OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (233)
Jesús enseñando
Hacia el año 1000
Canterbury (?), Inglaterra
Hacia el año 1000
Canterbury (?), Inglaterra
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA
LIBRO SÉPTIMO
Capítulo VII: Sobre la oración
El gnóstico pasa toda su vida como en una santa fiesta
35.1. A nosotros se nos exhorta a la necesidad de venerar y honrar también al mismo Verbo, persuadidos de que Él es Salvador y Guía, y a través de Él al Padre, no sólo en días señalados, como algunos otros [prefieren], sino continuamente, haciéndolo durante toda la vida y en cualquier circunstancia.
35.2. Sin duda “la estirpe elegida” (Is 43,20; 1 P 2,9), justificada conforme al mandamiento (cf. Sal 118 [119],172), dice: “Siete veces al día te he alabado” (Sal 118 [119],164).
35.3. Por eso el gnóstico honra a Dios, es decir, confiesa gratitud por la gnosis y la conducta (politeía), no sólo en un determinado lugar, ni en un templo escogido, ni en algunas festividades y días determinados, sino toda la vida y en todo lugar, aunque se encuentre solo o esté en compañía de otros de su misma fe.
35.4. Pero si la presencia de un varón bueno forma siempre al que está cerca hacia lo mejor mediante el pudor y el respeto, ¿cómo el que está siempre junto a Dios por medio de la gnosis, la vida y la acción de gracias continua (cf. 1 Ts 5,17), lógicamente no va a mejorarse mucho más a sí mismo que cualquier cosa en todo: en obras, palabras y disposición interior (diáthesis)?
35.5. Tal es el que está persuadido de la omnipresencia de Dios y no sostiene [que Él] se haya encerrado en algunos lugares, para así (vivir) licenciosamente noche y día, pensando que está lejos de Él.
35.6. Así, por tanto, pasando toda la vida como una fiesta, convencidos de que por todas partes y en todo lugar uno está cerca de Dios, trabajamos los campos alabándole, navegamos cantándole himnos (cf. Ef 5,19), y vivimos habitualmente según la ciencia (o: norma) de (nuestra) conducta.
35.7. Y el gnóstico vive más estrechamente unido a Dios, mostrándose a la vez respetable (o: venerable) y feliz en todo; respetable mientras se vuelve sobre la divinidad, y feliz mediante la consideración de los bienes humanos que Dios nos ha concedido.
Dios todo lo sabe y todo lo comprende
36.1. El profeta muestra con claridad la excelencia de la gnosis sugiriéndolo así: “Enséñame bondad, educación y gnosis” (Sal 118 [119],66); aumenta progresivamente lo hegemónico de la perfección.
36.2. Luego el gnóstico es realmente el hombre regio, el sacerdote digno de Dios (cf. 1 P 2,9); lo cual también ahora se conserva entre los bárbaros más sensatos, conduciendo el linaje sacerdotal hacia el reino.
36.3. El (gnóstico) ciertamente no se entrega nunca a la oclocracia (= gobierno de la muchedumbre) despótica de los teatros, y no acepta jamás en sueños lo que se dice, se hace o se ve en aras de un placer detestable. Ciertamente ni a esos placeres de la vista, ni a artificios de otros goces, como a la abundancia de los aromas que seducen a olfato o a exquisiteces (o: fascinaciones) de alimentos y a las variedades deliciosas de los vinos que atraen al gusto, ni tampoco a las abundantes flores y a las guirnaldas trenzadas que exhalan perfumes, corrompiendo el alma por medio de su percepción.
36.4. Pero dirige siempre hacia Dios el honesto goce de todo, y ofrece al dador de todo la primicia de la comida, de la bebida y del perfume, confesando agradecimiento también por el regalo y la utilización del Verbo que le ha sido dado, (y) raramente va a banquetes de cualquier convite, a no ser que le obligue (a asistir) a aquel banquete lo que contribuya a la amistad y a la concordia prometidas para él.
36.5. Porque está convencido de que Dios lo sabe y lo entiende todo; no sólo la voz, sino también el pensamiento, puesto que también la audición que poseemos (lit.: en nosotros), puesta en acción por los conductos corporales (lit.: poros somáticos), no obtiene la percepción por la fuerza del cuerpo, sino mediante una determinada percepción del alma y la comprensión que discierne los sonidos que significan (alguna cosa).
“Dios es todo oído y todo ojo”
37.1. Sin duda, Dios carece de forma humana (o: no es antropomorfo) para oír, ni tampoco necesita de sentidos, como pretendían los estoicos, especialmente de la audición y de la vista, porque no se puede percibir de otra manera.
37.2. Sin embargo, también lo sensible del aire, la agudísima percepción simultánea de los ángeles, la fuerza de la conciencia tocada por el alma, lo conoce todo con una indecible fuerza y sin necesidad de audición sensible, juntamente con el pensamiento.
37.3. Aunque alguno dijere que no llega hasta Dios la voz que rueda desde aquí abajo a través del aire, sin embargo los pensamientos de los santos pasan a través no sólo del aire (cf. Si 35,17), sino incluso del universo entero.
37.4. Y el poder divino, como una luz, se adelanta para reconocer al alma entera. ¿Pero qué? ¿Acaso también las reglas de conducta no consiguen mandar hasta Dios la voz que les es propia?
37.5. ¿Y no son transmitidos también por la conciencia? ¿Y qué voz ha de recordar el que según [su] designio (cf. Rm 8,28-29) ha conocido al elegido incluso antes del nacimiento (cf. Dn 13,42; Rm 9,11) y a lo que ha de existir como ya presente?
37.6. ¿Acaso la luz del poder no brilla por doquier hasta en la profundidad de toda alma, “explorando el fondo de la lámpara del poder” (Pr 20,27), como dice la Escritura? Porque Dios es todo oído y todo ojo, para quien se sirva de esos nombres.
La oración del gnóstico
38.1. En general, por tanto, la inadecuada opinión sobre Dios no conserva piedad alguna, ni en himnos ni en palabras, como tampoco en escritos o doctrinas, sino que es desviada hacia bajos e indecorosos pensamientos y suposiciones. De ahí que la buena fama por parte de la muchedumbre no se distingue de una injuria por la ignorancia de la verdad.
38.2. Realmente, por tanto, los deseos son también apetitos (o: concupiscencias) y, por decirlo en una palabra, impulsos, y las plegarias son también así. Lo mismo que nadie desea una bebida, si no es para bebería, y nadie desea una herencia, si no es para poseerla, así tampoco nadie desea una gnosis, si no es para conocer; porque nadie desea un recto comportamiento, si no es para vivir como tal.
38.3. Ahora bien, las plegarias respecto a algo son también peticiones de eso mismo, y las peticiones de algo son también deseos de lo mismo. Pero el suplicar y el tratar de alcanzar corresponden a poseer los bienes y las ventajas relacionadas con la posesión.
38.4. Por tanto, el gnóstico siempre hace la plegaria y la petición respecto a los verdaderos bienes relativos al alma; y suplica colaborando también a la vez él mismo para alcanzar el estado de bondad, como que no sólo posea los bienes como unos conocimientos añadidos, sino para ser [él mismo] bueno.
LIBRO SÉPTIMO
Capítulo VII: Sobre la oración
El gnóstico pasa toda su vida como en una santa fiesta
35.1. A nosotros se nos exhorta a la necesidad de venerar y honrar también al mismo Verbo, persuadidos de que Él es Salvador y Guía, y a través de Él al Padre, no sólo en días señalados, como algunos otros [prefieren], sino continuamente, haciéndolo durante toda la vida y en cualquier circunstancia.
35.2. Sin duda “la estirpe elegida” (Is 43,20; 1 P 2,9), justificada conforme al mandamiento (cf. Sal 118 [119],172), dice: “Siete veces al día te he alabado” (Sal 118 [119],164).
35.3. Por eso el gnóstico honra a Dios, es decir, confiesa gratitud por la gnosis y la conducta (politeía), no sólo en un determinado lugar, ni en un templo escogido, ni en algunas festividades y días determinados, sino toda la vida y en todo lugar, aunque se encuentre solo o esté en compañía de otros de su misma fe.
35.4. Pero si la presencia de un varón bueno forma siempre al que está cerca hacia lo mejor mediante el pudor y el respeto, ¿cómo el que está siempre junto a Dios por medio de la gnosis, la vida y la acción de gracias continua (cf. 1 Ts 5,17), lógicamente no va a mejorarse mucho más a sí mismo que cualquier cosa en todo: en obras, palabras y disposición interior (diáthesis)?
35.5. Tal es el que está persuadido de la omnipresencia de Dios y no sostiene [que Él] se haya encerrado en algunos lugares, para así (vivir) licenciosamente noche y día, pensando que está lejos de Él.
35.6. Así, por tanto, pasando toda la vida como una fiesta, convencidos de que por todas partes y en todo lugar uno está cerca de Dios, trabajamos los campos alabándole, navegamos cantándole himnos (cf. Ef 5,19), y vivimos habitualmente según la ciencia (o: norma) de (nuestra) conducta.
35.7. Y el gnóstico vive más estrechamente unido a Dios, mostrándose a la vez respetable (o: venerable) y feliz en todo; respetable mientras se vuelve sobre la divinidad, y feliz mediante la consideración de los bienes humanos que Dios nos ha concedido.
Dios todo lo sabe y todo lo comprende
36.1. El profeta muestra con claridad la excelencia de la gnosis sugiriéndolo así: “Enséñame bondad, educación y gnosis” (Sal 118 [119],66); aumenta progresivamente lo hegemónico de la perfección.
36.2. Luego el gnóstico es realmente el hombre regio, el sacerdote digno de Dios (cf. 1 P 2,9); lo cual también ahora se conserva entre los bárbaros más sensatos, conduciendo el linaje sacerdotal hacia el reino.
36.3. El (gnóstico) ciertamente no se entrega nunca a la oclocracia (= gobierno de la muchedumbre) despótica de los teatros, y no acepta jamás en sueños lo que se dice, se hace o se ve en aras de un placer detestable. Ciertamente ni a esos placeres de la vista, ni a artificios de otros goces, como a la abundancia de los aromas que seducen a olfato o a exquisiteces (o: fascinaciones) de alimentos y a las variedades deliciosas de los vinos que atraen al gusto, ni tampoco a las abundantes flores y a las guirnaldas trenzadas que exhalan perfumes, corrompiendo el alma por medio de su percepción.
36.4. Pero dirige siempre hacia Dios el honesto goce de todo, y ofrece al dador de todo la primicia de la comida, de la bebida y del perfume, confesando agradecimiento también por el regalo y la utilización del Verbo que le ha sido dado, (y) raramente va a banquetes de cualquier convite, a no ser que le obligue (a asistir) a aquel banquete lo que contribuya a la amistad y a la concordia prometidas para él.
36.5. Porque está convencido de que Dios lo sabe y lo entiende todo; no sólo la voz, sino también el pensamiento, puesto que también la audición que poseemos (lit.: en nosotros), puesta en acción por los conductos corporales (lit.: poros somáticos), no obtiene la percepción por la fuerza del cuerpo, sino mediante una determinada percepción del alma y la comprensión que discierne los sonidos que significan (alguna cosa).
“Dios es todo oído y todo ojo”
37.1. Sin duda, Dios carece de forma humana (o: no es antropomorfo) para oír, ni tampoco necesita de sentidos, como pretendían los estoicos, especialmente de la audición y de la vista, porque no se puede percibir de otra manera.
37.2. Sin embargo, también lo sensible del aire, la agudísima percepción simultánea de los ángeles, la fuerza de la conciencia tocada por el alma, lo conoce todo con una indecible fuerza y sin necesidad de audición sensible, juntamente con el pensamiento.
37.3. Aunque alguno dijere que no llega hasta Dios la voz que rueda desde aquí abajo a través del aire, sin embargo los pensamientos de los santos pasan a través no sólo del aire (cf. Si 35,17), sino incluso del universo entero.
37.4. Y el poder divino, como una luz, se adelanta para reconocer al alma entera. ¿Pero qué? ¿Acaso también las reglas de conducta no consiguen mandar hasta Dios la voz que les es propia?
37.5. ¿Y no son transmitidos también por la conciencia? ¿Y qué voz ha de recordar el que según [su] designio (cf. Rm 8,28-29) ha conocido al elegido incluso antes del nacimiento (cf. Dn 13,42; Rm 9,11) y a lo que ha de existir como ya presente?
37.6. ¿Acaso la luz del poder no brilla por doquier hasta en la profundidad de toda alma, “explorando el fondo de la lámpara del poder” (Pr 20,27), como dice la Escritura? Porque Dios es todo oído y todo ojo, para quien se sirva de esos nombres.
La oración del gnóstico
38.1. En general, por tanto, la inadecuada opinión sobre Dios no conserva piedad alguna, ni en himnos ni en palabras, como tampoco en escritos o doctrinas, sino que es desviada hacia bajos e indecorosos pensamientos y suposiciones. De ahí que la buena fama por parte de la muchedumbre no se distingue de una injuria por la ignorancia de la verdad.
38.2. Realmente, por tanto, los deseos son también apetitos (o: concupiscencias) y, por decirlo en una palabra, impulsos, y las plegarias son también así. Lo mismo que nadie desea una bebida, si no es para bebería, y nadie desea una herencia, si no es para poseerla, así tampoco nadie desea una gnosis, si no es para conocer; porque nadie desea un recto comportamiento, si no es para vivir como tal.
38.3. Ahora bien, las plegarias respecto a algo son también peticiones de eso mismo, y las peticiones de algo son también deseos de lo mismo. Pero el suplicar y el tratar de alcanzar corresponden a poseer los bienes y las ventajas relacionadas con la posesión.
38.4. Por tanto, el gnóstico siempre hace la plegaria y la petición respecto a los verdaderos bienes relativos al alma; y suplica colaborando también a la vez él mismo para alcanzar el estado de bondad, como que no sólo posea los bienes como unos conocimientos añadidos, sino para ser [él mismo] bueno.
La oración es una “homilía” con Dios
39.1. También por eso (tienen) que dedicarse a rezar, sobre todo esos que conocen la divinidad como se debe, y poseer la virtud beneficiosa para uno; ellos saben cuáles son realmente los bienes, cuáles se deben pedir, dónde y cómo cada uno de ellos.
39.2. Pero sería una ignorancia extrema suplicar a los que no son dioses como si (fueran) dioses, o pedir lo que no conviene, pidiendo males con la fantasía de (que son) bienes.
39.3. Por lo cual, siendo uno el Dios realmente bueno (cf. Mt 19,17), con razón a Él sólo le pedimos, los ángeles y nosotros -aunque no de igual manera-, que nos dé algunos bienes o conserve otros.
39.4. Porque no es lo mismo pedir que permanezca el regalo que desear recibir su comienzo. Pero también la liberación de los males es propio de la plegaria.
39.5. Sin embargo, no hay que aprovecharse de esa oración para perjuicio de los hombres, a no ser que el gnóstico suplique de manera artificiosa para solicitar la conversión a la justicia de los “indolentes” (Ef 4,19).
39.6. La plegaria es, por tanto, hablando más audazmente, una conversación con Dios; aunque susurremos e incluso no movamos los labios (cf. 1 R 1,12-13), tras el silencio conversamos, desde lo íntimo pedimos gritando. Porque Dios escucha de continuo la conversación íntima.
La oración continua es la meta del cristiano en la presente vida
40.1. Por eso, también levantamos la cabeza, tendemos las manos hacia cielo (cf. Lc 21,28; 1 Tm 2,8) y urgimos los pies conforme a la manifestación final de la plegaria, tendiendo con el fervor del espíritu a la esencia inteligible, y, tratando con la palabra de alejar el cuerpo de la tierra, haciendo que el “alma alada” (Platón, Fedro, 246 B-C) se eleve en el aire con el deseo de los bienes superiores, obligándola a llegar a “los lugares santos” (Hb 9,25), mirando con desdén al vínculo carnal (cf. Platón, Cratilo, 400 C).
40.2. Porque sabemos muy bien que el gnóstico se escapa furtivamente por completo del mundo, sin duda como los judíos de Egipto; lo hace voluntariamente, indicando claramente que desea más que cualquier otra cosa estar lo más cerca posible de Dios.
40.3. Pero si algunos también asignan determinadas horas a la oración, como, por ejemplo, a la tercera, la sexta y la nona, sin embargo el gnóstico reza durante toda la vida (cf. Lc 21,36; 1 Ts 5,17), esforzándose por estar unido a Dios mediante la oración y de abandonar, por decirlo resumidamente, todo lo que no ayuda a uno a llegar allí arriba, como si ya desde aquí abajo hubiese alcanzado la perfección de quien ya es adulto en el amor (cf. Ef 4,13).
40.4. Sin embargo, también la triple distinción de las horas, igualmente honradas con otras tantas oraciones, la descubren asimismo los familiarizados con la bienaventurada tríada de las santas moradas (cf. VI,14,113-114,6; Jn 14,2).
La oración de petición
41.1. Llegado este momento recuerdo las doctrinas secretamente (o: furtivamente) introducidas sobre lo que no conviene rezar, según algunos heterodoxos, es decir, los seguidores de la herejía de Pródico.
41.2. Ahora bien, para que no se enorgullezcan de su atea sabiduría, como si se tratara de una herejía desconocida, han de saber que han sido precedidos por los llamados filósofos cirenaicos (= discípulos de Sócrates).
41.3. Pero la gnosis impía de estos falsarios (cf. 1 Tm 6,20) será refutada a su debido tiempo, para que ahora no se deslice el comentario, (puesto que) no siendo pequeña la crítica de aquellos cortaría por la mitad el discurso e interrumpiría el presente discurso; nosotros estamos demostrando que sólo es santo y piadoso el verdadero gnóstico según la norma eclesiástica; a él solo, porque lo pide o lo piensa (cf. Mt 7,7), se le concede la petición según la voluntad de Dios.
41.4. Porque como Dios puede todo lo que quiere (cf. Mt 19,26), así también el gnóstico todo lo que pide lo obtiene (cf. Mt 21,22).
41.5. Porque Dios sabe de manera absoluta quiénes son dignos de beneficios y (quiénes) no; de ahí que conceda a cada uno lo que le conviene. Por eso muchas veces no dará a los indignos, aunque se lo pidan; pero dará evidentemente a los que son dignos.
41.6. Ciertamente, la petición no es superflua, aunque los bienes sean dados sin la súplica. Especialmente es obra del gnóstico tanto la acción de gracias (eucaristía) como la petición por la conversión de los cercanos.
41.7. Así suplicaba también el Señor (cf. Jn 17,4), dando gracias por haber cumplido el ministerio frente a aquellos [judíos] y pidiendo que fueran muchos los que recibieran un conocimiento profundo (cf. Jn 17,20. 23), para que Dios fuera glorificado (cf. Jn 17,1) en los salvados mediante la salvación según el conocimiento (cf. Jn 17,3-8. 26), y el único Bueno (cf. Mt 19,17) y único Salvador fuera reconocido por los siglos de los siglos a través del Hijo.
41.8. Ciertamente también la fe en recibir es propia de la oración atesorada (cf. Mt 19,21; 6,20) de manera gnóstica.
39.1. También por eso (tienen) que dedicarse a rezar, sobre todo esos que conocen la divinidad como se debe, y poseer la virtud beneficiosa para uno; ellos saben cuáles son realmente los bienes, cuáles se deben pedir, dónde y cómo cada uno de ellos.
39.2. Pero sería una ignorancia extrema suplicar a los que no son dioses como si (fueran) dioses, o pedir lo que no conviene, pidiendo males con la fantasía de (que son) bienes.
39.3. Por lo cual, siendo uno el Dios realmente bueno (cf. Mt 19,17), con razón a Él sólo le pedimos, los ángeles y nosotros -aunque no de igual manera-, que nos dé algunos bienes o conserve otros.
39.4. Porque no es lo mismo pedir que permanezca el regalo que desear recibir su comienzo. Pero también la liberación de los males es propio de la plegaria.
39.5. Sin embargo, no hay que aprovecharse de esa oración para perjuicio de los hombres, a no ser que el gnóstico suplique de manera artificiosa para solicitar la conversión a la justicia de los “indolentes” (Ef 4,19).
39.6. La plegaria es, por tanto, hablando más audazmente, una conversación con Dios; aunque susurremos e incluso no movamos los labios (cf. 1 R 1,12-13), tras el silencio conversamos, desde lo íntimo pedimos gritando. Porque Dios escucha de continuo la conversación íntima.
La oración continua es la meta del cristiano en la presente vida
40.1. Por eso, también levantamos la cabeza, tendemos las manos hacia cielo (cf. Lc 21,28; 1 Tm 2,8) y urgimos los pies conforme a la manifestación final de la plegaria, tendiendo con el fervor del espíritu a la esencia inteligible, y, tratando con la palabra de alejar el cuerpo de la tierra, haciendo que el “alma alada” (Platón, Fedro, 246 B-C) se eleve en el aire con el deseo de los bienes superiores, obligándola a llegar a “los lugares santos” (Hb 9,25), mirando con desdén al vínculo carnal (cf. Platón, Cratilo, 400 C).
40.2. Porque sabemos muy bien que el gnóstico se escapa furtivamente por completo del mundo, sin duda como los judíos de Egipto; lo hace voluntariamente, indicando claramente que desea más que cualquier otra cosa estar lo más cerca posible de Dios.
40.3. Pero si algunos también asignan determinadas horas a la oración, como, por ejemplo, a la tercera, la sexta y la nona, sin embargo el gnóstico reza durante toda la vida (cf. Lc 21,36; 1 Ts 5,17), esforzándose por estar unido a Dios mediante la oración y de abandonar, por decirlo resumidamente, todo lo que no ayuda a uno a llegar allí arriba, como si ya desde aquí abajo hubiese alcanzado la perfección de quien ya es adulto en el amor (cf. Ef 4,13).
40.4. Sin embargo, también la triple distinción de las horas, igualmente honradas con otras tantas oraciones, la descubren asimismo los familiarizados con la bienaventurada tríada de las santas moradas (cf. VI,14,113-114,6; Jn 14,2).
La oración de petición
41.1. Llegado este momento recuerdo las doctrinas secretamente (o: furtivamente) introducidas sobre lo que no conviene rezar, según algunos heterodoxos, es decir, los seguidores de la herejía de Pródico.
41.2. Ahora bien, para que no se enorgullezcan de su atea sabiduría, como si se tratara de una herejía desconocida, han de saber que han sido precedidos por los llamados filósofos cirenaicos (= discípulos de Sócrates).
41.3. Pero la gnosis impía de estos falsarios (cf. 1 Tm 6,20) será refutada a su debido tiempo, para que ahora no se deslice el comentario, (puesto que) no siendo pequeña la crítica de aquellos cortaría por la mitad el discurso e interrumpiría el presente discurso; nosotros estamos demostrando que sólo es santo y piadoso el verdadero gnóstico según la norma eclesiástica; a él solo, porque lo pide o lo piensa (cf. Mt 7,7), se le concede la petición según la voluntad de Dios.
41.4. Porque como Dios puede todo lo que quiere (cf. Mt 19,26), así también el gnóstico todo lo que pide lo obtiene (cf. Mt 21,22).
41.5. Porque Dios sabe de manera absoluta quiénes son dignos de beneficios y (quiénes) no; de ahí que conceda a cada uno lo que le conviene. Por eso muchas veces no dará a los indignos, aunque se lo pidan; pero dará evidentemente a los que son dignos.
41.6. Ciertamente, la petición no es superflua, aunque los bienes sean dados sin la súplica. Especialmente es obra del gnóstico tanto la acción de gracias (eucaristía) como la petición por la conversión de los cercanos.
41.7. Así suplicaba también el Señor (cf. Jn 17,4), dando gracias por haber cumplido el ministerio frente a aquellos [judíos] y pidiendo que fueran muchos los que recibieran un conocimiento profundo (cf. Jn 17,20. 23), para que Dios fuera glorificado (cf. Jn 17,1) en los salvados mediante la salvación según el conocimiento (cf. Jn 17,3-8. 26), y el único Bueno (cf. Mt 19,17) y único Salvador fuera reconocido por los siglos de los siglos a través del Hijo.
41.8. Ciertamente también la fe en recibir es propia de la oración atesorada (cf. Mt 19,21; 6,20) de manera gnóstica.