojo el que juzga, sino que el espíritu es quien ve” (Eurípides, Fragmentos, 909,4-6), y lo que sigue.
126.5. Porque con mucha autoridad dijo la Escritura que la mujer es dada por Dios al varón como una ayuda (cf. Gn 2,18).
La amistad con Dios es la meta de la vida cristiana
127.1. Creo, por tanto, evidente que ella preferirá en el cuidado de la casa curar persuasivamente con una palabra (o: según el Verbo) cada uno de los sucesos molestos causados por el marido.
127.2. Pero si [el marido] no escuchase, entonces ha de procurar, en la medida de lo posible a la naturaleza humana, llevar una vida sin pecado, aunque tenga que vivir o morir con el Verbo, considerando que Dios es protector y compañero de esa situación, el verdadero asistente y salvador en el presente y el futuro; ella le ha constituido estratega y guía de cualquier situación, al considerar como tarea la templanza y la justicia, pero teniendo como objetivo su amistad con Dios.
Enseñanzas del apóstol Pablo
128.1. También, con gracia, el Apóstol en la “Carta a Tito” dice que conviene que “las ancianas en su porte (sean) reverentes, no sean calumniadoras, ni esclavizadas por el mucho vino, para que entrenen a las jóvenes a ser amantes de sus maridos e hijos, sensatas, puras, dedicadas a las tareas de la casa, buenas y sumisas a los propios maridos, para que no sea blasfemada la palabra de Dios” (Tt 2,3-5).
128.2. “Más bien, dice, persigan la paz con todos y la santidad, sin las cuales nadie verá al Señor; vigilando para que ninguno sea fornicario o profanador, como Esaú que a cambio de una sola comida se desprendió de sus derechos de primogenitura; y que ninguna raíz amarga, al brotar hacia arriba cause disturbios y por ella sean contaminados muchos (o: los demás)” (Hb 12,13-15. 16. 15; cf. Gn 27,28-40).
La perfección: meta tanto de la mujer como del hombre
129.1. Después, como poniendo colofón a la cuestión sobre el matrimonio, añade: “Honroso (sea) el matrimonio en todos, y la unión conyugal sin mancha; porque Dios juzgará a los fornicarios y adúlteros” (Hb 13,4).
129.2. Una vez demostrado que, tanto el hombre como la mujer tienen lo perfecto como único objeto y fin, Pedro dice en su “Carta”:
129.3. “Ahora sufren un poco, si es necesario, en diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, mucho más valiosa que el oro que se corrompe y es probado por el fuego, sea hallada digna de alabanza y gloria en la manifestación de Jesucristo.
129.4. A quien sin haber visto aman, a quien todavía no han visto, pero creyendo se alegran con un gozo inefable y pleno de gloria; obteniendo la meta de la fe, que es la salvación de las almas” (1 P 1,6-9).
129.5. Por eso también Pablo se gloría de haberse encontrado por causa de Cristo “en trabajos sin cuento, en azotes sin medida, en peligro de muerte muchas veces” (1 Co 11,23).
Capítulo XXI: La perfección cristiana
La completa perfección no es posible en la vida presente
130.1. Entonces encuentro que lo perfecto se entiende de diversos modos, según la virtud en que cada uno se destaque. Así, uno llega a ser perfecto en cuanto prudente, paciente, templado, laborioso, mártir y gnóstico.
130.2. Pero perfecto en todo a la vez no sé si existe algún hombre, mientras es hombre, excepto únicamente aquél que se revistió de hombre por nosotros (cf. Flp 2,7). En verdad también uno sería perfecto según la mera Ley, que prescribe la abstinencia del mal; pero (la Ley) es camino que conduce tanto al Evangelio como a las buenas obras.
130.3. Pero ciertamente perfección del que conoce la Ley es la aceptación gnóstica del Evangelio, para que se haga perfecto (quien vive) según la Ley. Porque profetizó (o: predijo) Moisés, según la Ley (cf. Dt 18,15), que era necesario escuchar, para que recibiéramos a Cristo, plenitud de la Ley, según el Apóstol (cf. Rm 10,4; 13,10; Mt 5,17).
130.4. Pero el gnóstico progresa desde ahora en el Evangelio, no sólo usando la Ley como peldaño, sino comprendiéndola e interpretándola como el Señor la transmitió a los Apóstoles, al darles los [dos] Testamentos.
130.5. Pero si también se comportara rectamente -tan pronto como es imposible que la gnosis siga a un mal comportamiento-, deviniendo mártir al confesar por amor con la mayor rectitud, gozaría de la mayor dignidad entre los hombres. Pero ni siquiera así llegará a ser llamado perfecto [mientras viva] en la carne, puesto que la terminación de la vida es requisito para esa privilegiada denominación; entonces, al llegar el mártir gnóstico, mostrará y presentará con señorío la obra perfecta mediante el amor gnóstico, entregando el espíritu (y) dando gracias (a Dios) con la sangre.
La perfección cristiana consiste en vivir rectamente ante Dios
131.1. Desde ese momento será bienaventurado y justamente será proclamado perfecto, “para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co 4,7), como dice el Apóstol. Salvemos sólo el libre arbitrio y el amor (= nuestra libertad y nuestro amor), “atribulados en todo, pero no aplastados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Co 4,8-9).
131.2. Porque según el mismo Apóstol, es necesario que quienes aspiran a la perfección “no den motivo alguno de escándalo, sino que en todo se recomienden a sí mismos” (2 Co 6,3-4), no (ante) los hombres, sino ante Dios (cf. Col 3,23).
131.3. Como consecuencia, hay que obedecer también a los hombres; porque también es razonable obedecerles (hasta) por las calumnias.
131.4. Pero la recomendación está “en mucha paciencia, en las aflicciones, necesidades, apremios, azotes, prisiones, sediciones, fatigas, desvelos, ayunos, y en castidad (o: pureza), gnosis, longanimidad, bondad, en Espíritu Santo, en amor sin hipocresía, en palabra de verdad, en poder de Dios” (2 Co 6,4-7), para que seamos templos de Dios (cf. 1 Co 3,17), purificados “de toda contaminación carnal y espiritual” (2 Co 7,1).
131.5. “Y yo, dice, los acompañaré y seré para ustedes padre, y ustedes serán para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Co 6,17-18).
131.6. “Perfeccionemos, por consiguiente, la santidad en el temor de Dios” (2 Co 7,1), dice. Porque si el temor también produce tristeza, dice [el Apóstol]: “Me alegro, no porque fueron contristados, sino porque fueron contristados para la conversión; porque fueron contristados según Dios, para que en nada sufran daño de nosotros. Porque la tristeza según Dios es conversión para salvación, que no produce pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte.
131.7. Vean que eso mismo que los entristece según Dios les ha causado un gran fervor, defensa, impaciencia, temor, deseo, celo y reparación. En todo han demostrado que ustedes mismos están limpios en este punto” (2 Co 7,9-11).
Anhelemos la plenitud de Cristo
132.1. Estos son los ejercicios de la ascesis gnóstica. Y por eso, Dios omnipotente, “Él mismo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, para la perfección de los santos, para obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la estatura de la edad de la plenitud de Cristo” (Ef 4,11-13), apresurándonos a ser hombres gnósticos y tender a la perfección lo más posible, aunque permanezcamos en la carne, y partiendo de una perfecta concordia, ocupémonos de concurrir con la voluntad de Dios en la reintegración realmente perfecta de nobleza y afinidad hacia la “plenitud de Cristo” (Ef 4,13), consumada perfectamente desde la reconciliación (o: purificación).
132.2. Veamos ahora dónde, cómo y cuándo el divino Apóstol habla sobre el perfecto y cómo manifiesta diferencias entre los perfectos.
132.3. De nuevo [dice]: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Porque a uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de gnosis, según el mismo Espíritu; a otro, la fe en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones en el mismo Espíritu; a otro, obras de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, don de lenguas; a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las obra el único y el mismo Espíritu, que lo distribuye a cada uno como quiere” (1 Co 12,7-11).
Los justos y la profecía
133.1. Siendo así las cosas, ciertamente los profetas son perfectos en profecía, los justos en justicia, los mártires en la confesión (de la fe), y otros en la predicación; no estando exentos de las virtudes comunes, tienen éxito en aquello que se les ha asignado. Por tanto, ¿quién, con sano juicio, no llamará justo al profeta? Pero ¿qué? ¿Acaso los justos como Abrahán no profetizaron también?
133.2. “Porque dios concede a uno las gestas bélicas, pero a otro la danza, a otro la cítara y el canto”, dice Homero (Ilíada, XIII,730-731).
133.3. “Pero cada uno recibe de Dios su propio carisma; éste, uno; aquel, otro” (1 Co 7,7); pero los apóstoles fueron colmados en todos.
La fe en Cristo es la plenitud de la Ley
134.1. Ahora bien, encontrarás, si lo deseas, entre sus acciones y escritos: su gnosis, vida, predicación, justicia, castidad, el don de profecía.
134.2. Además, hay que saber también que, aunque Pablo es [más] joven en tiempo porque floreció después de la ascensión del Señor, sin embargo sus escritos dependen del Antiguo Testamento; de allí toman inspiración sus palabras.
134.3. Porque la fe en Cristo y la gnosis del Evangelio son exégesis y plenitud de la Ley.
134.4. Por eso se dijo a los hebreos: “Si no creyeren, no entenderán” (Is 7,9); es decir, si no creyeren al que ha sido profetizado mediante la Ley y vaticinado mediante la Ley, no comprenderán el Antiguo Testamento que Él mismo ha explicado con la propia parusía [en la tierra].
La completa perfección no es posible en la vida presente
130.1. Entonces encuentro que lo perfecto se entiende de diversos modos, según la virtud en que cada uno se destaque. Así, uno llega a ser perfecto en cuanto prudente, paciente, templado, laborioso, mártir y gnóstico.
130.2. Pero perfecto en todo a la vez no sé si existe algún hombre, mientras es hombre, excepto únicamente aquél que se revistió de hombre por nosotros (cf. Flp 2,7). En verdad también uno sería perfecto según la mera Ley, que prescribe la abstinencia del mal; pero (la Ley) es camino que conduce tanto al Evangelio como a las buenas obras.
130.3. Pero ciertamente perfección del que conoce la Ley es la aceptación gnóstica del Evangelio, para que se haga perfecto (quien vive) según la Ley. Porque profetizó (o: predijo) Moisés, según la Ley (cf. Dt 18,15), que era necesario escuchar, para que recibiéramos a Cristo, plenitud de la Ley, según el Apóstol (cf. Rm 10,4; 13,10; Mt 5,17).
130.4. Pero el gnóstico progresa desde ahora en el Evangelio, no sólo usando la Ley como peldaño, sino comprendiéndola e interpretándola como el Señor la transmitió a los Apóstoles, al darles los [dos] Testamentos.
130.5. Pero si también se comportara rectamente -tan pronto como es imposible que la gnosis siga a un mal comportamiento-, deviniendo mártir al confesar por amor con la mayor rectitud, gozaría de la mayor dignidad entre los hombres. Pero ni siquiera así llegará a ser llamado perfecto [mientras viva] en la carne, puesto que la terminación de la vida es requisito para esa privilegiada denominación; entonces, al llegar el mártir gnóstico, mostrará y presentará con señorío la obra perfecta mediante el amor gnóstico, entregando el espíritu (y) dando gracias (a Dios) con la sangre.
La perfección cristiana consiste en vivir rectamente ante Dios
131.1. Desde ese momento será bienaventurado y justamente será proclamado perfecto, “para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co 4,7), como dice el Apóstol. Salvemos sólo el libre arbitrio y el amor (= nuestra libertad y nuestro amor), “atribulados en todo, pero no aplastados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Co 4,8-9).
131.2. Porque según el mismo Apóstol, es necesario que quienes aspiran a la perfección “no den motivo alguno de escándalo, sino que en todo se recomienden a sí mismos” (2 Co 6,3-4), no (ante) los hombres, sino ante Dios (cf. Col 3,23).
131.3. Como consecuencia, hay que obedecer también a los hombres; porque también es razonable obedecerles (hasta) por las calumnias.
131.4. Pero la recomendación está “en mucha paciencia, en las aflicciones, necesidades, apremios, azotes, prisiones, sediciones, fatigas, desvelos, ayunos, y en castidad (o: pureza), gnosis, longanimidad, bondad, en Espíritu Santo, en amor sin hipocresía, en palabra de verdad, en poder de Dios” (2 Co 6,4-7), para que seamos templos de Dios (cf. 1 Co 3,17), purificados “de toda contaminación carnal y espiritual” (2 Co 7,1).
131.5. “Y yo, dice, los acompañaré y seré para ustedes padre, y ustedes serán para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Co 6,17-18).
131.6. “Perfeccionemos, por consiguiente, la santidad en el temor de Dios” (2 Co 7,1), dice. Porque si el temor también produce tristeza, dice [el Apóstol]: “Me alegro, no porque fueron contristados, sino porque fueron contristados para la conversión; porque fueron contristados según Dios, para que en nada sufran daño de nosotros. Porque la tristeza según Dios es conversión para salvación, que no produce pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte.
131.7. Vean que eso mismo que los entristece según Dios les ha causado un gran fervor, defensa, impaciencia, temor, deseo, celo y reparación. En todo han demostrado que ustedes mismos están limpios en este punto” (2 Co 7,9-11).
Anhelemos la plenitud de Cristo
132.1. Estos son los ejercicios de la ascesis gnóstica. Y por eso, Dios omnipotente, “Él mismo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, para la perfección de los santos, para obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la estatura de la edad de la plenitud de Cristo” (Ef 4,11-13), apresurándonos a ser hombres gnósticos y tender a la perfección lo más posible, aunque permanezcamos en la carne, y partiendo de una perfecta concordia, ocupémonos de concurrir con la voluntad de Dios en la reintegración realmente perfecta de nobleza y afinidad hacia la “plenitud de Cristo” (Ef 4,13), consumada perfectamente desde la reconciliación (o: purificación).
132.2. Veamos ahora dónde, cómo y cuándo el divino Apóstol habla sobre el perfecto y cómo manifiesta diferencias entre los perfectos.
132.3. De nuevo [dice]: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Porque a uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de gnosis, según el mismo Espíritu; a otro, la fe en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones en el mismo Espíritu; a otro, obras de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, don de lenguas; a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las obra el único y el mismo Espíritu, que lo distribuye a cada uno como quiere” (1 Co 12,7-11).
Los justos y la profecía
133.1. Siendo así las cosas, ciertamente los profetas son perfectos en profecía, los justos en justicia, los mártires en la confesión (de la fe), y otros en la predicación; no estando exentos de las virtudes comunes, tienen éxito en aquello que se les ha asignado. Por tanto, ¿quién, con sano juicio, no llamará justo al profeta? Pero ¿qué? ¿Acaso los justos como Abrahán no profetizaron también?
133.2. “Porque dios concede a uno las gestas bélicas, pero a otro la danza, a otro la cítara y el canto”, dice Homero (Ilíada, XIII,730-731).
133.3. “Pero cada uno recibe de Dios su propio carisma; éste, uno; aquel, otro” (1 Co 7,7); pero los apóstoles fueron colmados en todos.
La fe en Cristo es la plenitud de la Ley
134.1. Ahora bien, encontrarás, si lo deseas, entre sus acciones y escritos: su gnosis, vida, predicación, justicia, castidad, el don de profecía.
134.2. Además, hay que saber también que, aunque Pablo es [más] joven en tiempo porque floreció después de la ascensión del Señor, sin embargo sus escritos dependen del Antiguo Testamento; de allí toman inspiración sus palabras.
134.3. Porque la fe en Cristo y la gnosis del Evangelio son exégesis y plenitud de la Ley.
134.4. Por eso se dijo a los hebreos: “Si no creyeren, no entenderán” (Is 7,9); es decir, si no creyeren al que ha sido profetizado mediante la Ley y vaticinado mediante la Ley, no comprenderán el Antiguo Testamento que Él mismo ha explicado con la propia parusía [en la tierra].