INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (9)
La curación de la hemorroísa
Finales del siglo III
Catacumba de los santos Pedro y Marcelino
Roma
Finales del siglo III
Catacumba de los santos Pedro y Marcelino
Roma
Epístola a Diogneto (fin del s. II/inicios del s. III)
Esta obra de autor anónimo, perteneciente tal vez a los medios alejandrinos puede ubicarse a fines del siglo II, o bien -según ciertos estudiosos- a inicios del III. Tampoco se sabe quién sea el tal Diogneto, y puede pensarse que incluso se trate de una ficción, a la cual recurre el autor para escribir esta apología del cristianismo.
La obra fue hallada en Constantinopla el año 1436. Formaba parte de un manuscrito designado con la letra F. Contenía éste cinco textos erróneamente atribuidos a san Justino, entre ellos figuraba la epístola A Diogneto.
Primera lectura: un pasaje “clásico” de la “Epístola a Diogneto”
Los cristianos en el mundo (5-7)
“En cuanto al misterio de la religión propia de los cristianos, no esperes que lo podrás comprender de hombre alguno. Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. Se los insulta, y ellos bendicen (l Co 4,22). Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.
Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en una prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería lícito para ellos desertar.
Porque, lo que ellos tienen por tradición no es invención humana: si se tratara de una teoría de mortales, no valdría la pena una observancia tan exacta. No es la administración de misterios humanos lo que se les ha confiado. Por el contrario, el que es verdaderamente omnipotente, creador de todas las cosas y Dios invisible, él mismo hizo venir de los cielos su Verdad y su Palabra santa e incomprensible, haciéndola morar entre los hombres y estableciéndola sólidamente en sus corazones. No envió a los hombres, como tal vez alguno pudiera imaginar, a un servidor suyo, algún ángel o potestad de las que administran las cosas terrenas o alguno de los que tienen encomendada la administración de los cielos, sino al mismo artífice y creador del universo, el que hizo los cielos, aquel por quien encerró el mar en sus propios límites, aquel cuyo misterio guardan fielmente todos los elementos, de quien el sol recibió la medida que ha de guardar en su diaria carrera, a quien obedece la luna cuando le manda brillar en la noche, a quien obedecen las estrellas que son el séquito de la luna en su carrera; aquel por quien todo fue ordenado, delimitado y sometido: los cielos y lo que en ellos se contiene, la tierra y cuanto en la tierra existe, el mar y lo que en el mar se encierra, el fuego, el aire, el abismo, lo que está en lo alto, lo que está en lo profundo y lo que está en medio. A éste Dios envió a los hombres. Ahora bien, ¿lo envió, como algunos de los hombres podrían pensar, para ejercer una tiranía y para infundir terror y espanto? Ciertamente no, sino que lo envió con bondad y mansedumbre, como un rey que envía a su hijo rey, como hombre lo envió a los hombres, como salvador, para persuadir, no para violentar, ya que no se da en Dios la violencia. Lo envió para invitar, no para perseguir; para amar, no para juzgar. Ya llegará el día en que lo envíe para juzgar, y entonces ¿quién será capaz de soportar su presencia?”.
Esta obra de autor anónimo, perteneciente tal vez a los medios alejandrinos puede ubicarse a fines del siglo II, o bien -según ciertos estudiosos- a inicios del III. Tampoco se sabe quién sea el tal Diogneto, y puede pensarse que incluso se trate de una ficción, a la cual recurre el autor para escribir esta apología del cristianismo.
La obra fue hallada en Constantinopla el año 1436. Formaba parte de un manuscrito designado con la letra F. Contenía éste cinco textos erróneamente atribuidos a san Justino, entre ellos figuraba la epístola A Diogneto.
Primera lectura: un pasaje “clásico” de la “Epístola a Diogneto”
Los cristianos en el mundo (5-7)
“En cuanto al misterio de la religión propia de los cristianos, no esperes que lo podrás comprender de hombre alguno. Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. Se los insulta, y ellos bendicen (l Co 4,22). Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.
Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en una prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería lícito para ellos desertar.
Porque, lo que ellos tienen por tradición no es invención humana: si se tratara de una teoría de mortales, no valdría la pena una observancia tan exacta. No es la administración de misterios humanos lo que se les ha confiado. Por el contrario, el que es verdaderamente omnipotente, creador de todas las cosas y Dios invisible, él mismo hizo venir de los cielos su Verdad y su Palabra santa e incomprensible, haciéndola morar entre los hombres y estableciéndola sólidamente en sus corazones. No envió a los hombres, como tal vez alguno pudiera imaginar, a un servidor suyo, algún ángel o potestad de las que administran las cosas terrenas o alguno de los que tienen encomendada la administración de los cielos, sino al mismo artífice y creador del universo, el que hizo los cielos, aquel por quien encerró el mar en sus propios límites, aquel cuyo misterio guardan fielmente todos los elementos, de quien el sol recibió la medida que ha de guardar en su diaria carrera, a quien obedece la luna cuando le manda brillar en la noche, a quien obedecen las estrellas que son el séquito de la luna en su carrera; aquel por quien todo fue ordenado, delimitado y sometido: los cielos y lo que en ellos se contiene, la tierra y cuanto en la tierra existe, el mar y lo que en el mar se encierra, el fuego, el aire, el abismo, lo que está en lo alto, lo que está en lo profundo y lo que está en medio. A éste Dios envió a los hombres. Ahora bien, ¿lo envió, como algunos de los hombres podrían pensar, para ejercer una tiranía y para infundir terror y espanto? Ciertamente no, sino que lo envió con bondad y mansedumbre, como un rey que envía a su hijo rey, como hombre lo envió a los hombres, como salvador, para persuadir, no para violentar, ya que no se da en Dios la violencia. Lo envió para invitar, no para perseguir; para amar, no para juzgar. Ya llegará el día en que lo envíe para juzgar, y entonces ¿quién será capaz de soportar su presencia?”.
Segunda lectura: texto completo en: Textos cristianos primitivos, Eds. Sígueme, Salamanca, 1991, pp. 145-152 (Col. Ichthys, 11)
Versión castellana de esta obra en: http://escrituras.tripod.com/
Los Apologistas: los cristianos se defienden de las acusaciones que se les hacen
Los Padres Apostólicos se dirigían al “mundo interno” de sus respectivas iglesias. Ese era el punto central de su atención. Por su proximidad con el NT, así como por su temática y extensión, sus obras no presentan mayores dificultades de lectura. Los textos de los Apologistas, por el contrario, exigen un conocimiento por lo menos elemental de la situación en que surgen como así también de las motivaciones que impulsan a sus autores.
Los Apologistas se vuelven hacia el “mundo externo”, no se limitan al problema de la organización de la Iglesia, sino que entran en contacto, comparan y discuten con judíos y paganos. Fundamentalmente se dirigen a ese mundo exterior por la actitud agresiva que ese mundo manifiesta frente a los cristianos.
Ciertos autores paganos, dedicados principalmente a la filosofía y a la docencia (Frontón de Cirta, Luciano de Samosata, Celso, Marco Aurelio) dicen del cristianismo que:
Frente a tales cargos los Apologistas van a responder de acuerdo con los argumentos de razón y valiéndose de la cultura de su tiempo. La diferencia entre un Apologista y un filósofo pagano consistirá en que, para aquél, Dios verdaderamente le ha hablado al hombre, y ello no se opone a la razón sino que la integra, mientras que para este otro su límite es valerse únicamente de la razón.
Respecto al juicio de valor que merece la filosofía pagana, hallamos dos posturas entre los Apologistas griegos:
En un tercer momento Tertuliano, entre fines del siglo II y la primera mitad del III, adoptará una postura intermedia: se vale de los medios que le proporcionan la retórica y la filosofía, no entabla entonces una polémica total con la filosofía y la cultura pagana, pero ataca a los filósofos que no admiten la posibilidad de una revelación de Dios.
Las acusaciones populares contra los cristianos
Mientras que la fe y las prácticas de los cristianos eran desconocidas por la totalidad de los que no compartían sus creencias, los fieles eran objeto de las siguientes acusaciones:
Podemos calificar de política a la primera de estas acusaciones. El sistema político romano no distinguía entre valores religiosos y civiles. Era obligación del ciudadano romano reconocer a los dioses que protegían al Estado, en particular se acentuaba el culto a la dea (= diosa) Roma y al emperador. El culto a la dea Roma probaba la fidelidad del ciudadano al Imperio Romano. La autoridad romana consentía otros cultos pero siempre que nadie se negase a rendir culto a la dea Roma y al genio del emperador. Este conflicto ya lo hallamos presente en el NT, por ejemplo, en el Apocalipsis: los títulos blasfemos que están escritos en la corona de la bestia que representa al Emperador (13,1), y el culto que se le rinde a él (13,8-12) y a su imagen (13,14-15).
Al negarse los cristianos a cumplir con esa doble exigencia se produce la explosión del sistema romano de represión. Se los califica de ciudadanos desleales; son “ateos” porque no reconocen los dioses romanos, no porque no creyesen en Dios.
Los cristianos se van a defender, a través sobre todo de los Apologistas, sosteniendo que son ciudadanos leales pero reconociendo un solo Dios. Se niegan, por lo tanto, a sacrificar a otros dioses. Establecen así el principio de libertad de conciencia. El cristianismo hace una distinción entre política y religión.
La acusación de incesto deriva del sentido de comunidad que tenían las primitivas comunidades cristianas y que, por supuesto, era mal interpretado por quien las veía desde el exterior.
La antropofagia era una acusación que provenía de una falsa interpretación del misterio de la eucaristía. Para los paganos esos cristianos se reunían para comer carne humana.
Otras acusaciones populares eran las de considerar a los cristianos como la causa de los males que afligían al Imperio: no observan las tradiciones de los mayores y acarrean la ira de los dioses contra todo el Imperio; y considerarlos como participantes de reuniones mistéricas, acusación que se basaba en el silencio con que se solía rodear toda la iniciación cristiana (disciplina del arcano), justamente para evitar los malentendidos. Lamentablemente algunas de las acusaciones no eran calumnias. El comportamiento de algunos cristianos, sobre todo los pertenecientes a las sectas, daba argumentos a los paganos para criticar a los fieles y para perseguirlos. Los paganos no tenían cómo distinguir entre los legítimos cristianos y los de las sectas. Para ellos, todos eran los cristianos.
En polémica con los judíos intentarán los Apologistas demostrarles, recurriendo al AT, que Jesús es el Mesías esperado. Los dos temas en debate serán, pues, la interpretación del AT y la figura de Cristo en su exacta valoración.
Los Padres Apostólicos se dirigían al “mundo interno” de sus respectivas iglesias. Ese era el punto central de su atención. Por su proximidad con el NT, así como por su temática y extensión, sus obras no presentan mayores dificultades de lectura. Los textos de los Apologistas, por el contrario, exigen un conocimiento por lo menos elemental de la situación en que surgen como así también de las motivaciones que impulsan a sus autores.
Los Apologistas se vuelven hacia el “mundo externo”, no se limitan al problema de la organización de la Iglesia, sino que entran en contacto, comparan y discuten con judíos y paganos. Fundamentalmente se dirigen a ese mundo exterior por la actitud agresiva que ese mundo manifiesta frente a los cristianos.
Ciertos autores paganos, dedicados principalmente a la filosofía y a la docencia (Frontón de Cirta, Luciano de Samosata, Celso, Marco Aurelio) dicen del cristianismo que:
a) No se puede entender el mensaje cristiano; solamente para los fanáticos es aceptable;
b) la fe de los cristianos es una fe ciega, creen sin que la razón pueda iluminar la lógica de su fe.
b) la fe de los cristianos es una fe ciega, creen sin que la razón pueda iluminar la lógica de su fe.
Frente a tales cargos los Apologistas van a responder de acuerdo con los argumentos de razón y valiéndose de la cultura de su tiempo. La diferencia entre un Apologista y un filósofo pagano consistirá en que, para aquél, Dios verdaderamente le ha hablado al hombre, y ello no se opone a la razón sino que la integra, mientras que para este otro su límite es valerse únicamente de la razón.
Respecto al juicio de valor que merece la filosofía pagana, hallamos dos posturas entre los Apologistas griegos:
a) positiva: es el caso de Justino, que se vale de aquello que hay de positivo en la cultura de su época con el fin de integrarlo y transformarlo;
b) negativa: es la situación de Taciano, que predica el rechazo total de la cultura pagana.
b) negativa: es la situación de Taciano, que predica el rechazo total de la cultura pagana.
En un tercer momento Tertuliano, entre fines del siglo II y la primera mitad del III, adoptará una postura intermedia: se vale de los medios que le proporcionan la retórica y la filosofía, no entabla entonces una polémica total con la filosofía y la cultura pagana, pero ataca a los filósofos que no admiten la posibilidad de una revelación de Dios.
Las acusaciones populares contra los cristianos
Mientras que la fe y las prácticas de los cristianos eran desconocidas por la totalidad de los que no compartían sus creencias, los fieles eran objeto de las siguientes acusaciones:
a) impíos y ateos;
b) incestuosos;
b) incestuosos;
c) antropófagos.
Podemos calificar de política a la primera de estas acusaciones. El sistema político romano no distinguía entre valores religiosos y civiles. Era obligación del ciudadano romano reconocer a los dioses que protegían al Estado, en particular se acentuaba el culto a la dea (= diosa) Roma y al emperador. El culto a la dea Roma probaba la fidelidad del ciudadano al Imperio Romano. La autoridad romana consentía otros cultos pero siempre que nadie se negase a rendir culto a la dea Roma y al genio del emperador. Este conflicto ya lo hallamos presente en el NT, por ejemplo, en el Apocalipsis: los títulos blasfemos que están escritos en la corona de la bestia que representa al Emperador (13,1), y el culto que se le rinde a él (13,8-12) y a su imagen (13,14-15).
Al negarse los cristianos a cumplir con esa doble exigencia se produce la explosión del sistema romano de represión. Se los califica de ciudadanos desleales; son “ateos” porque no reconocen los dioses romanos, no porque no creyesen en Dios.
Los cristianos se van a defender, a través sobre todo de los Apologistas, sosteniendo que son ciudadanos leales pero reconociendo un solo Dios. Se niegan, por lo tanto, a sacrificar a otros dioses. Establecen así el principio de libertad de conciencia. El cristianismo hace una distinción entre política y religión.
La acusación de incesto deriva del sentido de comunidad que tenían las primitivas comunidades cristianas y que, por supuesto, era mal interpretado por quien las veía desde el exterior.
La antropofagia era una acusación que provenía de una falsa interpretación del misterio de la eucaristía. Para los paganos esos cristianos se reunían para comer carne humana.
Otras acusaciones populares eran las de considerar a los cristianos como la causa de los males que afligían al Imperio: no observan las tradiciones de los mayores y acarrean la ira de los dioses contra todo el Imperio; y considerarlos como participantes de reuniones mistéricas, acusación que se basaba en el silencio con que se solía rodear toda la iniciación cristiana (disciplina del arcano), justamente para evitar los malentendidos. Lamentablemente algunas de las acusaciones no eran calumnias. El comportamiento de algunos cristianos, sobre todo los pertenecientes a las sectas, daba argumentos a los paganos para criticar a los fieles y para perseguirlos. Los paganos no tenían cómo distinguir entre los legítimos cristianos y los de las sectas. Para ellos, todos eran los cristianos.
En polémica con los judíos intentarán los Apologistas demostrarles, recurriendo al AT, que Jesús es el Mesías esperado. Los dos temas en debate serán, pues, la interpretación del AT y la figura de Cristo en su exacta valoración.