OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (825)

La adoración de los Magos

Siglo XV

Liturgia de las Horas

Milán, Italia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IX sobre el Salmo 77 (78)

Introducción

El verdadero discípulo es aquel que se mantiene fiel al ejemplo del Señor y de sus apóstoles, sin traicionar con su vida y enseñanza el mensaje que ha recibido para transmitir (§ 6.1). 

El Mesías, Cristo, desciende de la tribu de Judá. Por tanto, las palabras del rechazo de José y Efraím deben leerse como aplicadas a los herejes y heterodoxos (§ 6.2).

El tema de unicornio es desarrollado a partir del versículo sesenta y nueve. E incluso considerando las variantes del texto griego, Orígenes afirma que no hay varias fuerzas -unicornio-, sino una sola: la de Cristo -el unicornio- (§ 6.3). 

Cuando en el libro del profeta Ezequiel se habla de David, debemos entender que se trata “de nuestro Salvador” (§ 6.4).

Al igual que David fue elegido-tomado de su actividad con las ovejas; y más específicamente con aquellas grávidas, así también los santos se ocupan de los justos, como las parteras del libro del Éxodo, para que los estos den a luz, estableciendo a Dios en sus corazones (§ 6.5).

Un tema central, que será muy querido por los autores posteriores al Alejandrino, es el de dar a luz a Cristo en nuestras vidas, en nuestros corazones. Para ello necesitamos aceptar las consecuencias de la gravidez y del alumbramiento. Y considerar que en todo este proceso siempre está a nuestro lado el Señor Jesús (§ 6.6). El siguiente texto expresa claramente esta consideración:

«Mientras se une el alma a su Esposo, escucha su palabra y lo abraza, ciertamente recibe de Él mismo la semilla de la palabra; y, como Él ha dicho: “De tu temor, Señor, hemos concebido en el vientre”, así también dice ella: “De tu Verbo, Señor, he concebido en el vientre y he dado a luz y he producido el Espíritu de tu salvación sobre la tierra” (cf. Is 26,18)[1].

Si, por consiguiente, el alma concibe de este modo de Cristo, hace hijos, por los cuales se dice sobre ella que será salva por la generación de hijos, si permanecieren en la fe, en la caridad y en la santidad con sobriedad (cf. 1 Tm 2,15), aunque parezca que el alma haya sido seducida antes, como Eva (cf. 1 Tm 2,14). Es, por tanto, verdaderamente dichosa la descendencia, cuando haya sido efectuada la unión marital del alma con el Verbo de Dios y cuando se intercambien el mutuo abrazo. A partir de allí nacerá una progenie noble; de allí se originará la pureza, de allí la justicia, de allí la paciencia, de allí la mansedumbre y la caridad y una prole veneranda de todas las virtudes. 

Pero si el alma desdichada abandonase los santos esponsales del Verbo divino y, engañada por las seducciones del diablo y de otros demonios, se entregase a los abrazos adúlteros, engendrará sin duda también desde allí hijos, pero de aquellos de los que está escrito: “Los hijos de los adúlteros serán imperfectos, y será exterminada la descendencia del concubio inicuo” (Sb 3,16). Todos los pecados, por tanto, son hijos del adulterio e hijos de la fornicación.

Por donde se muestra que, por cada una de las cosas que hacemos, nuestra alma da a luz y engendra hijos, a saber, el pensamiento y las obras que realiza. Y si lo que hace es según la Ley y según el Verbo de Dios, da a luz el Espíritu de salvación, y por eso se salvará por la generación de hijos, y éstos son los hijos de los que dice el profeta: “Tus hijos, como renuevos de olivos alrededor de tu mesa” (Sal 127 [128],3). En cambio, si lo que hace es contra la Ley y es pecado, sin duda por la concepción del espíritu contrario engendra una prole malvada; puesto que da a luz hijos de pecado. Y estos son los nacimientos malditos sobre los cuales por parte de algunos santos se maldice incluso el día en que nacieron (cf. Jb 3,1; Jr 20,14). 

Nunca sucede, por tanto, que esté sin dar a luz el alma: el alma siempre da a luz, siempre engendra hijos. Pero es sin duda bendita aquella descendencia que se engendra por concepción del Verbo de Dios, y ésta es la generación de hijos por la cual será salvada. Si en cambio, como hemos dicho, concibe del espíritu malvado, es seguro que parirá hijos de ira, preparados para la perdición (cf. Rm 9,22). Y tal vez a cada una de estas dos procreaciones del alma se refiera esto que ha sido dicho: “Cuando, en efecto, todavía no habían nacido y no habían realizado algo de bueno o de malo, para que permanezca el designio de Dios, que fue hecho según la elección, no por las obras, sino por el que llama, fue dicho que el mayor sirva al menor, como está escrito: ‘Amé a Jacob; pero tuve odio a Esaú’ (Rm 9,11-13; cf. Gn 25,23; Ml 1,2-3)”. Porque estas descendencias del alma, incluso antes de que hagan algo bueno, ya son amadas, ya que han sido engendradas por el Espíritu Santo; si, en cambio, lo han sido por el espíritu maligno, también antes de que realicen de obra algún mal, sin embargo, por el hecho de que el alma ha dado a luz una tal voluntad, justamente es tenida por odiosa la execrable concepción de la voluntad malvada»[2].

Orígenes concluye esta amplia homilía señalando la necesidad que tenemos de dejarnos guiar por nuestro Señor. Solo Él no tiene maldad ninguna y nos pastorea “con la sabiduría de sus manos” (§ 6.7).

Texto 

Dos formas de ser discípulo

6.1. Si te has hecho una idea sobre el pasaje de Ezequiel y sobre la explicación, a mi parecer, no exenta de valor[3], que nos ha sido transmitida a su respecto, ve también a las palabras: “Rechazó la carpa de José y no escogió la tribu de Efraím” (Sal 77 [78],67). “La carpa de José” son sus descendientes, aquellos que pertenecen a la tribu de Efraím y Manasés. Y estos Efraím y Manasés son los hijos de José y de su mujer egipcia Asenet[4] (cf. Gn 41,50-52). Por consiguiente, cuando Dios “rechazó la carpa de José”, rechazó los hijos de la egipcia. Porque rechazando la tribu de Efraím no rechaza al hijo del justo José, sino aquel de la egipcia Asenet. Cada uno de nosotros corre el riesgo de ser hijo de algún malvado, que, en ocasiones, se acuerda como al principio era malvado, pero después se ennobleció, y al final aquel hombre honorable se convirtió en un justo. Por ejemplo, me atreveré a decir que es discípulo de Pablo el traidor aquel que ha traicionado a aquellos que han aprendido el mensaje; en cambio, es discípulo de Pablo apóstol el que imita la vida y el apostolado de Pablo. 

Cristo desciende de la tribu de Judá 

6.2. “Y eligió la tribu de Judá” (Sal 77 [78],68) por causa de Cristo. Es evidente, en efecto, que nuestro Señor procedía [de la tribu] de Judá. Ahora bien, cuando oigas decir: “Rechazó la carpa de José”, entiéndelo como referido a las herejías. Cuando escuches decir: “Y no escogió la tribu de Efraím”, comprende estas palabras como referidas a los heterodoxos, como lo hemos observado en nuestro Comentario a Oseas.

Simbolismo del “cuerno”

6.3. “El monte Sión que amó” (Sal 77 [78],68). ¿Tal vez, este monte inanimado o, tal vez, aquel del que se dice varias veces: “Se han acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celestial” (Hb 12,22)? Y “edificó como de unicornios su santuario” (Sal 77 [78],69). Pero las otras ediciones tienen: “Y las alturas son su santuario”, mostrando que unicornio fue insertado en vez de elevado. Tal vez, en sentido alegórico, “unicornios” designa aquellos que están en Dios, que cornean a sus enemigos con un solo cuerno diciendo: “En ti cornearemos a nuestros enemigos” (Sal 43 [44],6); y: “Levantará el cuerno de su pueblo” (Sal 148,14). Dios levanta un único cuerno, no los cuernos del pueblo. 

El auténtico David

6.4. “En la tierra la fundó -la tribu de Judá, la que desciende de Cristo- para siempre y eligió a David su siervo” (Sal 77 [78],69-70). Hemos demostrado muchas veces cómo David es designado en lugar de Cristo. Porque, cuando en Ezequiel se profetiza que David, el siervo de Dios, vendrá a apacentar a su pueblo y reconducirá a quien se había desviado, buscará al que se había perdido y sanará a quien estaba atribulado, no debemos pensar que se lo dice de David en cuanto hombre, sino de nuestro Salvador. Es éste, en efecto, a quien Dios “eligió” como “su siervo”, Él que es su hijo y su servidor.

Los santos asisten el nacimiento de las buenas obras de los justos 

6.5. “Y lo tomó de los rebaños de ovejas, lo tomó de detrás de las recién paridas[5]” (Sal 77 [78],70-71). La Palabra no utilizó ningún otro recurso para hablar de la actividad de David como pastor si no “las ovejas recién paridas”. Sin embargo, lo ha mencionado de este modo para elogiar la actividad asistencial de David respecto de las ovejas y el hecho que tomase consigo aquellas que nacían. Pues así es el santo: asiste el nacimiento de las criaturas del justo[6]. Por ejemplo, dado que las parteras temían a Dios (cf. Ex 1,17), Él hizo moradas con ellas. Las acciones rectas son las parteras que temen a Dios, aquellas que asisten los partos para que las obras de la virtud nazcan íntegras.

Dar a luz a Cristo 

6.6. Es tarea del buen pastor estar “detrás de las ovejas recién paridas”, las que ha tomado consigo. He hablado hace poco incluso sobre quien está detrás: ya sea que Él esté delante de ti, para que lo sigas, ya sea que esté detrás de ti. Porque puede estar en una parte o en otra, desde el momento en que no es un cuerpo que se halla solamente en un lugar. Está detrás de ti cuando estás grávido, cuando tienes los dolores y das a luz[7]. ¿Y por qué motivo tienes dolores y de qué modo estás grávido sino cuando dices: “Señor, por tu temor hemos concebido, tuvimos dolores y dimos a luz, engendramos[8] un espíritu de salvación sobre la tierra” (Is 26,17-18 LXX)? Si concibes de este modo por el temor del Señor, si tienes los dolores porque darás a luz, busca la partera. Y viene Cristo, a quien Dios “lo tomó de detrás de las ovejas recién paridas para apacentar a Jacob, su siervo y a Israel, su heredad” (Sal 77 [78],71). Ni siquiera esto está dicho sin un motivo: el pueblo es designado bien con el nombre más humano de Jacob, o bien es llamado “heredad” y, de una mejor forma, con el nombre más perfecto de “Israel”. Pues sabemos que enfrentó un combate y por haber luchado egregiamente, recibió el nombre de “Israel”.

Cristo nos pastorea y nos guía

6.7. “Para pastorear a Jacob, su siervo, y a Israel, su heredad, y los pastoreó -no David, sino Cristo- con la inocencia de su corazón” (Sal 77 [78],71-72). Solo Jesús no tiene malicia y es ajeno a toda maldad. Porque “Él no cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca” (1 P 2,22; Is 53,9). Las otras ediciones han modificado el pasaje: “en la perfección de su corazón”. Por consiguiente, Cristo nos pastorea así, “con la inocencia de su corazón”, y con la sabiduría de sus manos los guio” (Sal 77 [78],72). Aquellos que Él pastorea con la inocencia de su corazón -el vocablo inocencia es apropiado-, cuando los pastorea, los gobierna con la sabiduría de sus manos, los guía y les muestra el camino. Bienaventurados aquellos que son dignos de ser guiados por Él, llegarán al Padre y Dios del universo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


[1] Cf. SCh 461, p. 24, nota 1, sobre el modo en que Orígenes utiliza este texto.

[2] Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XX,2.1-3.

[3] O: despreciable.

[4] La transcripción literal es: Asseneth. En la versión castellana del texto hebreo se lee: Asnat.

[5] Lit.: de las que están de parto.

[6] O: “Él creó habitaciones en medio de ellas”. El sentido es que las parteras, los santos, ayudan a que los justos sean morada de Dios.

[7] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, VI,3.6: «El Señor ha abierto la matriz de la estéril y ésta se ha hecho fecunda hasta el punto de dar a luz a un pueblo “de una sola vez” (cf. Is 66,8). Pero también los santos claman y dicen: “Señor, por temor a ti hemos concebido en el vientre y hemos dado a luz, pusimos el espíritu de tu salvación sobre la tierra” (cf. Is 26,18). Por donde también Pablo dice de modo semejante: “Hijitos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta que Cristo se forme en ustedes” (Ga 4,19)».

[8] Lit.: hicimos.