OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (790)

El Santo Espíritu

Hacia 1475

Liturgia de las Horas

Loire, Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 76 (77)

Introducción

Orígenes asimila, en cierta forma, el relámpago en el trueno, y subraya que la luz del primero se manifiesta ante la mirada atónita de los seres humanos. Además, el Salvador comparó su parusía con el resplandor del relámpago (§ 4.1).

Satanás fue un relámpago; es decir, tuvo su hora de brillo. Pero ya no más, ha caído definitivamente, completamente vencido por Cristo. Por consiguiente, todo ser humano debe revisar y reconsiderar su conducta, volviendo a Dios de todo corazón y relativizando los éxitos y logros temporales (§ 4.2).

Orígenes parece deleitarse subrayando “los efectos sísmicos” de la Palabra de Dios. Esta experiencia, que cada uno de nosotros puede hacer en su propia vida, se traduce en la manifestación del Hijo de Dios en nuestra realidad humana (§ 5.1).

“Entre las muchas modulaciones de la designación evangélica del Señor, que Orígenes desarrolla en sus obras, hay que señalar, junto con la identificación del camino de la Palabra de Dios, tanto la presencia del Verbo en el santo, como el carácter indispensable del camino de las Escrituras en el mar del mundo para alcanzar la salvación”[1] (§ 5.2).

El recurso al capítulo catorce del Evangelio según san Juan, le permite a Orígenes ofrecer una lectura espiritual del texto del salmo que está comentando. En concreto, en el v. 20, encuentra apoyo para que lo que podría denominarse una teología bautismal. Es decir, la presencia del agua en los grandes momentos de la historia de salvación, que encuentra su punto culminante en la presencia del Justo -Cristo-, de quien manan los sacramentos de nuestra salvación (§ 5.3).

En la última parte de su predicación el Alejandrino pone de relieve los límites del conocimiento humano para hablar sobre el misterio de Dios y sobre la salvación que Él nos regala. Pero, al mismo tiempo, deja abierta la puerta a la posibilidad de profundizar nuestra fe mediante el recurso a la Sagrada Escritura (§ 5.4).

La conclusión resalta la grandeza de la revelación en Jesucristo. Él lleva a su plenitud la acción que Dios realizó por medio de Moisés y de Aarón. Pero ahora es el mismo Verbo encarnado quien nos conduce hacia la perfección (§ 5.5).

Texto

El relámpago

4.1. Así también “tus relámpagos se han manifestado al mundo” (Sal 76 [77],19). Los relámpagos poseen algo de admirable: sus rayos, que aparecen de improviso, se manifiestan al mundo de una forma tal que en la noche disipan la oscuridad. En efecto, no solamente el sol disipa las tinieblas, sino también el relámpago. Pero de nuevo debemos elevarnos con el discurso, no dudaré en expresarme sobre el relámpago según lo que he dicho sobre el trueno; como, conforme al paradigma de las ruedas, los bienaventurados y de fuerte voz apóstoles y maestros de la palabra evangélica reciben la voz del trueno, así también irradian relámpagos. Y la luz de ellos resplandece ante los hombres (cf. Mt 5,16), y es posible ver las lámparas de su pensamiento como asimismo las lámparas de sus obras. ¿Y qué tiene de sorprendente que esto suceda con los justos? El Salvador mismo se ha equiparado a un relámpago diciendo: “Como el relámpago sale fuera desde debajo del cielo[2] y resplandece bajo el cielo, así será la venida del Hijo del hombre” (Lc 17,24).

La pedagogía de Dios 

4.2. En un tiempo incluso el enemigo era un relámpago, al igual que en un tiempo era la estrella matutina. Y que él fuera una estrella matutina se manifiesta en las palabras: “¿Cómo ha caído del cielo la estrella de la mañana que surgía a la aurora?” (Is 14,12). Jesús mismo nos ha enseñado que el enemigo también es un relámpago diciendo: “He visto a Satanás caer del cielo como un relámpago” (Lc 10,18). Por consiguiente, ha caído el que en un tiempo era también un relámpago. Quien aprende esto, se dirigirá[3] a sí mismo, poniendo atenciòn para no caer del cielo, sino que, habiendo tomado posesión de aquellos lugares, para poder permanecer siempre en Dios merced a su conducta moderada[4], gracias a la alabanza de Dios y a la conciencia de siempre tener necesidad de Dios. Porque cuando se imagina que no tiene necesidad de Dios, en cualquier situación que se encuentre -si alguna vez es posible que algo así suceda-, Dios le mostrará que tiene necesidad de Dios y por la experiencia comprenderá que los bienes en los que pensaba hallarse no son tales para él, sino que lo son más bien en relación a Dios que le ha dado su ayuda.

El terremoto de nuestra tierra humana 

5.1. “Fue sacudida y tembló la tierra” (Sal 76 [77],19): la tierra fue sacudida, la tierra tembló. En efecto, “la tierra tembló”, no otra cosa fue sacudida, pero el trueno se encontró en la rueda. Cuando los relámpagos se manifiestan al mundo, la tierra se sacude y tiembla. Ahora bien, esto sucede también con la venida de nuestro Salvador. Pues a causa de su voz admirable y del relámpago de sus obras “fue sacudida y tembló la tierra”. Pero esto también sucede siempre: cada vez que un relámpago de verdad se manifiesta a partir de la luz inteligible y se produce un trueno por un discurso con fuerte voz, nuestra tierra se sacude; es decir, las realidades terrenas y corpóreas se mueven y llegan, en un cierto sentido, a una condición más divina, para que así, produciéndose un terremoto en la tierra de cada uno de nosotros, los miembros sean mortificados y llevando siempre en el cuerpo la mortificación de la cruz podamos entonces manifestar en el cuerpo la vida de Jesús (cf. 2 Co 4,10; Col 1,24).

“Buscar el camino” 

5.2. “Tu camino está en el mar” (Sal 76 [77],20). ¿Cuál es el camino de Dios que se encuentra en el mar? El camino de Dios en el mar es aquel que ha dicho: “Yo soy el camino” (Jn 14,6). El camino de Dios es la Palabra de Dios. Lo que es sorprendente es que antes se dijo que el camino está en el santo -“pues en el santo está tu camino” (Sal 76 [77],14)-, en tanto que aquí se dice que está en el mar. Y está en el santo, pero también en el mar. Si tú eres santo, Cristo está en ti, el camino está en ti. Y puesto que, como dice Juan, “Él estaba en el mundo” (Jn 1,10), que es “el mar grande y espacioso” (Sal 103 [104],25), donde están “los animales pequeños y grandes” (Sal 103 [104],25), donde está el dragón que has creado para burlarte de él” (Sal 103 [104],26), en este mar hay un camino: el Hijo de Dios. Si no estuviera el camino de Dios en el mar, recorriéndolo sin la Palabra de Dios, que es el camino verdadero, no podrías caminar en él y salvarte. Ni siquiera Pedro realizando un misterio propio de quienes caminan sobre las olas del mar, del que hablamos antes, habría logrado caminar avanzando sobre las aguas. Porque hay un camino en el mar y Cristo era un camino en el mar, por esto Él se hizo también una piedra para el camino que está en el mar. Por tanto, “tu camino está en el mar” (Sal 76 [77],20); en consecuencia, es bienaventurado para quien todavía está en el mar buscar el camino.

“Las grandes aguas”

5.3. “Y tus senderos en las grandes aguas[5]” (Sal 76 [77],20), aunque si diluviaran grandes aguas los senderos del culto de Dios no se trastornarían. Porque mucha agua no podrá “apagar el amor y los ríos no lo anegarán” (Ct 8,7). Si quieres mostraremos ambas realidades de una forma más inefable, sea (en las palabras): “tu camino está en el mar” (Sal 76 [77],20a); sea: “tus senderos en las grandes aguas” (Sal 76 [77],20b). Ante todo, sirvámonos como ejemplo de la historia del Mar Rojo, cuando se abrió un camino en el mar para el pueblo de Dios. Escucha también, en efecto, estas palabras: “Porque diste un camino en el mar y un sendero entre las olas” (Sb 14,3). En segundo lugar, veamos de qué forma asimismo el río Jordán fue atravesado por el pueblo por medio de Jesús (cf. Jos 3,14-17). Pero incluso fue atravesado por Elías y Eliseo (cf. 2 R 2,8). Pues “los senderos de Dios también están en las grandes aguas” (Sal 76 [77],20). Sin embargo, si quieres comprender diversamente de qué modo los senderos de Dios están en las grandes aguas, mira al justo, de cuyo seno manan ríos “de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4,14), y verás en aquellas grandes aguas, en la fuente y en el río un sendero divino de salvación.

“Las huellas de Dios”

5.4. Incluso teniendo, por así decir, un sendero en las palabras que se han pronunciado -pues sus senderos están en las grandes aguas (Sal 76 [77],20)-, pero a todo esto añade: “Tus huellas, dice, no serán conocidas[6]” (Sal 76 [77],20). Pienso que el Apóstol tomó de aquí las palabras: “¡Qué inescrutables son tus juicios e insondables tus caminos!” (Rm 11,33). A pesar de que el hombre quiera llegar a encontrar las huellas de Dios para comprenderlas, no podrá escrutarlas todas. Por ejemplo, ¿cuál es la voluntad de Dios para el eón sin fin, o cuál ha sido su propósito a partir del eón sin fin? En efecto, la cabeza, es decir, el principio de los designios de Dios, está oculto por los serafines, como también los pies que son el fin de las realidades futuras (cf. Is 6,2). Porque Él ha dado un anuncio: “Digan cuales son las cosas, afirma [el profeta], primeras y reconoceremos que son dioses; anuncien las realidades últimas y sabremos de dónde vienen” (Is 41,22-23 LXX). Por tanto, nosotros no conocemos ni cuándo [sucederán] las cosas últimas ni cuándo fueron las primeras, pero siendo impacientes queremos escrutar lo que es inescrutable y queremos comprender las cosas antiguas como deseamos entender las últimas. Pero yo sé solo esto: siendo hombre tengo esperanza en una vida bienaventurada, como los justos que me han precedido, y sé que es posible aprenderlo de las Sagradas Escrituras. Y, sin embargo, las huellas de Dios no serán conocidas. Y si las huellas de Dios no son conocidas, con todo, Dios muestra sus caminos, aunque no se conozcan sus huellas, y Él mismo guía a sus santos por medio de las huellas que no son conocidas, según lo que está escrito: “Tú has guiado como ovejas a tu pueblo por la mano de Moisés y de Aarón” (Sal 76 [77],21).

La superioridad del misterio revelado por el Verbo

5.5. Por tanto, en otro tiempo Él ha guiado a su pueblo como ovejas, sin tener huellas, sobre un camino nunca transitado, al punto de decir: “Has atravesado aquel gran desierto, el desierto inmenso y terrible” (Dt 2,7). Pero ahora Dios no nos guía a través de Moisés ni por medio de Aarón, sino mediante un camino mejor que aquel que recorrió el pueblo entonces. Porque nuestro Señor es mejor que Moisés y más excelente también que Aarón, en cuanto que es mejor el hijo respecto del servidor, como que es mejor el verdadero sumo sacerdote en relación al sumo sacerdote en figura. Por consiguiente, si también nosotros, que estamos en camino hacia Dios, queremos de alguna forma comprender sus caminos y caminar hacia Él, invoquemos al Dios del universo para que nos mande su Verbo santo que nos guiará hasta la perfección en Él, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


[1] Origene, p. 159, nota 15.

[2] Literalmente el texto griego del evangelio dice: “relampaguea desde debajo del cielo (es decir, desde el horizonte) [y] brilla hasta sobre (o: debajo del) el cielo”. En la Biblia de Jerusalén leemos: “Como un relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día” (Evangelio de Lucas. Comentarios a la nueva Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée De Brouwer, 2012, p. 421).

[3] Lit.: se convertirá, o: se hará.

[4] Con el sentido de temperante, medida, ajustada (cf. Origene, p. 157, que traduce: “conducta temperante”).

[5] Lit.: en las muchas aguas; otra versión: “en las aguas caudalosas”.

[6] O: “tus huellas no se conocerán”.