OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (165)
Resurrección de Cristo
Hacia 1440
Rouen, Francia
Hacia 1440
Rouen, Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA
LIBRO CUARTO
Capítulo IV: Elogio del martirio
Cómo debe comportarse el mártir cristiano
13.1. Con razón cuando el gnóstico es llamado, obedece sin dificultad, y a quien le solicita el cuerpecito se acerca para entregárselo (cf. Lc 6,29), incluso con sus pasiones, de las que antes había despojado al pedacito de carne, sin injuriar al tentador, sino para educarlo, pienso yo, y demostrarle “qué honor y qué amplia felicidad”, como dice Empédocles (Fragmentos, 31 B 119), alcanza (o: ha dejado), viviendo así entre los mortales.
13.2. También da testimonio verdaderamente ante sí mismo de ser auténticamente fiel para con Dios; lo mismo ante el tentador [testimonia] que en vano tiene envidia del (que es) fiel por amor; así también [da testimonio] ante el Señor de que obedece su doctrina por una fuerza divina, de la que no apostatará por temor a la muerte; al contrario, confirmará también con su conducta la verdad del kerigma, demostrando que Dios, hacia quien se apresura a correr, es poderoso.
13.3. Admirarás su amor, permaneciendo unido con agradecimiento con el que está emparentado (= Dios mismo). Pero no sólo (eso), sino que también “con la sangre preciosa” (1 P 1,19) avergonzará a los incrédulos.
La alegría de entregar la vida por la confesión de fe
14.1. Ahora bien, (el mártir) evita negar a Cristo, según el mandato (cf. Mt 10,33; Lc 12,9), no por temor, porque entonces sería mártir por temor. Tampoco traiciona (o: vende) la fe por la esperanza de los dones prometidos, sino que por amor al Señor, con gran alegría se librará de esta vida; e igualmente será agradecido con quien le procuró la ocasión de partir de aquí y con el que haya urdido conscientemente la acechanza; posee una razonable oportunidad, que él mismo no preparó, de demostrar quién es él, por su paciencia, ante aquél [acusador], y ante el Señor por el amor que le testimonia, que ya era manifiesto al Señor y que conocía, incluso antes de nacer, la elección del mártir.
14.2. Confiado se dirige a un amigo, al Señor (cf. Jn 15,14), por el que entregó conscientemente no sólo el cuerpo, sino también el alma, como los jueces esperaban, escuchando de nuestro Salvador, según el poeta, “querido hermano” (Homero, Ilíada, IV,155; V,359; XXI,308), por la semejanza de vida.
14.3. En verdad, llamamos perfección al martirio, no porque el hombre alcance el fin de la vida como los demás, sino porque ha dado prueba de una obra perfecta de amor (cf. St 1,4).
14.4. También los antiguos griegos celebraban el fin de los caídos en la guerra, no porque aconsejaran la muerte violenta, sino porque quien muere en combate muere sin temor a la muerte: desprendido del cuerpo y sin sufrimientos ni debilidades (lit.: ablandamientos, afeminamientos) en el alma, como los hombres que padecen enfermedades, que mueren conduciéndose como mujeres y deseosos de vivir.
El sacrificio que deben hacer quienes son justos y magnánimos
15.1. Por eso no liberan el alma purificada, sino que se llevan consigo las concupiscencias, cual masas de plomo; a no ser que algunos de esos [enfermos] se distingan en la virtud.
15.2. Pero también hay quienes mueren en la guerra entre concupiscencias, sin diferenciarse de los que también se marchitan en la enfermedad.
15.3. Si, por tanto, el martirio es la confesión de fe (omología) respecto a Dios, toda alma que haya vivido pura reconociendo a Dios y escuchando (u: obedeciendo) los mandamientos, es mártir con la vida y la palabra, sea cual fuere su salida (o: liberación) del cuerpo, porque derrama su fe, igual que la sangre, durante toda la vida hasta la partida (lit.: éxodo).
15.4. Ahora bien, dice el Señor en el Evangelio: “Quien dejare padre o madre o hermanos”, y lo que sigue, “por causa del Evangelio y de mi nombre” (Mt 19,29-30; Mc 10,29-30; Lc 18,29), bienaventurado ése, porque no presenta un martirio común, sino el gnóstico, como quien se comportó conforme a la norma (canon) del Evangelio por amor al Señor.
15.5. Porque el reconocimiento del Nombre y la comprensión del Evangelio significan gnosis, no una mera denominación; por eso [conviene] abandonar la familia terrena, abandonar la hacienda y toda posesión, para vivir sin pasiones (lit.: con indiferencia). La madre y la nodriza significan alegóricamente la patria que alimenta; en cambio, los padres, las leyes del Estado.
15.6. Pero eso es lo que el [hombre] justo y magnánimo debe sacrificar con agradecimiento para devenir amigo de Dios y conseguir la parte derecha (cf. Mt 25,33) del santuario, como también hicieron los Apóstoles.
LIBRO CUARTO
Capítulo IV: Elogio del martirio
Cómo debe comportarse el mártir cristiano
13.1. Con razón cuando el gnóstico es llamado, obedece sin dificultad, y a quien le solicita el cuerpecito se acerca para entregárselo (cf. Lc 6,29), incluso con sus pasiones, de las que antes había despojado al pedacito de carne, sin injuriar al tentador, sino para educarlo, pienso yo, y demostrarle “qué honor y qué amplia felicidad”, como dice Empédocles (Fragmentos, 31 B 119), alcanza (o: ha dejado), viviendo así entre los mortales.
13.2. También da testimonio verdaderamente ante sí mismo de ser auténticamente fiel para con Dios; lo mismo ante el tentador [testimonia] que en vano tiene envidia del (que es) fiel por amor; así también [da testimonio] ante el Señor de que obedece su doctrina por una fuerza divina, de la que no apostatará por temor a la muerte; al contrario, confirmará también con su conducta la verdad del kerigma, demostrando que Dios, hacia quien se apresura a correr, es poderoso.
13.3. Admirarás su amor, permaneciendo unido con agradecimiento con el que está emparentado (= Dios mismo). Pero no sólo (eso), sino que también “con la sangre preciosa” (1 P 1,19) avergonzará a los incrédulos.
La alegría de entregar la vida por la confesión de fe
14.1. Ahora bien, (el mártir) evita negar a Cristo, según el mandato (cf. Mt 10,33; Lc 12,9), no por temor, porque entonces sería mártir por temor. Tampoco traiciona (o: vende) la fe por la esperanza de los dones prometidos, sino que por amor al Señor, con gran alegría se librará de esta vida; e igualmente será agradecido con quien le procuró la ocasión de partir de aquí y con el que haya urdido conscientemente la acechanza; posee una razonable oportunidad, que él mismo no preparó, de demostrar quién es él, por su paciencia, ante aquél [acusador], y ante el Señor por el amor que le testimonia, que ya era manifiesto al Señor y que conocía, incluso antes de nacer, la elección del mártir.
14.2. Confiado se dirige a un amigo, al Señor (cf. Jn 15,14), por el que entregó conscientemente no sólo el cuerpo, sino también el alma, como los jueces esperaban, escuchando de nuestro Salvador, según el poeta, “querido hermano” (Homero, Ilíada, IV,155; V,359; XXI,308), por la semejanza de vida.
14.3. En verdad, llamamos perfección al martirio, no porque el hombre alcance el fin de la vida como los demás, sino porque ha dado prueba de una obra perfecta de amor (cf. St 1,4).
14.4. También los antiguos griegos celebraban el fin de los caídos en la guerra, no porque aconsejaran la muerte violenta, sino porque quien muere en combate muere sin temor a la muerte: desprendido del cuerpo y sin sufrimientos ni debilidades (lit.: ablandamientos, afeminamientos) en el alma, como los hombres que padecen enfermedades, que mueren conduciéndose como mujeres y deseosos de vivir.
El sacrificio que deben hacer quienes son justos y magnánimos
15.1. Por eso no liberan el alma purificada, sino que se llevan consigo las concupiscencias, cual masas de plomo; a no ser que algunos de esos [enfermos] se distingan en la virtud.
15.2. Pero también hay quienes mueren en la guerra entre concupiscencias, sin diferenciarse de los que también se marchitan en la enfermedad.
15.3. Si, por tanto, el martirio es la confesión de fe (omología) respecto a Dios, toda alma que haya vivido pura reconociendo a Dios y escuchando (u: obedeciendo) los mandamientos, es mártir con la vida y la palabra, sea cual fuere su salida (o: liberación) del cuerpo, porque derrama su fe, igual que la sangre, durante toda la vida hasta la partida (lit.: éxodo).
15.4. Ahora bien, dice el Señor en el Evangelio: “Quien dejare padre o madre o hermanos”, y lo que sigue, “por causa del Evangelio y de mi nombre” (Mt 19,29-30; Mc 10,29-30; Lc 18,29), bienaventurado ése, porque no presenta un martirio común, sino el gnóstico, como quien se comportó conforme a la norma (canon) del Evangelio por amor al Señor.
15.5. Porque el reconocimiento del Nombre y la comprensión del Evangelio significan gnosis, no una mera denominación; por eso [conviene] abandonar la familia terrena, abandonar la hacienda y toda posesión, para vivir sin pasiones (lit.: con indiferencia). La madre y la nodriza significan alegóricamente la patria que alimenta; en cambio, los padres, las leyes del Estado.
15.6. Pero eso es lo que el [hombre] justo y magnánimo debe sacrificar con agradecimiento para devenir amigo de Dios y conseguir la parte derecha (cf. Mt 25,33) del santuario, como también hicieron los Apóstoles.
Lo que afirman algunos herejes sobre el martirio
16.1. Además, Heráclito dice: “Dioses y hombres honran a los muertos en combate” (Heráclito, Fragmentos, 22 B 24); y Platón, en el libro quinto de la “República”, escribe: “De entre los muertos en una campaña militar el que ha terminado de manera honrosa, ¿no diremos primero que es de estirpe áurea? ¡Mucho más que a los demás!” (Platón, República, V,468 E).
16.2. Pero la estirpe áurea proviene de los dioses del cielo y de la esfera estable, que ante todo poseen la hegemonía de la Providencia sobre los hombres.
16.3. No obstante, algunos herejes (¿valentinianos?), comprenden mal al Señor, aman la vida impía y cobardemente al mismo tiempo, diciendo que el verdadero martirio que realmente existe es la gnosis de Dios, lo cual también nosotros lo confesamos, pero [dicen también] que quien le confiesa mediante la muerte es asesino de sí mismo y suicida; y divulgan entre la gente otros sofismas de la cobardía. A éstos se les responderá cuando lo requiera el momento, porque difieren de nosotros en cuanto a los principios.
Contra los marcionitas
17.1. Pero también nosotros censuramos a quienes se precipitan a la muerte. Porque hay algunos que sin ser de los nuestros, sólo (tienen) en común el nombre, se apresuran a entregarse a sí mismos por odio al Creador: ¡miserables suicidas!
17.2. Afirmamos que éstos se suicidan sin martirio, aunque sean oficialmente castigados.
17.3. Porque no salvan el carácter del testimonio creyente, y en realidad no conocen a Dios (cf. Jn 11,25; 14,6), entregándose ellos mismos a una muerte vacía, al igual que los gimnosofistas indios en un fuego inútil.
17.4. Pero, puesto que esos de falso nombre (lit.: seudónimo) deshonran el cuerpo, que aprendan bien que la armonía del cuerpo ayuda al pensamiento para el buen equilibrio.
La armonía de cuerpo y alma
18.1. Por eso, en el tercer [libro] de la “República”, Platón, a quien aclaman como el mejor testigo cuando censuran la generación, dijo que por razón de la armonía del alma había que cuidar el cuerpo (cf. Platón, República, III,410 C; IV,443 D, IX,591 D), por el cual puede vivir, y vivir rectamente, el que anuncia el mensaje de la verdad; porque por medio de la vida y la salud hacemos nuestro camino aprendiendo la gnosis.
18.2. Pero a quien no es posible de ninguna manera alcanzar la cumbre sin tener que ocuparse de las cosas necesarias, y mediante éstas hace todo el esfuerzo para dirigirse a la gnosis, ¿no elegiría vivir bien?
18.3. En todo caso, viviendo se lleva a buen término vivir bien, y se dirige hacia un estado de eternidad el que por medio del cuerpo se ejercita en vivir virtuosamente.
16.1. Además, Heráclito dice: “Dioses y hombres honran a los muertos en combate” (Heráclito, Fragmentos, 22 B 24); y Platón, en el libro quinto de la “República”, escribe: “De entre los muertos en una campaña militar el que ha terminado de manera honrosa, ¿no diremos primero que es de estirpe áurea? ¡Mucho más que a los demás!” (Platón, República, V,468 E).
16.2. Pero la estirpe áurea proviene de los dioses del cielo y de la esfera estable, que ante todo poseen la hegemonía de la Providencia sobre los hombres.
16.3. No obstante, algunos herejes (¿valentinianos?), comprenden mal al Señor, aman la vida impía y cobardemente al mismo tiempo, diciendo que el verdadero martirio que realmente existe es la gnosis de Dios, lo cual también nosotros lo confesamos, pero [dicen también] que quien le confiesa mediante la muerte es asesino de sí mismo y suicida; y divulgan entre la gente otros sofismas de la cobardía. A éstos se les responderá cuando lo requiera el momento, porque difieren de nosotros en cuanto a los principios.
Contra los marcionitas
17.1. Pero también nosotros censuramos a quienes se precipitan a la muerte. Porque hay algunos que sin ser de los nuestros, sólo (tienen) en común el nombre, se apresuran a entregarse a sí mismos por odio al Creador: ¡miserables suicidas!
17.2. Afirmamos que éstos se suicidan sin martirio, aunque sean oficialmente castigados.
17.3. Porque no salvan el carácter del testimonio creyente, y en realidad no conocen a Dios (cf. Jn 11,25; 14,6), entregándose ellos mismos a una muerte vacía, al igual que los gimnosofistas indios en un fuego inútil.
17.4. Pero, puesto que esos de falso nombre (lit.: seudónimo) deshonran el cuerpo, que aprendan bien que la armonía del cuerpo ayuda al pensamiento para el buen equilibrio.
La armonía de cuerpo y alma
18.1. Por eso, en el tercer [libro] de la “República”, Platón, a quien aclaman como el mejor testigo cuando censuran la generación, dijo que por razón de la armonía del alma había que cuidar el cuerpo (cf. Platón, República, III,410 C; IV,443 D, IX,591 D), por el cual puede vivir, y vivir rectamente, el que anuncia el mensaje de la verdad; porque por medio de la vida y la salud hacemos nuestro camino aprendiendo la gnosis.
18.2. Pero a quien no es posible de ninguna manera alcanzar la cumbre sin tener que ocuparse de las cosas necesarias, y mediante éstas hace todo el esfuerzo para dirigirse a la gnosis, ¿no elegiría vivir bien?
18.3. En todo caso, viviendo se lleva a buen término vivir bien, y se dirige hacia un estado de eternidad el que por medio del cuerpo se ejercita en vivir virtuosamente.