INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (41)

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La ordenación episcopal
de san Hilario
Manuscrito del siglo XIV
Hilario de Poitiers (+ 367)

Primeros años hasta el episcopado(1)

Hilario es uno de esos Padres importantes de quienes tenemos escasos datos. Casi todo lo que sabemos con certeza de él se refiere a su intervención en la controversia arriana, y en gran parte está avalado por sus propias obras.

Sin embargo, a pesar de la pobreza de las fuentes, de sus escritos se desprenden algunos datos biográficos. Otras alusiones las encontramos en la Vida de Venancio Fortunato (+ h. 600) que data de mediados del siglo VI (PL 9, 184 199 y 88, 439 454), las Crónicas y la Vida de San Martín de Sulpicio Severo (+ h. 420-425), y en Jerónimo (+ 419) [ver De vir. ill. 100] y Agustín de Hipona (+ 430).

Hilario nació, con bastante probabilidad, en Poitiers a comienzos del siglo IV, entre los años 310-320. Quizá perteneció a una familia de posición holgada y, a juzgar por sus escritos, tuvo una sólida formación literaria, adquirida seguramente en la misma Galia, donde el centro de formación más renombrado se encontraba en Burdeos.

Del prólogo de su De Trinitate podemos colegir un cierto itinerarium ad Deum, y aunque se discute si nació de padres cristianos o se convirtió personalmente (ver I, 1 14), la segunda posibilidad tiene mayor verosimilitud. Agustín en su De doctrina christiana (II,40,61) alude a Hilario, entre otros, como uno de los que ha salido “de Egipto”, imagen que expresa el abandono del paganismo. Sin embargo, es imposible determinar la fecha de su conversión -en la que parece haber jugado un papel decisivo su descubrimiento de la Sagrada Escritura- y bautismo. Algunos escritos suyos parecen insinuar que no sucedió en su juventud:

“Por todos éstos [los grandes hombres del Antiguo y Nuevo Testamento] he sido enseñado en la fe que sostengo... Tarde me ha presentado el tiempo actual a estos doctores... Tarde los ha tenido mi fe, a los que tú instruiste como maestros...” (De Trin. VI,21; trad. de L. Ladaria en San Hilario de Poitiers. La Trinidad, Madrid, 1986, p. 259 [BAC 481]; ver también De synodis 91[545]; De Trin. I).

Aunque no sabemos nada de los miembros de su familia, parece que estuvo casado y la tradición menciona a su hija Abra (Venancio Fortunato, Vita et virtutes S. Hilarii I,3: PL 9,187). A Hilario mismo se le atribuye una epístola Ad Abram filiam (CSEL 65 [1916] pp. 237 244) que, ciertamente, no es de su mano.

Desde el episcopado al exilio (h. 350-356)

Entre los años 350-353, el emperador Constancio II, hijo de Constantino, fallecido Constante y eliminado el usurpador Majencio, quedó como único señor del Imperio romano. Prosiguió entonces con su política religiosa de cuño netamente filoarriano, pretendiendo doblegar a sus planes no solamente a los obispos orientales sino también a los occidentales. En el año 353, se instaló en Arlés y convocó un sínodo, que tuvo lugar a fines del mismo año en esa ciudad. Para llevar a cabo sus designios Constancio contaba con el apoyo de algunos obispos, entre los que se destacaban: Ursacio de Singiduno (actual Belgrado) y Valente de Mursa (actual Eszeg u Osijek, antigua Yugoslavia):

“Entonces los arrianos, cuando ven que el engaño había progresado poco deciden actuar por la violencia. Pues les era fácil atreverse a hacer cualquier cosa apoyándose en la amistad del rey, al que se habían ganado con halagos despreciables. Y es más, su seguridad procedía del consenso de la mayoría, pues casi todos los obispos de las dos Panonias, muchos de los orientales y Asia entera se habían adherido a la herejía. Y bien, dirigentes de esta peste eran considerados: Ursacio de Singiduno, Valente de Mursa; en Heraclea, Teodoro; Esteban de Antioquía, Acacio por Cesarea, Menofanto en Éfeso, Jorge en Laodicea, Narciso por Neronópolis. Estos ocuparon el palacio de modo que el emperador no hacía nada sin su consentimiento, es cierto que favorable a todos, pero especialmente devoto de Valente. Pues en la ocasión en que se luchó con las armas en Mursa contra Magnencio, Constancio que no se atrevía a descender a contemplar la batalla, se retiró a una basílica de los mártires situada fuera de la ciudad llevándose como consuelo a Valente, obispo del lugar. Por lo demás Valente, lleno de astucia había organizado las cosas de modo que fuese el primero en conocer el resultado de la batalla, bien porque intentaba conseguir el favor del rey si le llevaba el primero una buena noticia, bien porque protegía su vida emprendiendo antes la huida si sucedía algo adverso. Y así, a unos cuantos que estaban en torno al rey, muertos de miedo ellos, angustiado el emperador, les anuncia el primero que los enemigos huyen. Como aquél rogara que se presentara personalmente el que se lo había comunicado, Valente para añadir respeto a su persona responde que el mensajero ha sido un ángel. El emperador inclinado a dejarse convencer acostumbraba a decir después en público que había vencido gracias a los méritos de Valente, no al valor de su ejército”(2).

En el sínodo de Arlés el partido filoarriano consiguió que los obispos presentes suscribieran la condena de Atanasio de Alejandría, que ya se había efectuado en el concilio de Tiro de 335. Sólo se negó Paulino de Tréveris, quien fue enviado al exilio (+ 357/358)[3].

Hilario fue ordenado obispo a mediados del siglo IV; según algunos después de 353(?), basados en su ausencia en el concilio de Arlés celebrado en ese año. Con seguridad fue obispo antes de 355 y quizá haya sido el primer obispo de Poitiers.

Entre 353 y 356 debió componer su “Comentario al Evangelio de Mateo”, obra que presenta en algunos puntos doctrinales cierto arcaísmo, y trazas de materialismo en su concepción antropológica. Por este tiempo favorece la implantación de la vida monástica en su diócesis y recibe la visita del futuro obispo de Tours, Martín (+ 397). Aunque Hilario afirma que no había oído hablar de la fe de Nicea (“fidem nicaenam nunquam nisi exulaturus audivi”: Syn. 91[945]), en su “Comentario a Mateo” (ver 1, 3-4) pareciera que ya tiene cierto conocimiento de la doctrina arriana, y a ella alude (?) con ideas claras sobre la enseñanza de la Iglesia referente a la divinidad del Hijo. Su oposición a los obispos arrianos Ursacio de Singiduno, Valente de Mursa y Saturnino de Arlés se remonta a estas fechas.

En 355 se celebra otro sínodo en Milán, con una mayor asistencia de obispos occidentales (no consta que Hilario haya estado presente). Nuevamente el partido filoarriano, con el apoyo decisivo del emperador, logró que casi todos los pastores presentes suscribiesen la condena de Atanasio. Únicamente se abstuvieron Dionisio de Milán (+ hacia 361), Lucífero de Cagliari (+ h. 364-375) y Eusebio de Vercelli (+ h. 370/371). Como consecuencia los tres fueron depuestos de sus sedes y mandados al exilio en Asia Menor(4).

A raíz de estos hechos se produjo una reacción en el episcopado galo, a cuyo frente aparece Hilario, entrando así en la escena de la controversia arriana:

“... Presintiendo el gravísimo peligro que corría la fe después del exilio de los santos varones: Paulino, Eusebio, Lucífero, Dionisio, hace ya más de cuatro años que me separé, con los obispos de la Galia, de la comunión de Saturnino (de Arlés), de Ursacio y de Valente...”(5).

La reacción promovida por Hilario suscitó la inmediata respuesta de los filoarrianos, quienes organizaron un sínodo en Béziers (356) y exigieron la presencia de Hilario:

“Obligado a ir al sínodo de Béziers por la facción de los seudo apóstoles (2 Co 11,13), (propuse iniciar) una investigación para demostrar esa herejía (el arrianismo). Pero, por temor de un testimonio público, se negaron a escuchar (los cargos) que presenté, creyendo que podían mentirle a Cristo sobre su inocencia, e ignorando voluntariamente lo que a sabiendas iban a hacer enseguida”(6).

    Hilario rechazó con firmeza las acusaciones que se le hicieron y se negó a suscribir la condena de Atanasio. Entonces fue sancionado con el exilio, junto a Rodanio, obispo de Toulouse (7). Si el sínodo se celebró en el otoño de 356, la sentencia debe haber llegado a Poitiers durante el verano, y antes de terminar el año Hilario ya estaba en Frigia (Asia Menor), adonde se lo había confinado(8).

    Presentar la actividad de Hilario centrada exclusivamente en la controversia arriana es un tanto abusivo. Sabemos, en efecto, que antes del exilio escribió su Comentario al Evangelio de Mateo; que se preocupaba por su clero, por la instrucción del pueblo fiel y por quienes se acercaban a la Iglesia para solicitar el bautismo(9). Un ejemplo de su acción pastoral nos lo ofrece el siguiente pasaje de la Vida de San Martín:

“Cuando (Martín) dejó el ejército fue a encontrarse con san Hilario, obispo de Poitiers, cuya creencia en lo que respecta a las cosas de Dios era respetada y reconocida en ese tiempo, y se quedó con él. Hilario intentó, confiriéndole el diaconado, vincularlo más estrechamente a sí, y a la vez ligarlo al servicio divino, pero Martín rehusó repetidas veces clamando que era indigno. Entonces el obispo, hombre de espíritu profundo, se percató de que sólo sería posible retenerlo si le confiaba un oficio que pudiera tener algo de humillante. Le propuso entonces ser exorcista. Martín no rechazó esta ordenación para que no se pensara que la rehusaba por ser demasiado humilde. Poco después le fue comunicado en sueños que debía visitar con solicitud religiosa a su patria y a sus padres, que todavía eran paganos. Partió pues con el consentimiento de san Hilario, quien le rogó encarecidamente con muchas lágrimas que regresara...”(10).

Exilio en Asia Menor (356-360)

Se desconoce el sitio exacto de Frigia, ciudad o paraje, en que estuvo desterrado Hilario. Es probable que no haya permanecido siempre en un mismo lugar(11). Por lo demás no parece que sufriera malos tratos o violencia física; otros contemporáneos suyos, que también marcharon al destierro, tuvieron menos fortuna, como fue el caso de Paulino de Tréveris, Dionisio de Milán, el mismo Rodanio de Tolosa, quienes murieron en el exilio. Con todo, Hilario se queja de haber padecido, al menos en un primer período, cierto aislamiento(12).

La “libertad vigilada” le permitió a Hilario encontrarse con algunos pastores orientales, aunque él menciona por su nombre a muy pocos: Eleusio de Cízico (al que elogia)[13], Basilio de Ancira y Eustacio de Sebaste(14).

Sin duda fue en esta etapa de su vida que Hilario se encontró directamente con la exégesis alegórica, sobre todo con aquella de Orígenes, que dejó en él una profunda huella, en particular en su exégesis y su espiritualidad (ver su Tractatus super Psalmos). Tampoco puede descartarse la posibilidad de un conocimiento personal del monacato oriental (¿las comunidades dirigidas por Eustacio de Sebaste?). Sin duda fue importante su conocimiento de los diversos grupos de obispos orientales contrarios a la fe nicena. Estos se dividían en tres facciones principales: los anomeos, radicalmente arrianos, que negaban la semejanza del Hijo con el Padre, entre los que sobresalían Aecio y Eunomio; los homeos, que hablaban de una semejanza genérica del Hijo con el Padre sin referencia ninguna a la sustancia (ousía), grupo al que pertenecían Valente y Ursacio; y los más cercanos a Nicea, los homeousianos, partidarios del homoiousios, que afirmaban que el Hijo es de naturaleza o sustancia semejante al Padre, entre los que se contaban Basilio de Ancira y Eustacio de Sebaste. Hilario trabó relaciones con este último grupo, buscando llegar a un acuerdo, lo que le permitió profundizar sus conocimientos sobre la controversia arriana. Así se convenció de la necesidad de resguardarse tanto del arrianismo como del sabelianismo.

El objetivo de Hilario era acercar, buscando los posibles puntos de contacto, a los antiarrianos de Occidente (nicenos) con los de Oriente (mayoritariamente antinicenos, pertenecientes al grupo homeousiano). Pero sus mejores energías las dedicó Hilario a la composición de obras teológicas: el De Trinitate (Sobre la Trinidad); el De Synodis (Libro de los Sínodos). Contemporáneamente recogía material para una obra histórica y, tal vez, escribía el libro segundo de su obra: Contra Ursacio y Valente(15).

Un sentimiento de hondo pesar le causó el informe de los hechos acaecidos en el sínodo de Sirmio de 357. Esto sumado al silencio de sus colegas galos en el episcopado le tenía angustiado, hasta que recibió noticias del Occidente. Su respuesta fue el De synodis, obra en la que refleja sus sentimientos y sus firmes convicciones; estamos a fines del año 358:

“... Cuántos silbidos de doctrina pestífera había proferido el diablo con su boca y lengua envenenadas con ocasión de movimientos de los tiempos; y temiendo que en peligro tan grande y de tantos obispos de caer en el error o en la impiedad calamitosa, su silencio fuera considerado como de desesperación de la conciencia manchada e impía (pues no podía ignorar que habían sido frecuentemente avisados), pensaba que también me debía callar yo ante ustedes, teniendo bien en la memoria la sentencia del Señor, con la cual había ordenado que aquellos que, después de la primera y de la repetida reconvención, persistían inobedientes en el testimonio de la Iglesia, debían ser considerados como gentiles y publicanos (ver Mt 18,15 ss.)...
Y que cuando les fue enviada hace poco desde la ciudad de Sirmio la impiedad del símbolo de fe infiel, no sólo no lo recibieron, sino que lo condenaron después de haberlo hecho público y dado a conocer. Por todo esto entendí que me era necesario y conforme a la piedad, que ahora como obispo les transmitiera, como a obispos que están en comunión conmigo en Cristo, estas relaciones conforme a la fe saludable. Y ya que antes me alegraba, dado el miedo que me causaba lo incierto, sólo por conciencia de estar libre de todas estas cosas, ahora me gozase por la integridad de nuestra fe común. ¡Oh solidez inconmovible de su conciencia gloriosa! ¡Oh firme edificio con el fundamento de la piedra fiel! ¡Oh constancia incólume e imperturbada de su voluntad incorrupta!...
Fue necesario responder a sus cartas, con cuyos escritos me habían enviado la comunión en el Señor de su fe; y algunos de ustedes, que habían sido llamados al sínodo que parecía que había de tener lugar en Bitinia, se mantenían unidos en la comunión conmigo con la firmísima constancia de la fe, pero estaban lejos de los demás fuera de las Galias. Y ciertamente era digno del ministerio y de la voz episcopal, en medio de tan gran furor herético, conferir con ustedes por carta algunos pareceres de la recta fe. Pues la palabra de Dios no puede ser desterrada con nuestros cuerpos, ni atada, ni retenida, de tal manera que no pudiera comunicarse con ustedes en cualquier lugar. Pero sobre todo cuando tuve conocimiento de que se iban a congregar sínodos en Ancira y en Rímini, y que vendrían uno o dos de cada una de las provincias de las Galias, juzgué, ya que yo me hallaba en las regiones del Oriente, que les debía exponer, aunque ya las supieran, aquellas cosas que son objeto de mutuas sospechas entre nosotros y los orientales, y que las debía dar a luz. Y que ya que también ustedes condenaron esta herejía que irrumpió en Sirmio, y ellos los juzgaron con el anatema, supieran que lo mismo que ustedes habían hecho, y con qué confesión de fe, también había sido realizado por los obispos orientales. No soportaría que ustedes, que quisiera brillaran como loables en los futuros sínodos, y que sienten las cosas católicas con uno y el mismo sentido de la fe apostólica, disintieran ni siquiera en algunas cosas de la pureza de la fe católica por ignorar la interpretación de las palabras”(16).

Es en estos años de su exilio que Hilario comienza a desarrollar su “obra de información y reconciliación”. “En este período de violencia e intransigencia aparece como el hombre de la moderación y la tolerancia”(17).

Los acontecimientos que se suceden entre 358-360, muestran que, a pesar de los esfuerzos de Hilario, la meta de la unidad en la verdadera fe estaba aún lejos. Se suceden por esta época una serie de sínodos en Oriente y Occidente: Antioquía (inicio de 358), Ancira (Pascua de 358), Sirmio (verano de 358 y mayo de 359), Rímini (junio de 359), Seleucia de Isauria (septiembre de 359), Constantinopla (inicios de 360)[18]. Hilario, por su parte, da su aprobación a los anatemas del sínodo de Ancira de 358, en el que el grupo homeousiano se opuso al grupo arriano más radical, los anomeos.

En líneas generales, simplificando mucho, puede decirse que estos sínodos no lograron arribar a soluciones plenamente satisfactorias, sino más bien a fórmulas de compromiso que no resolvían el problema (o los problemas) de fondo.

Estando todavía como exiliado, lo que no deja de ser muy llamativo, Hilario fue invitado a participar del concilio de Seleucia de Isauria. El hecho no es fácilmente explicable y la noticia de Sulpicio Severo no resuelve la cuestión:

“En Oriente, a ejemplo de los occidentales, el emperador ordena que casi todos los obispos se reúnan en Seleucia, ciudad de Isauria. En esta ocasión Hilario que pasaba ya su cuarto año de exilio en Frigia, se ve obligado a presentarse entre los demás obispos, proporcionándole los medios de traslado el vicario y gobernador; aun cuando nada de ello hubiese ordenado en especial el emperador, los jueces no hicieron más que cumplir la orden general por la que se les ordenaba que reunieran en concilio a todos los obispos, enviando también a éste entre los demás que acudían voluntariamente”(19).

Más importante que la discusión sobre el por qué de la presencia de Hilario en el sínodo, es su testimonio:

“Lo que les voy a decir no lo recibí de otra fuente: yo mismo lo escuché, estando presente cuando sucedía. Así, pues, en Cristo: yo no miento (Rm 9,1). Discípulo de la verdad, testifico como testigo de la verdad. En Seleucia, encontré un sínodo de Orientales donde había tantos blasfemadores como le agradaba a Constancio. La primera vez que abandoné la sala, hallé a cien obispos que proclamaban el homoiousios (omeousion), o sea la semejanza de naturaleza, y diecinueve que profesaban el anomoiousios (anomoeousion), es decir la disimilitud de naturaleza; sólo los Egipcios, excepto el hereje de Alejandría(20), mantenían firmísimamente el homoousios (omousion)[21]. Entonces, bajo la presión del comes Leonas(22), todos los obispos se unieron. Entre los que proclamaban el homoiousios, algunos proponían ciertas fórmulas ortodoxas: el Hijo procedía de Dios, o sea de la substancia de Dios, y siempre había existido. En cambio, los defensores del anomoiousios afirmaban las peores impiedades...”(23).

En dicho concilio Hilario explicó que su defensa del homoousios de Nicea no guardaba ninguna relación con el sabelianismo (tipo de monarquianismo que negaba la subsistencia del Hijo, y que además presentaba un rasgo patripasiano, al considerar que Dios Padre sufrió en el Hijo), por lo que los obispos orientales lo admitieron en su comunión.

Al imponerse el grupo de los homoiousianos, los obispos partidarios de la "disimilitud" abandonaron la reunión y se apresuraron a presentarse ante el emperador. Éste los acogió favorablemente. No recibió, en cambio, con agrado la confesión de fe aprobada por la mayoría en Seleucia:

“Los que proclamaban el homoiousios, condenaron a aquellos que mantenían esos propósitos desvergonzados y sin pudor de semejante impiedad(24). Los obispos condenados volaron hacia su príncipe. Fueron recibidos con honores y consolidaron sus impiedades por medio de todas las intrigas posibles, negando que Cristo fue semejante a Dios, o nacido de Dios, o que fue su hijo por naturaleza. Un pequeño número triunfó así sobre la mayoría. Constancio, con la amenaza del exilio, obtuvo por medio de la extorsión la aprobación de su blasfemia”(25).

Para dar el “golpe de escena” final, luego de haber celebrado sus decennalia, Constancio reunió un concilio filoarriano en Constantinopla (principios de 360). Seguramente no hubo más de cincuenta obispos presentes: aquellos que secundaban su política religiosa y lo habían apoyado en sus maniobras. Como resultado se promulgó una fórmula de fe “oficial”, la cual en sustancia reproducía la que habían logrado imponer en Rímini los obispos Ursacio y Valente, que fue aprobada asimismo por sus colegas orientales, jefes del partido filoarriano de Oriente, Acacio y Eudoxio.

Hilario, por su parte, al comprobar las artimañas de los filoarrianos, se apresuró -sin que sepamos cómo pudo hacerlo- a marchar hacia Constantinopla (fines de 359). Una vez allí intentó hacerse oír del emperador, y seguramente le solicitó una confrontación personal con Saturnino de Arlés, presente en la ciudad con motivo del concilio de 360. Para ello redactó un libelo que conocemos bajo el título de “Liber II ad Constantium” (“Libro II a Constancio”), escrito casi seguramente a finales del año 359. Pero todo fue en vano, sus esfuerzos de nada sirvieron. Terminaba de esta forma una etapa de la controversia arriana, con la aparente victoria de los filoarrianos, y también concluía un período de la vida de Hilario.

Desde el retorno a Occidente hasta la muerte (360-367)

Permanece como un enigma histórico las causas (o la causa) que hicieron posible el retorno de Hilario a su diócesis de Poitiers(26).

Sin embargo, lo que realmente interesa es el hecho: a principios del año 360, Hilario marchó hacia su sede pasando previamente por Roma: “(Martín) supo que el rey, arrepentido, había dado autorización a san Hilario para volver. Trató entonces de encontrarse con él en Roma...”(27).

De regreso en Poitiers, Hilario no cejó en su empeño por lograr la unidad del episcopado en torno a la recta confesión de fe en Cristo. Algunos acontecimientos contribuyeron en su labor por confirmar la ortodoxia: la rebelión de las tropas de París contra Constancio en el año 360, la proclamación de Juliano como emperador y la muerte de Constancio en 361. Gran parte de los obispos galos seguían estando en comunión con él, mientras que se la negaban a Saturnino de Arlés. Por ello no es de extrañar que en el verano de 360, un concilio de la Galia se reuniera en París(28). La intervención de Hilario en este sínodo fue decisiva(29). Así lo demuestra la carta que los padres conciliares dirigieron a los obispos orientales:

“... Por vuestra carta, que confiaron a nuestro amado hermano y colega en el episcopado, Hilario, hemos conocido el fraude del diablo y las invenciones (conspirantia ingenia) de los herejes contra la Iglesia del Señor; para que, divididos entre Oriente y Occidente, fuéramos engañados por las opiniones diferentes de unos y otros. En efecto, la mayoría de los obispos presentes en Rímini y Niké (Tracia)[30] fueron obligados, bajo la presión de la autoridad, a no hablar de ousía (sustancia). Cuando esta palabra, encontrada para oponerse a la herejía de los ‘arriomanitas’ (= la locura de los arrianos), siempre ha sido aceptada por nosotros santa y fielmente...
Por eso, hermanos queridísimos, puesto que nuestra simplicidad reconoce, conforme a vuestra carta, el fraude cometido en el silencio de ousía: porque la piedad de los que fueron de Rímini a Constantinopla fue sometida; y puesto que nuestro hermano Hilario, fiel predicador del nombre del Señor, nos ha relatado que no pudo empujarlos a condenar tantas blasfemias, también nosotros tomamos conocimiento de lo que hicieron todos ellos equivocadamente y por ignorancia.
Consideramos excomulgados a Auxencio, Ursacio, Valente, Gayo, Megasio y Justino(31), conforme a vuestras cartas y, como ya lo dijimos, según la declaración de nuestro hermano Hilario, quien afirma que nunca podrá estar en paz con quienes participan de esos errores...”(32).

En el sínodo de París de 360 las ideas de Hilario fueron aceptadas: así lograba el triunfo de una línea doctrinal compatible con la teología tanto homousiana como homeousiana y hacía adoptar una postura benevolente con quienes en el concilio de Rímini (359) habían sido obligados a suscribir la fórmula filoarriana.

Del lapso posterior a su regreso del exilio debe ser su obra Ad praefectum Sallustium sive contra Dioscorum (Al prefecto Salustio, contra Dióscoro), en la que se queja por los excesos cometidos por Dióscoro, a la sazón vicario del prefecto Salustio(33).

Nuevamente al frente de su grey, apoyándose ahora en la experiencia de lo visto y oído en Oriente, Hilario siguió fomentando la implantación del monacato en su diócesis. Sulpicio Severo nos informa sobre la ayuda que le brindó al futuro obispo de Tours, Martín, para que pudiera realizar su primera fundación monástica en Ligugé, en las proximidades de Poitiers(34).

Más importante todavía fue la aplicación de lo que había aprendido sobre la exégesis alegórica, sobre todo en el contacto directo con el legado de Orígenes, a la redacción de dos obras notables: los "Tratados (o Comentarios) sobre los Salmos" (Tractatus super Psalmos), su obra más voluminosa, en la que, según el testimonio de Jerónimo (ver De vir. ill. 100), Hilario añadió algunos elementos propios, fácilmente identificables; y el Tratado de los Misterios, en el que considera los hechos del Antiguo Testamento como un anticipo de lo que se consumará en la encarnación de Cristo. Ambos escritos deben colocarse hacia el final de la vida terrenal de Hilario (años 364-367).

La última aparición pública de Hilario que conocemos se coloca en el marco de la controversia arriana: “Junto con Eusebio de Vercelli emprende una acción, que no resultará afortunada, contra Ausencio (o Auxencio), obispo arriano de Milán, en el invierno 364-65; parece ser que Hilario y Eusebio trataron de levantar al pueblo milanés contra su obispo. El emperador se encontraba entonces en esa ciudad; no le fue difícil a Ausencio obtener su apoyo, e Hilario fue obligado a abandonar Milán y a volver a su sede de Poitiers. Redacta con esta ocasión su Contra Auxentium, en el que invita a los cristianos milaneses a abandonar los templos y lugares de culto y a separarse de su obispo, considerado un anticristo”(35).

La fecha más probable de la muerte del santo pastor parece ser el 1E de noviembre de 367: “Hilario murió a los seis años de la vuelta a su patria”(36). Algunos autores, con todo, prefieren colocar su defunción el 13 de enero de 367 o 368. El Martyrologio Hieronymiano (siglo VI) ha conservado esta fecha (13 de enero) para su memoria. La Iglesia de Roma, desde el siglo XIII, celebra su fiesta el día siguiente a la octava de la Epifanía.

Notas

(11) Libro de los Sínodos 1. 2: “Había pensado, hermanos carísimos, en el largo tiempo de su silencio, no enviarles ninguna carta de asunto eclesiástico. Pues habiéndoles explicado frecuentemente, de muchas ciudades de las provincias romanas... Pero una vez que recibí las cartas de su bienaventurada fe, cuya lentitud y escasez entiendo que se deben a la duración y secreto de mi destierro...”; trad. de L. Ladaria en C. I. González, El desarrollo dogmático en los Concilios Cristológicos. Estudio introductorio, textos patrísticos y conciliares, Bogotá, Eds. CELAM, 1991, pp. 398-399 (Col. Autores, 3).
(12) Ver el texto citado en la nota precedente. No es difícil que la soledad de Hilario se viera agravada, inicialmente, por su desconocimiento (?) del griego; según Jerónimo, el obispo de Poitiers nunca manejó bien esa lengua: “... sólo logró un tinte ligero de letras griegas” (graecarum quoque litterarum quandam aurulam ceperat); Epístola 34,3; trad. de D. Ruiz Bueno en Cartas de San Jerónimo, t. I, Madrid 1962, p. 253 (BAC 219). La carta está dirigida a Marcela y es del año 385.
(13) Ver Libro de los Sínodos 63.
(14) Libro de los Sínodos 90; trad. cit., p. 443: “Temo, hermanos, las herejías de Oriente que abundan en todos los tiempos. Y diré que lo que temo ya lo he leído. Ciertamente no me ha quedado ninguna sospecha respecto a aquellas cosas que ustedes, como servidores de la legación recibida, llevaron a Sirmio (año 358) para ser firmadas, con el consenso de algunos orientales. Pero tuvieron en el comienzo algunas dificultades que creo que ustedes, santísimos varones Basilio, Eustacio y Eleusio, para que no se produjera ningún escándalo, callaron con el fin de que fueran eliminadas”. Los tres fueron personajes controvertidos en su tiempo; para más detalles sobre ellos nos permitimos remitir al “indice dei nomi e materie” de la obra de Manlio Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 586 y 588-589.
(15) Ver Jerónimo, De vir. ill. 100. La cuestión de las obras de Hilario se tratará detalladamente más adelante.
(16) Libro de los Sínodos 8; trad. cit., p. 400.
(17) A. Rocher, SCh 334, p. 19. Puede verse un ejemplo de la labor de Hilario por clarificar la terminología y acercarse, al mismo tiempo, a los “homoiousianos” (u “homoeúsianos”, que decían que el Hijo es de naturaleza “semejante” al Padre), en el Libro de los Sínodos, trad. cit., caps. 81 (p. 438) y 86 (p. 442).
(18) Amplio estudio de todas estas reuniones en M. Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 211 ss. y 313 ss.
(19) Crónica II,42,1-3; trad. cit., p. 120. Esta es, a nuestro entender, la parte “atendible” de la noticia sulpiciana. En efecto, a renglón seguido leemos: “Según mis conjeturas, sucedió así con el consentimiento de Dios, para que estuviese presente cuando iba a discutirse sobre la fe un hombre versadísimo en las Sagradas Escrituras”.
(20) Jorge de Capadocia, que ocupaba el lugar del exiliado Atanasio.
(21) Que era la forma utilizada en la profesión de fe del concilio de Nicea de 325.
(22) El representante de Constancio en el sínodo.
(23) Contra Constancio 12; SCh 334, pp. 192-195.
(24) Los partidarios de la “disimilitud” o anomeos.
(25) Hilario, Contra Constancio 15; SCh 334, p. 198.
(26) Una de las hipótesis, la que más nos convence, sostiene que fue el mismo Saturnino de Arlés quien impulsó el retorno de Hilario a Occidente, luego de negarse a la confrontación personal en Constantinopla. Saturnino fue excomulgado y depuesto de su sede en el sínodo de París de 360/361, para después desaparecer de la escena sin dejar rastros. Sobre las diversas teorías en torno al regreso de Hilario, ver el resumen de A. Rocher en SCh 334, pp. 26 ss.
(27) Sulpicio Severo, Vida de san Martín 6,7; trad. cit., p. 7. En la Crónica II,45,4; trad. cit., p. 124, dice el mismo Sulpicio: “Como germen de discordias y perturbador de Oriente se le ordena volver a las Galias, sin perdonarle el exilio” (?). Respecto a la cuestión de la relación de Hilario con el papa Liberio (352-366) de Roma; ver SCh 334, pp. 61-62. Por nuestra parte compartimos el juicio de Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, p. 387, sobre la personalidad del romano pontífice: “De temperamento tranquilo (mite) y amante de la paz, tuvo que afrontar una situación que a ninguno de sus predecesores le había tocado enfrentar, e hizo cuanto pudo, con cedimenti, pero también con una fundamental coherencia. Vuelto a Roma después del exilio, buscó limitar los daños producidos por la elección de Félix readmitiendo en su comunión a los miembros del clero que se habían puesto en favor de aquél...”. Menos favorable se muestra B. Studer, art. Liberio papa, en DPAC 2 (1983), cols. 1948-1949.
(28) Verano de 360: es la fecha que propone J. Gaudemet en Conciles Gaulois du IVe siècle, Paris, 1977, p. 89 (SCh 241); el sínodo es habitualmente colocado en los años 360/361.
(29) No es seguro que Hilario haya estado presente en la reunión. Rocher (SCh 334, p. 34, nota 1) se inclina por la negativa: “Es posible que Febadio haya sido el jefe y animador del concilio de París, en ausencia de Hilario. Porque la carta hace el elogio de Hilario como de un ausente”.
(30) Adonde había sido confinada por los filoarrianos la delegación enviada por los obispos reunidos en Rímini, para presentar al emperador Constancio sus conclusiones (favorables al símbolo niceno). El monarca ni siquiera recibió la delegación; luego, ordenó recluir a sus miembros en la pequeña Niké (una “estafeta” postal), donde fueron sometidos a toda suerte de presiones, hasta que se doblegaron y firmaron una fórmula de fe netamente filoarriana (el 10 de octubre de 359); ver Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 314 ss.
(31) Autores principales de las decisiones del concilio de Rímini.
(32) Hilario de Poitiers, Collectanea antiariana parisina, A,I; CSEL 65, pp. 43-46 = SCh 241, pp. 92-97 [Exposición de la fe católica hecha en la ciudad de París por los obispos galos y dirigida a los obispos orientales 1.4] Ver Sulpicio Severo, Crónica II,45,5-7; trad. cit., p. 124.
(33) La obra lamentablemente se ha perdido, y sólo nos enteramos de su existencia por la noticia que de ella ofrece Jerónimo, De vir. ill. 100.
(34) Vida de san Martín 7,1; trad. cit., p. 7: “Como Hilario ya se había ido (de Roma), (Martín) siguió sus pasos hasta Poitiers, donde fue acogido por aquél con gran regocijo. Allí, no lejos de la ciudad, instaló su ermita”. Este hecho puede colocarse en torno al año 361.
(35) L. Ladaria, op. cit., p. 9 (BAC 481).
(36) Sulpicio Severo, Crónica II,45,9; trad. cit., p. 125. Ver A. Rocher, SCh 334, p. 67: “Hilario murió en la flor de la vida, sin alcanzar los 60, el 1° de noviembre de 367”.
(1) A los Padres latinos les dedicaremos un desarrollo de mayor amplitud, para acercarnos más a quienes pusieron los cimientos de la Iglesia latina occidental, de la que somos hijas e hijos, herederas y herederos. Ver para una visión de conjunto sobre la vida y obra de san Hilario la catequesis del papa Benedicto XVI: http://www.mercaba.org/Benedicto%2016/AUDIEN/2007/10-10_hilario_de_poitiers.htm. El estudio fundamental para la etapa anterior al exilio de Hilario es el de J. Doignon, Hilaire de Potiers avant l'exile. Recherches sur la naissance, l'enseignement et l'épreuve d'une foi épiscopal en Gaule au milieu du IVe siècle, Paris, Ed. Brepols, 1971.
(2) Sulpicio Severo, Crónica II,38; trad. de Carmen Codoñer en Sulpicio Severo. Obras completas, Madrid, Ed. Tecnos, 1987, pp. 115-116 (Clásicos del pensamiento, 33). M. Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, Roma, Institutum Patristicum “Augustinianum” 1975, p. 212 (Studia Ephemeridis “Augustinianum”, 11), señala que “dado el carácter cambiante y fácilmente influenciable de Constancio, Valente y sus amigos consolidaron todavía más, gracias a este evento, su posición y su influencia en la corte...”. La batalla de Mursa tuvo lugar el 28 de septiembre de 351.
(3) Hilario de Poitiers, Collectanea antiariana parisina, B,I,6; CSEL 65,102 = SCh 241, p. 82: “Comenzaré, pues, por los hechos que se desarrollaron recientemente, es decir desde el día en que en la ciudad de Arlés, mi hermano y colega en el ministerio, Paulino, obispo de Tréveris, se negó a asociarse a esa perversidad e hipocresía...”. Sulpicio Severo, Crónica II,39,3; trad. cit., p. 117:  “Como resultado del choque de los bandos Paulino es exiliado”. El obispo murió durante el destierro en Frigia (Sulpicio Severo, Crónica II,45,9; trad. cit., p. 124). Ver Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 214 ss.
  (4) Sulpicio Severo, Crónica II,39,3-6; trad. cit., p. 117: “... Hay una reunión en Milán, donde entonces se encontraba el emperador; el enfrentamiento no disminuía por ninguna de las dos partes. Entonces Eusebio de Vercelli y Lucífero de Cagliari -en Cerdeña-, obispos, fueron desterrados. Por lo demás Dionisio, obispo de los milaneses, firmó que consentía en la condena de Atanasio con tal de que hubiera un debate sobre la fe entre los obispos. Pero Valente, Ursacio y los demás, por miedo a la plebe que conservaba la fe católica con notable firmeza, faltos de valor para confesar sus sacrilegios, se reúnen dentro de palacio. Desde allí mandan una carta en nombre del emperador, manchada de todo tipo de iniquidades, con la intención evidente de, si el pueblo la acogía favorablemente, imponer lo que desean utilizando los poderes públicos. Y que si, por el contrario, resulta acogida de otro modo, todo el odio recaiga sobre el rey; además el alcance de la falta sería venial porque el todavía entonces catecúmeno, parecía tener razones para desconocer, y con razón, el sacramento de la fe. Así pues, una vez leída la carta en la iglesia, el pueblo mostró su disconformidad. Dionisio por no haber dado su asenso, es expulsado de la ciudad e inmediatamente es sustituido por el obispo Auxencio”. La noticia de Sulpicio se inspira en el De Synodis (cap. 78) de Hilario. Comentario, precisiones y aclaraciones sobre el concilio de Milán en Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 215 ss.
(5) Hilario de Poitiers, Contra Constancio 2; ed. crítica y trad. francesa de A. Rocher, Hilaire de Poitiers. Contre Constance, Paris, 1987, p. 170 (SCh 334). La trad. del texto latino que se ofrece contempla las aclaraciones del editor (SCh 334, pp. 227-228). La fecha de redacción de esta obra debe colocarse entre 360-361.
(6) Hilario de Poitiers, Contra Constancio 2; SCh 334, p. 170.
  (7) Sulpicio Severo, Crónica II,39,7; trad. cit., pp. 117-118: “... También a Rodanio, obispo de Toulouse, que, más débil de natural no había cedido ante los arrianos no tanto por su propio valor como por su amistad con Hilario, se le incluyó en la misma situación...”. Rocher sostiene que fue Saturnino de Arlés "el autor" del exilio de Hilario (SCh 334, p. 28). Este prelado parece ser un hábil oportunista que aprovechó el concilio de Arlés de 353 para ganar lugar en la consideración del emperador.
(8) Jerónimo, De vir. ill. 100: “Hilario, obispo de Poitiers en Aquitania, fue exiliado a Frigia por la facción de Saturnino, obispo de Arlés, en el concilio de Béziers…”;. Sulpicio Severo, Crónica II,42,2; trad. cit., p. 120: “... Hilario que pasaba ya su cuarto año de exilio en Frigia”. Ver Simonetti, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 220-221. Es probable que Hilario haya marchado al destierro por la ruta terrestre, lo que daría -según Rocher (SCh 334, p. 14)- unos tres meses para ir de Poitiers a Constantinopla.
(9) Lamentablemente, como lo apunta el P. Alexandre Olivar, La Predicación Cristiana Antigua, Barcelona, Ed. Herder, 1991, p. 271, nota 15: «Carecemos de información sobre Hilario como predicador. Fue un buen escritor, mas no parece haberse destacado como orador. Su “Comentario a Mateo” no presenta huellas de una predicación original... En todo caso, lo que más podría suponerse es que estos comentarios, así como el “Liber mysteriorum”, eran obras destinadas a los presbíteros y posiblemente también a los obispos para proporcionarles materia e inspiración en vistas a la predicación».
(10) Sulpicio Severo, Vida de San Martín 5, 1-3; trad. de Pablo Saenz, osb, en Sulpicio Severo. Vida de San Martín, Luján (Buenos Aires), Ed. ECUAM, 1990, p. 6 (Col. Nepsis 1). Es posible que el encuentro y la separación de los dos santos varones se haya producido en el año 356.