OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (228)

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Jesús enseñando a sus discípulos
Hacia 1400
París
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO SÉPTIMO

Capítulo II: Sobre el gnóstico que practica la auténtica piedad mediante el culto que tributa a Dios

   La grandeza del Hijo de Dios

5.1. Así, por tanto, la creencia primera al conocer a Dios, después (de la confianza) en la enseñanza del Salvador, (es) no hacer injusticia de ninguna forma, porque conviene estar despierto al conocimiento de Dios.

5.2. Por eso, lo mejor (que existe) en la tierra (es) un hombre devotísimo de Dios, pero lo más excelente en el cielo es un ángel, el que más cercano según el lugar e inmediatamente lo más puro que participa de la vida eterna y bienaventurada.

5.3. Pero la naturaleza más perfecta, santa, principal (o: señorial), soberana, regia y benéfica (es) la del Hijo, que es la más próxima al único Todopoderoso.

5.4. Esta es la suprema eminencia, la que lo dispone todo según la voluntad del Padre (cf. Mt 7,21; 12,50; Jn 6,40) y la que gobierna todo de la mejor manera, la que mueve a todos con infatigable e inagotable (o: incesante) poder, por cuyo medio actúa el que contempla (o: ve) las nociones arcanas (apókryphos: secreto, oculto).

5.5. Porque el Hijo de Dios no se aparta jamás de su atalaya (o: no sale en éxtasis de su propia contemplación), porque no (está) dividido (cf. 1 Co 1,13), ni separado, ni cambia de un lugar a otro, sino que está siempre en todas partes, y sin estar limitado en modo alguno; todo intelecto, todo luz paterna, todo ojo; viéndolo todo, oyéndolo todo, reconociéndolo todo y escrutando las potencias con [su propio] poder.

5.6. Todo el ejército de los ángeles (cf. Lc 2,13) y de los dioses le están sometidos a Él, al Verbo del Padre que ha recibido la santa economía “por medio de aquel a quien fue sometido” (Sal 8,7; Rm 8,20; 1 Co 15,27); y a Él (le pertenecen) todos los hombres, aunque unos “mediante un reconocimiento” (Rm 10,2), pero otros todavía no; algunos como amigos, otros como siervos fieles y otros como simples servidores (cf. Mt 25,21. 23; Jn 15,14-15; Col 1,7; 4,7; Hb 3,5).

El Hijo de Dios es Salvador y Señor

6.1. El Maestro en persona es el que educa en los misterios al gnóstico, al fiel con buenas esperanzas y con educación correctiva, al duro de corazón (cf. Pr 17,20; Si 16,9-10; Ez 3,7) mediante acciones sensibles. De ahí que exista la providencia en lo privado, en lo público y en todo lugar.

6.2. Y las divinas profecías declaran abiertamente que es Hijo de Dios, y es aquel que nosotros llamamos Salvador y Señor.

6.3. Así, el Señor de todos persuade a los que lo desean, griegos o bárbaros; porque no obliga al que puede recibir por sí mismo la salvación mediante una elección y llevar a cabo cuanto de él depende para conseguir la fuerza de la esperanza (cf. Hb 6,18).

6.4. Él mismo es quien también concede a los griegos la filosofía mediante los ángeles inferiores; puesto que por una divina y antigua disposición, los ángeles están distribuidos por los [diversos] pueblos (cf. Dt 32,8). Pero “la porción del Señor” (Dt 32,9; cf. Si 17,17) es la gloria de los que creen (cf. Lc 2,32; Rm 8,21).

6.5. Porque, o bien el Señor no se preocupa de todos los hombres, y esto podría suceder porque o no puede -lo cual es imposible puesto que sería signo de debilidad- o porque pudiendo no quiere -pero que no (es propio) de alguien bueno-; (y) es imposible que esté despreocupado por comodidad quien tomó por nosotros un cuerpo pasible; o bien, Él se preocupa de todos a la vez, lo cual corresponde (o: conviene, concierne) a quien es Señor de todos (cf. Rm 10,12).

6.6. Porque no es Salvador de unos y de otros no, sino que Él distribuyó su acción benéfica según el grado de aptitud que cada uno tiene, a griegos, a bárbaros y a los predestinados de entre ellos (cf. Rm 8,29-30; Ef 1,4-5), y más tarde llamados servidores fieles y elegidos (cf. Rm 8,30; Tt 1,3; Ap 17,14).

Cristo es Señor y Salvador de toda la humanidad

7.1. Por tanto, el que ha llamado a todos por igual no puede tener jamás envidia de nadie, aunque reparta especiales honores a quienes han creído de un modo especial. Tampoco puede ser impedido jamás por otro el que es Señor de todos y el que mejor obedece a la voluntad del Padre bueno y todopoderoso (cf. Mt 7,21; 12,50; Jn 6,40).

7.2. Pero ni siquiera le alcanza la envidia al Señor, que ha existido eternamente sin pasión, ni ciertamente cosa alguna humana puede producir envidia en el Señor; pero (es) otro el envidioso (cf. Sb 2,24), donde también hierve la pasión.

7.3. Y tampoco se puede decir que [el Señor] no desee salvar a la humanidad por ignorancia, al no saber cómo cuidar a cada uno.

7.4. Porque la ignorancia no afecta al Hijo, ya que fue consejero del Padre antes de la creación del mundo (cf. Is 40,13; Jb 15,8; Rm 11,34; Ef 1,4). Puesto que ésa era la sabiduría “en la que se complacía” (Pr 8,30) el Dios todopoderoso; porque el Hijo es “fuerza” (1 Co 1,24) de Dios en cuanto Verbo primerísimo del Padre, anterior a todos los seres creados, y debería ser llamado con toda propiedad “sabiduría” (1 Co 1,24) suya (= de Dios) y Maestro de todo lo que ha sido plasmado por medio de Él (cf. Jn 1,3).

7.5. Ni siquiera ocupado en otros asuntos por algún placer podría abandonar jamás el cuidado de los hombres, quien asumiendo la carne sujeta por naturaleza a las pasiones la educó hasta el estado de impasibilidad.

7.6. Y ¿cómo podría ser Salvador y Señor, si no fuera Salvador y Señor de todos? Pero (es) Salvador de los que han creído porque han querido conocer; en cambio (es) Señor de los incrédulos hasta que ellos mismos sean capaces de confesar la fe y consigan por medio de Él (su) apropiado y correspondiente beneficio.

7.7. Pero toda la actividad (lit.: energía) del Señor tiene relación con el Todopoderoso, y el Hijo es, por así decirlo, eficacia (lit.: energía) del Padre (cf. 1 Co 1,30).

El Hijo es causa de todos los bienes que recibe la humanidad

8.1. Por consiguiente, el Salvador jamás podrá tener odio al hombre, puesto que por su desbordante amor (filantropía; cf. Tt 3,4) a la humanidad no despreció la debilidad de la carne humana, sino que revistiéndose de ella vino para la común salvación de los hombres; porque común es la fe de los elegidos.

8.2. Pero tampoco podrá jamás descuidar su obra específica, puesto que entre todos los seres vivientes sólo en el hombre fue infundida por creación (cf. Gn 2,7) una idea de Dios.

8.3. Ni tampoco (parece que pueda existir) otro modo mejor y más en armonía con Dios para el gobierno de los hombres que el establecido. En efecto, conviene, según la naturaleza, que el que es superior siempre haga de guía al inferior, y al que puede administrar bien algo se le confíe el gobierno de otro.

8.4. Pero quien verdaderamente domina y guía es el Verbo divino y su providencia, que lo observa todo y no deja sin cuidado a ninguno de los que se le han confiado (cf. Ef 2,19).

8.5. Y éstos serían los que han elegido permanecer junto a Él, los hechos perfectos mediante la fe. Así, por voluntad del Padre todopoderoso (cf. Mt 7,21; 12,50; Jn 6,40), el Hijo es constituido causa de todos los bienes, la primera fuerza creadora, inasible al sentido.

8.6. Porque lo que Él era no fue visto por quienes no podían comprenderlo a causa de la debilidad de la carne, pero asumiendo (Él) una carne sensible demuestra lo que es posible a los hombres por la obediencia a los mandamientos (cf. Rm 5,11; Jn 15,5).

Jesucristo gobierna la salvación del género humano

9.1. Siendo, por tanto, fuerza del Padre, supera con facilidad lo que quiere, sin dejar libre de su cuidado providente la cosa más pequeña, porque de lo contrario el universo no habría sido bien hecho por Él.

9.2. A mí me parece que (es propio) de la fuerza mayor el examen exacto de todas las partes, llevada incluso hasta la más pequeña, porque todos [los seres] miran hacia el organizador (cf. Hb 12,2) primero del universo que por voluntad del Padre gobierna la salvación de todos, ya que unos han sido ordenados (o: establecidos) bajo la dirección de otros, y así hasta que alguien llegue al gran Sacerdote (cf. Hb 4,14).

9.3. Porque las cosas primeras, las segundas y las terceras dependen del único principio de arriba que actúa según la voluntad [de Dios]; después, en el límite extremo de lo visible está la feliz condición de los ángeles, y así, hasta nosotros mismos, que unos estamos subordinados (o: dispuestos, ordenados) a los otros dependiendo del que es Uno, salvados y salvadores gracias al que es Uno.

9.4. Ahora bien, como se pone en movimiento un pedazo de hierro, aunque esté muy alejada, por el espíritu de la piedra de Heraclea (= de gran poder magnético), que se difunde a una larga serie de anillos de hierro, así también, atraídos por el Espíritu Santo, los virtuosos viven en la primera morada (cf. Jn 14,2), luego a continuación otros hasta la última; pero los que por debilidad (son) malos, cayendo culpablemente (lit.: injustamente) por un insaciable deseo en una mala disposición, al no dominar [las pasiones] ni ser dominados [por el bien], fluyen por todas partes envueltos en pasiones y caen por tierra (cf. Is 34,4). Porque desde antiguo viene precisamente esta ley: el que quiere elige la virtud.

El camino hacia la contemplación

10.1. Por eso también los mandamientos, los relativos a la Ley y los anteriores a la Ley para los que no tenían Ley (cf. Rm 2,14-15; 5,13-14) -“porque para el justo no hay ley” (1 Tm 1,9; cf. Gn 15,6; Ga 3,17-18)-, establecieron que el que eligiera la Vida recibiría una recompensa eterna y bienaventurada (cf. Dt 30,15. 19), pero permitieron que el que se hubiera entregado a la maldad permaneciera unido a lo que había elegido, y establecieron, en cambio, que el alma que siempre fuera mejorando en el conocimiento de la virtud y en el progreso de la justicia obtuviese un estado mejor en el todo (o: en el universo), “lanzándose” (lit.: extendiéndose; Flp 3,13), según cada progreso, al estado de impasibilidad “hasta alcanzar el de hombre perfecto” (Ef 4,13), a la eminencia de la gnosis y a la vez de la herencia.

10.2. Estos progresos salvadores se distinguen según el orden de transformación, tiempos, lugares, honores, conocimientos, herencias y ministerios; cada uno tiene su grado propio, hasta [alcanzar] la contemplación sublime e inmediata del Señor en la eternidad.

10.3. Lo que enamora lleva a la contemplación de sí mismo a todo el que, por el amor mismo de la gnosis, se ha lanzado sobre la contemplación (cf. Flp 3,13).

Dios lo dispuso todo para la salvación universal

11.1. Por eso dio el Señor los mandamientos, los primeros y los segundos, sacándolos de una sola fuente, sin permitir que estuvieran sin Ley los que vivieron antes de la Ley, ni tampoco aceptó que no tuvieran freno los que no se dieron cuenta de la filosofía bárbara.

11.2. Porque, procurando a unos los mandamientos y a otros la filosofía, “encerró” (Rm 11,32; cf. Ga 3,22-23) la incredulidad hasta la parusía (cf. Ga 3,19-24); de ahí que todo el que no haya creído es inexcusable (cf. Rm 1,20-21; 2,1). Puesto que Él conduce hacia la perfección mediante la fe (cf. Ef 2,8; 4,13) por medio de esos dos modos de progreso, el griego y el bárbaro.

11.3. Pero, si algún griego, superando el primer (estadio), el de la filosofía griega, se lanza inmediatamente sobre la verdadera doctrina (o: enseñanza), ése, habrá lanzado el disco mucho más lejos, aunque sea un inexperto, porque habrá elegido para la perfección el atajo de la salvación por medio de la fe.

El camino de la fe conduce a la salvación

12.1. Así, por tanto, todo lo que no impedía la libertad (lit.: voluntad) de elección al hombre, [Dios] lo hizo y lo mostró como una ayuda para la virtud, así que de alguna manera, también a los que tuvieran la vista débil, se pudiera revelar el Dios único, bueno (y) todopoderoso, que desde siempre y por los siglos salva por medio del Hijo, pero no es causa en absoluto de mal alguno.

12.2. Porque todo ha sido dispuesto por el Señor del universo para la salvación de todos, (tanto) en general como individualmente.

12.3. Por tanto, (es) obra de la justicia del Salvador el conducir siempre hacia lo que es mejor, según lo permite la condición humana. Así gobierna para la salvación y conservación (o: permanencia) de lo que es mejor, según las propias características (analógos), incluso a los seres más pequeños.

12.4. Consecuentemente cambia todo lo virtuoso hacia estados superiores, teniendo como causa del cambio la elección de la gnosis que el alma ha conquistado (o: adquirido) libremente.

12.5. Pero las necesarias correcciones, [infligidas] por bondad del gran Juez que nos mira, bien mediante los ángeles que lo rodean, bien con diversos juicios previos o con el juicio universal, obligan a convertirse más a los “indolentes” (Ef 4,19).