OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (737)
Jesucristo el buen Pastor
Siglo XVI
Alemania
Orígenes, Homilías sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 37 (38)
Introducción
La persecución, que puede llegar hasta el odio más acervo, es una realidad imposible de obviar en la vivencia de nuestra fe cristiana. Casi se podría decir que ella es inherente a la esencia del ser cristiano (§ 8.1).
Ningún ser humano pude decir que sufre sin motivo, ya que somos a menudo malqueridos por nuestras acciones vergonzosas y deshonestas (§ 8.2).
Vuelve a insistir Orígenes, como ya lo ha hecho en varias ocasiones a lo largo de la presente homilía, en la importancia del perdón. Tanto más si al presente nuestras buenas acciones nos permiten olvidar las faltas anteriormente cometidas (§ 9.1).
La felicidad verdadera consiste en permanecer junto a Dios, y que Él permanezca junto a nosotros. Es infeliz, por el contrario, quien se aparta de Dios, y Dios de él (§ 9.2).
Para poder estar junto a Dios, tendremos que superar los combates que el Maligno nos presenta, hjabitualmente por medio de enemigos visibles. Por eso es necesario invocar continuamente ese auxilio salvador que solo Jesucristo puede ofrecernos (§ 9.3).
Texto
“Se han multiplicado nuestros enemigos”
8.1. “Y se han multiplicado los que me odian inicuamente[1]” (Sal 37 [38],20 LXX). Es imposible no ser odiado en esta vida. Cristo Jesús estuvo sometido al odio (cf. Jn 15,18). ¿Y por qué digo que es imposible no ser odiado en esta vida? Pues Dios mismo[2], que no vino a esta vida, es odiado por algunos. Porque si no hubiera odio, el profeta nunca diría: “¿Acaso no odiaré, Señor, a los que te odian, y no me consumiré a causa de tus enemigos? Los odio con un odio perfecto” (Sal 138 [139],21-22). Los adeptos de Marción, de Basílides y de Valentín odian a Dios y odian sus palabras. Por tanto, cuando Dios es odiado y Cristo, hasta el día de hoy, es objeto de anatema por parte de los Judíos, cuando el Espíritu Santo, que ha hablado por los profetas, es odiado por los herejes, ¿tú no quieres ser odiado, sino por todos ser amado y bendecido? Mira, no te alcance aquella sentencia que dice: “¡Ay de ustedes, cuando todos los hombres los bendigan!” (Lc 6,26). Más bien estemos atentos, para que también nosotros digamos: “Se han multiplicado quienes me odian injustamente” (Sal 37 [38],20).
“Me han odiado injustamente”
8.2. Deseo, cuando soy odiado, que mi conciencia sepa que sufro injustamente el odio. Los profetas también fueron odiados, pero injustamente. Cristo fue odiado, pero sin motivo (cf. Jn 15,25; Sal 34 [35],19). Pero si yo soy odiado por mi pecado no puedo decir: “Se han multiplicado los que me odian injustamente” (Sal 37 [38],20). Porque soy odiado justamente, si soy aborrecido por mis acciones deshonestas y vergonzosas. No puedo decir: “Me han odiado sin motivo” (Jn 15,25). Y si solo pudiéramos decir con tanta confianza también nosotros: “Se han multiplicado los que me odian injustamente” (Sal 37 [38],20).
Los que no perdonan
9.1. “Quienes me retribuyen males por bienes” (Sal 37 [38],21). Yo ciertamente obro bien con ellos; pero ellos, olvidando mis buenas obras, me devolvían males por bienes, “me calumniaban, porque seguía la justicia” (Sal 37 [38],21). Mis enemigos me acusaban y me hacían reproches por mis faltas alguna vez cometidas; no se avergüenzan, ahora que sigo la justicia, ni perdonan las malas acciones pasadas por las buenas obras presentes.
La felicidad consiste en estar junto a Dios
9.2. Pero tú, Señor, “porque sigo la justicia, no me abandones, Señor Dios mío” (Sal 37 [38],21-22). Esta es la voz que confiesa e implora la misericordia: “No me abandones, Señor Dios mío, no te apartes de mí” (Sal 37 [38],22). En otro salmo dice: “No me quites tu Santo Espíritu” (Sal 50 [51],13). Aquí le dice a Dios mismo: “No te apartes de mí”. Por donde se muestra que Dios se aparta de algunos por sus méritos, y permanece junto a otros por sus méritos. Infeliz, entonces, aquel hombre del que Dios se aparta, feliz aquel con quien Dios permanece.
El auxilio nos viene de nuestro Dios
9.3. “Ven, Señor, en mi ayuda, Señor, Dios de mi salvación” (Sal 37 [38],23). Por tanto, también nosotros oremos y digamos: “Ven en nuestra ayuda”, porque es grande el combate y poderosos son los adversarios. Odioso es el enemigo, el enemigo invisible lucha por medio de estos enemigos visibles. Ven, pues, en nuestra ayuda, Señor Dios nuestro, y ayúdanos por medio de tu santo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por quien a todos nos has redimido (cf. Ap 5,9), por quien a ti sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap 5,13).