OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (777)

Jesús cura a la suegra de Pedro

1262

Evangeliario

Hromkla (u Hromgla), Armenia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía I

Introducción

El cristiano no debe distraerse ni perder el tiempo en vanas conversaciones. Por el contrario, necesita estar preparado, muy atento, en permanente vigilia, a fin de evitar los ataques del Maligno, que siempre está buscando nuestros puntos débiles, desguarnecidos (§ 7).

Saber callar frente a las palabras ofensivas o a los insultos que se nos dirigen es muy difícil. Orígenes propone la conducta del silencio como un medio seguro para una auténtica imitación del ejemplo que nos legó Cristo Jesús (§ 8.1).

La búsqueda del camino de la paz interior, de la pacificación de todo nuestro ser, es uno de los temas mayores de la teología espiritual desarrollada por Orígenes, que tendrá una notable repercusión en los Padres de la Iglesia y en el monacato cristianos de los siglos IV al VI (§ 8.2).

La reflexión desde la fe y en la fe, la elevación del pensamiento desde las realidades temporales a las eternas es no solamente una posibilidad, sino también una necesidad del ser humano (§ 9.1).

Para el seguidor de Cristo la novedad de vida se traduce en la experiencia de la trascendencia. Se trata de pasar de la cotidianeidad a la eternidad (§ 9.2).

Texto

Estar siempre atentos

7. “He hablado y mi espíritu se ha abatido” (Sal 76 [77],4)[1]. Todo lo que dice el hombre, incluso si él es justo y beato en su vida, es conversación en comparación con lo que dirá en el mundo futuro. Por eso, “también Isaac fue al campo para conversar” (Gn 24,63); pero cuando venga lo que es perfecto, lo que es parcial será abolido” (1 Co 13,10), y también la conversación será abolida. Por consiguiente, el profeta define “parloteo” toda conversación que se da en la tierra sobre las realidades divinas, según lo que ha dicho: “He hablado y mi espíritu se ha abatido” (Sal 76 [77],4). [Es decir], como reflexionando en las aflicciones que sobrevienen con los castigos, me he abatido y he considerado estas realidades, pero agregará estas palabras: “Mis ojos han anticipado las vigilias” (Sal 76 [77],5). Tenemos otros ojos diversos de estos [corpóreos], que son iluminados por el mandato del Señor: “El precepto del Señor, en efecto, [es] claro, luz de los ojos” (Sal 18 [19],9). Aquellos ojos observan las vigilias, casi anticipando a los guardines de la vigilia. Comprenderás lo que digo con un ejemplo: en las ciudades que están en guerra o que esperan una guerra se establecen centinelas y se los dispone en torno a las murallas; por ejemplo, diez para proteger un determinado puesto para que los enemigos no lo ataquen; pero también el comandante pasa revista a los guardias, anticipa las guardias e inspecciona todo. Esfuérzate por comprender algo semejante para los ojos del justo que aprende las palabras de la Escritura: “Con todo cuidado protege tu corazón” (Pr 4,23). Pues muchos son los centinelas y las ciudades que son insidiadas por el enemigo y el hombre debe custodiarse a sí mismo con sus propios ojos. Y él, anticipando todas las guardias con su propia mente, observa y hace previsiones, para que los enemigos no lo ataquen de alguna forma si observan un lugar desguarnecido.

Guardar silencio cuando nos ofenden

8.1. Por tanto, conforme a esto dice: “Mis ojos han anticipado las vigilias. Me he turbado y no he hablado” (Sal 76 [77],5). Con sentimientos sabios confiesa también que le ha sucedido personalmente diciendo: “Mi mente ha llegado hasta la turbación, pero no he sido vencido al extremo de proferir palabras de turbación”. Comprenderás las palabras: “Me he turbado y no he hablado” gracias a este ejemplo: con frecuencia soy provocado por alguien que habla mal de mí o me insulta abiertamente, haciendo de todo para que yo también le diga las mismas cosas que él dice. Y como hombre ciertamente me molesto y, puesto que he sido ofendido, quiero replicar al que me ha injuriado por medio de palabras semejantes. Pero después, dándome cuenta con la razón que un creyente no debe hacer eso, mi mente llega solo hasta la perturbación, pero sin hablar. Por consiguiente, si estando turbado, logro no ser vencido por la perturbación y callar, también yo podré decir: “Me he turbado y no he hablado” (Sal 76 [77],5). Feliz, por tanto, quien no habla, aunque esté turbado.

Cuidado con las palabras movidas por la ira 

8.2. ¿Estás perturbado por la ira? Cuida no decir una palabra de furor, sino que, como el auriga, retén tu palabra que quisiera escaparse de entre tus dientes. ¿Estás turbado por el discurso de alguien? Cuida no decir una palabra airada, sino que, como una persona recta y buena -como dije precedentemente-, ten las riendas de tu voz para también tú digas: “Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz a Dios y Él se volvió hacia mí” (Sal 76 [77],2). ¿Estás turbado por la tristeza? Cuida de no proferir una palabra de tristeza. Pues a menudo algunos, impulsados por la tristeza, han maldecido a la divinidad y han criticado la providencia. Pero tú, en cuanto [eres] imperfecto, y todavía estás progresando, di: “Me he turbado y no he hablado” (Sal 76 [77],5). Porque si has padecido con intensidad la turbación te ejercitarás a no decir las palabras que proceden de la perturbación, ya no serás turbado, sino que tendrás paz según el dicho: “La paz de Dios que sobrepasa a todo entendimiento custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4,7).

Desde “los días antiguos” a “los años eternos”

9.1. “He considerado los días antiguos y años eternos he recordado y he reflexionado” (Sal 76 [77],6)[2]. Quien desea sacar provecho para sí considera también “los días antiguos”, comenzando por Adán: ¿qué le sucedió a Adán? ¿Qué le ocurrió a Caín? ¿Qué pasó con Enoc? ¿Qué le acaeció a Noé? Y, por así decir, reflexionando en todos los días a partir del comienzo, indaga el sentido de las cosas que se han escrito sucedieron en los primeros días y dice: “He considerado los días antiguos”. Entonces, después de haber considerado los días antiguos, se eleva hasta las realidades que están más elevadas que los días antiguos: “los años eternos”. Pero, si es necesario expresarse así, puesto que “las realidades visibles son temporales” (2 Co 4,18), y los años de las realidades temporales son también ellos temporales, hay otros años eternos anteriores al mundo y, tal vez, posteriores al mundo. A tales años se refiere la “Ley que contiene la sombra de los bienes futuros” (Hb 10,1), enseñando lo que es necesario hacer el séptimo año (cf. Ex 23,11; Lv 25,2-7; Dt 15,1), qué el quincuagésimo (cf. Lv 25,10-12). En efecto, quien ha comprendido la Ley en tanto que es espiritual (cf. Rm 7,14), refiere esto a los años eternos. En consecuencia, el justo se eleva del considerar los días antiguos a los años eternos.

Elevarnos hacia la luz eterna

9.2. Estos años eternos están constituidos por días eternos, sobre los que está escrito en el Deuteronomio: “Acuérdate de los días del eón, comprendan los años de la generación de las generaciones” (Dt 32,7 LXX). Y oramos para elevarnos de estos días, de estos meses, de estos años a “los días del eón” y hasta “los años eternos”; y, si debo hablar con audacia, puesto que existen también los novilunios espirituales, [elevarnos] asimismo hasta los meses eternos en los que procedemos no caracterizados bajo este sol. Pues “será para ti el Señor la luz eterna y Dios tu gloria” (Is 60,19).

 


[1] “He meditado, y se ha hecho pusilánime mi espíritu”, según la versión castellana de La Biblia griega Septuaginta. Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores], Salamanca, Eds. Sígueme, 2013, p. 112 [Biblioteca de Estudios Bíblicos, 127]). Muy oportunamente Perrone aclara que el término adolescheia, al igual que el verbo adolescheo, puede tener siginficado negativo (parloteo, charla) o positivo (conversación, meditación). En tanto que en el salterio suele tener el significado de meditar, y también de lamentarse o estar inquieto (Origene, p. 73, nota 22).

[2] Sigo la versión de La Biblia griega…, p. 112.