INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (44)

AmbroseOfMilan.jpg
San Ambrosio
Mosaico de la iglesia de
San Ambrosio
Siglo V/VIII (?)
Mián, Italia
Ambrosio de Milán (+ 397)[1]

Nació en Tréveris donde su padre ocupaba el cargo de prefecto de la Galia (ver Paulino diácono de Milán, Vita Ambrosii 3,1). Como fecha de nacimiento se acepta 339, aunque, según se interpreten algunas alusiones de su carta 59,4, podría situarse probablemente en 337. Ciertamente nació en el seno de una familia cristiana y aristocrática, hechos que pueden constatarse en sus mismos escritos (ver Exh. virg. 12,82; De virg. 3,3,38 ss.).

Muerto su padre, lo hallamos en Roma con toda la familia a fines de 353, año de ingreso de su hermana Marcelina en el grupo de las vírgenes. Cursó estudios de retórica, y en 368 se desempeñó como abogado en la prefectura de Sirmio. Hacia 370 fue nombrado “consularis” de Liguria y Emilia, con asiento en Milán.

El buen desempeño de la gestión pública le valió el aprecio y el reconocimiento generales. Prueba de esto fue su designación para ocupar la sede de Milán, a la muerte del obispo arriano Auxencio. En medio de una elección dificultosa, al intervenir en favor del orden en su calidad de “consularis”, fue designado obispo tanto por la facción arriana como por el grupo católico, siendo en ese momento un simple catecúmeno. Fue bautizado y una semana después recibió la consagración episcopal. Para esta última se proponen dos posibles fechas: el 1º de diciembre de 373 y el 7 de diciembre de 374. Paulino, en la biografía que compuso a pedido de Agustín (+ 430), refiere que, ordenado obispo, Ambrosio cedió a la Iglesia y a los pobres su fortuna y sus propiedades, reservando solamente el usufructo en favor de su hermana (ver Vita Ambrosii 38).

Como su preparación catequética resultó muy apresurada, debió luego suplir las carencias, bajo la guía constante de Simpliciano, mediante el estudio sistemático e intensivo de la Sagrada Escritura. Agustín da testimonio de esta aplicación intensa y constante, hasta el punto de que, queriendo hablar con él, no se atrevía a interrumpirlo:

“El poco tiempo en que no estaba con las gentes lo empleaba en reparar su cuerpo con el sustento necesario o en alimentar su mente con la lectura. Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes.
Yo permanecía largo rato sentado y en silencio: pues ¿quién se atrevería a interrumpir la lectura de un hombre tan ocupado para echarle encima un peso más? Y después me retiraba pensando que para él era precioso ese tiempo dedicado al cultivo del espíritu lejos del barullo de los negocios ajenos, y que no le gustaría ser distraído de su lectura a otras cosas. Y acaso también para evitar el apuro de tener que explicar a algún oyente atento y suspenso, si leía en alta voz, algún punto especialmente oscuro, teniendo así que discutir sobre cuestiones difíciles; con eso restaría tiempo al examen de las cuestiones que quería estudiar”(2).

Más tarde profundizará la comprensión de los textos sagrados con la ayuda de los Padres Griegos y de algunos autores hebreos y paganos, sobre todo Filón y Plotino (ver M. G. Mara, Patrología III, p. 167). El binomio estudio-meditación de la Palabra de Dios informa todo el pensamiento teológico, moral, ascético, político y social de Ambrosio, y es la fuente de su intensa actividad pastoral y su ministerio como predicador.
Desde los primeros días de su episcopado, el problema arriano será una de sus preocupaciones constantes(3); al respecto, un hecho elocuente es la petición de los restos del antiguo obispo de Milán, Dionisio, quien muriera (h. 361) en Armenia desterrado por orden del emperador Constancio (337-361), y a quien había sucedido el arriano Auxencio, su predecesor en la sede.

En 375 muere su hermano Sátiro, y Ambrosio pronuncia dos homilías fúnebres en las que toca temas como la humanidad y la divinidad de Cristo, su lugar en la Trinidad, y denuncia a un grupo cismático culpable de haber exagerado la fe de Nicea (ver M. G. Mara en op. cit., p. 168). Ese mismo año muere el emperador Valentiniano I (364-375), y las intervenciones de Ambrosio en sentido antiarriano comienzan a crecer cada vez más, motivadas por la política de Graciano (375-383), de corte liberal e indulgente para con los no católicos.

En 376 lo encontramos interviniendo en Sirmio, donde logra la elección episcopal de Anemio, de probada adhesión nicena, a pesar de la oposición de Justina, la madre del Emperador, de tendencia claramente filoarriana (ver Paulino diácono de Milán, Vita Ambrosii 11).

En 378, en Sirmio mismo, acaeció el encuentro de Ambrosio con el emperador Graciano, quien le había pedido lo instruyese en la fe contra la herejía arriana (ver De fide 4,1). Desde ese momento el emperador inicia una creciente acción antiherética, contando con el apoyo decidido del Obispo de Milán. El encuentro entre ambos se repite en 379, después del cual la política de Graciano se inclina cada vez más hacia la parte católica, e incluso algunos atribuyen a Ambrosio el edicto del 22 de abril de 380, en el que se endurecen las sanciones contra los herejes; poco después obtendrá también la devolución de la basílica que estaba en manos de los arrianos (ver Ep. 2,28; De off. II,70,136; De Spir. Sanc. I, 19-21). Ese mismo año dedica a Graciano los tres libros Sobre el Espíritu Santo, para completar la instrucción que había comenzado con el “De fide”.

Al año siguiente (381) interviene nuevamente ante el Emperador en favor de la política antiarriana, con ocasión de la celebración del concilio de Aquileya (ver Eps. 9; 10; 11 y 12). Simultáneamente Ambrosio inspira a Graciano una serie de medidas anti-paganas, como por ejemplo, retirar el altar de la Victoria del aula del Senado (año 382).

Después de la muerte violenta de Graciano (383) lo sucede Máximo, y la política hasta entonces seguida por Ambrosio experimentará una brusca detención.

El Obispo apoya a Valentiniano II (hermano de Graciano, que en 375 había sido proclamado Augusto por las tropas del Ilírico)[4], pero las relaciones entre ellos desde 386 comienzan a deteriorarse, con motivo del intento de Auxencio, obispo arriano de Durostorum y protegido de Justina, de apoderarse de la basílica Porciana, a lo que Ambrosio se negó, acompañado por sus fieles:

«(A quienes) tratan de conceder preeminencia al Emperador sobre la misma Iglesia... Les contestamos lo que les respondió nuestro Maestro y Señor. Cuando Jesús reparó en la astucia de los judíos, les dijo: «“¿Por qué me tientan? Muéstrenme un denario”. Y habiéndoselo alcanzado, les siguió interrogando: “¿De quién es esta inscripción?”. Contestaron ellos: “La imagen del César”. Y Jesús les dijo: “Den entonces al César, lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”» (Mt 22,18 ss). Así contesto también yo a mis adversarios: “Muéstrenme un denario”; ¿podrán presentarme una moneda en la que conste que al Emperador hay que dejarle también una basílica de la Iglesia Católica? Yo no conozco más que una imagen dentro de la Iglesia: la imagen del Dios invisible, de la que él mismo ha dicho: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26)... Si Cristo ha sido obediente, tengan bien presente mis adversarios, empeñados en verme en desgracia del Emperador, los principios de obediencia que siempre hemos tomado como norma: damos al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios. Los impuestos corresponden al Emperador; no le son negados. La Iglesia pertenece a Dios, y por lo tanto no será entregada al Emperador, ya que él no tiene derecho alguno sobre la Iglesia. He hablado con todo respeto al Emperador. Nadie podrá desmentirme. ¿Qué honra mayor puede tributarse a un Emperador que la de llamarle “hijo de la Iglesia”? Al hacerlo así, no se le infiere una ofensa; por el contrario, se le honra. El Emperador está dentro de la Iglesia, no por encima de ella. Un buen emperador busca favorecer a la Iglesia, no combatirla. Si grande es la reverencia con que decimos esto, no será menor la firmeza con que nos mantendremos, por mucho que se nos quiera amenazar con el cuchillo o la hoguera. Los siervos de Cristo han olvidado lo que es el miedo. Un hombre, que ha perdido el miedo, no se doblega ante el terror. Por eso está escrito: “Como flechas que arrojan los niños, tales son sus amenazas” (Sal 63,8)» (Ep. 21, 31-32. 35-36)[5].

Paralelamente se produce asimismo un enfrentamiento entre Ambrosio y Máximo. El Pastor se dedica entonces casi exclusivamente a su tarea pastoral.

En 387, Máximo invade Milán y la corte huye, pero Valentiniano II retorna apoyando a Teodosio (hijo de Teodosio el Viejo, nombrado por Graciano Augusto para el Oriente) y derrota a Máximo (388). Se inicia entonces otro momento político en la actividad pastoral de Ambrosio, a la sazón ya reconciliado con Valentiniano II.

La acogida que Ambrosio dispensó a Teodosio (378-395) fue generosa, pero pronto ambos advirtieron la necesidad de definir sus respectivos campos de acción. Poco después Teodosio aleja a Ambrosio de la corte y emite una serie de disposiciones desfavorables para la Iglesia, con lo que las relaciones comienzan a hacerse difíciles. La tensión llega a su punto álgido a mediados de 390 con motivo de la matanza de Tesalónica:

«Ha llegado el momento en que ya no me es posible callar. Y ¿por qué? Porque está escrito: “Si el sacerdote no advierte a los que caminan por el error, ciertamente el pecador morirá en su pecado; pero el sacerdote será culpable, por cuanto no ha querido advertirles” (Ez 3,19).
¡Escúchame, entonces, Augusto Emperador! Posees todo el fervor de nuestra santa fe, ¿cómo negarlo? El temor de Dios te acompaña siempre: no lo discutiré siquiera. Pero tienes un temperamento fuerte. Si alguien te habla en forma amable y correcta, eres con todos un dechado de misericordia. Pero si alguien azuza tu espíritu, entonces te arrebatas, en forma tal que ya no aciertas a dominarte. Ojalá que nadie te hablara jamás con demasiada afabilidad ni te incitara. Preferiría yo mil veces que fueses tú mismo el dueño de tus pasiones, que fueras capaz de reflexionar y dominar, con tus nobles sentimientos, el torbellino de tu naturaleza...
El escándalo de Tesalónica es ya un hecho consumado. No existe memoria de cosa semejante. En lo que respecta tuve que limitarme a contemplar el mal, sin poder remediar cosa alguna. O mejor dicho, no pocas veces imploré misericordia, advirtiendo que podría suceder algo terrible...
Te aconsejo, te ruego, y también te amonesto y advierto: ¡Muy grande es mi pena al verte impasible ante la muerte de tantos inocentes!...
Lo que sigue lo escribo de mi puño y letra, y está destinado sólo para ti. Líbreme el Señor de toda la angustia que embarga mi alma. “Ni de ninguna manera ni por hombre alguno” (Ga 1,12) fuí confirmado en la seguridad de que debía proceder así. Encontrándome, la noche antes de partir, sumido en profunda tristeza, tuve una visión en la que tú entrabas al templo, pero... comprendí al mismo tiempo que yo no debía ofrecer el santo Sacrificio. Lo que sigue de la visión lo paso ahora por alto. No pude impedir todo, pero todo lo he aceptado por amor hacia ti, haciéndome responsable; así lo creo, al menos. El Señor nos conceda que la presente cuestión se resuelva pacíficamente. Dios nos amonesta de muchas formas: por signos sobrenaturales, por la voz de los profetas; e incluso por visiones de humildes pecadores, se digna adoctrinarnos. Roguémosle, pues, que refrene la guerra y que a los jefes del Estado les conceda la paz. Conserve el Señor la tranquilidad y la fe de su santa Iglesia; pero, para eso, se necesita un Emperador que sea cristiano y piadoso» (Ep. 51)[6].

La reconciliación se produjo en la Navidad del mismo año, después que el Emperador hubo aceptado la penitencia pública impuesta por Ambrosio.

Entre 392 y 393, Ambrosio interviene en busca de una solución del cisma de Antioquía, pero sin obtener la abdicación de Flaviano(7) en favor de Evagrio (noble antioqueno, sucesor de Paulino de Antioquía). También intervino para condenar la herejía de Bonoso(8), deseo que logró, aunque de momento no se concretaron las sanciones correspondientes.

Asesinado Valentiniano II en 392, lo sucede Eugenio, con quien Ambrosio no se entiende bien. Cuando Teodosio derrota a Eugenio, el Obispo de Milán lo exhorta a la clemencia para con los vencidos (ver Ep. 62), a lo que el Emperador accede, y desde ese momento las relaciones entre Teodosio y Ambrosio serán buenas, hasta la muerte del Monarca (17 de enero de 395), en cuyo honor Ambrosio pronunciará la oración fúnebre ante Honorio (De obitu Theodosii).

Las relaciones de Ambrosio con el general Estilicón (+ 408), quien hacía de tutor del joven Honorio (395-423), son de poca relevancia, lo cual es indicio de la declinación de su influencia política. Inversamente irá aumentando su actividad en el terreno espiritual: al hallazgo de los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio (383) se agregó el de los cuerpos de los mártires Nazario y Celso (ver Paulino diácono de Milán, Vita Ambrosii 32-33); la toma de posesión de Paulino de Nola; la creación de nuevas sedes episcopales en el norte de Italia y la elección de sus respectivos pastores (ver Ep. 63; M. G. Mara en op. cit., p. 173).

A comienzos de 397, al regreso de uno de los viajes que le imponía su cargo episcopal, enfermó, y falleció en Milán el 4 de abril de ese mismo año.

Notas

(6) Trad. en H. Rahner, op. cit., pp. 150-152. La carta, dirigida al emperador Teodosio, data de mayo de 390. Véase también Paulino diácono de Milán, Vita Ambrosii 24.
(7) Asceta laico que había sido uno de los jefes del partido niceno de Antioquía, y que después fue consagrado sucesor de Melecio a pesar de la oposición explícita de Gregorio de Nacianzo.
(8) Obispo de Sárdica a fines del siglo IV, fundador de la secta de los bonosianos, quienes se oponían a la virginidad perpetua de María. Fue condenado en 392.
(1) DPAC 1, 147-152 (bib.); DSp I, 1937, cols. 425-428 (bib.); DIP (= Dizionario degli Istituti di perfezione) I, 1974, cols. 510-512 (bib.); A. Di Berardino (ed.), Patrología III. La edad de oro de la patrística latina, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1981, pp. 166-211 (bib.) [BAC 422; trad. del italiano]; M. Garrido Bonaño, osb, Obras de San Ambrosio I, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, Madrid, 1966,  pp. 3-12 (BAC 257); Simonetti, op. cit., pp. 265-270 (bib). Ver asimismo la catequesis del papa Benedicto XVI: http://www.mercaba.org/Benedicto%2016/AUDIEN/2007/10-23_san_ambrosio.htm
(2) Agustín, Confesiones VI,3,3; trad. de A. Brambilla en San Agustín. Confesiones, Buenos Aires, 1990, p. 174. Agustín nos acerca otro dato personal más sobre el porqué Ambrosio solía leer en silencio: con facilidad perdía su voz (ver ibid.).
(3) Sobre este tema en san Ambrosio puede verse la síntesis que presenta Sergio González, osa, en La preocupación arriana en la predicación de San Agustín, Valladolid, 1989, pp. 48-54 (Estudio Agustiniano).
(4) Valentiniano II reinará en la parte occidental del Imperio desde 383 a 392.
(5) Trad. de H. Rahner en Libertad de la Iglesia en Occidente. Documentos sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado en los primeros tiempos del cristianismo, Buenos Aires, 1949, pp. 147.149. La carta estaba dirigida al emperador Valentiniano II en marzo de 386. Véase también Contra Auxentium; Paulino diácono de Milán, Vita Ambrosii 13.