OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (761)

La parábola de la fiesta de bodas del rey

Hacia 1327-1335

Biblia

Londres (?)

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 73 (74)

Introducción

Para celebrar dignamente, como corresponde, la fiesta de los ácimos cristianos, es decir, la Pascua, es imprescindible despojarse de toda malicia, de toda maldad, y abrazar la verdad y la sinceridad (§ 3.1).

El cristiano no puede vivir a su fe “a medias”, mezclándola con otras creencias, tampoco con el judaísmo. “Orígenes manifiesta en más de una oportunidad su preocupación por los cristianos judaizantes, que en la comunidad de Cesarea seguían practicando los usos de las fiestas hebreas, criticando particularmente a las mujeres”[1] (§ 3.2).

Las realidades sensibles que caracterizan la religiosidad del pueblo judío, son ampliamente superadas por los signos sensibles, pero sobre todo espirituales, que se realizan por la invocación del poder del nombre de Jesús (§ 3.3).

Los gnósticos (Orígenes menciona en concreto a los marcionitas), al no reconocer a un Dios creador, reniegan asimismo de los profetas. De la misma manera, si un cristiano no acepta el mensaje de los profetas se aparta del Espíritu Santo, fuente de vida y santidad (§ 3.4).

El reconocimiento de nuestra filiación se hace patente en nuestras palabras y en nuestras acciones. Confesar la verdadera justicia es sinónimo de nuestra fe en Jesucristo, que es el único Justo (§ 3.5).

En su explicación de la continuación del salmo, Orígenes exhorta a sus oyentes a la conversión y el arrepentimiento. Solo así será posible conocer, en espíritu y en verdad, a Cristo, y gozar de su presencia salvadora en nuestras vidas (§ 4.1).

La salvación de Dios se realiza ya en esta tierra, mientras todavía vivimos corporalmente. Y quien acepta esta verdad es feliz, es bienaventurado, porque ya no está sometido al imperio del pecado (§ 4.2).

Una sencilla, pero profunda reflexión nos ofrece la meditación del Alejandrino sobre el versículo trece del salmo: no se puede estar en la vida presente sin experimentar que nos hallamos como en medio del mar (§ 5.1). 

En nuestra vida espiritual hay que permitirle a la razón que nos gobierne. Por tanto, es imprescindible aprender el arte de los buenos y sabios timoneles de las naves, para así poder arribar al puerto de Dios (§ 5.2).

Texto 

Los ácimos cristianos

3.1. Mira, no suceda que la parentela del Maligno diga sobre ti: “Vamos y hagamos cesar todas las fiestas de Dios sobre la tierra” (Sal 73 [74],8). Pues tú también has sido llamado a las fiestas santas, según está escrito: “Así que celebremos la fiesta no con levadura vieja, ni con levadura de malicia y maldad, sino con los ácimos de sinceridad y verdad” (1 Co 5,8). Si conoces todas las fiestas y los ácimos, mira, no sea que tú también seas acechado por lo enemigos que hacen cesar las fiestas de Dios para ti. ¿Cuándo cesan para ti las fiestas de Dios? Si no tienes “los ácimos de sinceridad y verdad” -cuando, en efecto, en una suposición, si no hay grano ni fermento, tampoco hay materia para los ácimos-, entonces, si realmente tus ácimos, por así decirlo, fermentan fuera de la verdad y la sinceridad, y de este modo se amasan, si han perdido la verdad y han asumido el engaño, mientras la parentela del Maligno dice: “Vamos y hagamos cesar todas las fiestas de Dios sobre la tierra” (Sal 73 [74],8), por lo que a ti respecta, has hecho cesar[2] las fiestas de Dios. Puesto que nadie teniendo malicia puede festejar la fiesta de los ácimos, de los ácimos cristianos.

El verdadero festejo

3.2. Los que, después [de haber abrazado] el cristianismo y sus enseñanzas divinas, debiendo festejar con “los ácimos de sinceridad y verdad”, quieren festejar con los ácimos de grano y los ácimos de la realidad sensible -que Cristo ha eliminado dando cumplimento a la Ley mediante las realidades espirituales-, mientras claramente se apartan de la gracia de Dios, tampoco festejan ni la una ni la otra. Pues la que ya no es más una fiesta, no puede ser una fiesta cuando en ella no está Cristo, ni el Espíritu Santo. Les ruego, si hay algunas “mujeres débiles, cargadas de pecados, llevadas por diversas concupiscencias” (2 Tm 3,6), que quieren caminar sobre ambos pies, esto es, practicando el judaísmo y el cristianismo, conviértanse y hagan penitencia. Hazte judía o cristiana. Les diré a ustedes las palabras del profeta Elías: “¿Hasta cuándo cojearán con los dos pies?” (1 R 18,21)[3].

Signos espirituales

3.3. Pero también el pueblo de los cristianos tiene enseñas, derribando a los demonios sencillamente expulsados por medio de la oración, no con amuletos y pócimas, no con encantamientos memorizados, no con dichos de Salomón, como si el nombre de Jesús no tuviese ningún poder, sino evangélicamente, y éste es un signo menos visible. Cada día se producen signos entre los cristianos: “Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos son limpiados y los pobres son evangelizados” (Mt 11,5). En efecto, ¿qué signo no se realiza ahora y sucede ahora mejor que cuando ocurría en relación con las realidades sensibles? Porque, ¿prefiero que recobre la vista el ojo del alma o el ojo del cuerpo? Por consiguiente, si también tú pecas, dirás no corporalmente, como los judíos, sino respecto de los signos espirituales: “No vimos nuestras enseñas[4]” (Sal 73 [74]9).

Profetas y profecías

3.4. Y cuando eliminas a los profetas, o acoges su palabra, pero no la comprendes como es conveniente, para ti “no es profeta” (cf. Sal 73 [74],9). Porque es un profeta para quien escucha las palabras proféticas como quiere el Espíritu Santo. Y puesto que los marcionitas cuando leen los profetas no tienen profetas -pues no tienen el Dios creador que nos ha dado las profecías-, así también tú, si hablas mal de los profetas, porque el Apóstol dice: “No apaguen las profecías, no desprecien las profecías” (1 Ts 5,19-20), entonces dirás: “Ya no hay profeta, y ya no nos conocerá” (Sal 73 [74],9)[5].

Hijas e hijos de Dios

3.5. Cuando, en efecto, haces cosas indignas, Dios, que conoce a los suyos, no te conoce y no te presta atención, y también tú dirás: “Ya no nos conocerá” (Sal 73 [74],9). Porque el Señor no conoce a todos, sino solo a los que son suyos (cf. Nm 16,5). ¿Cómo se manifiesta quién no es de Dios y quién es de Dios? “Toda el que sigue haciendo el pecado, no es de Dios, sino del diablo” (cf. 1 Jn 3,8)[6]. Y todo el que confiesa la justicia, es decir, Cristo, con palabras u obras, nace de Dios. Por tanto, Dios conoce a los que son suyos y estos claramente son en verdad de Dios.

La presencia de Cristo en la vida del creyente

4.1. Después de estas cosas veamos qué dicen en la oración los que habían sido abandonados: “¿Hasta cuándo, oh Dios, nos va a injuriar el enemigo, el adversario provocará[7] por siempre tu nombre?” (Sal 73 [74],10). El enemigo invisible insulta siempre también él. Y nosotros les decimos a los pecadores -si nos convertimos y estamos dispuestos a arrepentirnos, y quiera el cielo que ellos también-: “¿Hasta cuándo, oh Dios, nos va a injuriar el enemigo? ¿El adversario provocará por siempre tu nombre? ¿Por qué apartas tu mano y tu diestra del medio de tu seno para siempre?” (Sal 73 [74],10-11). Cuando Dios cuida[8], su mano saca de su seno cosas buenas -esto dicho de manera simbólica-, y nos las da de su seno; pero cuando no cuida, no nos da de su seno ni siquiera a Cristo. “Porque el Dios unigénito, el que está en el seno del Padre, Él lo dio a conocer” (Jn 1,18). Por consiguiente, si no conoces a Cristo y percibes que estás vacío de Él, pero lleno de pecados, también tú di: ¿Por qué apartas tu mano y tu diestra del medio de tu seno para siempre?” (Sal 73 [74],11).

“En medio de la tierra”

4.2. “Pero nuestro Dios es nuestro rey anterior al tiempo, y ha obrado la salvación en medio de la tierra” (Sal 73 [74],12). Feliz quien pueda decir esto con verdad, porque ya no está bajo el reino del pecado, que reina en nuestro cuerpo mortal (cf. Rm 6,12), sino bajo el reino de Dios, que solo [Él] ordena y gobierna, guiando su alma. Es entonces que nuestro Dios es nuestro rey. Este Dios nuestro, nuestro rey, ha obrado la salvación en medio de la tierra (cf. Sal 73 [74],12), es decir, en nuestra alma. Y está en medio de la tierra, sin suponer que haya un sitio particular de la tierra para Dios que realiza la salvación, sino cuando Él actúa la salvación de las almas. Sobre esta salvación los profetas han buscado, han buscado y han indagado. Por tanto, si Dios obra la salvación, no la realiza fuera de la tierra, sino en medio de la tierra. Y esta, en efecto, es la paradoja: que mientras estamos sobre la tierra y en el cuerpo, tenemos a Dios que obra la salvación en medio de la tierra.

El mar de esta vida

5.1. “Tú has consolidado el mar con tu poder” (Sal 73 [74],13). Según la interpretación más simple el Creador de todas las cosas ha consolidado este mar y ha dado a este mar especialmente una gran fuerza: “Hasta aquí irás, y en ti mismo romperán tus olas” (Jb 38,11). Según la interpretación espiritual el mar, la vida de los hombres llenas de muchas olas -cómo mostrará el enunciado que sigue, esto se adapta mejor-, ha sido consolidado por Dios. Y el mar es un adversario poderoso del género de los hombres, y es imposible que quien en esta vida no se encuentre como en el mar.

El timón de la razón

5.2. El buen timonel lucha contra los vientos contrarios y resiste a las olas que sobrevienen, y no abandona la nave, sino que también en la tempestad cumple su propio trabajo, ocupándose, al mismo tiempo, de orar a Dios. De la misma forma, quien se aplica al gobierno de sí mismo, según nuestra razón, quien tiene en sí mismo el timonel de la razón, se aplica y experimenta todos los vientos, sea los vientos corporales, sea alguna vez los de fuera del cuerpo, sostiene su propio timón y mueve la mano para no ceder a ninguno, sino más bien para resistir en las tempestades de la vida, y aparecer sereno y en paz, pudiendo gobernarse a sí mismo en los imprevistos. Pero también en la tormenta y en la lucha, ¿por qué los santos que están entre nosotros son bienaventurados? Porque han llegado a ser buenos timoneles en las tempestades, más abundantemente en duros trabajos, más abundantemente en azotes, en cárceles excesivamente, a menudo han recibido de parte de los judíos, cuarenta azotes menos uno, cuando tres veces fueron azotados con varas, cuando fueron apedreados, cuando naufragaron, cuando sufrieron peligros en despoblado (cf. 2 Co 11,23-26). ¿Ves qué razón poseyeron como timoneles? Gracias a ella, cualesquiera fueran las tempestades que les sucedieran, no naufragaron, sino que en todo mantuvieron rectamente la navegación, han razonado bien hasta el puerto de la voluntad de Dios. Esto respecto de: “Tú has consolidado el mar con tu poder” (Sal 73 [74],13).   


[1] Origene, p. 474, nota 5.

[2] Orígenes lee katapauso (katapauo: cesar) en vez de katakaio (quemar).

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, VII,4: «La primera Pascua es del primer pueblo; la segunda Pascua es nuestra. Nosotros hemos sido “impuros en el alma” (cf. Nm 9,10), (nosotros) que “adorábamos al leño y a la piedra” (cf. Ez 20,32), y “no conociendo a Dios, servíamos a aquellos que por naturaleza no eran dioses” (Ga 4,8). Nosotros éramos también los que viajábamos lejos, sobre quienes dice el Apóstol que fuimos “huéspedes y extraños a las alianzas de Dios, sin tener esperanza, y sin Dios en este mundo” (cf. Ef 2,12). Sin embargo, no se da el maná del cielo en aquel día en que se celebra la primera Pascua, sino en aquel día en que (se celebra) la segunda. Puesto que “el pan que baja del cielo” (cf. Jn 6,51) no viene a aquellos que celebraban la primera solemnidad, sino a nosotros que recibimos la segunda. “Porque nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado” (1 Co 5,7), (Él) que, para nosotros, (es) el verdadero “pan que baja del cielo” (cf. Jn 6,51)».

[4] O: signos (semeiasemeion: signo, señal, estandarte).

[5] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, XV,3: «Puesto que el fuego divino puede apagarse algunas veces incluso en los santos y en los fieles, escucha al apóstol Pablo enseñando a esos que merecían recibir los dones del Espíritu y la gracia, y dice: “No apaguen el Espíritu” (1 Ts 5,19)».

[6] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XXII,2. 4: «Por el “espíritu de adopción de hijos” hemos aprendido por la primera Carta de san Juan referente a los nacidos de Dios que “todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios” (1 Jn 3,9)… Son, pues, los santos imagen de la Imagen (1 Co 11,7), porque el Hijo es la Imagen (Col 1,15). Manifiestan la filiación al haberse configurado con el cuerpo glorioso de Cristo (Flp 3,21) y asimismo con aquel que está en el cuerpo. Se configuran con quien ya es cuerpo glorioso cuando se transforman por la renovación del alma (Rm 12,2). Si estos, entonces, con el pueblo, en todo dicen: “Padre nuestro que estás en el cielo”, es evidente que “quien comete pecado”, como se dice en la primera Carta de san Juan, “es del diablo, porque el diablo desde el principio peca”. Como la “semilla” de Dios permanece en el “nacido de Dios” (1 Jn 3,9), hay razón por la cual no puede pecar el que está configurado con el Verbo unigénito. Pero en todo el que comete pecado está presente la “semilla del diablo”». Y también, Homilías sobre Jeremías, IX,4: «El diablo era nuestro padre antes de que Dios llegase a ser nuestro Padre -si es que el diablo no sigue siendo nuestro padre-. Mostraremos esto a partir de la epístola católica de Juan, donde está escrito: “Todo el que comete pecado ha nacido del diablo” (1 Jn 3,8). Si todo el que comete pecado ha nacido del diablo, nosotros hubiéramos nacido del diablo tantas veces cuantas pecamos. Desgraciado, por tanto, el que nace incesantemente del diablo, y a la inversa, dichoso el engendrado sin cesar por Dios…».

[7] O: exacerbará, irritará (paroxuno).

[8] El verbo episkopeo puede también traducirse por: inspeccionar, vigilar, tener cuidado.