INICIACIÓN A LA LECTURA DE LAS OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (38)
La resurrección de Lázaro (Jn 11,43-45)
Codex Purpureus
Siglo VI
Museo Diocesano de Rossano, Italia
Codex Purpureus
Siglo VI
Museo Diocesano de Rossano, Italia
Teodoro de Mopsuestia (+ 428)[1]
Nació en Antioquia en torno al año 350, en el seno de una familia de acomodada. Al igual que el Crisóstomo, quien luego fue su amigo, estudió en la escuela de Libanio, rétor pagano pero que mantenía buenas relaciones con los cristianos (por ejemplo con Basilio de Cesarea).
Entró, influenciado por Juan Crisóstomo, en el Asketerion dirigido por Diodoro. Bajo su dirección se practicaban la ascesis, la oración y el estudio, especialmente del texto bíblico. Fue en este ámbito que se prepararon los grandes exegetas y teólogos de la así llamada “Escuela antioquena”.
Pero luego de unos meses de llevar esta vida, Teodoro decidió abandonarla para contraer matrimonio y seguir la carrera de abogacía. Dos exhortaciones vibrantes de su amigo Juan (“A Teodoro caído” [Ad Theodorum lapsum]; PG 47,227-316; SCh 117), terminaron por hacerle desistir de su propósito y retornar a la vida ascética.
A partir de ese momento se dedicó especialmente al estudio de la Escritura; comenzando contemporáneamente una febril actividad pastoral y literaria, que mantuvo hasta el fin de sus días y cuya copiosa obra es el fruto visible de su dedicación.
En el año 383, fue ordenado sacerdote por Flaviano de Antioquía. Y en 386, lo encontramos junto a Diodoro en Tarso, ciudad de la que éste había sido nombrado obispo.
En el año 392 fue elegido obispo de Mopsuestia, ciudad ubicada en las cercanías de Tarso. Desarrollando una ingente tarea pastoral, asistiendo a los concilios, discutiendo con los herejes. Una carta de Ibas de Edesa nos informa que Teodoro “convirtió a la verdad su propia ciudad e instruyó con su enseñanza a las Iglesias lejanas”.
La destitución de su amigo Juan Crisóstomo, en 404, lo afectó profundamente.
Juliano de Eclana y algunos otros obispos pelagianos, anatematizados en Occidente, buscaron refugio junto a Teodoro en el año 418. Éste, luego de algunas dudas, justificadas por la diferente mirada sobre la cuestión entre los Orientales, acabó por condenarlos en un sínodo provincial celebrado en Cilicia.
Teodoro murió con fama de santidad y sabiduría en 428. En vida nunca fue objeto de reproches o ataques en el terreno doctrinal. Sin embargo, luego de su muerte la polémica nestoriana destruirá esta reputación. Fue Cirilo de Alejandría quien inició una campaña en contra del fallecido obispo de Mopsuestia, considerándolo el fundamento sobre quien se apoyaban sus adversarios. Los juicios que expresó fueron duros, a pesar de que en su lecho de muerte (junio 444) se declaró abiertamente en contra de una condena oficial.
En el concilio de Calcedonia (451) Teodoro no fue objeto de ningún ataque ni condena. Pero en el concilio celebrado en Constantinopla en 553, fue condenada su persona y su obra (125 años después de muerte).
“¿Las razones de esta condenación conciliar eran válidas? La desaparición casi total de los escritos de Teodoro tuvo como consecuencia que no fueran conocidos sino sólo por fragmentos, a menudo interpretados de forma hostil. El descubrimiento, en el siglo pasado, de fragmentos más extensos e incluso de tratados completos, proyectó una nueva luz sobre su obra. Si se admite que en su tiempo el dogma cristológico estaba todavía en plena elaboración, las acusaciones de nestorianismo y pelagianismo que pesan sobre él deben ser consideradas al menos como problemáticas. Cada vez más se impone de nuevo el renombre del que gozaba entre sus contemporáneos, aunque el debate no esté totalmente resuelto” (DSp 15, col. 386).
Obras
Teodoro es seguramente uno de los representantes más eminentes de la escuela antioquena. Su obra, originalmente redactada en griego, lo coloca entre los escritores fecundos del período patrístico. Desgraciadamente gran parte de esa producción se ha perdido. La condenación y la persecución desatada contra él fueron la causa de la desaparición de muchos de los manuscritos que contenían sus obras, y ello aconteció tanto en Occidente como en Oriente. Además, muchos de los fragmentos que nos han llegado fueron conservados por autores hostiles a Teodoro, sólo en raras ocasiones por quienes le eran favorables.
A pesar de esto, la influencia de Teodoro en las Iglesias sirias resultó considerable: se le consideraba un intérprete autorizado de las Escrituras; y fue en Edesa donde se tradujo buena parte de sus obras al siríaco.
En la actualidad se poseen las siguientes obras:
A esta lista se deben añadir algunas otras obras conocidas sólo por fragmentos.
Nació en Antioquia en torno al año 350, en el seno de una familia de acomodada. Al igual que el Crisóstomo, quien luego fue su amigo, estudió en la escuela de Libanio, rétor pagano pero que mantenía buenas relaciones con los cristianos (por ejemplo con Basilio de Cesarea).
Entró, influenciado por Juan Crisóstomo, en el Asketerion dirigido por Diodoro. Bajo su dirección se practicaban la ascesis, la oración y el estudio, especialmente del texto bíblico. Fue en este ámbito que se prepararon los grandes exegetas y teólogos de la así llamada “Escuela antioquena”.
Pero luego de unos meses de llevar esta vida, Teodoro decidió abandonarla para contraer matrimonio y seguir la carrera de abogacía. Dos exhortaciones vibrantes de su amigo Juan (“A Teodoro caído” [Ad Theodorum lapsum]; PG 47,227-316; SCh 117), terminaron por hacerle desistir de su propósito y retornar a la vida ascética.
A partir de ese momento se dedicó especialmente al estudio de la Escritura; comenzando contemporáneamente una febril actividad pastoral y literaria, que mantuvo hasta el fin de sus días y cuya copiosa obra es el fruto visible de su dedicación.
En el año 383, fue ordenado sacerdote por Flaviano de Antioquía. Y en 386, lo encontramos junto a Diodoro en Tarso, ciudad de la que éste había sido nombrado obispo.
En el año 392 fue elegido obispo de Mopsuestia, ciudad ubicada en las cercanías de Tarso. Desarrollando una ingente tarea pastoral, asistiendo a los concilios, discutiendo con los herejes. Una carta de Ibas de Edesa nos informa que Teodoro “convirtió a la verdad su propia ciudad e instruyó con su enseñanza a las Iglesias lejanas”.
La destitución de su amigo Juan Crisóstomo, en 404, lo afectó profundamente.
Juliano de Eclana y algunos otros obispos pelagianos, anatematizados en Occidente, buscaron refugio junto a Teodoro en el año 418. Éste, luego de algunas dudas, justificadas por la diferente mirada sobre la cuestión entre los Orientales, acabó por condenarlos en un sínodo provincial celebrado en Cilicia.
Teodoro murió con fama de santidad y sabiduría en 428. En vida nunca fue objeto de reproches o ataques en el terreno doctrinal. Sin embargo, luego de su muerte la polémica nestoriana destruirá esta reputación. Fue Cirilo de Alejandría quien inició una campaña en contra del fallecido obispo de Mopsuestia, considerándolo el fundamento sobre quien se apoyaban sus adversarios. Los juicios que expresó fueron duros, a pesar de que en su lecho de muerte (junio 444) se declaró abiertamente en contra de una condena oficial.
En el concilio de Calcedonia (451) Teodoro no fue objeto de ningún ataque ni condena. Pero en el concilio celebrado en Constantinopla en 553, fue condenada su persona y su obra (125 años después de muerte).
“¿Las razones de esta condenación conciliar eran válidas? La desaparición casi total de los escritos de Teodoro tuvo como consecuencia que no fueran conocidos sino sólo por fragmentos, a menudo interpretados de forma hostil. El descubrimiento, en el siglo pasado, de fragmentos más extensos e incluso de tratados completos, proyectó una nueva luz sobre su obra. Si se admite que en su tiempo el dogma cristológico estaba todavía en plena elaboración, las acusaciones de nestorianismo y pelagianismo que pesan sobre él deben ser consideradas al menos como problemáticas. Cada vez más se impone de nuevo el renombre del que gozaba entre sus contemporáneos, aunque el debate no esté totalmente resuelto” (DSp 15, col. 386).
Obras
Teodoro es seguramente uno de los representantes más eminentes de la escuela antioquena. Su obra, originalmente redactada en griego, lo coloca entre los escritores fecundos del período patrístico. Desgraciadamente gran parte de esa producción se ha perdido. La condenación y la persecución desatada contra él fueron la causa de la desaparición de muchos de los manuscritos que contenían sus obras, y ello aconteció tanto en Occidente como en Oriente. Además, muchos de los fragmentos que nos han llegado fueron conservados por autores hostiles a Teodoro, sólo en raras ocasiones por quienes le eran favorables.
A pesar de esto, la influencia de Teodoro en las Iglesias sirias resultó considerable: se le consideraba un intérprete autorizado de las Escrituras; y fue en Edesa donde se tradujo buena parte de sus obras al siríaco.
En la actualidad se poseen las siguientes obras:
“Comentario a los doce profetas menores”: conservado íntegramente en griego (PG 66,123-662);
“Comentario a los Salmos”: texto original completo de los salmos 32-60, fragmentos extensos de los salmos 61-72 (“Studi e Testi” 93, Vaticano 1939).
“Comentario al evangelio de san Juan”: fue encontrada la versión siríaca, y publicada con una traducción al latín, en la colección “Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium”, 115-116 (Paris 1940).
“Comentario a la epístolas paulinas” (desde Gálatas a Filemón): se conserva solamente la última parte (edición de H. B. Swete, Cambridge 21969).
“Contra los Macedonianos”: casi un tratado sobre el Espíritu Santo, conservado en siríaco (“Patrologia Orientalis” 9, Paris 1913, pp. 637-667).
“Homilías sobre la fe y los sacramentos”: se conservan en siríaco (“Studi e Testi” 145, Vaticano 1945).
“Comentario a los Salmos”: texto original completo de los salmos 32-60, fragmentos extensos de los salmos 61-72 (“Studi e Testi” 93, Vaticano 1939).
“Comentario al evangelio de san Juan”: fue encontrada la versión siríaca, y publicada con una traducción al latín, en la colección “Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium”, 115-116 (Paris 1940).
“Comentario a la epístolas paulinas” (desde Gálatas a Filemón): se conserva solamente la última parte (edición de H. B. Swete, Cambridge 21969).
“Contra los Macedonianos”: casi un tratado sobre el Espíritu Santo, conservado en siríaco (“Patrologia Orientalis” 9, Paris 1913, pp. 637-667).
“Homilías sobre la fe y los sacramentos”: se conservan en siríaco (“Studi e Testi” 145, Vaticano 1945).
A esta lista se deben añadir algunas otras obras conocidas sólo por fragmentos.
Primera lectura
Homilía XIV de las “Homilías sobre la fe y los sacramentos” (trad. en Carlos Elorriaga, “Bautismo y catecumenado en la tradición patrística y litúrgica” [Una selección de textos], Baracaldo [Vizcaya], Eds. Grafite, 1998, pp. 449 ss.)
La triple inmersión en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
[14] Esto es lo que te sucederá por el don del santo bautismo. Pero, para que sepas ya ahora quién es para ti la causa de todos s bienes, quién es el que, metiéndote en el horno, te renueva ahora quién es el que te lleva a una naturaleza superior, y quién es, además, el que te hace pasar a una naturaleza superior y el que te convierte de mortal -lo que tú eras- en inmortal y te conduce de la Irrupción a la incorruptibilidad, «el pontífice se mantiene en pie y adelanta la mano hasta ponerla sobre la cabeza, y dice: “Es bautizado N. en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Lleva la misma vestidura de antes», la que tenías puesta cuando estabas arrodillado y te signó sobre la frente. Es la misma de la que está revestido y con la que realiza el ministerio del don del bautismo. De hecho, conviene que, durante todo el sacramento, éste se celebre llevando este ornamento con el que se pretende significar este mundo renovado al que vas a ser trasladado por medio de este sacramento.
Pero él dice: “Es bautizado N. en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, de suerte que por esta palabra te indica que es causa de esta gracia. Es un motivo por el que dice también: “Es signado N. en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y “Es bautizado N. en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” .
Ello corresponde a la tradición que parte del Señor, que dijo: “Vayan y evangelicen a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19; ver Mc 16,15). Mediante estas palabras indica que la causa entera de estos bienes son precisamente el Padre, Hijo y Espíritu Santo: existen desde toda la eternidad y son causa de todo, la misma realidad por la que desde el comienzo existimos y por la que esperamos ahora ser renovados.
Porque no es posible que haya para nosotros otra causa de nuestra primera formación y que sea más excelente que ésta. Y, en primer lugar, es cierto que el que desde el comienzo quiso hacernos mortales es el mismo que ahora se complace en hacernos inmortales; y el que desde el comienzo nos hizo corruptibles es el que ahora nos hace incorruptibles. Pues él quiso hacernos desde el principio pasibles y corruptibles, para hacemos al final impasibles e inmutables, porque es el dueño que puede hacer esto y aquello.
Pero es hermoso y conveniente que lo que es inferior nos conduzca hacia lo excelente, a fin de que en este paso de lo mediocre a lo grandioso tengamos una concepción grandiosa de nuestro creador, causa de todos nuestros bienes.
Él es quien, en primer lugar, nos hizo como a él le plugo y como quiso y el que por fin nos condujo a la excelencia, a fin de enseñaros, por nuestro paso a esa excelencia, a estimarlo a él. Él es causa del primer estado, y, puesto que hemos tenido necesidad de él para pasar a lo que es excelente, debemos por tanto pensar que ya desde un principio no habríamos existido si él no nos hubiese conducido a la existencia.
[15] Es por esta razón por la que el pontífice, con su mano puesta sobre tu cabeza, dice: “N. es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. No dice: “Yo bautizo”(1), sino “es bautizado”, del mismo modo que un instante antes tampoco ha dicho: “Yo (te) signo”, sino “es signado”. Pues, ya que no hay nadie entre los hombres capaz de un tal don y puesto que sólo la gracia divina puede hacemos de esa forma, no debía decir: “Yo bautizo” ni “yo signo”, sino “es signado” y “es bautizado”.
Y añade enseguida por quién es signado y bautizado: el “en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” indica quién es la causa de lo que se está realizando.
En cuanto a él (el pontífice), se muestra obediente y al servicio de lo que se hace. Él declara la causa que da su efecto a estos ritos: cuando, en efecto, dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, te revela en esa expresión cuál es la causa de lo que ahí tiene lugar.
Pues cuando Pedro dice: “En nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar” (Hch 3,6), designa a Cristo como causa del don que llega y que le va a conceder levantarse y ponerse en marcha. y así, cuando el pontífice dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, indica que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la causa de estos bienes que se nos han dado en el bautismo. Así se realiza la renovación y de ella viene que nos sea dado nacer de nuevo. De ahí viene que seamos modelados como hombres nuevos, inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables. De ahí viene que abandonemos la antigua servidumbre y que adoptemos el estado libre, en el cual se da la abolición total de los males y el goce de estos bienes siempre inefables.
[16] Así pues, el pontífice dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, como queriendo decir: “Invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Pues así dice el profeta Isaías: “Sólo en ti hay Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses. De cierto que tú eres el Dios oculto, el Dios de Israel, salvador” (Is 45,14c-15)[2]. Y esto es lo que ha querido decir: No conocemos ningún otro Señor fuera de ti, causa del universo; es a través tuyo como tuvo lugar la abolición de todos nuestros males y de ti esperamos recibir el disfrute de todos nuestros bienes. De ti hemos aprendido por tradición, cuando nos hace falta, a invocarte a ti, que eres causa del universo. En realidad sólo tú puedes dar y hacer cualquier cosa como tú lo deseas.
Es así como también aquí dice el pontífice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, con lo que propiamente está diciendo: Somos bautizados invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Pero el nombre que se invoca -y en el que invocamos la causa de los bienes- es la naturaleza existente desde toda la eternidad: la del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
También dice: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, porque única es la invocación por la que invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Pues no es una causa diferente invocar al Padre y otras distintas invocar al Hijo y al Espíritu Santo. Más bien, único para nosotros aquel a quien invocamos y hacia quien miramos para conseguir de él el disfrute de los bienes esperados por medio del bautismo. Por tal motivo, con razón afirmamos que único es el nombre que invocamos, ese por el cual invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
[17] Hazte la cuenta, pues, de que estas invocaciones representan de alguna manera el papel de la plegaria. y cuando dice: “En el nombre del Padre” estima que el pontífice está diciendo: Otorga, Padre, estos bienes siempre inefables de cara a los cuales es éste ahora bautizado. Y cuando dice: “y del Hijo”, de la misma manera: Concede, oh Hijo, el don de los bienes del bautismo. y cuando dice: “y del Espíritu Santo”: Concede, Espíritu Santo, en el bautismo aquello para lo que se ha acercado el que ahora es bautizado.
Pues cuando Pedro dice: “En nombre de Jesucristo el Nazoreo, ponte a andar”, es esto lo que quiere decir: Señor Jesucristo, da a éste levantarse y caminar. Del mismo modo, cuando el pontífice dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, no dice otra cosa más que ésta: ¡Oh Padre, Hijo y Espíritu Santo! concede a éste que es bautizado la gracia de nacer de nuevo. Este “En nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar” es también lo mismo que lo de “Eneas, Jesucristo te cura” (Hch 9,34). Pues esta frase reveló a Eneas, el que fue curado, y a los que estaban presentes quién causaba la curación. Y esa causa la expresaba también lo de “en nombre de Jesucristo, el Nazoreo”. Y es también semejante a esta expresión lo de “en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Indica quién es el que da los bienes que el bautismo otorga, y que son: nacer de nuevo, la renovación, la inmortalidad, la incorruptibilidad, la impasibilidad, la inmutabilidad, el rescate de la muerte, de la servidumbre y de todos los males, el disfrute de la libertad y la participación en los bienes esperados e inefables. Pues por estos motivos es bautizado el que se bautiza. La invocación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se hace, pues, para que sepas de dónde debes esperar los bienes del bautismo.
[18] Entonces «el pontífice te pone la mano sobre la cabeza y dice “En el nombre del Padre” y, mientras dice esto, te hace introducir en el agua». Tú le obedeces: siguiendo la indicación de la mano del pontífice, y siguiendo también su voz y el gesto de su mano, en ese momento haces una inmersión en el agua; e inclinas la cabeza como para significar así tu asentimiento y confesar que es del Padre de quien tú recibes los bienes del bautismo, según la palabra del pontífice. Si puedes entonces hablar, dirás también: “Amén”, palabra de la que pensamos que indica nuestro asentimiento a lo que viene dicho por el pontífice, según las palabras del bienaventurado Pablo: «Porque si no bendices más que con el espíritu, ¿cómo dirá “amén” a tu acción de gracias el que ocupa el lugar del no iniciado, pues no sabe lo que dices?» (1 Co 14,16)[3]. Se muestra así que esta palabra “Amén” es respuesta a lo que los pontífices confiesan en nombre de los que forman parte del pueblo. Mediante dicha palabra dan verdaderamente a conocer su asentimiento a lo que se dice. Pero en el momento del bautismo no puedes pronunciar palabra, sino que es en el silencio y en el temor como debes recibir la renovación a través de los misterios. Cuando realizas la inmersión, inclinando al mismo tiempo la cabeza hacia abajo, muestras verdaderamente tu asentimiento a lo que dice el pontífice.
[19] «Tú, pues, haces la inmersión, pero levantas la cabeza mientras de nuevo el pontífice dice: “Y del Hijo”, y de la misma manera te coloca la mano para que te sumerjas». Estando otra vez en inmersión, muestras tu asentimiento a la palabra del pontífice, dando así un signo de que del Hijo esperas recibir los bienes provenientes del bautismo. «Tú levantas la cabeza. Pero de nuevo el pontífice dice: “Y del Espíritu Santo”; y, de la misma manera, te empuja con la mano para que hagas inmersión». Pero, por tu parte, al hundirte de nuevo, haces humildemente señal de que otra vez confiesas lo mismo: que es del Espíritu Santo de quien esperas recibir los bienes que provienen del bautismo.
Sales entonces del agua. y cuando el pontífice dice “Padre”, te sumerges y alzas sólo la cabeza sin que saques del agua el resto. Y cuando dice “Y del Hijo”, te sumerges del mismo modo y levantas la cabeza, aunque sin salir tú mismo del agua. Pero cuando dice también “Y del Espíritu Santo”, completando la invocación de Padre, Hijo y Espíritu Santo, quiere decir con ello que nada te falte de lo que nos ha ordenado invocar como causa de los bienes esperados. En ese momento, tú te sumerges y levantas la cabeza. Y después sales completamente del agua bautismal para completar los ritos.
[20] Haces inmersión tres veces y cada una de ellas es semejante a la otra: una vez en el nombre del Padre, una en nombre del Hijo y una en el nombre del Espíritu Santo. Puesto que se ha nombrado a cada uno de ellos, sabes que (cada uno de ellos) tiene la misma perfección y es capaz de procurar los bienes que llegan por el bautismo. (…)
[25] … Tú has recibido el bautismo, el segundo nacimiento. Por tu inmersión en el agua has dado cumplimiento al decreto de sepultura y, al salir, has recibido un signo de la resurrección. Tú has nacido de nuevo y has sido hecho completamente otro. Tú no eres desde entonces parte de este Adán que es cambiante -en cuanto oprimido por sus pecados y desgraciado-, sino que tú eres parte de Cristo, que fue absolutamente exento de las consecuencias del pecado a través de su resurrección, aunque desde el comienzo no había cometido falta alguna. Convenía que esto sucediese también en él a título primordial. Pero es por la resurrección como él recibe la naturaleza inmutable (4). Por consiguiente, también para nosotros, él confirma la resurrección de entre los muertos y la participación en la incorruptibilidad.
La imposición de la vestidura blanca
[26] “Pero, desde que has salido, te revistes de un vestido completamente brillante”: es el signo de este mundo brillante y resplandeciente, del género de vida y de conducta a los que has pasado por medio de las figuras. Cuando, en efecto, recibas la resurrección y te revistas de inmortalidad y de incorruptibilidad, ya no habrá ninguna necesidad de tales vestiduras. Pero, puesto que tú no has llegado hasta ahí y lo que has recibido es sólo en símbolos y en figura, tienes ahora necesidad de tales vestidos. Estos manifiestan la suavidad que ahora se te manifiesta por tales vestiduras y en la que, cuando llegue el momento, habitarás efectivamente.
Al bautizado se le sella en la frente en nombre de las tres personas
[27] Así, cuando has recibido la gracia por medio del bautismo, y después de que te has revestido con un vestido blanco resplandeciente, “el pontífice se adelanta, te signa en la frente y dice: Es signado un tal, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Porque Jesús, subiendo del agua, recibió la gracia del Espíritu Santo, que, en forma de paloma, vino a posarse sobre él”. A continuación se dice de él también que fue ungido del Espíritu Santo.
Se dice, en efecto:: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido” (Lc 4,18) Y Dios a Jesús de Nazaret le ungió “con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10,38), para mostrar que el Espíritu Santo no se separa absolutamente de él, de modo semejante a como son algunos ungidos por los hombres con aceite: la unción se adhiere y ya no se separa de ellos.
Es necesario, pues, que tú recibas entonces la “signación” en la frente. “Y, al signarte, dice el pontífice: Es signado un tal, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, de modo que tú tengas este signo e indicio de que, al ser nombrados el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, el Espíritu Santo también vino sobre ti, fuiste ungido con él y tú lo recibiste por la gracia, y de que está en ti y habita en ti. De él tienes tú, ya desde ahora, las primicias porque, como en figura, tú recibes ya actualmente el disfrute de los bienes futuros.
Pero tú recibirás toda la gracia y por ella serás inmortal e incorruptible, impasible e inmutable, al mismo tiempo que tu cuerpo también durará para siempre y ya nunca se disolverá. Y tu alma tampoco podrá nunca más experimentar cambio alguno hacia el mal.
El nacimiento bautismal promesa de nuestra resurrección y de la renovación eterna. Se promete a los catecúmenos que recibirán también el pan de la vida.
[28] Así es este segundo nacimiento que tenemos por el bautismo, al que ahora van a acercarse. Es por él como esperamos pasar efectivamente a este extraordinario nacimiento, quiero decir, el nacimiento de la resurrección. Pues el bautismo nos asegura la resurrección, que sacramentalmente, en figuras y signos, la tenemos por la fe y nos asegura que pasaremos de la una a la otra. No hay lugar para extrañarse de que recibamos un doble nacimiento y de que vayamos de uno a otro, puesto que en nuestro devenir corporal también tenemos un nacimiento doble, por una parte de un varón y por otra de una hembra. En primer lugar nacemos, en germen, de un varón sin trazas de aspecto humano. Es claro, en efecto, para todo el mundo que el germen no tiene aspecto humano. Pero cuando según las leyes puestas por Dios a la naturaleza, el germen ha sido concebido y ha recibido forma, nace entonces de una mujer y es entonces cuando cobra el aspecto propio de la naturaleza humana.
Así es como nosotros nacemos: en germen, en primer lugar, por el bautismo, sin haber nacido todavía a la naturaleza inmortal a la que esperamos pasar por la resurrección, sin que antes tengamos el aspecto de ésta. Pero cuando, por la fe y la esperanza de estos bienes futuros, nos formamos y educamos en las costumbres cristianas, después esperaremos hasta el tiempo de la resurrección y entonces, según el designio divino, recibiremos del polvo el segundo nacimiento y adoptaremos esta naturaleza inmortal e incorruptible cuando, según la palabra del bienaventurado Pablo, “el Señor Jesucristo ... transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,20-21).
[29] Ciertamente, después que hayas recibido así el nacimiento sacramental por el bautismo, se presentarán frente al alimento inmortal del que van a nutrirse como (alimento) adecuado a su nacimiento. Pero qué es este alimento y de qué modo se les ofrece es algo que tendrán que aprenderlo en el momento oportuno.
Por el momento, ya que después de haber sido instruidos habrán recibido el nacimiento bautismal -y es para participar en esta luz inefable mediante este segundo nacimiento por lo que han sido presentados ahora-, se les ha puesto mimosamente como en mantillas mediante lo que se ha dicho para que, firmemente y sin vacilar, retengan y conserven el recuerdo de este nacimiento que tendrá lugar.
Allí mismo, en el silencio, les dejaremos reposar. En el momento oportuno, cuando Dios lo acuerde, les haremos acercarse al alimento divino y a las explicaciones que a él se refieren. Pero ahora, mediante la conclusión habitual ponemos término a nuestro discurso haciendo que ascienda nuestra alabanza a Dios Padre, a su Hijo Único y al Espíritu Santo, ahora, siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
(1) Un testimonio más, absolutamente explícito, del carácter indicativo de las fórmulas bautismales orientales. Es algo así como quien dice: “una tal acción (en este caso, el bautismo) es la que sucede, se realizará aquí”.
(2) El texto de Teodoro da una versión distinta, atribuyendo el párrafo a Is 27,13 LXX, pero parece mejor la versión aquí transcrita.
(3) Es decir: diciendo tú “amén”, los demás ven y encienden que tú aceptas lo que la Iglesia te da en la inmersión bautismal (aunque el sentido originario del contexto paulino hace referencia a que el don de lenguas vaya acompañado de que alguien interprete).
(4) La afirmación no consiste en que Jesús no fuera antes Hijo de Dios y comennzase a serio a partir de la resurrección (pues Cristo había existido desde siempre junto al Padre: Jn 1,1), sino en que la resurrección es el final del camino y del proceso en el que Jesús, antes de llegar a la gloria del Kyrios, se ha despojado de sí mismo. Es la kénosis y el autodespojamiento o vaciamiento de sí mismo que canta el himno de Flp 2,6-11, llegando este himno al final a la confesión del señorío de Cristo para gloria de Dios Padre.
Homilía XIV de las “Homilías sobre la fe y los sacramentos” (trad. en Carlos Elorriaga, “Bautismo y catecumenado en la tradición patrística y litúrgica” [Una selección de textos], Baracaldo [Vizcaya], Eds. Grafite, 1998, pp. 449 ss.)
La triple inmersión en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
[14] Esto es lo que te sucederá por el don del santo bautismo. Pero, para que sepas ya ahora quién es para ti la causa de todos s bienes, quién es el que, metiéndote en el horno, te renueva ahora quién es el que te lleva a una naturaleza superior, y quién es, además, el que te hace pasar a una naturaleza superior y el que te convierte de mortal -lo que tú eras- en inmortal y te conduce de la Irrupción a la incorruptibilidad, «el pontífice se mantiene en pie y adelanta la mano hasta ponerla sobre la cabeza, y dice: “Es bautizado N. en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Lleva la misma vestidura de antes», la que tenías puesta cuando estabas arrodillado y te signó sobre la frente. Es la misma de la que está revestido y con la que realiza el ministerio del don del bautismo. De hecho, conviene que, durante todo el sacramento, éste se celebre llevando este ornamento con el que se pretende significar este mundo renovado al que vas a ser trasladado por medio de este sacramento.
Pero él dice: “Es bautizado N. en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, de suerte que por esta palabra te indica que es causa de esta gracia. Es un motivo por el que dice también: “Es signado N. en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y “Es bautizado N. en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” .
Ello corresponde a la tradición que parte del Señor, que dijo: “Vayan y evangelicen a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19; ver Mc 16,15). Mediante estas palabras indica que la causa entera de estos bienes son precisamente el Padre, Hijo y Espíritu Santo: existen desde toda la eternidad y son causa de todo, la misma realidad por la que desde el comienzo existimos y por la que esperamos ahora ser renovados.
Porque no es posible que haya para nosotros otra causa de nuestra primera formación y que sea más excelente que ésta. Y, en primer lugar, es cierto que el que desde el comienzo quiso hacernos mortales es el mismo que ahora se complace en hacernos inmortales; y el que desde el comienzo nos hizo corruptibles es el que ahora nos hace incorruptibles. Pues él quiso hacernos desde el principio pasibles y corruptibles, para hacemos al final impasibles e inmutables, porque es el dueño que puede hacer esto y aquello.
Pero es hermoso y conveniente que lo que es inferior nos conduzca hacia lo excelente, a fin de que en este paso de lo mediocre a lo grandioso tengamos una concepción grandiosa de nuestro creador, causa de todos nuestros bienes.
Él es quien, en primer lugar, nos hizo como a él le plugo y como quiso y el que por fin nos condujo a la excelencia, a fin de enseñaros, por nuestro paso a esa excelencia, a estimarlo a él. Él es causa del primer estado, y, puesto que hemos tenido necesidad de él para pasar a lo que es excelente, debemos por tanto pensar que ya desde un principio no habríamos existido si él no nos hubiese conducido a la existencia.
[15] Es por esta razón por la que el pontífice, con su mano puesta sobre tu cabeza, dice: “N. es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. No dice: “Yo bautizo”(1), sino “es bautizado”, del mismo modo que un instante antes tampoco ha dicho: “Yo (te) signo”, sino “es signado”. Pues, ya que no hay nadie entre los hombres capaz de un tal don y puesto que sólo la gracia divina puede hacemos de esa forma, no debía decir: “Yo bautizo” ni “yo signo”, sino “es signado” y “es bautizado”.
Y añade enseguida por quién es signado y bautizado: el “en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” indica quién es la causa de lo que se está realizando.
En cuanto a él (el pontífice), se muestra obediente y al servicio de lo que se hace. Él declara la causa que da su efecto a estos ritos: cuando, en efecto, dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, te revela en esa expresión cuál es la causa de lo que ahí tiene lugar.
Pues cuando Pedro dice: “En nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar” (Hch 3,6), designa a Cristo como causa del don que llega y que le va a conceder levantarse y ponerse en marcha. y así, cuando el pontífice dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, indica que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la causa de estos bienes que se nos han dado en el bautismo. Así se realiza la renovación y de ella viene que nos sea dado nacer de nuevo. De ahí viene que seamos modelados como hombres nuevos, inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables. De ahí viene que abandonemos la antigua servidumbre y que adoptemos el estado libre, en el cual se da la abolición total de los males y el goce de estos bienes siempre inefables.
[16] Así pues, el pontífice dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, como queriendo decir: “Invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Pues así dice el profeta Isaías: “Sólo en ti hay Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses. De cierto que tú eres el Dios oculto, el Dios de Israel, salvador” (Is 45,14c-15)[2]. Y esto es lo que ha querido decir: No conocemos ningún otro Señor fuera de ti, causa del universo; es a través tuyo como tuvo lugar la abolición de todos nuestros males y de ti esperamos recibir el disfrute de todos nuestros bienes. De ti hemos aprendido por tradición, cuando nos hace falta, a invocarte a ti, que eres causa del universo. En realidad sólo tú puedes dar y hacer cualquier cosa como tú lo deseas.
Es así como también aquí dice el pontífice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, con lo que propiamente está diciendo: Somos bautizados invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Pero el nombre que se invoca -y en el que invocamos la causa de los bienes- es la naturaleza existente desde toda la eternidad: la del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
También dice: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, porque única es la invocación por la que invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Pues no es una causa diferente invocar al Padre y otras distintas invocar al Hijo y al Espíritu Santo. Más bien, único para nosotros aquel a quien invocamos y hacia quien miramos para conseguir de él el disfrute de los bienes esperados por medio del bautismo. Por tal motivo, con razón afirmamos que único es el nombre que invocamos, ese por el cual invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
[17] Hazte la cuenta, pues, de que estas invocaciones representan de alguna manera el papel de la plegaria. y cuando dice: “En el nombre del Padre” estima que el pontífice está diciendo: Otorga, Padre, estos bienes siempre inefables de cara a los cuales es éste ahora bautizado. Y cuando dice: “y del Hijo”, de la misma manera: Concede, oh Hijo, el don de los bienes del bautismo. y cuando dice: “y del Espíritu Santo”: Concede, Espíritu Santo, en el bautismo aquello para lo que se ha acercado el que ahora es bautizado.
Pues cuando Pedro dice: “En nombre de Jesucristo el Nazoreo, ponte a andar”, es esto lo que quiere decir: Señor Jesucristo, da a éste levantarse y caminar. Del mismo modo, cuando el pontífice dice: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, no dice otra cosa más que ésta: ¡Oh Padre, Hijo y Espíritu Santo! concede a éste que es bautizado la gracia de nacer de nuevo. Este “En nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar” es también lo mismo que lo de “Eneas, Jesucristo te cura” (Hch 9,34). Pues esta frase reveló a Eneas, el que fue curado, y a los que estaban presentes quién causaba la curación. Y esa causa la expresaba también lo de “en nombre de Jesucristo, el Nazoreo”. Y es también semejante a esta expresión lo de “en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Indica quién es el que da los bienes que el bautismo otorga, y que son: nacer de nuevo, la renovación, la inmortalidad, la incorruptibilidad, la impasibilidad, la inmutabilidad, el rescate de la muerte, de la servidumbre y de todos los males, el disfrute de la libertad y la participación en los bienes esperados e inefables. Pues por estos motivos es bautizado el que se bautiza. La invocación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se hace, pues, para que sepas de dónde debes esperar los bienes del bautismo.
[18] Entonces «el pontífice te pone la mano sobre la cabeza y dice “En el nombre del Padre” y, mientras dice esto, te hace introducir en el agua». Tú le obedeces: siguiendo la indicación de la mano del pontífice, y siguiendo también su voz y el gesto de su mano, en ese momento haces una inmersión en el agua; e inclinas la cabeza como para significar así tu asentimiento y confesar que es del Padre de quien tú recibes los bienes del bautismo, según la palabra del pontífice. Si puedes entonces hablar, dirás también: “Amén”, palabra de la que pensamos que indica nuestro asentimiento a lo que viene dicho por el pontífice, según las palabras del bienaventurado Pablo: «Porque si no bendices más que con el espíritu, ¿cómo dirá “amén” a tu acción de gracias el que ocupa el lugar del no iniciado, pues no sabe lo que dices?» (1 Co 14,16)[3]. Se muestra así que esta palabra “Amén” es respuesta a lo que los pontífices confiesan en nombre de los que forman parte del pueblo. Mediante dicha palabra dan verdaderamente a conocer su asentimiento a lo que se dice. Pero en el momento del bautismo no puedes pronunciar palabra, sino que es en el silencio y en el temor como debes recibir la renovación a través de los misterios. Cuando realizas la inmersión, inclinando al mismo tiempo la cabeza hacia abajo, muestras verdaderamente tu asentimiento a lo que dice el pontífice.
[19] «Tú, pues, haces la inmersión, pero levantas la cabeza mientras de nuevo el pontífice dice: “Y del Hijo”, y de la misma manera te coloca la mano para que te sumerjas». Estando otra vez en inmersión, muestras tu asentimiento a la palabra del pontífice, dando así un signo de que del Hijo esperas recibir los bienes provenientes del bautismo. «Tú levantas la cabeza. Pero de nuevo el pontífice dice: “Y del Espíritu Santo”; y, de la misma manera, te empuja con la mano para que hagas inmersión». Pero, por tu parte, al hundirte de nuevo, haces humildemente señal de que otra vez confiesas lo mismo: que es del Espíritu Santo de quien esperas recibir los bienes que provienen del bautismo.
Sales entonces del agua. y cuando el pontífice dice “Padre”, te sumerges y alzas sólo la cabeza sin que saques del agua el resto. Y cuando dice “Y del Hijo”, te sumerges del mismo modo y levantas la cabeza, aunque sin salir tú mismo del agua. Pero cuando dice también “Y del Espíritu Santo”, completando la invocación de Padre, Hijo y Espíritu Santo, quiere decir con ello que nada te falte de lo que nos ha ordenado invocar como causa de los bienes esperados. En ese momento, tú te sumerges y levantas la cabeza. Y después sales completamente del agua bautismal para completar los ritos.
[20] Haces inmersión tres veces y cada una de ellas es semejante a la otra: una vez en el nombre del Padre, una en nombre del Hijo y una en el nombre del Espíritu Santo. Puesto que se ha nombrado a cada uno de ellos, sabes que (cada uno de ellos) tiene la misma perfección y es capaz de procurar los bienes que llegan por el bautismo. (…)
[25] … Tú has recibido el bautismo, el segundo nacimiento. Por tu inmersión en el agua has dado cumplimiento al decreto de sepultura y, al salir, has recibido un signo de la resurrección. Tú has nacido de nuevo y has sido hecho completamente otro. Tú no eres desde entonces parte de este Adán que es cambiante -en cuanto oprimido por sus pecados y desgraciado-, sino que tú eres parte de Cristo, que fue absolutamente exento de las consecuencias del pecado a través de su resurrección, aunque desde el comienzo no había cometido falta alguna. Convenía que esto sucediese también en él a título primordial. Pero es por la resurrección como él recibe la naturaleza inmutable (4). Por consiguiente, también para nosotros, él confirma la resurrección de entre los muertos y la participación en la incorruptibilidad.
La imposición de la vestidura blanca
[26] “Pero, desde que has salido, te revistes de un vestido completamente brillante”: es el signo de este mundo brillante y resplandeciente, del género de vida y de conducta a los que has pasado por medio de las figuras. Cuando, en efecto, recibas la resurrección y te revistas de inmortalidad y de incorruptibilidad, ya no habrá ninguna necesidad de tales vestiduras. Pero, puesto que tú no has llegado hasta ahí y lo que has recibido es sólo en símbolos y en figura, tienes ahora necesidad de tales vestidos. Estos manifiestan la suavidad que ahora se te manifiesta por tales vestiduras y en la que, cuando llegue el momento, habitarás efectivamente.
Al bautizado se le sella en la frente en nombre de las tres personas
[27] Así, cuando has recibido la gracia por medio del bautismo, y después de que te has revestido con un vestido blanco resplandeciente, “el pontífice se adelanta, te signa en la frente y dice: Es signado un tal, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Porque Jesús, subiendo del agua, recibió la gracia del Espíritu Santo, que, en forma de paloma, vino a posarse sobre él”. A continuación se dice de él también que fue ungido del Espíritu Santo.
Se dice, en efecto:: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido” (Lc 4,18) Y Dios a Jesús de Nazaret le ungió “con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10,38), para mostrar que el Espíritu Santo no se separa absolutamente de él, de modo semejante a como son algunos ungidos por los hombres con aceite: la unción se adhiere y ya no se separa de ellos.
Es necesario, pues, que tú recibas entonces la “signación” en la frente. “Y, al signarte, dice el pontífice: Es signado un tal, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, de modo que tú tengas este signo e indicio de que, al ser nombrados el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, el Espíritu Santo también vino sobre ti, fuiste ungido con él y tú lo recibiste por la gracia, y de que está en ti y habita en ti. De él tienes tú, ya desde ahora, las primicias porque, como en figura, tú recibes ya actualmente el disfrute de los bienes futuros.
Pero tú recibirás toda la gracia y por ella serás inmortal e incorruptible, impasible e inmutable, al mismo tiempo que tu cuerpo también durará para siempre y ya nunca se disolverá. Y tu alma tampoco podrá nunca más experimentar cambio alguno hacia el mal.
El nacimiento bautismal promesa de nuestra resurrección y de la renovación eterna. Se promete a los catecúmenos que recibirán también el pan de la vida.
[28] Así es este segundo nacimiento que tenemos por el bautismo, al que ahora van a acercarse. Es por él como esperamos pasar efectivamente a este extraordinario nacimiento, quiero decir, el nacimiento de la resurrección. Pues el bautismo nos asegura la resurrección, que sacramentalmente, en figuras y signos, la tenemos por la fe y nos asegura que pasaremos de la una a la otra. No hay lugar para extrañarse de que recibamos un doble nacimiento y de que vayamos de uno a otro, puesto que en nuestro devenir corporal también tenemos un nacimiento doble, por una parte de un varón y por otra de una hembra. En primer lugar nacemos, en germen, de un varón sin trazas de aspecto humano. Es claro, en efecto, para todo el mundo que el germen no tiene aspecto humano. Pero cuando según las leyes puestas por Dios a la naturaleza, el germen ha sido concebido y ha recibido forma, nace entonces de una mujer y es entonces cuando cobra el aspecto propio de la naturaleza humana.
Así es como nosotros nacemos: en germen, en primer lugar, por el bautismo, sin haber nacido todavía a la naturaleza inmortal a la que esperamos pasar por la resurrección, sin que antes tengamos el aspecto de ésta. Pero cuando, por la fe y la esperanza de estos bienes futuros, nos formamos y educamos en las costumbres cristianas, después esperaremos hasta el tiempo de la resurrección y entonces, según el designio divino, recibiremos del polvo el segundo nacimiento y adoptaremos esta naturaleza inmortal e incorruptible cuando, según la palabra del bienaventurado Pablo, “el Señor Jesucristo ... transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,20-21).
[29] Ciertamente, después que hayas recibido así el nacimiento sacramental por el bautismo, se presentarán frente al alimento inmortal del que van a nutrirse como (alimento) adecuado a su nacimiento. Pero qué es este alimento y de qué modo se les ofrece es algo que tendrán que aprenderlo en el momento oportuno.
Por el momento, ya que después de haber sido instruidos habrán recibido el nacimiento bautismal -y es para participar en esta luz inefable mediante este segundo nacimiento por lo que han sido presentados ahora-, se les ha puesto mimosamente como en mantillas mediante lo que se ha dicho para que, firmemente y sin vacilar, retengan y conserven el recuerdo de este nacimiento que tendrá lugar.
Allí mismo, en el silencio, les dejaremos reposar. En el momento oportuno, cuando Dios lo acuerde, les haremos acercarse al alimento divino y a las explicaciones que a él se refieren. Pero ahora, mediante la conclusión habitual ponemos término a nuestro discurso haciendo que ascienda nuestra alabanza a Dios Padre, a su Hijo Único y al Espíritu Santo, ahora, siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
(1) Un testimonio más, absolutamente explícito, del carácter indicativo de las fórmulas bautismales orientales. Es algo así como quien dice: “una tal acción (en este caso, el bautismo) es la que sucede, se realizará aquí”.
(2) El texto de Teodoro da una versión distinta, atribuyendo el párrafo a Is 27,13 LXX, pero parece mejor la versión aquí transcrita.
(3) Es decir: diciendo tú “amén”, los demás ven y encienden que tú aceptas lo que la Iglesia te da en la inmersión bautismal (aunque el sentido originario del contexto paulino hace referencia a que el don de lenguas vaya acompañado de que alguien interprete).
(4) La afirmación no consiste en que Jesús no fuera antes Hijo de Dios y comennzase a serio a partir de la resurrección (pues Cristo había existido desde siempre junto al Padre: Jn 1,1), sino en que la resurrección es el final del camino y del proceso en el que Jesús, antes de llegar a la gloria del Kyrios, se ha despojado de sí mismo. Es la kénosis y el autodespojamiento o vaciamiento de sí mismo que canta el himno de Flp 2,6-11, llegando este himno al final a la confesión del señorío de Cristo para gloria de Dios Padre.
Segunda lectura: Homilía XIII de las “Homilías
sobre la fe y los sacramentos”
(trad. en Carlos Elorriaga, “Bautismo y catecumenado en la tradición patrística y litúrgica” [Una selección de textos], Baracaldo [Vizcaya], Eds. Grafite, 1998, pp. 431 ss.)
(trad. en Carlos Elorriaga, “Bautismo y catecumenado en la tradición patrística y litúrgica” [Una selección de textos], Baracaldo [Vizcaya], Eds. Grafite, 1998, pp. 431 ss.)
[1] Cfr.: DSp 15 (1991), cols. 385 ss.; http://www.unpoissondansle.net/rr/0309/index.php?i=5;
http://www.patristique.org/article.php3?id_article=298;
http://www.newadvent.org/cathen/14571b.htm;
http://es.wikipedia.org/wiki/Teodoro_de_Mopsuestia;
http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=3110&cat=biografiasuelta;
http://thierry.koltes.free.fr/concile_constantinople.htm;
http://www.romanity.org/htm/rom.09.en.highlights_in_the_debate_over_theodore.01.htm;
http://www.earlychurch.org.uk/theodore.php.
http://www.newadvent.org/cathen/14571b.htm;
http://es.wikipedia.org/wiki/Teodoro_de_Mopsuestia;
http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=3110&cat=biografiasuelta;
http://thierry.koltes.free.fr/concile_constantinople.htm;
http://www.romanity.org/htm/rom.09.en.highlights_in_the_debate_over_theodore.01.htm;
http://www.earlychurch.org.uk/theodore.php.