OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (755)

Cristo con un estandarte en el que se ven la cruz y una serpiente

(cf. Nm 21,4-9; Jn 3,14-15)

Hacia 1270-1338

Prato, Italia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)

Introducción

En una segunda explicación sobre el sentido del vocablo “occidente”, Orígenes subraya que, en realidad, cuando el Señor sube hacia el ocaso de alguna forma “obra contra su naturaleza misma”, es decir su naturaleza divina (§ 6.1). 

En el decurso de la explicación sobre el significado del vocablo “occidente”, Orígenes nos ofrece una reflexión, de no muy fácil acceso. En ella contrapone: sol de justicia a sol de injusticia. Y señala que este último es el que campea en los discursos heréticos (§ 6.2).

Tarea necesaria y de primerísima importancia: que se pongan, que desaparezcan, que tramonten[1], todos los vicios, las conductas impropias, que se oponen a que el Señor venga a pasearse en nosotros (§ 7.1).

Se pregunta Orígenes sobre el significado de las palabras del salmo: “Padre de los huérfanos y juez de las viudas” (Sal 67 [68],6), y cómo esta frase aplica a Dios. Dedicará a este tema un amplio espacio en su predicación; señalando ya desde el inicio que no se trata de aquellos huérfanos que viven inicuamente ni de las viudas indignas (§ 7.2).

Vencemos y aplastamos a Satanás cuando evitamos el pecado. Pero bien sabemos que esto es imposible que lo obtengamos nosotros con nuestras propias fuerzas. Necesitamos en todo momento la ayuda del Vencedor del diablo: Jesucristo (§ 7.3).

El Señor nos ha concedido poder pisar al Adversario, el diablo. Pero para que esto sea una realidad en nuestra vida cristiana es necesario abandonar la condición de injusticia, de pecado, y devenir huérfanos del diablo, por medio del bautismo (§ 7.4).

Para comprender la argumentación que propone Orígenes a continuación (§ 7.5), es conveniente recurrir a otro texto suyo:

«¿No será que nuestros padres son de dos tipos y que en nosotros hay, por una parte, una especie malvada de padres, porque antes de creer éramos, por así decir, hijos del diablo, como muestra la palabra evangélica cuando dice: Ustedes tienen por padre al diablo (Jn 8,44)?; pero cuando hemos creído, hemos llegado hijos de Dios (Rm 8,14). Por tanto, cada vez que pecamos, nos volvemos a las iniquidades no simplemente de nuestros padres, sino de nuestros primeros padres. Y para demostrar que son de dos tipos, me serviré de las palabras del salmo cuarenta y cuatro: Escucha, hija, mira y presta oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre (Sal 44 [45],11). Un padre dice: “Olvida la casa de tu padre”, pues en cuanto padre dice: “Escucha, hija”. Luego nuestros padres son de dos tipos… Desgraciado, por tanto, el que nace incesantemente del diablo, y a la inversa, dichoso el engendrado sin cesar por Dios. En efecto, yo no diré que el justo ha sido engendrado de una vez por Dios, sino que es sin cesar en cada obra buena, porque en ella Dios engendra al justo»[2].

Se nos propone, por tanto, entender en sentido místico o espiritual el texto evangélico de Mt 8,21-22, y comprender que para seguir verdaderamente a Jesús debemos morir al Maligno, quedar huérfanos de esta paternidad[3].

Para abandonar de manera definitiva nuestra relación con el diablo, debemos imitar el ejemplo de Abraham. Ya que él, que un tiempo estuvo bajo su paternidad, la abandonó por completo al escuchar el oráculo del Señor y obedecer su mandato (§ 7.6).

Para alegrarnos en la presencia de Dios y experimentar su paternidad, es imprescindible dejar al antiguo padre, es decir, el diablo. Así, huérfanos de éste, seremos recibidos por el Señor (§ 7.7). 

Mediante el hábil recurso a un neologismo griego: antinymphos, el “antiesposo”, Orígenes pone de relieve la peculiar relación que se da entre Jesucristo y el cristiano: el alma se une a Cristo y queda viuda del Maligno; y el Señor la toma bajo su cuidado (§ 7.8).

Dios no está en modo alguno circunscrito a las categorías espacio-temporales. Sin embargo, Él quiere habitar en nosotros, pasearse en nosotros. Por esto tendremos que evitar que el diablo encuentre espacio en nuestra vida (§ 8.1). 

«Dios, cuando quiere se circunscribe, es decir, hace partícipe de sí mismo a quien participa de su santidad, a través de la mediación de Cristo y de los dones del Espíritu Santo. Se comprende así como “el lugar santo” por excelencia sea el Hijo, que refleja en Él la presencia del Padre a través de los diversos “aspectos” (epinoiai) que lo caracterizan[4]» (§ 8.2).

Notable el final de la presente homilía. Orígenes nos ofrece una lectio divina sobre el sentido profundo, casi se podría decir místico, del término monótropos. Este vocablo, que terminará siendo sinónimo de solitario-monje, se nos presenta como fundamento de la vida espiritual del cristiano. Se trata de ser imitadores de Dios, viviendo de un solo modo y evitando las mutaciones a que nos impele nuestra condición de pecadores. Nuestra tarea, por ende, es buscar, por medio de una existencia coherente, la unificación de nuestro ser como hijas e hijos de Dios (§ 8.3). 

La conclusión nos regala una ayuda valiosa para poder llevar a la práctica lo expresado en el párrafo precedente. ¿Cómo podemos reunificarnos, encontrar nuestra unificación interior? Imitando a Cristo. Solo puedo llegar a ser de un solo modo si lo imito a Él y habito en la casa de Dios con quienes también son de un solo modo en Cristo Jesús (§ 8.4).

Texto

Nueva explicación sobre el occidente

6.1. Además, diremos también otra explicación sobre el occidente. Al inicio, preparando tú el camino para Dios, Dios sube sobre ti, que todavía no has alcanzado la perfección, que todavía no has llegado a oriente, que todavía no eres noblemente portador de la imagen del [hombre] celestial (cf. 1 Co 15,49), Él sube sobre ti que todavía estás en occidente. Pero no pienses que Dios, una vez que ha subido hacia occidente, permanezca siempre sobre occidente. Puesto que en este mismo salmo está escrito al inicio[5]: “Canten a Dios, salmodien a su nombre, preparen el camino para el que ha subido hacia occidente, su nombre es Señor” (Sal 67 [68],5), pero al final del mismo salmo [se dice]: “Reinos de la tierra canten a Dios, salmodien al Señor, que ha subido sobre el cielo del cielo por oriente” (Sal 67 [68],33-34). Verdaderamente, entonces, por naturaleza, Él “ha subido sobre el cielo del cielo por oriente” (Sal 67 [68],34); en cambio, si es necesario hablar con audacia, en el subir hacia occidente obra contra su naturaleza misma.

Un sol de justicia

6.2. Tal vez, con estas expresiones la Palabra puede también significar de una manera enigmática incluso algo más profundo, es decir, que debe suceder el ocaso de otro sol y el surgir de otro sol. El inicio de la ascensión de Dios en ti sucede cunado se pone el sol contrario al sol de justicia. Pero si te perfeccionas y está en ti el sol de justicia, el Señor asciende sobre ti, que no te encuentras simplemente al occidente de aquella luz, sino que estás “en el cielo del cielo en oriente” (Sal 67 [68],34). Demostrar esto con el apoyo de la Escritura no solo está fuera de lugar, sino que es necesario, puesto que algunos de los oyentes es posible que se hayan escandalizado por cuanto se ha dicho. Ahora bien, si algo puede ponerse una vez que ha salido el sol, para que el Señor ascienda al occidente de aquel sol, yo afirmo que la Ley ciertamente “contiene la sombra de los bienes futuros” (Hb 10,1), y si alguien ha sacado provecho de modo semejante, dice sobre la Ley: “Sabemos, en efecto, que la Ley es espiritual” (Rm 7,14). Pero en la Ley está escrito respecto a muchos aspectos de impureza que estarán impuros hasta la tarde, y que mientras el sol se eleva sobre ellos permanecen impuros (cf. Lv 11,25-28. 31-32. 39-40); pero si el sol se pone y se hace el atardecer, entonces devienen puros: “El Señor asciende sobre occidente” (cf. Sal 67 [68],5). Porque si se eleva la Ley[6], cuando la interpretas como espiritual (cf. Rm 7,14), entonces es posible decir algo sobre el sol que hace impuro [a alguien], pero que el Señor libera de la impureza al mismo tiempo que el sol se pone. Tú, que un tiempo fuiste impuro, ahora agrega esto: “Satanás se transforma en un ángel luminoso” (2 Co 11,14), pero yo me atrevo a decir: “Es un sol” con el añadido de: “Un sol de injusticia”. En efecto, si no hubiera otro sol, tampoco se diría sobre el Salvador: “Para quienes temen su nombre surgirá un sol de justicia” (Ml 3,20). Pues si el sol fuera algo bueno sin ningún agregado, pero hay un añadido importante que dice: “de justicia”, y no simplemente un sol que surge para quienes temen el nombre de Dios (cf. Ml 3,20). Si quieres ver también un ejemplo de cómo para algunos nace un sol de injusticia, mira a los que encuentran satisfacción[7] en el discurso de las herejías como si se tratara de la luz verdadera, y observa a un hereje que dice: “No estoy en la noche, sino en el día”. Viendo la doctrina que circula entre ellos, no hesitaré en llamarlo un “sol de injusticia”: “Han hablado injusticia contra lo alto, han puesto su boca contra el cielo” (Sal 72 [73],8-9).

Debemos atardecer (aplastar) todo lo que se opone que el Señor pueda pasear en nosotros

7.1. Por tanto, el Señor al inicio “sube hacia occidente”, y escucha de esta manera lo que está escrito “sobre occidente” y que “subió sobre él” (Sal 67 [68],5): que se ponga[8] para ti todo lo que antes considerabas una fuente de luz en ti y que glorificabas y admirabas; que se ponga la avaricia, que se ponga la enseñanza contraria a la verdad, que se ponga la fornicación, que considerabas, por causa del placer, una acción útil y buena, para que el Señor suba sobre ti que has hecho poner[9] lo que le era contrario y le has preparado un camino, y venga no solo a habitar en ti, sino también a pasear en ti.

Dios “es padre de los huérfanos y juez de las viudas”

7.2. Por consiguiente, “preparen el camino a aquel que ha subido hacia occidente. Su nombre es Señor. Exulten ante el padre de los huérfanos y juez de las viudas” (Sal 67 [68],5-6)[10]. ¿Acaso Dios es Padre de todos los huérfanos, también de aquellos paganos y malos? Pues hay huérfanos perversos, que ciertamente son huérfanos, pero viven malamente. ¿Acaso Dios es Dios y juez de todas las viudas? “Porque Dios, está escrito, es padre de los huérfanos y juez de las viudas” (Sal 67 [68],6). Sin embargo, ¿cuántas son, sin duda, viudas, mas viven la viudez de un modo indigno? Pero si comprendes de qué padre debes ser huérfano, si entiendes de qué marido debes desear la muerte con ánimo digno, verás cómo Dios “es padre de los huérfanos y juez de las viudas”.

El Señor aplasta a Satanás

7.3. Dice Juan en su carta: “Todo el que comete el pecado es engendrado por el diablo” (1 Jn 3,8)[11]. Por eso el Salvador, como está escrito en el Evangelio, dice sobre los pecadores: “Ustedes tiene por padre al diablo y quieren cumplir los deseos de su padre” (Jn 8,44). Éste que es llamado “padre” -el diablo tu padre, si pecas-, que muera. ¿Pero cuándo muere, sino cuando tú mueres? Pues tan grande es la diferencia para ti, si muere para ti, cuando no vive para ti, aunque parezca vivir para otros[12]. Estimularé esto con lo que dice el admirable Pablo sobre el diablo: “Dios pronto aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes” (Rm 16,20). Satanás ya no existe para mí, Satanás es aplastado por mí cuando yo no peco más. Pero para que sea aplastado finalmente bajo nuestros pies y no nos irrite, como enojándose contra nosotros, invoquemos a Aquel que lo aplasta, para que también ahora lo aplaste[13].

Huérfanos del diablo

7.4. Puede esperarse, en efecto, que él se enfurezca y levante la cabeza como un dragón, que nos amenaza y quiera atacarnos de muchas formas, pero el Señor dispersará sus propósitos (cf. Sal 32 [33],10). Luego, él es aplastado por el justo por obra de Dios, y es aplastado bajo los pies del justo que lo pisotea, no solo porque ha recibido el poder para pisarlo, sino porque también se sirve de este poder. Pues el Salvador ha dicho: “Les doy el poder de caminar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada de ningún modo les dañará” (Lc 10,19). Y nosotros si realmente somos discípulos de Jesús, hemos recibido este poder. Sin embargo, no todos los que han recibido este poder se sirven de este poder, pero bienaventurado quien ha recibido el poder y se sirve de él caminando también “sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo”. Ánimo, entonces, “nada de ningún modo les dañará” (Lc 10,19). Si se ha comprendido cómo el diablo es aplastado por el justo -aunque por otro hombre no sea aplastado, cuando este todavía es injusto y no merece que el diablo sea aplastado por Dios por medio de él y caiga bajo sus pies-, se entenderá también que el diablo, siendo padre, muera, pues es necesario convertirnos así en huérfanos del diablo.

Dios es padre de los huérfanos

7.5. [Para tener] una imagen de esta realidad ve al Evangelio y comprende allí que la interpretación literal no respeta la coherencia del texto[14] cuanto la anagogía. Porque alguien, acercándose al Salvador, le dice: “Permíteme primero ir a enterrar a mi padre” (Mt 8,21). Y puesto que que era propio del Salvador la palabra espiritual, e incluso escuchando hablar de cosas materiales, no hablaba de cosas materiales, como es evidente en muchos pasajes, por eso le responde diciendo: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22), y no le permitió ir a enterrar a su padre. Si, en efecto, se atiene a la letra, el hecho es ilógico. ¿Por qué causar tristeza por hacer lo conveniente, volver por dos horas para enterrar al padre y [después] seguir al maestro? Pero si alguien quiere seguir la letra, cumplirla también en esto, y observarla en todo, aprenda que no se debe sepultar al que Jesús llama padre. Pues nosotros, los discípulos vivientes de Jesús, no recibimos el mandato de enterrar los muertos, porque el Salvador dice: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22). Puesto que quien toca a un muerto se mancha y se hace impuro (cf. Lv 21,1; Nm 19,11-13; Ag 2,13), por esto Él quiere que nosotros, aunque, si muere nuestro padre, no lo toquemos con el pretexto de la sepultura. Pienso, entonces, que se comprenda el huérfano, del que Dios es padre según lo que está escrito: “Exulten ante Dios, padre de los huérfanos” (Sal 67 [68],5. 6). Algo semejante se dice en el salmo cuarenta y cuatro en relación a la Iglesia de los gentiles, que es llamada en sentido figurado: “hija”, pues dice [el salmo]: “Escucha, hija, y mira, inclina tu oído y olvida tu pueblo y de la casa de tu padre, porque el rey ha deseado tu belleza” (Sal 44 [45],11-12).

“Sal de la casa de tu padre”

7.6. Sé que aman a Abraham y no quieren oír nada injurioso sobre él, pero prestando atención atención a la Escritura, aceptaron que también él en un tiempo tuvo como padre al diablo antes de recibir el oráculo de Dios. Porque una vez que se hizo digno del oráculo, escuchó este primer mandamiento: “Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre y ve a la tierra que mostraré” (Gn 12,1). Y Abraham hizo como Dios le había ordenado. Y no llegamos a ser hijos de Abraham si no hacemos las obras de Abraham. Pues dice el Señor: “Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham” (Jn 8,39). Por consiguiente, hay que examinar todas las obras y hacerlas. Primero, cumplir: “Sal de tu tierra” (Gn 12,1), si quieres ser hijo de tu padre Abraham; y lo que sigue: “De tu parentela y de la casa de tu padre” (Gn 12,1), para que escuches de Dios: “Y ve a la tierra que te mostraré” (Gn 12,1)[15]. 

Dios acoge al huérfano 

7.7. En este [salmo] está escrito: “Exulten ante Dios, padre de los huérfanos y juez de las viudas” (Sal 67 [68],5. 6), pero en otro salmo se dice: “Él tomará a su cargo al huérfano y a la viuda” (Sal 145 [146],9)[16]. Y como acoge a Jeremías, así tomará a su cargo la viuda. Por este motivo hazte huérfano, según lo que se ha dicho, y ya no tendrás necesidad de un tal padre.

El “antiesposo” 

7.8. Pero veamos también [las palabras]: “Juez de las viudas” (Sal 67 [68],6). Como hay Cristo y Anticristo, como existe la luz verdadera (cf. Jn 1,9) y el que se metamorfosea “en ángel de luz” (2 Co 11,14), así también está el esposo y -aquí es necesario acuñar una nueva palabra- y el “antiesposo”, semejante al Anticristo. Cristo, por consiguiente, se desposa legítimamente con el alma del hombre; en cambio, el diablo lo hace contra la Ley y quiere convertirse en su esposo para corromperla[17]. De la misma manera en otro tiempo quiso corromper a Eva, y así quiso alguna vez corromper la Iglesia de los corintios. El Apóstol, temiendo esto y queriendo curar a la que se habría corrompido, si escuchara las palabras del diablo, dijo: “Pero temo que, de algún modo, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, sean corrompidos los pensamientos de ustedes [apartándolos] de la sencillez de Cristo” (2 Co 11,3). Por tanto, que tu alma se haga viuda de aquel marido ilegítimo y perverso, a fin de que Dios juzgue para ti lo que es justo y acoja tu alma, que ha quedado viuda de semejante marido. Que Dios se haga cargo de ti, sobre lo cual está escrito: “Se hará cargo del huérfano y de la viuda” (Sal 67 [68],6).

Dios no está circunscrito a un lugar

8.1. En lo que sigue [del salmo] están estas palabras: “Dios en su lugar santo” (Sal 67 [68],6). Dios no está circunscrito ni en el cielo ni en la tierra -porque todas las criaturas son inferiores al Creador-, cuando quiere se hace circunscrito, pero se hace circunscrito en un lugar santo. Puesto que en un lugar contaminado y profano[18], Dios no puede estar. ¿Cuál es, entonces, el lugar santo? Aquel sobre el que te dice el Apóstol: “No den lugar al diablo” (Ef 4,27); aquel sobre el que Salomón te dice: “Incluso si el espíritu del que tiene poder se alza contra ti, no abandones tu puesto” (Qo 10,4). Judas dio espacio al diablo, por esto “Satanás entró en él después del bocado” (Jn 13,27).

Cristo lugar de Dios

8.2. Por tanto, “Dios en su lugar santo” (Sal 67 [68],6). Si quieres, comenzaré desde el primer lugar, y ofreceré sucesivamente los textos sobre cada lugar de Dios. Y digo: el primer lugar santo para Dios es Cristo, por eso como lugar de Dios dice: “El Padre está en mí” (Jn 10,38; 14,10). En efecto, si ha prometido habitar en ti (cf. 2 Co 6,16), si ha prometido pasear en ti (cf. Lv 26,12), ¿cuánto más no habitará allí, en la Sabiduría, en la Verdad, en la Justicia, en la Vida, en la Resurrección? No puedo referir todo lo que es Cristo, en quien el Padre habitará como en una casa y paseará como en un lugar. Pero también el Espíritu es “un lugar santo” de Dios y todo el ejército de los ángeles son lugares de Dios. Así también la Iglesia es lugar de Dios. Por consiguiente, está perfectamente escrito no “lugares de Dios” juntamente, sino que todas estas realidades son lugar de Cristo. Pues nosotros [siendo] muchos somos uno en Cristo (cf. Jn 17,21).

Monótropos

8.3. “Dios hace habitar en la casa a los que son de un solo modo[19]” (Sal 67 [68],7), en la casa, en efecto, sobre la que el Salvador dice: “En la casa de mi padre hay muchas moradas” (Jn 14,2). Veamos también cuántos son de un solo modo. Mientras todavía pecamos, somos de múltiples modos y tenemos muchas transformaciones; ahora ciertamente llevamos sobre el rostro el modo[20] de la ira, otras veces el modo de la tristeza; en ocasiones está el modo del temor y del miedo; y en otras el modo del placer, de la insolencia irracional del alma. Pero hay asimismo otros modos del rostro: el de la avaricia, y está también el modo de la fornicación. ¿Pero qué necesidad hay de enumerar la multitud inmensa de los modos del mal? Por consiguiente, el malvado es uno de múltiples modos; en cambio, el justo, como imitador de Dios (cf. 1 Co 11,1) es de un solo modo. Porque como Dios es siempre el mismo, a quien le digo: “Pero Tú eres [siempre] el mismo” (Sal 101 [102],28), y que como Dios dice: “No cambio” (Ml 3,6), del mismo modo el imitador de Dios, el hijo de Dios, es de un solo modo y es siempre el mismo.

“Monótropos” en Cristo Jesús 

8.4. Por esto, según mi parecer, el Hijo de Dios es toda la virtud y las muchas virtudes no son muchas hipóstasis[21], sino que todas las virtudes son una sola. Los griegos se llenaron de muchas virtudes, para poder participar de ellas, pero a nosotros nos basta Cristo en lugar de todas ellas[22]. Porque Él es todas [las virtudes], para que yo llegue a ser de un solo modo imitándolo a Él y habite en la casa de Dios con todos los que son de un solo modo, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos d ellos siglos. Amén.



[1] Disponer que alguien se escape o huya de un peligro que lo amenaza (según el Diccionario de la Real Academia Española).

[2]Homilías sobre Jeremías, IX,4.

[3] Cf. Origene, pp. 422-424, notas 30 y 31.

[4] Ibid., p. 428, nota35.

[5] Se sobreentiende: al inicio del versículo que está comentando.

[6] Otra traducción: “a los fines de la interpretación anagógica de la Ley” (Origene, p. 417).

[7] Lit.: descanso.

[8] Con el sentido de: ponerse un astro; incluso se podría traducir: que se hunda en ti.

[9] Una versión menos literal: que el Señor amanezca sobre ti que has hecho atardecer (u: oscurecer, hundir) lo que le era contrario.

[10] Orígenes omite en esta cita después de exulten: se turbarán (o inquietarán) por su presencia ante el padre.

[11] El texto griego de la epístola dice: “El que hace (o: comete) el pecado es del diablo… ”. No me parece apropiada la mención del v. 9 de este capítulo de la 1 Jn, que se propone en Origene, p. 420, nota 84.

[12] Otra traducción posible: “¿Cuánta es, en efecto, la diferencia para ti, cuando muere para ti, cuando no vive para ti aunque si parece vivir para los otros?”.

[13] Cf. Orígenes, Homilías latinas sobre Jeremías, I,2: «Jesucristo rompe y destroza el martillo de toda la tierra… Y porque el martillo de toda la tierra, que había sido antes roto, fue destrozado, por eso es también roto por cada uno de nosotros cuando entramos en la Iglesia y progresamos en la fe, y es destrozado y hecho añicos cuando llegamos a la perfección. Si tienes dudas sobre quién destroza al diablo cuando llegamos a la perfección, oye al Apóstol bendecir con cierta bendición al justo y decir: “¡Que Dios aplaste rápidamente a Satán bajo los pies de ustedes!” (Rm 16,20)».

[14] Lit.: la entera concordancia (del texto).

[15] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, III,3: «El primer oráculo que Dios dirige a Abram, antes del cambio de nombre, dice: “Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre” (Gn 12,1), y lo demás. Pero aquí no se da ninguna prescripción sobre la alianza de Dios ni sobre la circuncisión. Puesto que, siendo todavía Abram y llevando el nombre del nacimiento carnal, no podía recibir la alianza de Dios ni la señal de la circuncisión. Pero cuando “salió de su tierra y de su familia”, entonces le fueron dirigidas palabras más misteriosas; en primer lugar, se le dijo: “Ya no te llamarás Abram, sino que Abraham será tu nombre” (Gn 17,5). Entonces ya recibió la alianza de Dios y recibió como señal de la fe la circuncisión (cf. Rm 4,11), que no había podido recibir mientras estaba en la casa de su padre, entre sus consanguíneos según la carne, y cuando todavía respondía al nombre de Abram».

[16] Traduzco el verbo analambano conforme a la propuesta de La Biblia griega Septuaginta, p. 194.

[17] Lit.: hacerla corrupta.

[18] O: vil (bebelos).

[19] Monotropos, adjetivo que puede traducirse por: el que vive solo, solitario; y también: desvalido. Perrone opta por la versión que consignamos para que se corresponda con el texto de la explicación de este versículo que ofrece Orígenes (cf. Origene, p. 429).

[20] Tropos: la manera, el carácter, la actitud. Conservo modo para mantener la coherencia del desarrollo.

[21] O: personas.

[22] Cf. Orígenes, Contra Celso, VIII,17: “Las imágenes y las ofrendas que convienen a Dios, no son las fabricadas por artesanos vulgares, sino las que labra y modela en nosotros el Logos de Dios, las virtudes que imitan al Primogénito de toda la creación (Col 1,15), donde están los ejemplares de la justicia, prudencia, fortaleza, sabiduría y demás virtudes. Así, pues, en todos aquellos que, de acuerdo con el Logos divino, se han fabricado para sí la templanza, justicia, fortaleza, sabiduría y piedad y demás imágenes de virtudes, en ésos, decimos, se levantan las estatuas, con las que estamos convencidos se honra debidamente al que es prototipo de todas las imágenes, imagen del Dios invisible (Col 1,15) y Dios unigénito (Jn 1,18). Todos aquellos, además, que, desnudándose del hombre viejo con sus obras y revistiéndose del nuevo, que se renueva para conocer según la imagen del que lo creó (Col 3,9-10), al restablecer en sí mismo la imagen del Creador, erigen en sí mismos estatuas tales como las quiere el Dios supremo”.