INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (4)
San Juan Evangelista(1)
Maestro de San Francisco. Hacia 1270/1280
Nacional Gallery of Art
Washington, D.C., USA
Maestro de San Francisco. Hacia 1270/1280
Nacional Gallery of Art
Washington, D.C., USA
Policarpo de Esmirna (+156)
Los testimonios más seguros sobre este ilustre personaje de la Iglesia primitiva son los que nos ofrecen Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. Por el primero sabemos que Policarpo “no sólo fue discípulo de los apóstoles y vivió con muchas personas que habían visto al Señor, sino que también fue establecido por los apóstoles para el Asia, como obispo de la Iglesia de Esmirna. Nosotros lo vimos -dice Ireneo- en nuestra juventud, porque vivió mucho tiempo y fue en una vejez avanzada cuando, después de haber dado un muy glorioso y nobilísimo testimonio, salió de esta vida. Él enseñó siempre la doctrina que había aprendido de los apóstoles, doctrina que es también la que la Iglesia transmite y que es la sola verdadera...” (Adversus Haereses III,3,4).
En el año 155 (o 166, o 177?) estalló en Esmirna una persecución, durante la cual Policarpo fue arrestado y murió mártir. Tenía por entonces 86 años de edad, y entregó su vida por la fe el domingo 23 de febrero.
Primera lectura: Los presbíteros (VI,1--IX,2)
«Los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien delante de Dios y de los hombres. Que se abstengan de toda cólera, acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado.
Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo.
Por tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas.
Los testimonios más seguros sobre este ilustre personaje de la Iglesia primitiva son los que nos ofrecen Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. Por el primero sabemos que Policarpo “no sólo fue discípulo de los apóstoles y vivió con muchas personas que habían visto al Señor, sino que también fue establecido por los apóstoles para el Asia, como obispo de la Iglesia de Esmirna. Nosotros lo vimos -dice Ireneo- en nuestra juventud, porque vivió mucho tiempo y fue en una vejez avanzada cuando, después de haber dado un muy glorioso y nobilísimo testimonio, salió de esta vida. Él enseñó siempre la doctrina que había aprendido de los apóstoles, doctrina que es también la que la Iglesia transmite y que es la sola verdadera...” (Adversus Haereses III,3,4).
En el año 155 (o 166, o 177?) estalló en Esmirna una persecución, durante la cual Policarpo fue arrestado y murió mártir. Tenía por entonces 86 años de edad, y entregó su vida por la fe el domingo 23 de febrero.
Primera lectura: Los presbíteros (VI,1--IX,2)
«Los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien delante de Dios y de los hombres. Que se abstengan de toda cólera, acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado.
Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo.
Por tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas.
Todo, en efecto, el que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo, y el que no acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa las palabras del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás.
Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios para la oración, constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación , pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 6,13).
Perseveremos constantemente en nuestra esperanza y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo, él, que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo soportó todo.
Seamos, pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que nosotros hemos creído.
Los exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás apóstoles.
Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2,2; Flp 2,16.), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente, sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros».
Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios para la oración, constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación , pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 6,13).
Perseveremos constantemente en nuestra esperanza y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo, él, que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo soportó todo.
Seamos, pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que nosotros hemos creído.
Los exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás apóstoles.
Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2,2; Flp 2,16.), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente, sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros».
Segunda lectura: texto completo con notas en la colección
“Fuentes Patrísticas”, nº 1, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1991, pp. 212-229
Texto íntegro en castellano: http://escrituras.tripod.com/
“Fuentes Patrísticas”, nº 1, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1991, pp. 212-229
Texto íntegro en castellano: http://escrituras.tripod.com/
Tertuliano afirma que Policarpo fue constituido obispo de Esmirna por el apóstol Juan (Sobre la prescripción de los herejes 32,2; CCL 1,212-213).