OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (159)

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Cristo y la Iglesia
1097
Biblia
Valenciennes, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO III

Capítulo XII: Sobre el matrimonio contra Taciano (continuación)

   Contra los encratitas

85.1. Tal vez, a propósito de esos (herejes) precisamente, “el Espíritu dice abiertamente que en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, atendiendo a espíritus engañadores y a enseñanzas de demonios, en la hipocresía de los mentirosos, que han sido cauterizados en la conciencia, que prohíben casarse, absteniéndose de alimentos que Dios creó para que los fieles, que han conocido plenamente la verdad, los reciban con acción de gracias. Porque toda criatura de Dios es buena y nada hay reprobable tomado con acción de gracias, puesto que es santificado con la palabra de Dios y la oración” (1 Tm 4,1-5).

85.2. Así, no es necesario prohibir el matrimonio, ni el comer carne o beber vino, porque está escrito: “Lo bueno es no comer carne ni beber vino” (Rm 14,21), si comiendo se escandaliza. Y “es mejor permanecer como yo” (1 Co 7,8); pero tanto el que se casa (lit.: usa) “con acción de gracias” (Rm 14,6), como el que no se casa (lit.: usa), también “con acción de gracias” (Rm 14,6), viva con temperancia gozosa según la razón.

“Comunión en la participación”

86.1. En consecuencia, todas las cartas del Apóstol enseñan realmente la templanza y la continencia respecto al matrimonio, a la procreación de los hijos y a la administración de la casa; contienen numerosas prescripciones y en ninguna parte rechazan el matrimonio casto; al contrario, salvando la coherencia (o: la sucesión) de la Ley con el Evangelio aceptan tanto al que con acción de gracias a Dios usa castamente del matrimonio, como al que vive en estado célibe (lit.: de eunuco), como el Señor quiere (cf. Mt 19,12), mediante una elección que no da pasos en falso y perfecta, según “cada uno ha sido llamado” (1 Co 7,20).

86.2. “La tierra de Jacob era alabada más que toda la tierra” (So 3,20), dice el profeta, glorificando al receptáculo de su espíritu.

86.3. Pero hay quien va contra la generación diciendo que (es) corruptible y caduca, y violentando (los textos) dice que el Salvador se refiere a la procreación (cuando afirma): “No atesoren sobre la tierra, donde la polilla y la herrumbre los hacen desaparecer” (Mt 6,19), y no se avergüenzan de añadir a éstas las palabras del profeta: “Todos ustedes se gastarán como un vestido y la polilla los carcomerá” (Is 50,9).

86.4. Pero tampoco nosotros contradecimos a la Escritura (acerca) de que nuestros cuerpos son corruptibles y caducos por naturaleza; y tal vez les profetizaba la ruina a aquellos con quienes hablaba, en cuanto pecadores (cf. Mt 23,33). Sin embargo, el Salvador no habla sobre la procreación de los hijos, sino que exhorta a la comunión en la participación a quienes sólo pretenden adquirir abundancia de riquezas, pero no quieren socorrer a los necesitados.

Tenemos un solo Padre

87.1. Por eso dice: “Trabajen no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,27). Pero igualmente [los herejes] aducen también otro texto: “Los hijos del siglo ni se casan ni se dan en matrimonio” (Lc 20,35).

87.2. Pero si uno reflexiona en la pregunta sobre la resurrección de los muertos y en los que preguntan (o: buscan saber; cf. Lc 20,33), encontrará que el Señor no rechaza el matrimonio, sino que alerta frente a la esperanza del deseo carnal para después de la resurrección.

87.3. Pero lo de “los hijos del siglo” no lo dijo para distinguirlos de los hijos de cualquier otro siglo, sino como si dijera: cuantos vienen al mundo en este siglo; son hijos por generación, que engendran y son engendrados, porque nadie entrará jamás en esta vida si no es por generación; sin embargo, esta generación, implicada en la misma corrupción, no permanece para quien se ha separado ya de esta vida.

87.4. “Uno solo es nuestro Padre, el que está en los cielos” (Mt 23,9), pero también Padre de todos, por su creación. “No llamen padre de ustedes a nadie sobre la tierra” (Mt 23,9), dice, para que no (piensen) que el que los ha sembrado con la semilla carnal es causa del ser de ustedes, sino que es concausa de la generación o, mejor todavía, ministro (diácono) de la generación.

La santidad es posible tanto en el matrimonio como en la virginidad

88.1. Así, quiere que nosotros volvamos a ser como niños (cf. Mt 18,3), que han reconocido al que es verdaderamente Padre, regenerados por medio del agua, que es otra simiente que la de la creación.

88.2. En verdad, dice: “El célibe cuida de las cosas del Señor; en cambio, el casado, de cómo agradar a la mujer” (1 Co 7,32. 33). ¿Pero qué? ¿No está permitido (vivir) según Dios agradando a la esposa, dando gracias a Dios? ¿No está permitido al casado preocuparse de las cosas del Señor junto con su esposa?

88.3. Pero igual que “la mujer soltera se preocupa de las cosas del Señor, para ser santa en el cuerpo y el espíritu” (1 Co 7,34), así también la casada se preocupa, en el Señor, de las cosas del marido y del Señor, “para, ser santa en el cuerpo y en el espíritu”; porque ambas son santas en el Señor, una como esposa, la otra como virgen.

88.4. Pero el Apóstol, habla con coherencia (lit.: armoniosamente) en voz alta para vergüenza y rechazo de quienes se inclinan por las segundas nupcias, e inmediatamente dice: “Todo pecado está fuera del cuerpo, pero el que fornica peca contra el propio cuerpo” (1 Co 6,18).

El matrimonio tiene como finalidad la procreación

89.1. Pero si alguien se atreve a decir que el matrimonio es fornicación, de nuevo blasfema atacando contra la Ley y el Señor. Porque lo mismo que la avaricia es llamada fornicación por oponerse al saber contentarse (lit.: bastarse a sí mismo), e idolatría en cuanto que se reparte al Uno en muchos dioses, así también la fornicación es el deslizarse del único matrimonio en muchos. Porque como hemos dicho, fornicación y adulterio (o: toman) asumen en el Apóstol tres significados (cf. Ef 5,5).

89.2. Sobre esto dice el profeta: “Fueron vendidos por sus pecados” (Is 50,1); y de nuevo: “Te has contaminado en tierra ajena” (Ba 3,10), considerando impura la comunión perpetrada con otro cuerpo y no con el concedido en el matrimonio para procrear hijos.

89.3. Por eso también el Apóstol dice: “Quiero, por tanto, que las jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen sus casas y no den al enemigo ningún pretexto de maledicencia; porque algunas ya se descarriaron en pos de Satanás” (1 Tm 5,14-15).

La llamada de Dios y el matrimonio no se oponen

90.1. Por otra parte, aprueba plenamente al hombre, sea presbítero, diácono o laico, casado con una sola mujer (cf. 1 Tm 3,2. 12; Tt 1,6), que usa del matrimonio de modo irreprensible: “Puesto que se salvará por tener hijos” (1 Tm 2,15).

90.2. En otro lugar el Salvador, llamando a los judíos “generación malvada y adúltera” (Mt 12,39), enseña que no han conocido la Ley como la Ley quiere, sino que siguiendo la tradición de los ancianos y preceptos humanos (cf. Mt 15,2-9; Mc 7,5. 7; Is 29,13), adulteran la Ley, porque no les han recibido como “esposo y dueño de su virginidad” (Jr 3,4).

90.3. Pero también (Él) sabe, quizás, que eran esclavizados por extrañas concupiscencias, por las que se hacían continuamente esclavos de los pecados vendiéndose a los extranjeros (cf. Is 50,1; Ba 4,6); puesto que entre los judíos no existían de manera oficial mujeres públicas, sino que también estaba prohibido el adulterio.

90.4. Pero el que dijo: “He tomado mujer y no puedo ir” (Lc 14,20) al banquete divino, era un ejemplo para amonestar a los que se alejan de los mandatos divinos por causa de los placeres; puesto que por esa misma razón, ni los justos anteriores a la venida del Señor, ni los que se han casado después de la venida, aunque sean apóstoles, se salvarían.

90.5. Como también dice el profeta: “Me encuentro envejecida en medio de todos mis adversarios” (Sal 6,8), entendiendo por adversarios a los pecados. Pero el pecado es uno: no el matrimonio, sino la fornicación; en caso contrario, digan también que es pecado la generación y el Creador de la generación (o: vida).