INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (54)
San Jerónimo
Caravaggio. Hacia1605
Galleria Borghese, Roma
Caravaggio. Hacia1605
Galleria Borghese, Roma
Jerónimo presbítero (+ 419)
Nació, de padres cristianos, en Estridón, ciudad ubicada en los confines de la Dalmacia y de la Panonia. Sin que sea posible localizar más exactamente el lugar, pues la ciudad fue arrasada por los Godos y no quedaron rastros de ella.
Se desconoce la fecha del nacimiento de Jerónimo, pero parece que debe situarse entre los años 345-347.
Después de recibir la educación básica en su ciudad natal, a los doce años de edad Jerónimo partió hacia Roma, acompañado por su amigo Bonoso. En la gran urbe fue discípulo del famoso gramático Elio Donato, bajo cuya guía comenzó a leer los clásicos de la literatura latina. También en Roma principió a copiar las grandes obras de la literatura clásica, primer núcleo de su biblioteca: tesoro que lo acompañará en todos sus viajes.
Sin embargo, más que el estudio de la gramática lo atrae la retórica. Al punto que toda su vida recordará sus estudios de dicha materia, y las huellas de la enseñanza recibida durante estos años en Roma marcará gran parte de su producción literaria.
Al terminar sus estudios, junto con Bonoso, Jerónimo se traslada a Tréveris, donde residía el emperador Valentino (364-374). Acercarse a la corte imperial era un paso normal para un estudiante dotado que pretendiera hacer carrera en la administración del Imperio.
En Tréveris, Jerónimo conoce el ascetismo cristiano, y más concretamente el monacato de origen egipcio. El ascetismo había echado raíces en dicha ciudad merced a la influencia de san Atanasio, que había residido allí, exilado, entre los años 335 y 337. Jerónimo no sólo manifiesta gran estima por esa forma de vida, sino que comienza a instruirse en la literatura cristiana. Al punto tal que, junto con Bonoso, deciden abandonar la cañera administrativa y retornar a su patria.
Luego de una breve permanencia en Estridón, Jerónimo realiza su primera experiencia de vida ascética comunitaria en Aquileya. Allí, en torno al obispo Valeriano, se constituyó un grupo de ascetas que llevaban vida común. Junto con Jerónimo, fueron miembros de la comunidad: Bonoso, Rufino, Cromado (futuro obispo de Aquileya) y Evagrio, quien fuera el segundo traductor latino de la “Vida de san Antonio” (desconocemos el nombre del primer traductor). No hay noticias sobre los detalles de esta comunidad que pronto se dispersaría, según Jerónimo por causa de un “súbito turbo” (Ep. 33,1), expresión que por cierto en nada ayuda a comprender lo acaecido.
El fracaso de la primera experiencia comunitaria de vida ascética debe haber significado un rudo golpe para Jerónimo, ya que estaba eufórico con esta forma de vida. Se decidió entonces a dejar su patria y emprender viaje hacia el Oriente.
La primera estadía en Oriente (374-381)
Para llegar a Oriente siguió la ruta que iba por tierra, pasando por: Tracia, Bitinia, Ponto, Galacia, Capadocia y Cilicia, y arribando finalmente, en el otoño del 374, totalmente extenuado, a Antioquía, ciudad en la que fue auxiliado por su amigo el presbítero Evagrio (ver Ep. 3,1-2). Una vez repuesto de su agotador viaje se retiró al desierto de Calcis, donde iba a llevar una dura existencia como anacoreta entre los años 375 y 377. Algún tiempo después él mismo describirá su experiencia de este período en la carta a Eustoquia (ver la Ep. 22, escrita el año 384). Pero incluso viviendo en el desierto Jerónimo siguió siendo un intelectual, un estudioso. No sólo la biblioteca lo siguió al yermo, sino que aprovecho la soledad para perfeccionar sus conocimientos de griego e inició el estudio del hebreo, con la ayuda de un judío convertido. Se preparaba, pues, para su gran trabajo de exégesis y traducción de las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, la vida en el desierto, aunque iniciada con verdadero entusiasmo, no fue demasiado exitosa. Además, varios disturbios que sucedieron a la crisis arriana vinieron a turbar la vida de los anacoretas, y Jerónimo se vio implicado en ellos, razón por la que, al cabo de dos años, regresó a Antioquía. Esto no significaba que abandonase el ideal ascético. Todavía en el desierto, o poco después de su llegada a Antioquía (¿hacia el 377?), escribió la vida de un monje que constituiría la primera de una célebre trilogía: la vida de Pablo. Se trata más bien de una novela, casi una fábula, en la que se narra la vida de Pablo de Tebas y su particular encuentro con san Antonio. Jerónimo intenta demostrar que el primer ermitaño fue Pablo y no el gran Antonio. La descripción de la cueva de Pablo, idílica pintura, se transformará en el escenario clásico de la vida de los ermitaños. Las otras dos vidas de monjes las escribirá más tarde en Belén.
Desde el primer momento de su retomo a Antioquía y en los años subsiguientes (375-379), Jerónimo manifiesta un siempre mayor interés por los estudios bíblicos, y de modo particular por la exégesis. Asiste a las clases de Apolinario de Laodicea sobre cuestiones vinculadas con esa ciencia, pero se cuida mucho de aceptar sus ideas heterodoxas.
El año 379 parte para Constantinopla, aceptando previamente ser ordenado presbítero a condición que no se le imponga incardinarse en una determinada diócesis, con lo que perdería su libertad de asceta. En la ciudad imperial prosigue sus estudios bíblicos bajo la dirección de Gregorio de Nacianzo. Influenciado por este gran doctor y también por Gregorio de Nisa, se entusiasma con la lectura de Orígenes. Traduce una serie de homilías del maestro alejandrino, iniciando así una actividad como traductor llamada a perdurar hasta el fin de sus días. La exégesis bíblica recibirá un fuerte influjo de este contacto con Orígenes.
Al abandonar Gregorio de Nacianzo la sede episcopal de Constantinopla, Jerónimo decide regresar a Roma: se inicia una nueva etapa en su vida.
Nació, de padres cristianos, en Estridón, ciudad ubicada en los confines de la Dalmacia y de la Panonia. Sin que sea posible localizar más exactamente el lugar, pues la ciudad fue arrasada por los Godos y no quedaron rastros de ella.
Se desconoce la fecha del nacimiento de Jerónimo, pero parece que debe situarse entre los años 345-347.
Después de recibir la educación básica en su ciudad natal, a los doce años de edad Jerónimo partió hacia Roma, acompañado por su amigo Bonoso. En la gran urbe fue discípulo del famoso gramático Elio Donato, bajo cuya guía comenzó a leer los clásicos de la literatura latina. También en Roma principió a copiar las grandes obras de la literatura clásica, primer núcleo de su biblioteca: tesoro que lo acompañará en todos sus viajes.
Sin embargo, más que el estudio de la gramática lo atrae la retórica. Al punto que toda su vida recordará sus estudios de dicha materia, y las huellas de la enseñanza recibida durante estos años en Roma marcará gran parte de su producción literaria.
Al terminar sus estudios, junto con Bonoso, Jerónimo se traslada a Tréveris, donde residía el emperador Valentino (364-374). Acercarse a la corte imperial era un paso normal para un estudiante dotado que pretendiera hacer carrera en la administración del Imperio.
En Tréveris, Jerónimo conoce el ascetismo cristiano, y más concretamente el monacato de origen egipcio. El ascetismo había echado raíces en dicha ciudad merced a la influencia de san Atanasio, que había residido allí, exilado, entre los años 335 y 337. Jerónimo no sólo manifiesta gran estima por esa forma de vida, sino que comienza a instruirse en la literatura cristiana. Al punto tal que, junto con Bonoso, deciden abandonar la cañera administrativa y retornar a su patria.
Luego de una breve permanencia en Estridón, Jerónimo realiza su primera experiencia de vida ascética comunitaria en Aquileya. Allí, en torno al obispo Valeriano, se constituyó un grupo de ascetas que llevaban vida común. Junto con Jerónimo, fueron miembros de la comunidad: Bonoso, Rufino, Cromado (futuro obispo de Aquileya) y Evagrio, quien fuera el segundo traductor latino de la “Vida de san Antonio” (desconocemos el nombre del primer traductor). No hay noticias sobre los detalles de esta comunidad que pronto se dispersaría, según Jerónimo por causa de un “súbito turbo” (Ep. 33,1), expresión que por cierto en nada ayuda a comprender lo acaecido.
El fracaso de la primera experiencia comunitaria de vida ascética debe haber significado un rudo golpe para Jerónimo, ya que estaba eufórico con esta forma de vida. Se decidió entonces a dejar su patria y emprender viaje hacia el Oriente.
La primera estadía en Oriente (374-381)
Para llegar a Oriente siguió la ruta que iba por tierra, pasando por: Tracia, Bitinia, Ponto, Galacia, Capadocia y Cilicia, y arribando finalmente, en el otoño del 374, totalmente extenuado, a Antioquía, ciudad en la que fue auxiliado por su amigo el presbítero Evagrio (ver Ep. 3,1-2). Una vez repuesto de su agotador viaje se retiró al desierto de Calcis, donde iba a llevar una dura existencia como anacoreta entre los años 375 y 377. Algún tiempo después él mismo describirá su experiencia de este período en la carta a Eustoquia (ver la Ep. 22, escrita el año 384). Pero incluso viviendo en el desierto Jerónimo siguió siendo un intelectual, un estudioso. No sólo la biblioteca lo siguió al yermo, sino que aprovecho la soledad para perfeccionar sus conocimientos de griego e inició el estudio del hebreo, con la ayuda de un judío convertido. Se preparaba, pues, para su gran trabajo de exégesis y traducción de las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, la vida en el desierto, aunque iniciada con verdadero entusiasmo, no fue demasiado exitosa. Además, varios disturbios que sucedieron a la crisis arriana vinieron a turbar la vida de los anacoretas, y Jerónimo se vio implicado en ellos, razón por la que, al cabo de dos años, regresó a Antioquía. Esto no significaba que abandonase el ideal ascético. Todavía en el desierto, o poco después de su llegada a Antioquía (¿hacia el 377?), escribió la vida de un monje que constituiría la primera de una célebre trilogía: la vida de Pablo. Se trata más bien de una novela, casi una fábula, en la que se narra la vida de Pablo de Tebas y su particular encuentro con san Antonio. Jerónimo intenta demostrar que el primer ermitaño fue Pablo y no el gran Antonio. La descripción de la cueva de Pablo, idílica pintura, se transformará en el escenario clásico de la vida de los ermitaños. Las otras dos vidas de monjes las escribirá más tarde en Belén.
Desde el primer momento de su retomo a Antioquía y en los años subsiguientes (375-379), Jerónimo manifiesta un siempre mayor interés por los estudios bíblicos, y de modo particular por la exégesis. Asiste a las clases de Apolinario de Laodicea sobre cuestiones vinculadas con esa ciencia, pero se cuida mucho de aceptar sus ideas heterodoxas.
El año 379 parte para Constantinopla, aceptando previamente ser ordenado presbítero a condición que no se le imponga incardinarse en una determinada diócesis, con lo que perdería su libertad de asceta. En la ciudad imperial prosigue sus estudios bíblicos bajo la dirección de Gregorio de Nacianzo. Influenciado por este gran doctor y también por Gregorio de Nisa, se entusiasma con la lectura de Orígenes. Traduce una serie de homilías del maestro alejandrino, iniciando así una actividad como traductor llamada a perdurar hasta el fin de sus días. La exégesis bíblica recibirá un fuerte influjo de este contacto con Orígenes.
Al abandonar Gregorio de Nacianzo la sede episcopal de Constantinopla, Jerónimo decide regresar a Roma: se inicia una nueva etapa en su vida.
La permanencia en Roma (382-385)
Apenas arribado a la ciudad eterna es presentado al papa Dámaso, hombre de vasta cultura, verdadero humanista, relacionado con la aristocracia romana y que, al mismo tiempo, sentía una gran simpatía por el movimiento ascético y monástico. La permanencia en Roma será decisiva en la vida de Jerónimo. Alentado por Dámaso se convertirá en revisor y traductor de la Biblia, realizando conjuntamente su ideal ascético en una vida de comunidad y dedicación al estudio. Fue en Roma que tradujo las homilías de Orígenes sobre el Cantar de los Cantares, y empezó a traducir el Tratado sobre el Espíritu Santo de Dídimo el Ciego, denunciando en el prefacio los plagios realizados por san Ambrosio. Asimismo, por iniciativa de Dámaso, llevó a cabo una primera revisión del Salterio y dio comienzo a un comentario sobre el Eclesiastés, que terminaría más tarde en Belén.
En Roma, Jerónimo no se dedicó solamente al trabajo científico, sino que se transformó en un verdadero apóstol de la vida ascética. Criticó duramente la vida cómoda y ociosa de muchos de los miembros del clero romano, dando libre cauce a su vena satírica. Se puso en contacto con miembros de la aristocracia romana, particularmente señoras, que practicaban la vida ascética en sus casas. En este período era frecuente que la familia estuviese dividida, sobre todo en las clases más altas de la sociedad, de modo que los padres de familia seguían siendo paganos, mientras que las mujeres, madres e hijas, eran devotas cristianas que practicaban un riguroso ascetismo. El padre se preocupaba sólo por asegurar la educación pagana de su hijo primogénito, abandonando los restantes hijos al cuidado de la madre. Eran, pues, las mujeres las que manifestaban un mayor interés por la exégesis como así también con todo lo que tenía relación con los lugares y monumentos bíblicos. Nació entonces un movimiento ascético e intelectual de mujeres eruditas, que estudiaban los textos sagrados y aspiraban también a visitar los lugares en los que se habían desarrollado los acontecimientos de la historia vetero y neotestamentaria. E incluso muchas de ellas aspiraban a conocer “in situ” el monacato oriental, en particular el egipcio. Este movimiento dará lugar a las fundaciones latinas de comunidades cenobíticas en Tierra Santa.
Los contactos de Jerónimo con este círculo de damas cristianas fueron motivo de muchas satisfacciones para su vida espiritual y constituyeron un estímulo para su trabajo bíblico. Pero también le valieron muchos enemigos, particularmente de parte del clero romano, a cuyos miembros el santo hostigaba incansablemente. Por eso a la muerte de Dámaso, 11 de diciembre del 384, que era su amigo y protector, la situación de Jerónimo se torna insostenible y se ve obligado a abandonar su querida Roma. En agosto del 385 se embarca en Ostia rumbo a Oriente. Lo acompañan Paulino, algunos monjes y el sacerdote Vicenzo, su amigo. Más tarde lo seguirán Paula, Eustoquia y algunas otras vírgenes. Se inicia así la última etapa de la vida de Jerónimo.
Segunda estadía en Oriente (385-419)
Los dos grupos que habían dejado Roma con poca diferencia el uno del otro se encuentran en Antioquía o en Salamina de Chipre, sede del obispo san Epifanio. Desde allí siguen viaje juntos con el fin de visitar los lugares santos y conocer a los monjes y monasterios egipcios. Es también muy probable que Jerónimo haya aprovechado el viaje a Alejandría para entrevistarse con Dídimo el Ciego. Al término de este viaje Jerónimo y Paula acuerdan establecerse en Belén. Se construyen dos monasterios merced a una donación de Paula, y poco tiempo después se añade un albergue para peregrinos. La vida cenobítica se organiza bajo la dirección de Paula y Jerónimo. El monasterio para mujeres se hallaba próximo a la basílica de ¡a Natividad; mientras que el de varones estaba en el campo con vista a la mencionada basílica y a la tumba de Raquel. La comunidad masculina fue poco numerosa, no así la femenina.
Es en este marco monástico, ya en plena madurez, que Jerónimo se va a dedicar especialmente a la tarea de traducir la Biblia. Comienza primero una revisión del Antiguo Testamento, a partir del Salterio, del libro de Job y de los libros de Salomón. Para luego embarcarse en la difícil labor de traducir el Antiguo Testamento a partir del texto hebreo. En este periodo escribe numerosas cartas que son una fuente de incalculable valor para conocer detalles de su vida. Y en el monasterio se ocupa de la enseñanza preparando a los catecúmenos e iniciando a algunos jóvenes en el estudio de la gramática latina.
A partir del año 393 la crisis origenista y la penosa controversia con su amigo Rufino lo apartaron de su actividad como traductor de las Sagradas Escrituras. Los últimos años de su vida estarán signados por las sombras que lo envolvieron cuando se enteró de la invasión de los Hunos y por las preocupaciones económicas, pues la fortuna personal de Paula había desaparecido, a causa de su gran generosidad mal acompañada con una deficiente administración de sus bienes. La muerte de su gran amiga lo entristecerá sobremanera (año 404). A lo que se viene a sumar la llegada de los refugiados del saqueo de Roma por parte de Alarico (año 410). Todas estas preocupaciones significaban otras tantas interrupciones en su ya dificultosa tarea científica.
Terminada la crisis origenista Jerónimo sale de nuevo al combate con motivo de la crisis pelagiana. Intervención que le acarreó graves consecuencias, pues los monjes adictos a Pelagio procedieron a incendiar algunos edificios del monasterio de Jerónimo.
Un último golpe para el anciano traductor de los libros sagrados fue la muerte de Eustoquia, acaecida a finales del año 418. Menos de un año después moría Jerónimo, el 30 de septiembre del 419. Nada sabemos de sus últimos días.
Apenas arribado a la ciudad eterna es presentado al papa Dámaso, hombre de vasta cultura, verdadero humanista, relacionado con la aristocracia romana y que, al mismo tiempo, sentía una gran simpatía por el movimiento ascético y monástico. La permanencia en Roma será decisiva en la vida de Jerónimo. Alentado por Dámaso se convertirá en revisor y traductor de la Biblia, realizando conjuntamente su ideal ascético en una vida de comunidad y dedicación al estudio. Fue en Roma que tradujo las homilías de Orígenes sobre el Cantar de los Cantares, y empezó a traducir el Tratado sobre el Espíritu Santo de Dídimo el Ciego, denunciando en el prefacio los plagios realizados por san Ambrosio. Asimismo, por iniciativa de Dámaso, llevó a cabo una primera revisión del Salterio y dio comienzo a un comentario sobre el Eclesiastés, que terminaría más tarde en Belén.
En Roma, Jerónimo no se dedicó solamente al trabajo científico, sino que se transformó en un verdadero apóstol de la vida ascética. Criticó duramente la vida cómoda y ociosa de muchos de los miembros del clero romano, dando libre cauce a su vena satírica. Se puso en contacto con miembros de la aristocracia romana, particularmente señoras, que practicaban la vida ascética en sus casas. En este período era frecuente que la familia estuviese dividida, sobre todo en las clases más altas de la sociedad, de modo que los padres de familia seguían siendo paganos, mientras que las mujeres, madres e hijas, eran devotas cristianas que practicaban un riguroso ascetismo. El padre se preocupaba sólo por asegurar la educación pagana de su hijo primogénito, abandonando los restantes hijos al cuidado de la madre. Eran, pues, las mujeres las que manifestaban un mayor interés por la exégesis como así también con todo lo que tenía relación con los lugares y monumentos bíblicos. Nació entonces un movimiento ascético e intelectual de mujeres eruditas, que estudiaban los textos sagrados y aspiraban también a visitar los lugares en los que se habían desarrollado los acontecimientos de la historia vetero y neotestamentaria. E incluso muchas de ellas aspiraban a conocer “in situ” el monacato oriental, en particular el egipcio. Este movimiento dará lugar a las fundaciones latinas de comunidades cenobíticas en Tierra Santa.
Los contactos de Jerónimo con este círculo de damas cristianas fueron motivo de muchas satisfacciones para su vida espiritual y constituyeron un estímulo para su trabajo bíblico. Pero también le valieron muchos enemigos, particularmente de parte del clero romano, a cuyos miembros el santo hostigaba incansablemente. Por eso a la muerte de Dámaso, 11 de diciembre del 384, que era su amigo y protector, la situación de Jerónimo se torna insostenible y se ve obligado a abandonar su querida Roma. En agosto del 385 se embarca en Ostia rumbo a Oriente. Lo acompañan Paulino, algunos monjes y el sacerdote Vicenzo, su amigo. Más tarde lo seguirán Paula, Eustoquia y algunas otras vírgenes. Se inicia así la última etapa de la vida de Jerónimo.
Segunda estadía en Oriente (385-419)
Los dos grupos que habían dejado Roma con poca diferencia el uno del otro se encuentran en Antioquía o en Salamina de Chipre, sede del obispo san Epifanio. Desde allí siguen viaje juntos con el fin de visitar los lugares santos y conocer a los monjes y monasterios egipcios. Es también muy probable que Jerónimo haya aprovechado el viaje a Alejandría para entrevistarse con Dídimo el Ciego. Al término de este viaje Jerónimo y Paula acuerdan establecerse en Belén. Se construyen dos monasterios merced a una donación de Paula, y poco tiempo después se añade un albergue para peregrinos. La vida cenobítica se organiza bajo la dirección de Paula y Jerónimo. El monasterio para mujeres se hallaba próximo a la basílica de ¡a Natividad; mientras que el de varones estaba en el campo con vista a la mencionada basílica y a la tumba de Raquel. La comunidad masculina fue poco numerosa, no así la femenina.
Es en este marco monástico, ya en plena madurez, que Jerónimo se va a dedicar especialmente a la tarea de traducir la Biblia. Comienza primero una revisión del Antiguo Testamento, a partir del Salterio, del libro de Job y de los libros de Salomón. Para luego embarcarse en la difícil labor de traducir el Antiguo Testamento a partir del texto hebreo. En este periodo escribe numerosas cartas que son una fuente de incalculable valor para conocer detalles de su vida. Y en el monasterio se ocupa de la enseñanza preparando a los catecúmenos e iniciando a algunos jóvenes en el estudio de la gramática latina.
A partir del año 393 la crisis origenista y la penosa controversia con su amigo Rufino lo apartaron de su actividad como traductor de las Sagradas Escrituras. Los últimos años de su vida estarán signados por las sombras que lo envolvieron cuando se enteró de la invasión de los Hunos y por las preocupaciones económicas, pues la fortuna personal de Paula había desaparecido, a causa de su gran generosidad mal acompañada con una deficiente administración de sus bienes. La muerte de su gran amiga lo entristecerá sobremanera (año 404). A lo que se viene a sumar la llegada de los refugiados del saqueo de Roma por parte de Alarico (año 410). Todas estas preocupaciones significaban otras tantas interrupciones en su ya dificultosa tarea científica.
Terminada la crisis origenista Jerónimo sale de nuevo al combate con motivo de la crisis pelagiana. Intervención que le acarreó graves consecuencias, pues los monjes adictos a Pelagio procedieron a incendiar algunos edificios del monasterio de Jerónimo.
Un último golpe para el anciano traductor de los libros sagrados fue la muerte de Eustoquia, acaecida a finales del año 418. Menos de un año después moría Jerónimo, el 30 de septiembre del 419. Nada sabemos de sus últimos días.