INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (34)
Cristo delante de Pilatos (Mt 27,2-5)
Codex Purpureus
Siglo VI
Museo Diocesano de Rossano, Italia
Codex Purpureus
Siglo VI
Museo Diocesano de Rossano, Italia
Gregorio de Nisa (+ hacia 394) [segunda parte]
Primera lectura
a) De la Vida de Moisés
305. «No nos vamos a alargar presentando al lector toda la vida de Moisés, ejemplo de virtud. Para quien se esfuerce por elevarse a una vida superior, lo dicho no será mediocre ayuda para alcanzar la sabiduría verdadera. En cambio, para quien sea insensible a los esfuerzos por la virtud, aun cuando yo escribiera mucho mejor de lo que he hecho, de nada le serviría lo que yo pueda añadir.
306. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que dijimos al principio estableciendo que la vida perfecta se define por un tener límite en el progreso de la perfección; y que el crecimiento continuo de la vida hacia lo mejor es el camino para el alma hacia la perfección, será bueno ahora confirmar la definición dada de la perfección, cuando llegamos al término de nuestra exposición sobre la vida de Moisés.
307. Aquel que se ha elevado por tantas ascensiones a lo largo de su vida, no ha dejado de superarse siempre a si mismo. A mi juicio, en todas las cosas su vida, -como la del águila, parece un vuelo por encima de las nubes-, hundiéndose en el cielo de la ascensión espiritual.
308. Cuando él nació, era para los egipcios ofensa el nacimiento de un hebreo. El tirano castigaba a todo niño, pero Moisés se libró de la ley homicida gracias a sus padres y también por los mismos autores de la ley. Los que habían intentado su muerte por la ley, le procuraron vida y educación honorable, haciendo que el niño se instruyese en toda ciencia.
309. Luego, él se levantó por encima del honor humano y de la dignidad real considerando que la práctica de la virtud y el adorno de su belleza era más fuerte y regio que pertenecer a la pomposa guardia del palacio real.
310. Pronto salvó a su compatriota dando muerte al egipcio. Nuestra exégesis espiritual ve en esto al enemigo del alma y a su amigo. Después hizo del reposo su maestro en la ciencia de las cosas de arriba y por ella ilumina su espíritu con la luz que brilla en la zarza. Y se apresura a comunicar a sus hermanos los bienes recibidos de lo alto.
311. En esta ocasión manifestó de dos maneras su poder: rechazando a sus enemigos por las múltiples plagas que se sucedieron, y ayudando a sus hermanos. Hace que su pueblo pase el mar a pie, sin tener que procurarse una flota de barcos. Le sirve de navío para la travesía la firmeza cíe su fe que hizo del abismo tierra firme para los hebreos y de la tierra firme un mar para los egipcios.
312. Entona el cántico de victoria. Lo guía la columna de fuego en la noche. Se prepara una mesa con el alimento de lo alto. Se sacia con el agua de la roca. Se acerca a la montaña v entra en la tiniebla. Oye las trompetas. Se acerca a la divinidad. Lo rodea el tabernáculo de lo alto. Adorna el sacerdocio construye el tabernáculo, ordena la vida con leyes y triunfa de sus últimos enemigos como queda dicho.
313. Concluye sus hazañas haciendo castigar por medio del sacerdocio la impureza, pues ese era el significado de la cólera de Finés contra la pasión. Después de todo eso se acerca a la montaña de la paz sin pisar la tierra de abajo donde el pueblo le espera acordándose de la promesa. No gusta más de la comida terrena el que acude con presteza a lo que cae de lo alto. En la cima del monte, como un hábil escultor, acaba cuidadosamente la estatua de la propia vida. Concluye su obra no poniendo en ello un término sino un coronamiento.
314. ¿Qué dice la historia a este respecto? Que “Moisés, servidor de Dios, murió según lo dispuesto por Dios” y que “nadie sabe dónde está su sepulcro”. Que sus ojos “no se debilitaron ni desmejoró su aspecto” (Dt 34,5). Comprendemos por eso que habiendo pasado por tantos trabajos ha sido juzgado digno de ser llamado con el nombre sublime de “servidor de Dios” (Nm 12,7; Hb 3,15) lo cual equivale a decir que ha sido el mejor de todos. Nadie podría haber servido a Dios sin estar elevado por encima de todas las cosas de este mundo. Así entiende Moisés la vida virtuosa, llevada a perfección por obra de Dios. La historia la llama «muerte viviente», sin entierro ni sepultura. En tal muerte ni los ojos quedan ciegos ni el rostro desfigurado.
315. ¿Qué podemos aprender de esto? Aspirar sólo a esta meta en la vida: que nos llamen servidores de Dios por nuestra obra. Triunfar de los enemigos: el egipcio, el amalecita, el idumeo, el madianita. Atravesar las aguas, ser iluminados por la nube, endulzar las aguas con el madero, beber de la roca, comer el alimento que viene de lo alto, trazarse un camino hacia la cumbre del monte. Llegados a la cima, ser instruidos en el misterio de Dios por el sonido de las trompetas, acercarse a Dios por la fe en la tiniebla impenetrable y conocer allí los misterios del tabernáculo y de la dignidad del sacerdocio.
316. Cuando hayas tallado tu propio corazón y hecho grabar en él por Dios mismo los oráculos divinos; cuando hayas destruido el ídolo de oro, es decir, cuando hayas borrado de tu vida el deseo de enriquecerte; cuando te hayas elevado tan alto que no te pueda vencer ni la magia de Balaam (entiendo por magia la ilusión volátil de esa vida, por la cual los hombres como si hubiesen tomado una bebida embriagante en copa de circo pierden la propia naturaleza y se convierten en animales); cuando hayas pasado por todo eso y el ramo del sacerdocio haya germinado en ti sin que necesite rocío terreno para germinar, tendrás capacidad para producir fruto por ti mismo: fruto de almendra que a primera vista parece áspera y ruda pero cuyo fruto interior es dulce y comestible; cuando hayas aniquilado lo que se levanta contra tu dignidad para tragarte como a Datán o consumirte por el fuego como a Coré, entonces casi habrás llegado al término.
317. Entiendo por término aquello a lo cual se orientan nuestros actos, la motivación de nuestras obras. Por ejemplo: se cultiva la tierra para gustar sus frutos; se construye una casa para habitarla; el comerciante aspira a enriquecerse; término de las fatigas del estadio es ganar el premio. Asimismo, el término de la vida espiritual es merecer que nos llamen servidores de Dios. Y por consiguiente, “no ser enterrado en la tumba” quiere decir vida desnuda y despojada de todo impedimento pernicioso.
318. La Escritura da otra característica de este servicio a Dios cuando dice que “su ojo no se debilitó y su aspecto no desmejoró”. ¿Cómo realmente el ojo que está completamente en la luz va a ser velado por la oscuridad a la cual es ajeno? Y ¿cómo puede haber corrupción en aquel que haya llevado a cabo obras de incorruptibilidad durante toda su vida? El que realmente haya llegado a ser imagen de Dios y no se separe nada de él reproduce en silos trazos divinos y presenta toda una semejanza perfecta a su arquetipo. Tiene el alma embellecida por la incorruptibilidad, la inalterabilidad y la inmunidad de todo mal».
Primera lectura
a) De la Vida de Moisés
305. «No nos vamos a alargar presentando al lector toda la vida de Moisés, ejemplo de virtud. Para quien se esfuerce por elevarse a una vida superior, lo dicho no será mediocre ayuda para alcanzar la sabiduría verdadera. En cambio, para quien sea insensible a los esfuerzos por la virtud, aun cuando yo escribiera mucho mejor de lo que he hecho, de nada le serviría lo que yo pueda añadir.
306. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que dijimos al principio estableciendo que la vida perfecta se define por un tener límite en el progreso de la perfección; y que el crecimiento continuo de la vida hacia lo mejor es el camino para el alma hacia la perfección, será bueno ahora confirmar la definición dada de la perfección, cuando llegamos al término de nuestra exposición sobre la vida de Moisés.
307. Aquel que se ha elevado por tantas ascensiones a lo largo de su vida, no ha dejado de superarse siempre a si mismo. A mi juicio, en todas las cosas su vida, -como la del águila, parece un vuelo por encima de las nubes-, hundiéndose en el cielo de la ascensión espiritual.
308. Cuando él nació, era para los egipcios ofensa el nacimiento de un hebreo. El tirano castigaba a todo niño, pero Moisés se libró de la ley homicida gracias a sus padres y también por los mismos autores de la ley. Los que habían intentado su muerte por la ley, le procuraron vida y educación honorable, haciendo que el niño se instruyese en toda ciencia.
309. Luego, él se levantó por encima del honor humano y de la dignidad real considerando que la práctica de la virtud y el adorno de su belleza era más fuerte y regio que pertenecer a la pomposa guardia del palacio real.
310. Pronto salvó a su compatriota dando muerte al egipcio. Nuestra exégesis espiritual ve en esto al enemigo del alma y a su amigo. Después hizo del reposo su maestro en la ciencia de las cosas de arriba y por ella ilumina su espíritu con la luz que brilla en la zarza. Y se apresura a comunicar a sus hermanos los bienes recibidos de lo alto.
311. En esta ocasión manifestó de dos maneras su poder: rechazando a sus enemigos por las múltiples plagas que se sucedieron, y ayudando a sus hermanos. Hace que su pueblo pase el mar a pie, sin tener que procurarse una flota de barcos. Le sirve de navío para la travesía la firmeza cíe su fe que hizo del abismo tierra firme para los hebreos y de la tierra firme un mar para los egipcios.
312. Entona el cántico de victoria. Lo guía la columna de fuego en la noche. Se prepara una mesa con el alimento de lo alto. Se sacia con el agua de la roca. Se acerca a la montaña v entra en la tiniebla. Oye las trompetas. Se acerca a la divinidad. Lo rodea el tabernáculo de lo alto. Adorna el sacerdocio construye el tabernáculo, ordena la vida con leyes y triunfa de sus últimos enemigos como queda dicho.
313. Concluye sus hazañas haciendo castigar por medio del sacerdocio la impureza, pues ese era el significado de la cólera de Finés contra la pasión. Después de todo eso se acerca a la montaña de la paz sin pisar la tierra de abajo donde el pueblo le espera acordándose de la promesa. No gusta más de la comida terrena el que acude con presteza a lo que cae de lo alto. En la cima del monte, como un hábil escultor, acaba cuidadosamente la estatua de la propia vida. Concluye su obra no poniendo en ello un término sino un coronamiento.
314. ¿Qué dice la historia a este respecto? Que “Moisés, servidor de Dios, murió según lo dispuesto por Dios” y que “nadie sabe dónde está su sepulcro”. Que sus ojos “no se debilitaron ni desmejoró su aspecto” (Dt 34,5). Comprendemos por eso que habiendo pasado por tantos trabajos ha sido juzgado digno de ser llamado con el nombre sublime de “servidor de Dios” (Nm 12,7; Hb 3,15) lo cual equivale a decir que ha sido el mejor de todos. Nadie podría haber servido a Dios sin estar elevado por encima de todas las cosas de este mundo. Así entiende Moisés la vida virtuosa, llevada a perfección por obra de Dios. La historia la llama «muerte viviente», sin entierro ni sepultura. En tal muerte ni los ojos quedan ciegos ni el rostro desfigurado.
315. ¿Qué podemos aprender de esto? Aspirar sólo a esta meta en la vida: que nos llamen servidores de Dios por nuestra obra. Triunfar de los enemigos: el egipcio, el amalecita, el idumeo, el madianita. Atravesar las aguas, ser iluminados por la nube, endulzar las aguas con el madero, beber de la roca, comer el alimento que viene de lo alto, trazarse un camino hacia la cumbre del monte. Llegados a la cima, ser instruidos en el misterio de Dios por el sonido de las trompetas, acercarse a Dios por la fe en la tiniebla impenetrable y conocer allí los misterios del tabernáculo y de la dignidad del sacerdocio.
316. Cuando hayas tallado tu propio corazón y hecho grabar en él por Dios mismo los oráculos divinos; cuando hayas destruido el ídolo de oro, es decir, cuando hayas borrado de tu vida el deseo de enriquecerte; cuando te hayas elevado tan alto que no te pueda vencer ni la magia de Balaam (entiendo por magia la ilusión volátil de esa vida, por la cual los hombres como si hubiesen tomado una bebida embriagante en copa de circo pierden la propia naturaleza y se convierten en animales); cuando hayas pasado por todo eso y el ramo del sacerdocio haya germinado en ti sin que necesite rocío terreno para germinar, tendrás capacidad para producir fruto por ti mismo: fruto de almendra que a primera vista parece áspera y ruda pero cuyo fruto interior es dulce y comestible; cuando hayas aniquilado lo que se levanta contra tu dignidad para tragarte como a Datán o consumirte por el fuego como a Coré, entonces casi habrás llegado al término.
317. Entiendo por término aquello a lo cual se orientan nuestros actos, la motivación de nuestras obras. Por ejemplo: se cultiva la tierra para gustar sus frutos; se construye una casa para habitarla; el comerciante aspira a enriquecerse; término de las fatigas del estadio es ganar el premio. Asimismo, el término de la vida espiritual es merecer que nos llamen servidores de Dios. Y por consiguiente, “no ser enterrado en la tumba” quiere decir vida desnuda y despojada de todo impedimento pernicioso.
318. La Escritura da otra característica de este servicio a Dios cuando dice que “su ojo no se debilitó y su aspecto no desmejoró”. ¿Cómo realmente el ojo que está completamente en la luz va a ser velado por la oscuridad a la cual es ajeno? Y ¿cómo puede haber corrupción en aquel que haya llevado a cabo obras de incorruptibilidad durante toda su vida? El que realmente haya llegado a ser imagen de Dios y no se separe nada de él reproduce en silos trazos divinos y presenta toda una semejanza perfecta a su arquetipo. Tiene el alma embellecida por la incorruptibilidad, la inalterabilidad y la inmunidad de todo mal».
b) Enseñanza sobre la vida cristiana (De instituto christiano)
69. Es necesario que cada uno de ustedes coloque el temor y el amor en su alma como cimiento fuerte y sólido; que refresque el alma con buenas obras y con oración prolongada. El amor a Dios no surge en nosotros por sí solo, automáticamente, sino mediante muchos esfuerzos, grandes cuidados y la ayuda de Cristo, como dijo la Sabiduría: “Si la procurases como a la plata, y la buscases como a un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor y encontrarás el conocimiento de Dios” (Pr 2, 4-5).
70. Y cuando encuentres el conocimiento y comprendas el temor, fácilmente llevarás a cabo lo que viene después; me refiero al amor del prójimo. En efecto, una vez conseguido el primero y grande con esfuerzo, el segundo, que es menor y menos trabajoso, sigue al primero; pero si éste no está presente, tampoco el segundo existe verdaderamente. Pues quien no ama a Dios con todo el corazón y con toda la mente (cfr. Dt 6, 5), ¿cómo se cuidará saludable y sinceramente del amor para con los hermanos, cuando no consagra su amor a Aquel por quien él se cuida del amor a los hermanos?.
71. Sin duda que el artífice de la maldad, a quien se comporta así, es decir, a quien no entrega toda su alma a Dios ni se hace partícipe de su amor, al encontrarlo desarmado, lo domina fácilmente. Le hace tropezar con razonamientos perversos: ahora hace que parezcan pesados los mandatos de la Escritura, y gravoso el cuidado hacia los hermanos; luego lo levanta hasta la soberbia y la altanería tomando como pretexto su mismo oficio para con sus hermanos, convenciéndole de que ha cumplido los mandamientos del Señor y será grande en el Reino de los cielos (cfr. Mt 24, 45). No es éste pequeño pecado.
72. Es necesario que el siervo diligente y de buena voluntad confíe al Señor el juicio de esta buena voluntad; que no se coloque él mismo en lugar del Señor como juez y panegirista de su propia conducta. Pues quien se convierta en juez desdeñando al verdadero, no recibirá ninguna recompensa, puesto que ya antes de su juicio se ha dado satisfacción a sí mismo con sus propias alabanzas y su propia presunción. Es necesario, conforme a la frase de Pablo, que “el Espíritu de Dios dé testimonio juntamente con nuestro espíritu” (Rm 8, 16), pero no que aprobemos nuestras cosas con nuestro propio juicio. “Pues —dice— no está aprobado aquel que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien recomienda el Señor” (2 Co 10, 18).
73. Quien no espera el juicio del Señor, sino que se anticipa a su juicio, se deja llevar por conjeturas humanas, fabricándose para sí mismo una gloria entre sus hermanos con su propio esfuerzo, y haciendo las mismas cosas que hacen los infieles. El infiel busca los honores humanos en vez de los celestiales, como dice el mismo Señor en algún lugar: “¿Cómo pueden creer ustedes, que reciben la gloria mutuamente unos de otros y no buscan la gloria que proviene exclusivamente de Dios?” (Jn 5, 44). ¿A quiénes pienso que se parecen? ¿No será a aquellos que “limpian el exterior de la copa y el plato” (cfr. Mt 23, 25), y que en su interior están llenos de vicios de todas clases?
74. Miren que no les pase esto. Pongan sus almas allá arriba, y tengan un solo deseo: agradar al Señor y no perder nunca la memoria de las cosas celestiales, ni recibir los honores de esta vida. Corran así, ocultando en su conversación sus combates en pro de la virtud, de modo que aquel que hace brillar los honores de esta tierra no encuentre ocasión de apartar con ello el pensamiento de ustedes de los trabajos de la verdad, colocándolo en las cosas vanas y llenas de engaño. Si no encuentra ocasión alguna de introducirse para atrapar a quienes ya moran allá arriba con sus almas, él mismo se pierde y muere. Pues la muerte del tentador consiste en tener su maldad sin eficacia y sin fuerza.
75. Si el amor de Dios está presente en ustedes, necesariamente le acompañarán las demás cosas: el amor fraterno, la mansedumbre, la sinceridad, la perseverancia y el cuidado en las oraciones, y en general toda virtud.
76. Como se trata de un gran tesoro, también se hacen necesarios grandes trabajos para conseguirlo. No se toman estos trabajos para ostentación ante los hombres, sino para agradar a Dios, que conoce las cosas ocultas. Hacia Él hay que mirar siempre; examinar el interior del alma, y rodearla de un muro protector con las consideraciones de la piedad a fin de que el adversario no encuentre ningún medio de entrar, ni espacio para su ataque. Es necesario también ejercitar y conducir las partes enfermas del alma hacia el discernimiento entre el bien y el mal. Sabe ejercitar estas partes enfermas aquel que sigue a Dios y une a Él toda su alma, marchando hacia Él a través del amor a Dios, la consideración íntima de la virtud, y el cumplimiento de los preceptos; ése cuida lo débil, uniéndolo a lo que es fuerte.
77. De hecho, no existe más que una custodia y medicina del alma: acordarse de Dios con fuerte deseo y entregarse siempre a buenos pensamientos. No cesemos nunca en este esfuerzo, ya comamos, ya bebamos, ya estemos descansando o haciendo alguna cosa, o hablando, de forma que todo lo que hagamos sea para gloria perfecta de Dios y no para la nuestra. Sólo así nuestra vida no tendrá ninguna mancha o suciedad proveniente de las asechanzas del Maligno.
78. El cumplimiento de los preceptos es fácil y suave para los que aman a Dios, ya que el amor a Él nos hace leve y amable el combate. Por esta razón, el Maligno lucha con todos los medios por arrancar de nuestras almas el temor a Dios y disolver nuestro amor a Él; pone asechanzas con placeres ilegítimos y anzuelos atractivos de modo que, sorprendiendo al alma despojada de las armas espirituales y sin custodia, arruine nuestros esfuerzos metiéndonos la gloria terrena en vez de la celestial, y confundiendo —con la complicidad de la fantasía de quienes se dejan engañar— las cosas que son verdaderamente hermosas con las que parecen serlo. Si encuentra descuidados a los centinelas, es hábil para aprovechar la oportunidad, introducirse en los trabajos de la virtud y sembrar su cizaña en el trigo: me refiero a la injuria, la altanería, la vana gloria, la avidez de honor, la discordia y los demás efectos del vicio.
79. Así pues, es necesario estar despiertos y vigilar desde todas partes al enemigo, de modo que, aunque a causa de su desvergüenza urda alguna maquinación, sea rechazado antes de que logre alcanzar al alma.
69. Es necesario que cada uno de ustedes coloque el temor y el amor en su alma como cimiento fuerte y sólido; que refresque el alma con buenas obras y con oración prolongada. El amor a Dios no surge en nosotros por sí solo, automáticamente, sino mediante muchos esfuerzos, grandes cuidados y la ayuda de Cristo, como dijo la Sabiduría: “Si la procurases como a la plata, y la buscases como a un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor y encontrarás el conocimiento de Dios” (Pr 2, 4-5).
70. Y cuando encuentres el conocimiento y comprendas el temor, fácilmente llevarás a cabo lo que viene después; me refiero al amor del prójimo. En efecto, una vez conseguido el primero y grande con esfuerzo, el segundo, que es menor y menos trabajoso, sigue al primero; pero si éste no está presente, tampoco el segundo existe verdaderamente. Pues quien no ama a Dios con todo el corazón y con toda la mente (cfr. Dt 6, 5), ¿cómo se cuidará saludable y sinceramente del amor para con los hermanos, cuando no consagra su amor a Aquel por quien él se cuida del amor a los hermanos?.
71. Sin duda que el artífice de la maldad, a quien se comporta así, es decir, a quien no entrega toda su alma a Dios ni se hace partícipe de su amor, al encontrarlo desarmado, lo domina fácilmente. Le hace tropezar con razonamientos perversos: ahora hace que parezcan pesados los mandatos de la Escritura, y gravoso el cuidado hacia los hermanos; luego lo levanta hasta la soberbia y la altanería tomando como pretexto su mismo oficio para con sus hermanos, convenciéndole de que ha cumplido los mandamientos del Señor y será grande en el Reino de los cielos (cfr. Mt 24, 45). No es éste pequeño pecado.
72. Es necesario que el siervo diligente y de buena voluntad confíe al Señor el juicio de esta buena voluntad; que no se coloque él mismo en lugar del Señor como juez y panegirista de su propia conducta. Pues quien se convierta en juez desdeñando al verdadero, no recibirá ninguna recompensa, puesto que ya antes de su juicio se ha dado satisfacción a sí mismo con sus propias alabanzas y su propia presunción. Es necesario, conforme a la frase de Pablo, que “el Espíritu de Dios dé testimonio juntamente con nuestro espíritu” (Rm 8, 16), pero no que aprobemos nuestras cosas con nuestro propio juicio. “Pues —dice— no está aprobado aquel que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien recomienda el Señor” (2 Co 10, 18).
73. Quien no espera el juicio del Señor, sino que se anticipa a su juicio, se deja llevar por conjeturas humanas, fabricándose para sí mismo una gloria entre sus hermanos con su propio esfuerzo, y haciendo las mismas cosas que hacen los infieles. El infiel busca los honores humanos en vez de los celestiales, como dice el mismo Señor en algún lugar: “¿Cómo pueden creer ustedes, que reciben la gloria mutuamente unos de otros y no buscan la gloria que proviene exclusivamente de Dios?” (Jn 5, 44). ¿A quiénes pienso que se parecen? ¿No será a aquellos que “limpian el exterior de la copa y el plato” (cfr. Mt 23, 25), y que en su interior están llenos de vicios de todas clases?
74. Miren que no les pase esto. Pongan sus almas allá arriba, y tengan un solo deseo: agradar al Señor y no perder nunca la memoria de las cosas celestiales, ni recibir los honores de esta vida. Corran así, ocultando en su conversación sus combates en pro de la virtud, de modo que aquel que hace brillar los honores de esta tierra no encuentre ocasión de apartar con ello el pensamiento de ustedes de los trabajos de la verdad, colocándolo en las cosas vanas y llenas de engaño. Si no encuentra ocasión alguna de introducirse para atrapar a quienes ya moran allá arriba con sus almas, él mismo se pierde y muere. Pues la muerte del tentador consiste en tener su maldad sin eficacia y sin fuerza.
75. Si el amor de Dios está presente en ustedes, necesariamente le acompañarán las demás cosas: el amor fraterno, la mansedumbre, la sinceridad, la perseverancia y el cuidado en las oraciones, y en general toda virtud.
76. Como se trata de un gran tesoro, también se hacen necesarios grandes trabajos para conseguirlo. No se toman estos trabajos para ostentación ante los hombres, sino para agradar a Dios, que conoce las cosas ocultas. Hacia Él hay que mirar siempre; examinar el interior del alma, y rodearla de un muro protector con las consideraciones de la piedad a fin de que el adversario no encuentre ningún medio de entrar, ni espacio para su ataque. Es necesario también ejercitar y conducir las partes enfermas del alma hacia el discernimiento entre el bien y el mal. Sabe ejercitar estas partes enfermas aquel que sigue a Dios y une a Él toda su alma, marchando hacia Él a través del amor a Dios, la consideración íntima de la virtud, y el cumplimiento de los preceptos; ése cuida lo débil, uniéndolo a lo que es fuerte.
77. De hecho, no existe más que una custodia y medicina del alma: acordarse de Dios con fuerte deseo y entregarse siempre a buenos pensamientos. No cesemos nunca en este esfuerzo, ya comamos, ya bebamos, ya estemos descansando o haciendo alguna cosa, o hablando, de forma que todo lo que hagamos sea para gloria perfecta de Dios y no para la nuestra. Sólo así nuestra vida no tendrá ninguna mancha o suciedad proveniente de las asechanzas del Maligno.
78. El cumplimiento de los preceptos es fácil y suave para los que aman a Dios, ya que el amor a Él nos hace leve y amable el combate. Por esta razón, el Maligno lucha con todos los medios por arrancar de nuestras almas el temor a Dios y disolver nuestro amor a Él; pone asechanzas con placeres ilegítimos y anzuelos atractivos de modo que, sorprendiendo al alma despojada de las armas espirituales y sin custodia, arruine nuestros esfuerzos metiéndonos la gloria terrena en vez de la celestial, y confundiendo —con la complicidad de la fantasía de quienes se dejan engañar— las cosas que son verdaderamente hermosas con las que parecen serlo. Si encuentra descuidados a los centinelas, es hábil para aprovechar la oportunidad, introducirse en los trabajos de la virtud y sembrar su cizaña en el trigo: me refiero a la injuria, la altanería, la vana gloria, la avidez de honor, la discordia y los demás efectos del vicio.
79. Así pues, es necesario estar despiertos y vigilar desde todas partes al enemigo, de modo que, aunque a causa de su desvergüenza urda alguna maquinación, sea rechazado antes de que logre alcanzar al alma.
Segunda lectura: Sobre la vocación cristiana; trad. en: Gregorio de Nisa. Sobre la vocación cristiana,
Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1992 (Biblioteca de patrística, 18).
Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1992 (Biblioteca de patrística, 18).