OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (172)
Cristo sufriente
Hacia 1510
Liturgia de las Horas
Tours, Francia
Hacia 1510
Liturgia de las Horas
Tours, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA
LIBRO CUARTO
Capítulo XI: Respuesta a la objeción: ¿por qué son perseguidos y castigados los cristianos si Dios cuida de ellos?
Dios no desea que los cristianos sean perseguidos
78.1. Sin duda, dicen, si Dios cuida de ustedes, ¿por qué son perseguidos y asesinados? ¿Acaso El mismo los entrega a esos (males)? Pero nosotros no pensamos que el Señor quiera que caigamos en (tales) percances, sino que ha predicho proféticamente que sabía lo que iba a suceder, como el que seríamos perseguidos, asesinados y empalados (o: crucificados) por su nombre (cf. Mt 10,22-23; 5,11).
78.2. De manera que no ha querido que nosotros fuéramos perseguidos, sino que nos indicó de antemano lo que habríamos de padecer, ejercitándonos, mediante el preanuncio de lo que habría de suceder, en la paciencia a la que prometía la herencia. Y no (seremos) castigados nosotros solos, sino con (otros) muchos. Pero aquellos, se dice, puesto que (son) malhechores, sufren justamente el castigo.
Injusta persecución contra los cristianos
79.1. Ahora bien, sin quererlo involuntariamente testimonian de mala gana la justicia en nosotros, que somos castigados injustamente a causa de la justicia. Pero ni lo injusto del juez toca a la Providencia. Porque conviene que el juez sea dueño de su propia sentencia, no movido por cuerdas al modo de instrumentos (u: objetos) inanimados, empujado sólo por una causa externa.
79.2. Por cierto será juzgado en lo que decida, como también nosotros por la elección de las decisiones y por la paciencia. Aunque no cometamos injusticias, sin embargo, el juez nos mirará como injustos; porque no conoce lo que nos concierne ni quiere conocerlo, sino que se moverá por un prejuicio sin fundamento y por lo cual también será juzgado.
79.3. No nos persiguen porque encuentran que somos injustos, sino porque suponen que por el mero hecho de ser cristianos injuriamos a la vida, al comportarnos nosotros de esa manera y al exhortar a otros a elegir la misma vida.
LIBRO CUARTO
Capítulo XI: Respuesta a la objeción: ¿por qué son perseguidos y castigados los cristianos si Dios cuida de ellos?
Dios no desea que los cristianos sean perseguidos
78.1. Sin duda, dicen, si Dios cuida de ustedes, ¿por qué son perseguidos y asesinados? ¿Acaso El mismo los entrega a esos (males)? Pero nosotros no pensamos que el Señor quiera que caigamos en (tales) percances, sino que ha predicho proféticamente que sabía lo que iba a suceder, como el que seríamos perseguidos, asesinados y empalados (o: crucificados) por su nombre (cf. Mt 10,22-23; 5,11).
78.2. De manera que no ha querido que nosotros fuéramos perseguidos, sino que nos indicó de antemano lo que habríamos de padecer, ejercitándonos, mediante el preanuncio de lo que habría de suceder, en la paciencia a la que prometía la herencia. Y no (seremos) castigados nosotros solos, sino con (otros) muchos. Pero aquellos, se dice, puesto que (son) malhechores, sufren justamente el castigo.
Injusta persecución contra los cristianos
79.1. Ahora bien, sin quererlo involuntariamente testimonian de mala gana la justicia en nosotros, que somos castigados injustamente a causa de la justicia. Pero ni lo injusto del juez toca a la Providencia. Porque conviene que el juez sea dueño de su propia sentencia, no movido por cuerdas al modo de instrumentos (u: objetos) inanimados, empujado sólo por una causa externa.
79.2. Por cierto será juzgado en lo que decida, como también nosotros por la elección de las decisiones y por la paciencia. Aunque no cometamos injusticias, sin embargo, el juez nos mirará como injustos; porque no conoce lo que nos concierne ni quiere conocerlo, sino que se moverá por un prejuicio sin fundamento y por lo cual también será juzgado.
79.3. No nos persiguen porque encuentran que somos injustos, sino porque suponen que por el mero hecho de ser cristianos injuriamos a la vida, al comportarnos nosotros de esa manera y al exhortar a otros a elegir la misma vida.
Los cristianos sufren el martirio por amor
80.1. Pero dicen: ¿por qué no somos socorridos cuando se nos persigue? Porque, ¿en qué somos perjudicados en cuanto a nosotros mismos, (cuando) por la muerte somos liberados para el Señor, lo mismo que también soportamos el cambio de vida como un cambio la edad? Pero si lo pensáramos bien, estaríamos agradecidos a los que nos han dado la ocasión de una rápida partida, siempre que fuéramos martirizados por amor.
80.2. Pero si la gente no nos estimara como hombres malos, y si también ellos conocieran la verdad, todos ciertamente se lanzarían en nuestro camino (cf. Hch 9,2; 19,9), y no habría elegidos (¿de Dios o de los hombres?).
80.3. Pero puesto que nuestra fe “es luz del mundo” (Mt 5,14), censura la incredulidad.
80.4. “Porque Anito y Meleto me podrán matar, pero no me dañarán de ninguna manera. Puesto que me parece que no está permitido que lo más virtuoso reciba daño de lo peor” (Platón, Apología, 30 C-D).
80.5. De suerte que cada uno de nosotros puede decir con confianza: “El Señor es mi ayuda, no temeré. ¿Qué me hará un hombre?” (Sal 117 [118],6). “Porque las almas de los justos están en las manos de Dios y jamás les alcanzará el tormento” (Sb 3,1)[1].
Nota:
Este capítulo es el punto culminante del libro IV. En el capítulo siguiente (XII), Clemente refuta los argumentos del gnóstico Basílides contra el martirio, y hace la transición a la segunda parte de este libro; la cual está dedicada a tratar sobre el cristiano perfecto (cf. Fuentes Patrísticas, n. 15, Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 2003, p. 163, nota 8).
80.1. Pero dicen: ¿por qué no somos socorridos cuando se nos persigue? Porque, ¿en qué somos perjudicados en cuanto a nosotros mismos, (cuando) por la muerte somos liberados para el Señor, lo mismo que también soportamos el cambio de vida como un cambio la edad? Pero si lo pensáramos bien, estaríamos agradecidos a los que nos han dado la ocasión de una rápida partida, siempre que fuéramos martirizados por amor.
80.2. Pero si la gente no nos estimara como hombres malos, y si también ellos conocieran la verdad, todos ciertamente se lanzarían en nuestro camino (cf. Hch 9,2; 19,9), y no habría elegidos (¿de Dios o de los hombres?).
80.3. Pero puesto que nuestra fe “es luz del mundo” (Mt 5,14), censura la incredulidad.
80.4. “Porque Anito y Meleto me podrán matar, pero no me dañarán de ninguna manera. Puesto que me parece que no está permitido que lo más virtuoso reciba daño de lo peor” (Platón, Apología, 30 C-D).
80.5. De suerte que cada uno de nosotros puede decir con confianza: “El Señor es mi ayuda, no temeré. ¿Qué me hará un hombre?” (Sal 117 [118],6). “Porque las almas de los justos están en las manos de Dios y jamás les alcanzará el tormento” (Sb 3,1)[1].
Nota:
Este capítulo es el punto culminante del libro IV. En el capítulo siguiente (XII), Clemente refuta los argumentos del gnóstico Basílides contra el martirio, y hace la transición a la segunda parte de este libro; la cual está dedicada a tratar sobre el cristiano perfecto (cf. Fuentes Patrísticas, n. 15, Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 2003, p. 163, nota 8).