OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (802)

Jesucristo multiplica los panes y los peces

para alimentar a la multitud

Hacia el año 1000

Evangeliario

Reichenau, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 77 (78)[1] 

Introducción

Como suele ser su costumbre, Orígenes inicia su homilía (§ 1.1) planteando de inmediato el beneficio que nos reporta la lectio divina, aunque en ocasiones nos cueste captarlo de inmediato:

«Pasamos de cuestiones a cuestiones, y de misterios a misterios. Cuando explicamos las primeras con esfuerzo y dificultad, a las difíciles suceden los más difíciles. Exigen menos la elocuencia del talento humano y más la inspiración de la gracia divina. Porque, sin duda, hay una exigencia para el oyente, por causa ciertamente de la sentencia del apóstol Pablo, que dice: “Toda Escritura inspirada divinamente inspirada útil para enseñar, para increpar, para formar en la justicia” (2 Tm 3,16). ¿Qué tiene en sí este pasaje de la Escritura que sin ninguna duda también nosotros lo declaramos inspirado por Dios? ¿Nos presenta una enseñanza, una exhortación, una instrucción, un hecho de justicia? ¿Para qué nos sirve leer lo que se ha leído en público?»[2].

Los dones que Dios concede a la humanidad siempre son admirables. Y esto es particularmente notable cuando regala su alimento celestial, Como fue el caso del maná en el desierto (§ 2.1).

Las nubes inferiores son los profetas que anuncian al pueblo de Israel que no recibirán más la lluvia. En cambio, las nubes superiores, los ángeles, alimentan con dones celestiales a quienes marchan hacia la tierra santa (§ 2.2).

El Alejandrino sostiene que los ángeles, ciertamente más sublimes y excelsos que los seres humanos, con todo, nos conceden participar de sus alimentos celestiales (§ 3.1).

Orígenes reivindica un sentido espiritual, para todas nuestras realidades corporales. Y en tal sentido habla de “el intestino” del alma. Mediante este recurso indica los límites de la receptividad espiritual del ser humano en relación con los ángeles (§ 3.2).

Texto 

La grandeza del alma humana y cuánto la cuida Dios

1. “Grande es el hombre y precioso un hombre misericordioso” (Pr 20,6 LXX): muchos son los signos y los símbolos que podemos encontrar de la grandeza del alma humana; pero quizás todavía más grandes -digo: los signos y los símbolos que se pueden encontrar en el hombre mismo-, que estos son las cosas que Dios ha hecho a causa del hombre. Porque Dios, realizando para el hombre una gran providencia, le abre el cielo y le da un alimento celestial (cf. Sal 77 [78],23-24). Lo toma de la mano haciéndose Él mismo luz para aquellos que están en camino y los conduce sobre una vía que la naturaleza humana de por sí no conoce. Ahora bien, “toda la Escritura [es] divinamente inspirada y provechosa” (2 Tm 3,16)[3], también los salmos que aquí se han leído, enseña a quien es capaz de comprenderla cuál sea la grandeza del alma humana y cuánto la cuida Dios[4].

Las nubes de lo alto 

2.1. Puesto que ahora nos proponemos explicar los textos que se han leído, si Dios lo concede, pues bien, consideremos qué grandes cosas Dios ha hecho para el hombre: “Él, en efecto, ordenó a las nubes de lo alto[5], abrió las puertas del cielo e hizo llover sobre ellos el maná para comer” (Sal 77 [78],23-24). Son nuevas estas nubes a las cuales Dios ordena que hagan llover el maná, son nuevas respecto a aquellas en Isaías, sobre las que está escrito: “Ordenaré a las nubes que no hagan llover la lluvia sobre él” (Is 5,6). Tal vez, como entre las nubes sensibles unas se encuentran más en alto y más alejadas, mientras que otras permanecen más abajo, así hay diferencias también entre las nubes espirituales que hacen llover la lluvia o sobre la viña o el maná sobre el pueblo de Dios. En otras palabras, las nubes que hacen llover el maná son aquellas que están más en lo alto, mientras aquellas que están más abajo, aunque más elevadas respecto de muchas, se encuentran por debajo de las que hacen llover el maná.

La lluvia que Dios manda 

2.2. Diremos entonces que las nubes inferiores son los profetas -a estas nubes [Dios] les ha ordenado ya no hacer llover más [la lluvia] sobre aquel pueblo (cf. Is 5,6). Por eso no hay profeta (Sal 73 [74],9), y ellos dicen: “No hemos visto los signos” (Sal 7 [74],9 LXX)-, mientras las más grandes y excelsas son los ángeles de Dios, las nubes más elevadas. Son ellos quienes sirven el pan celestial, entonces de manera simbólica, pero siempre verdadera. Porque para mí, y para cuantos son mejores que yo, los cielos se abren siempre y sus puertas se despliegan, y las nubes llevan la lluvia sobre aquellos que están en camino (cf. Sal 77 [78],23), aquellos que han salido de la tierra de Egipto y marchan hacia la tierra santa. 

“Pan de ángeles”

3.1. “Y les dio pan del cielo, pan de ángeles comió el hombre” (Sal 77 [78],24-25). Creo que estos pueden dar de comer a los hombres “el pan de los ángeles”, en cuanto ángeles, y hacer a la naturaleza humana partícipe del pan del que se alimentan en virtud de su sentido de comunión[6]. Puesto que, como aquellos que son más ricos hacen participar a los pobres de sus alimentos, así también los ángeles más sublimes y más grandes que nosotros los hombres, que somos pobres a causa del “cuerpo de mortificación” (Flp 3,21)[7], nos hacen partícipes de su mismo alimento. 

“El intestino”

3.2. Y las palabras de las cuales nos alimentamos, “el pan vivo que bajó del cielo” (Jn 6,51), nos han sido dadas ya por Dios, ya por los ángeles. Que este pan en ocasiones nos es dado por Dios, podemos comprenderlo por el Salvador mismo que dice: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo” (Jn 6,51), el pan, como Él afirma, que el Padre ha dado al mundo. Pero en ocasiones este pan es dado también por los ángeles, y ustedes pueden asimismo encontrar ángeles que hablan en los profetas (cfr. Jn 6,32)[8]. Todos estos nos hacen partícipes del pan de su abundancia a nosotros que recibimos solo lo mínimo. Porque no podemos hacer nuestra la condición angélica y acoger todas aquellas enseñanzas que los ángeles reciben; pero, si puedo expresarme así, el intestino de nuestra alma contiene pocas cosas y recibe aquellas pequeñas. También si nombras a Pablo o mencionas a Moisés, comen poco en relación al alimento de un ángel. Puesto que cada uno de estos era un hombre, incluso si uno era un hombre de Dios (cf. 1 Tm 6,11) y el otro era un hombre en Cristo (cf. 2 Co 12,2).


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 270-307 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 390-408 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] Orígenes, Homilías sobre el libro de los Jueces, V,1.

[3] La cita que Orígenes propone literalmente dice: “Toda Escritura [es] como (o: en cuanto) divinamente inspirada y provechosa”.

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XX,2: “… No nos desanimemos cuando escuchamos (textos de) las Escrituras que no comprendemos. Que en esto nos suceda según nuestra fe (cf. Mt 9,29), conforme a lo que realmente creemos, que toda Escritura divinamente inspirada es de utilidad (cf. 2 Tm 3,16). Pues, respecto de las Escrituras, de dos realidades es necesario quedarse con una: o bien aceptas decir que no son divinamente inspiradas porque no son de utilidad, y es lo que puede decir alguien que no tiene fe; o bien aceptas, como creyente, decir que, ya que son divinamente inspiradas, ellas son útiles. Sin embargo, hay que tener claro que ese beneficio a menudo llega sin que tengamos conciencia; al igual que con frecuencia, cuando se nos manda tomar un alimento para aclarar nuestra visión, por ejemplo, no es ciertamente al tomar el alimento que tenemos conciencia del beneficio que ello significa para nuestra vista. Pero al cabo de dos o tres días, la asimilación del alimento benéfico para nuestra vista, nos da, por experiencia, la convicción de que curamos nuestros ojos. Y podemos constatar la misma cosa a propósito de otros alimentos benéficos para diversas partes de nuestro cuerpo. En consecuencia, de la misma manera, debes creer que cuando se trata de la divina Escritura, tu alma saca un beneficio, aunque si tu intelecto no percibe el fruto de ese beneficio como viniendo de los textos en una simple lectura literal” (traducción del texto griego).

[5] O: “Y mandó nubes desde lo alto”.

[6] Lit.: por medio de [sentido] comunitario. Una versión menos literal sería: por su generosidad.

[7] Lit.: el cuerpo de la humillación.

[8] Cf. Hermas, El Pastor, Mandamiento XI,9: “… El ángel del espíritu profético que está con el hombre llena al hombre, y éste, siendo lleno del Espíritu Santo, habla a la multitud, según quiere el Señor…”.