OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (332)
Los doce apóstoles
Siglo XVII
Etiopía
Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo
Homilía XI: Sobre la sed del pueblo en Rafidim, la guerra de los amalecitas y la visita de Jetró
Los campamentos del Señor
1. Puesto que “todo el que quiere vivir piadosamente en Cristo padece persecución” (2 Tm 3,12), y es atacado por los enemigos, al correr el camino de esta vida debe estar siempre armado y permanecer siempre en el campamento. Por eso se dice también del pueblo de Dios: “Partió, dice, toda la asamblea[1] de los hijos de Israel del desierto de Sin, según sus campamentos, por la palabra del Señor” (Ex 17,1). Por tanto, hay ciertamente una (sola) asamblea del Señor, pero está dividida en cuatro campamentos. Se describen, en efecto, cuatro campamentos situados alrededor del tabernáculo del Señor, tal como se refiere en los Números (cf. Nm 2).
Por consiguiente, tú también, si siempre vigilas y siempre estás armado, y si sabes que militas en los campamentos del Señor, observa aquel mandamiento: “Nadie que milita al servicio de Dios se implica en los negocios seculares, si (quiere) agradar a aquel que lo ha enrolado” (2 Tm 2,4); porque, si militas de tal modo que te estás libre de los negocios seculares y haces siempre guardia en los campamentos del Señor, también se dirá sobre ti que por la palabra del Señor sales del desierto de Sin y llegas a Rafidim (cf. Ex 17,1). Porque Sin significa tentación, Rafidim significa salud del juicio. Quien triunfa sobre la tentación y quien ha sido probado[2] en la tentación, éste llega a la salud del juicio; en efecto, en el día del juicio será sano, y la salud estará con aquel que en la tentación no fue herido, como está escrito en el Apocalipsis: “Al vencedor, le daré del árbol de la vida que está en el paraíso de mi Dios” (Ap 2,7). Llega, por tanto, a la salud del juicio quien bien “dispone sus palabras en el juicio” (cf. Sal 111 [112],5).
Sobre los diversos tipos de sed
2. ¿Qué es lo que sigue? “El pueblo, dice (la Escritura) tuvo sed de agua y murmuraban contra Moisés” (Ex 17,3). Quizá parezca superfluo decir lo que dice: que el pueblo tuvo sed de agua; porque habría bastado decir que tuvo sed; ¿qué necesidad (había) de añadir: tuvo sed de agua? No es superfluo el agregado, porque hay diversos tipos de sed y cada uno tiene su propia sed. Los que son bienaventurados, según la palabra del Señor, tienen “sed de justicia” (cf. Mt 5,6); e igualmente otros dicen: “Mi alma tiene sed de ti, Dios” (cf. Sal 62 [63],2). En cambio, los que son pecadores no padecen “sed de agua ni hambre de pan, sino sed de oír la palabra de Dios” (Am 8,11). Por eso aquí también se añade esto: que “el pueblo tuvo sed de agua” (cf. Ex 17,3), cuando habría debido tener sed de Dios, cuando habría debido tener sed de justicia.
La piedra de la cual brota agua es Cristo. Él sacia nuestra sed
Pero puesto que Dios es verdaderamente “el educador de los niños y el maestro de los ignorantes” (o: necios; cf. Rm 2,20), corrige las culpas y repara los errores, y dice a Moisés que tome su vara y golpeando la piedra saque agua para ellos (cf. Ex 17,5 ss.). Porque quiere que ellos ya beban de la piedra (cf. 1 Co 10,4), quiere que también progresen y lleguen al interior de los misterios. Murmuraron contra Moisés” (cf. Ex 17,3 ss.), y por eso manda el Señor que les muestre la piedra de la cual beberán. Si hay alguno que leyendo a Moisés murmura contra él, y le disgusta la Ley que está escrita según la letra, porque en muchos (pasajes) no parece mantener una coherencia, le muestra Moisés la piedra, que es Cristo (cf. 1 Co 10,4), y le conduce a la misma, para que pueda beber de ella y así saciar su sed. Mas esta piedra no dará agua si no es golpeada; pero, golpeada, produce fuentes. En efecto, golpeado Cristo y puesto en la cruz, produce las fuentes del Nuevo Testamento; y por eso se dice sobre Él: “Golpearé al pastor y se dispersarán las ovejas” (cf. Za 13,7). Era, por tanto, necesario que Él fuese golpeado; porque si Él no hubiese sido golpeado, y (no) “hubiese brotado de su costado agua y sangre” (cf. Jn 19,34), todos nosotros padeceríamos “sed de la palabra de Dios” (cf. Am 8,11). Esto es lo que también ha interpretado el Apóstol: “Todos ellos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. Bebían de una piedra espiritual que les seguía; la piedra era Cristo” (1 Co 10,3-4). Considera, sin embargo, lo que Dios dice en este pasaje a Moisés: “Pasa delante del pueblo, y lleva contigo a los ancianos, esto es, a los presbíteros del pueblo” (cf. Ex 17,5). No sólo Moisés conduce al pueblo hacia el agua de la piedra, sino que también con él los ancianos del pueblo. No es sola la Ley la que anuncia a Cristo, sino también los profetas, los patriarcas y todos los ancianos.
El Señor combate por nosotros
3. Después de esto se describe la guerra con los amalecitas, y se refiere que el pueblo luchó y venció (cf. Ex 17,8 ss.). Antes de comer el pan del cielo (cf. Ex 16,4) y de beber el agua de la piedra, no se dice que el pueblo luchase, sino que se le dice: “El Señor luchará por ustedes, y ustedes callarán” (Ex 14,14). Por tanto, hay un tiempo en que el Señor lucha por nosotros, “no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas” (cf. 1 Co 10,13), ni nos deja ir al encuentro del fuerte (cf. Mt 12,29) con fuerzas desiguales. En efecto, también Job soportó todo aquel famosísimo combate de la tentación cuando ya era perfecto (cf. Jb 1,1). Y tú, por consiguiente, cuando comiences a comer el maná, el pan celestial de la palabra de Dios, y a beber el agua de la piedra, y cuando llegues al interior de la doctrina espiritual, espera la lucha y prepárate para la guerra.
Por primera vez Moisés llama a Jesús
Veamos qué es lo que ordena Moisés ante la inminencia de la guerra: «Dijo, dice (la Escritura), a Jesús: “Elígete algunos hombres y sal mañana a combatir contra Amalec”» (Ex 17,9). Hasta este pasaje no se ha hecho nunca mención del santo nombre de Jesús; aquí por primera vez brilla el resplandor de este nombre, aquí por primera vez llama Moisés a Jesús y le dice: “Elígete unos hombres”. Moisés llama a Jesús, la Ley invoca a Cristo, para que se elija de entre el pueblo unos hombres fuertes. No podía Moisés elegirlos, sino que sólo Jesús es quien puede elegir unos hombres fuertes, Él que dijo: “No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los elegí” (Jn 15,16). Porque Él es el jefe de los elegidos, el príncipe de los poderosos[3], Él es quien combate con Amalec. Él es, en efecto, “el que entra en la casa del (hombre) fuerte, lo ata y se roba sus bienes” (cf. Mt 12,29).