OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (817)

La ofrenda de la viuda

1843

Biblia

Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía VIII sobre el Salmo 77 (78)[1]

Introducción

Orígenes comienza su octava homilía sobre el salmo setenta y siete replanteando su interpretación de un pasaje del Deuteronomio. Y reconoce que debe corregir una interpretación de su parte que no era correcta (§ 1).

Dios ha obrado maravillas en favor del pueblo de Israel en la historia de salvación. Así lo atestiguan las plagas que, finalmente, impulsaron al faraón a dejar partir a los israelitas (§ 2.1). 

El pueblo de Dios es conducido por intermedio de Moisés, pero es Dios mismo quien lo guía: primero, como ovejas, luego como a un rebaño por el desierto. Y por esto no deben temer a sus enemigos ni perder, en ningún momento, su esperanza (§ 2.2).

El pueblo de Dios tendrá una doble experiencia de “la economía salvífica” de Dios. Primero será sacado fuera de Egipto; y después será conducido por el desierto. Ambas experiencias constituyen un doble movimiento que lo conducirá hacia “lo alto” (§ 2.3).

Dios saca a su pueblo de Egipto y lo conduce como un rebaño para que se constituya en un único rebaño con un solo Pastor. Por tanto, es necesario “cuidar el misterio del rebaño” (§ 2.4). 

Los cristianos cuando se congregan se convierten en casa de Dios, templo espiritual, que ningún poder terreno puede asaltar (§ 2.5). 

Texto

La repartición

1. Puesto que está escrito: “Cuando el Altísimo dividía los pueblos, como dispersaba a los hijos de Adán, Él fijó los límites de los gentiles según el número de los hijos de Israel, o bien de los ángeles de Dios. Y Jacob fue hecho porción del Señor, su pueblo, e Israel parte de su heredad” (Dt 32,8-9), me interrogaba por mi parte cuándo el Altísimo dividía los pueblos y dispersaba a los hijos de Adán, y cuándo Jacob fue hecho porción del Señor, su pueblo, e Israel parte de su heredad. En un tiempo suponía que esto habría ocurrido como consecuencia de la confusión que, como está escrito, se produjo con la construcción de la torre (cf. Gn 11,1-9). Pero al considerar después [la cuestión] he descubierto que las palabras: “Jacob fue hecho porción del Señor, su pueblo” (Dt 32,9), no pueden referirse a aquel tiempo, antes del nacimiento de Jacob. Y las palabras: “E Israel fue hecho parte de su heredad” (Dt 32,9) no podían cumplirse antes que Jacob cambiara su propio nombre por el de Israel. Volviendo a examinar esto con más cuidado, diré que [las palabras]: “Cuando el Altísimo dividía los pueblos”, se cumplieron cuando el pueblo salió de la tierra de Egipto. Porque fue entonces que el pueblo de Dios fue llamado por vez primera “Jacob” e “Israel parte de su heredad”. Es verosímil que, a partir de ese momento, haya sucedido la repartición y se hayan fijado los límites de la tierra, para que cada uno de los ángeles recibiese una región.

Las acciones de Dios en favor de su pueblo elegido 

2.1. Fue entonces que el Señor “llevó como ovejas a su pueblo y lo condujo como un rebaño por el desierto; y los guio con esperanza, y no se acobardaron[2], y a sus enemigos los cubrió el mar” (Sal 77 [78],52-53). Me ha convencido sobre esto también la palabra profética que en el libro de Isaías dice: “He dado en cambio por ti Egipto, Etiopía y Soene” (Is 44,3 LXX). Dios [hizo esto] por su pueblo cuando “les envió la mosca de perro, y los devoró, y las ranas, y los destruyó; y entregó al tizón su fruto y sus fatigas a la langosta; cuando mató con granizo sus viñas y sus sicómoros con la escarcha; cuando entregó al granizo sus ganados y sus posesiones al fuego; cuando envió hacia ellos la ira de su cólera, furor, ira y tribulaciones por medio de ángeles malvados; cuando golpeó a todo primogénito en la tierra de Egipto, primicias de sus fatigas en las carpas de Cam” (Sal 77 [78],45-51)[3].

Ovejas y rebaño

2.2. Por eso, después de las plagas de los egipcios se dice: “Llevó como ovejas a su pueblo” (Sal 77 [78],52). Buscando, en cuanto me es posible, en la Escritura y deseando obedecer al Señor que me dice: “Escruten las Escrituras” (Jn 5,39), me he preguntado: ¿acaso el pueblo de Dios es llamado primero “ovejas que son llevadas” por Dios, pero después no se llama más “ovejas” sino “rebaño”? ¿Y cuando es llamado “ovejas”, Dios “llevó como ovejas a su pueblo”; en cambio, cuando es denominado “rebaño”, Dios “lo condujo como un rebaño por el desierto”? Y mientras me pregunto descubro que es algo coherente que primero su pueblo sea llevado como ovejas, pero al final Dios lo conduzca como un rebaño por el desierto. Y así también aquellos que son guiados lo sean en la esperanza (cf. Sal 77 [78],53) y no tengan temor porque sus enemigos fueron cubiertos por el mar (Sal 77 [78],53). 

Sacados y conducidos

2.3. Piensa, en efecto, en el pueblo que primero estaba en la tierra de Egipto y mira cómo entonces, cuando estaban en la tierra de Egipto y se hallaban dispersos en ella, sobre todo por causa de la paja que debían recoger, no eran todavía un rebaño, no eran aún una grey, sino que estaban dispersos en la tierra de Egipto. Por tanto, cuando Dios en su economía los congregó y los hizo una sola realidad, ya no son llamados solamente “ovejas”, sino también “rebaño”. Pues Él las guio reuniendo su pueblo como un rebaño. Por eso “las condujo como un rebaño por el desierto” (Sal 77 [78],52): en primer término [el pueblo] es sacado; después también, en segundo término, es conducido. Puesto que no era posible que, cuando todavía estaban en Egipto, experimentasen ser llevados a lo alto y ser conducidos todavía más en alto. Por esto primero son sacado de la tierra de Egipto y después conducidos en alto.

Un solo rebaño y un solo Pastor

2.4. Y no se debe pensar que esto le haya sucedido a aquel pueblo de entonces, pero que no ocurra siempre. Porque Dios saca a su pueblo de la tierra de Egipto, de todo el cosmos, como ovejas. Después conduce hacia lo alto al que conoce y recibe lo que se ha dicho, por medio de la conducta de vida que conduce hacia lo alto a través del conocimiento elevado de las cosas. Y, una vez que Dios nos ha sacado y conducido a lo alto, Él crea un rebaño, para que, como hay un solo pastor, las ovejas de Cristo se conviertan en un solo rebaño (cf. Jn 10,16)[4]. Y, hasta que nos reunamos, cuidemos el misterio del rebaño. Pero cuando descuidamos las reuniones, imitamos a las ovejas que saltan fuera y se separan del rebaño. Mira también cuán gran bien es ser un único rebaño para quienes creen y no se separan de la comunidad, según la costumbre de algunos, de forma que agrega: “Y los guio en la esperanza, y no se acobardaron” (Sal 77 [78],53).

Pueblo de Dios

2.5. Cuando son un rebaño no temen; cuando son ovejas, son conducidas por Dios. Cuando alguien, abandonando el rebaño, se dispersa, entonces los enemigos lo capturan, entonces los enemigos lo agarran, entonces las fieras, que tienden lazos, tienen poder sobre quienes se dispersan. Por eso, si alguien quiere separarse del rebaño con cualquier pretexto, nosotros reunámonos. “El hermano ayudado por un hermano es como una ciudad potente y elevada, y es fuerte como una ciudad amurallada” (Pr 18,19 LXX). Como las piedras de un edificio reunidas y firmes[5] constituyen una casa, pero si son dispersadas son piedras dispersas, del mismo modo nosotros, si estamos concordes y nos congregamos somos “casa de Dios, templo espiritual, sacerdocio santo, ofreciendo a Dios víctimas espirituales aceptables” (1 P 2,5). 


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 396-425 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 449-464 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] O: los guio sobre la esperanza, y no tuvieron temor.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, IX,3: «… No el chivo que deviene “la suerte del Señor”, sino aquel cuya suerte es ser enviado al desierto se dice que lleva sobre sí los pecados (cf. Lv 16,8-10), según aquello que está escrito: “Di a cambio de ti a Egipto, a Etiopía y a Soen, porque tú eres honorable a mis ojos” (Is 43,3-4). Por eso los pecados de los que hicieron penitencia y de los que abandonaron la maldad, los reciben sobre sus cabezas esos en los que cayó la suerte del que es enviado al desierto, los que se hicieron dignos de un tal ministerio o de una suerte semejante».

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XXVI,3: «El primer pueblo, el de la circuncisión, está representado por Rubén (cf. Gn 29,32), que era el primogénito; también por Gad (cf. Gn 30,10), asimismo primogénito, pero de Zelpha; y por Manasés (cf. Gn 41,51), primogénito igualmente. Cuando digo primogénito, lo afirmo según el orden temporal. Esto, por tanto, que se dice no me parece que sea para señalar una separación o una división, entre nosotros y aquellos justos que precedieron el advenimiento de Cristo, sino para mostrar que son nuestros hermanos, incluso aunque hayan vivido antes de la venida de Cristo. En efecto, si poseían un altar antes de la venida del Salvador, sabían y comprendían que no era el verdadero altar, sino la imagen y figura de ese futuro verdadero altar. Sabían que no se ofrecían sobre aquel altar, el que tenía el pueblo primogénito, las verdaderas víctimas, las que pueden quitar los pecados, sino que solo allí donde se encuentra Jesús se consumen sobre el altar las víctimas celestiales, los verdaderos sacrificios. No hay, por consiguiente, más que “un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16), (formado) por aquellos primeros justos y por quienes ahora son cristianos».

[5] Lit.: estando presentes.